Una travesía hacia el infinito:

La ciencia ficción contada por algunos autores imprescindibles: (Parte I)

Aglaia Berlutti
17 min readSep 14, 2020

Poco antes de morir, Arthur C. Clarke escribió lo que se considera su último gran manifiesto por el poder de la imaginación aplicada a la ciencia: “Que la humanidad reciba alguna evidencia de la vida extraterrestre, que abandone su adicción al petróleo a favor de otras energías más limpias, y que el conflicto que divide Sri Lanka llegue a su fin y se imponga la paz”, un deseo que tiene algo de humilde reflexión sobre el futuro. Lo curioso de la frase — y sus implicaciones — es que el autor de novelas como Cita en Rama o La ciudad y las estrellas siempre estuvo convencido que restaba muy poco para ese primer contacto, esa primera gran conversación con el porvenir y sus posibilidades.

Se trata de una contradicción que, por años, se debatió para intentar comprender la forma como el escritor comprendía los alcances del género al que dedicó la mayor parte de su vida. Clarke creía en la ciencia ficción como un diálogo acerca y desde la incertidumbre, de modo que esa súplica postrera de introspección colectiva, resulta desconcertante. Pero el escritor, siempre analizo el mundo desde esa perspectiva dual. De hecho, parte de esa certeza, ya está en su cuento corto El Centinela, que analiza no sólo el hecho de la experiencia del ser humano al comprender sus límites y asombro por el infinito que le rodea, sino también el peligro que entraña esa experiencia. Publicado en 1951, el cuento es una revisión sobre todos los tópicos habituales del género de ciencia ficción, pero además, hay algo más: un raro pesimismo que se adivina entre líneas. Una extrañísima visión sobre esa esperanza difusa impulsa al ser humano a creer que no está completamente sólo, que más allá de los confines de su imaginación, hay algo más.

El cuento no llega a responder preguntas — no lo intenta — y esa incertidumbre difusa fue lo que hizo que se le catalogara como “pretencioso y arrogante”, una crítica que soportó por décadas. No es algo sorprendente: el género de ciencia ficción siempre ha estado en entredicho, quizás por los desiguales resultados de las propuestas o por esa insistencia en los clichés y lugares comunes que en ocasiones. Pero Clarke fue más allá y profundizó en la ciencia ficción como terreno del asombro basado en la curiosidad intelectual. Una interpretación científica del arte — o en todo caso, esa percepción de lo científico interpretado desde el cariz de la imaginación humana — que le brinda símbolos y metáforas propias. En especial, al asumir que buena parte de nuestra mirada hacia el futuro está basada en la incertidumbre: “no sabemos que vendrá, hacia dónde nos conducirá o qué encontraremos al llegar. Esa es la constante del futuro” escribió Clarke en 1960, en uno de sus artículos publicados en la revista Playboy.

Algo parecido teorizó el Científico húngaro Zoltán Galántai, que durante buena parte de su vida analizó la posibilidad que cualquier inteligencia extraterrestre, sea por completo inexplicable para nuestra percepción del hombre y por el hombre. En otras palabras, que sea una incógnita incierta. Galántai asumió el hecho de la existencia — la versión del bien y del mal, la incertidumbre de lo desconocido y sobre todo, la concepción sobre la identidad — como una serie de elementos angulares hipotéticos que se basan en la percepción del hombre sobre lo que le rodea. De modo que un indicio de vida que no pudiéramos explicar según nuestros límites, sería de hecho inconcebible. Una mirada hacia lo imposible y lo indefinible basada en nuestra imaginación y nuestro intento por explicar lo inefable. Una forma de magia, quizás.

Lo mismo pensaba Clarke, que insistió en sus célebres leyes que una tecnología muy avanzada es indistinguible de la magia y que sin duda, podría resumir la forma en que la ciencia ficción entra en dialogo con la fenomenología del hombre como ser racional. El escritor meditó sobre el hecho que el hombre asume la realidad desde lo primitivo, por lo que en esencia, elaboramos ideas complejas a partir de lo que comprendemos de forma progresiva como realidad. Tal y como insistía el gran filósofo ocultista Robert Fludd, la imagen del infinito y el vacío insistente es la mera ausencia de cualquier idea que pueda conceptualizar la realidad. Fludd también insistió que incluso, fenómenos físicos y naturales por completo medibles, pueden analizarse desde cierta óptica de la maravilla. En eso que coincide con Clark, que llegó a decir que una tecnología aún más avanzada de la que podemos imaginar — y en su momento, podía predecir a través de la literatura — era una predisposición a pensamientoa asombroso, indistinguible de las propias leyes de la naturaleza (e incluso manipularlas de forma imperceptible). Una noción que abarca desde lo que creemos es la realidad (o en el mejor de los casos, lo que asumimos como una idea perenne sobre la individualidad) y el hecho básico del futuro a través de una hipótesis incierta.

La ciencia ficción se basa en esencia, en predecir y explicar la incertidumbre acerca de lo que podemos esperar, cuando todo lo que podemos explicar desaparezca. Eso hace de lo especulativo en medio de una formidable disyuntiva: ¿Cómo asimilamos el hecho de la finitud de la mente humana en contraposición con las promesas de la científico? Una vida más larga, cuerpos más fuertes, exploraciones espaciales, viajes en el tiempo. La ciencia ficción responde a todas nuestras preguntas sobre las posibilidades — intenta hacerlo — a la vez, que sostiene un recorrido profundo por los temores que alientan su existencia. Desde el pesimismo hasta el asombro por la posibilidad de entender qué ocurrirá, la finitud del hombre dota al género de un especial significado.

Isaac Asimov también creía que el núcleo de la ciencia ficción, era consolar esa ausencia de parámetros claros para imaginar un mundo más allá de lo humano. En su colosal Saga Fundaciones (que nació como una trilogía y terminó extendiéndose como una gran nomenclatura fantástica a través de toda su obra) el autor imaginó a la Galaxia como una especie de terreno inexplorado, a mitad de camino entre el asombro mágico y la anuencia de lo ponderable como científico a través de la curiosidad humana. En los mundos de Asimov, la belleza se asimila a través de la tecnología y de la misma manera que para el astrofísico ruso Nikolái Kardashov — que creó la famosa escala de Kardashov como método para medir el grado de evolución tecnológica de una civilización — asume el hecho de la mirada hacia el infinito como parte de la interpretación pragmática de la identidad colectiva. Para Asimov, la psicohistoria es una percepción sobre la realidad que va desde la tecnología al tiempo, la percepción sobre el devenir de la historia y la osadía de la imaginación. Por tanto y según la perspectiva del escritor, el comportamiento de lo que somos y deseamos ser como cultura y sociedad puede ser predecible, lo que convierte a la ciencia ficción en un manifiesto extraordinario y de un enorme valor como documento intelectual.

Ursula K. Le Guin, decana el género de Ciencia Ficción, solía insistir que la literatura del género es una manera de construir el futuro. Lo hizo, luego de de asumir el poder de la palabra como no sólo una de crear, sino también de comprender las diversas transformaciones que la mente humana atraviesa. En especial, Le Guin se hizo preguntas sobre la percepción del tiempo, el hombre como criatura, la posibilidad de una nueva frontera en la concepción de lo real. La obra de la escritora logra traducir y reconstruir la visión que el hombre tiene sobre sí mismo y sobre todo, el cómo las transformaciones del mundo y su historia. Según la autora, más que un género literario, la ciencia ficción es un espejo en el que se refleja los temores y esperanzas del espíritu humano trascendencia.

¿Qué es la ciencia ficción? Más que un subgénero literario, es una búsqueda consciente de construir un espacio en que la fantasía — el vehículo por excelencia para reimaginar la realidad -, puede fundir su valor con la cualidad de lo científico para forzar límites. Para explorar el poder de la mente del hombre para crecer y contemplar el infinito desde sus medios, en ocasiones rudimentarios, otras veces más poderosos. Para bien o para mal, la ciencia ficción existe porque el temor y la esperanza no son suficientes para consolar los viejos anhelos del hombre sobre su historia y lo que le espera. Y ese es su mayor legado.

Fuera del tiempo, en búsqueda de los misterios.

El escritor Walter M. Miller pareció obsesionarse con la interpretación del espíritu humano a través del tiempo, las transformaciones culturales y sociales y sobre todo, esa percepción de la mente humana como una consecuencia inmediata del mundo que construye. Un ciclo interminable que elabora y delimita esa identidad que trasciende e incluso, sobrepasa la mera existencia del hombre. Miller sobre todo, contempló la existencia humana como una serie de pequeñas escenas interconectadas, que asumen la perspectiva del futuro como una serie de consecuencias inevitables.

La visión de Miller no es optimista, sino más bien, una reflexión sobre la derrota de la naturaleza humana por el transcurrir del tiempo y la erosión de las ideas que considera imprescindibles, esenciales. De esa mezcla inquietante entre lo metafórico y lo real, Miller encontró una manera de concebir el futuro y más aún, lo posible como una serie de líneas equidistantes entre lo que el hombre puede ser y la frontera que cruza y lo restringe a sus propias debilidades.

Miller fue un prolífico escritor de relatos, pero sólo publicó una novela durante su vida: El cántico por Leibowitz, a la que se le llama con frecuencia una de las obras del género más desconcertantes. Eso, a pesar que l a historia se estructura de una manera casi simple. No obstante posee una complejidad tan profunda que parece abarcar todo tipo de tópicos y planteamientos filosóficos e intelectuales. No sólo engloba esa necesidad esencial de la ciencia ficción de reinventar la identidad del hombre para el hombre o en todo caso, del hombre para su historia, sino que se atreve a más. Concibe el espacio mental y espiritual del ser humano, su obra y filosofía como una serie de patrones y construcciones que brindan sentido a no sólo su historia, sino individualidad.

Miller, que insistió durante toda su vida en contemplar a la humanidad desde la perspectiva de sus infinitesimales errores, logra con su novela recrear un mundo donde la ciencia y la religión se combinan, se mezclan entre sí, se contradicen, corren en paralelo y finalmente, parecen condenadas a completar un único significado sobre la naturaleza de la mente humana, sus pequeñas grietas y valores. Para el escritor, la ciencia y la religión forman un único concepto, como dos caras de un mismo planteamiento paralelo, que contribuyen a elaborar un ideal quebradizo sobre el pensamiento Universal. No obstante, la novela no se regodea en los pormenores y detalles, sino que a través de ellos — o la mera insinuación de pequeños hechos concretos — asume su cualidad de alegato existencialista, de visión amplia y robusta sobre lo que el hombre intenta ser a través de su propia ambigüedad.

El libro se divide en tres capítulos principales y el autor intenta, a través de hechos simples, englobar la historia humana en una especie de breviario sobre sus dolores y terrores. En el primer capítulo, titulado Fiat Homo, este aparente viaje a través de la complejidad del espíritu de la razón comienza a partir del dolor, el miedo y la muerte. Con una impecable habilidad para delinear personajes y construir una idea perenne sobre la finitud y fragilidad de la naturaleza del hombre, Miller logra esbozar la desesperanza de un mundo en ruinas, el terror de un universo críptico basado en lo que fue, existió y ahora yace destruido, un paisaje de pesadilla que rodea a los personajes y que de hecho, parece hacerlos rehenes de su circunstancia. En el segundo capítulo Fiat Lux, la novela se replantea así misma e incluso, aborda ese límite entre lo que creemos necesario y lo que no, esa aseveración del poder y la razón, la esperanza y la aspiración a la fe. Miller insiste en el planteamiento de la dualidad eterna entre la religión y la ciencia, en reflexiones cada vez más enrevesadas sobre la cualidad única del hombre para mezclar ambas ideas en una filosofía alterna, inquietante en su dualidad, poderosa en su necesidad de reconstrucción de lo que creemos es real.

El tercer capítulo Fiat voluntas tuas no sólo es la conclusión, sino la reflexión rotunda de la novela sobre su razón de ser: esa insistente consideración sobre el poder de la esperanza y la manera en que la concibe la mente humana. Miller entonces crea lo que es con toda probabilidad la metáfora más profunda y sobre todo, conmovedora sobre la existencia humana, sus vicisitudes y pequeñas tragedias. Y lo hace con una elegancia de argumento y ritmo que asombra. No sólo redimensiona el valor del conocimiento humano como una idea perenne — imprescindible — para conocer su historia sino que además, transita ese extraño espacio entre el dolor, el temor, el aprendizaje espiritual, la moralidad y esa complejidad de las dudas éticas con imágenes asombrosamente vívidas, a través del símbolo insistente de esa individualidad del hombre.

Una formidable mirada a la oscuridad interior:

Como género literario, la ciencia ficción crea una aproximación del futuro a mitad de camino entre el temor y la esperanza. Lo hace con una interpretación sobre lo que nos define — y sostiene la identidad colectiva — que se convierte en una especulación histórica. Una y otra vez, la ciencia ficción imagina y le brinda respuesta a la incertidumbre pero también, crea una nueva comprensión sobre los límites individuales hacia algo más complejo y poderoso. Una visión sobre la identidad que desborda las fronteras habituales.

William Gibson lo sabe. Desde la década de los años ’70, el escritor dedicó esfuerzos pero sobre todo, una notable capacidad para el análisis y la alegoría para comprender el futuro como una red compleja de decisiones y aseveraciones sobre lo cultural y lo social. Para el escritor — obsesionado con las posibilidades de la comunicación, los temores sociales y la expresión de la individualidad como una forma de paranoia — la ciencia ficción es un vehículo para meditar sobre los lugares más oscuros de nuestra sociedad, esas infinitas ramificaciones sobre lo que nos identifica pero más allá de eso, los estratos más bajos de lo que consideramos humano y razonable. Con su visión cínica y en ocasiones tétrica, Gibson asume la labor no sólo de traducir los dilemas culturales como algo mucho más angustioso que una mirada a la posibilidad y dotarlos de un sistema de valores de enorme significado. Entre ambas cosas, Gibson encuentra un reflejo de la realidad por momentos inquietantes y casi siempre, doloroso.

En Neuromancer — su obra más conocida y polémica — Gibson re imaginó los espacios virtuales en un sustrato mucho más peligroso e ingenioso de lo que hasta entonces se había hecho. Publicada hace más de treinta años, la novela construyó la idea de un ciberespacio construido a partir de una alucinación consensual, contra la que debe enfrentarse no sólo los individuos que viajan a través de ellas sino también, quienes se le enfrentan. Con una cuidada alegoría a la violencia, la comprensión de la cultura como un mecanismo violento y en ocasiones, muy cerca del caos. Lo futurista se mezcla con una versión de la realidad alternativa y dura, que reflexiona sobre todo tipo de temas culturales bajo el matiz de la metáfora existencial. No obstante, Gibson va mucho más allá y desmenuza la posibilidad de una posibilidad altamente tecnificada que además, sea parte integral del pensamiento constructivo y social. El resultado es una percepción sobre la conducta humana a mitad de camino entre el miedo — en Neuromancer la paranoia forma parte del tejido conjuntivo de la narración — y algo más sofisticado que sorprendió a lectores y a críticos de la época.

Claro está, el mundo de Gibson en Neuromancer nos parece cercano y comprensible casi tres décadas después, con la pantalla grande y chica llena de todo tipo de historias que analizan la identidad humana desde lo tecnológico. Pero al momento de su publicación, fue todo un suceso, una alegoría sobre la cultura de masas convertida en una forma de control refinada y cruel. La disparidad masiva y globalizada, mezclada con la percepción del riesgo de la tecnología como último límite a la concepción de lo que somos y lo que podemos ser. El anonimato, el desarraigo y el temor como parte de una idea fundacional de lo que asumimos podría ocurrir dentro de la expresión más concreta sobre la evolución tecnológica de la época.

Con una amplísima influencia en la cultura popular, Neuromancer se convirtió de inmediato en un suceso literario y mundial. Pero con el transcurrir del tiempo, la novela de Gibson se convirtió además en una predicción de la forma como concebimos internet, la influencia de la tecnología en nuestra forma de vida y sobre todo, la visión del tiempo y la identidad como parte de un intrincado conglomerado de tecnología pura. Con su estilo duro y poderoso, la novela creó una interpretación del mundo basada en ciertos terrores secretos que se siguen manifestando en la actualidad con una temible claridad. Desde las complejas relaciones en las redes sociales hasta los crímenes basados en el manejo de información, el mundo actual es cada vez más semejante a lo que Gibson narró con una precisión de pesadilla. Hay un definitivo tono Gibsoniano en los escándalos de fuga de información, en los terrores de una sociedad cada vez más tecnificada, en la imposibilidad del anonimato. De la misma manera que en Neuromancer nuestra sociedad se aferra a cierta noción superficial sobre lo que se construye sobre las comprensión de la virtualidad como un universo análogo al real. Pero además de eso, Gibson también pareció advertir sobre la necesidad de comprender que todo cambio cultural es impulsado esencialmente por la tecnología y sus consecuencias invisibles. Un tipo de progreso acelerado cuyas implicaciones pocas veces se analizan como parte de un hecho cultural de profunda importancia. Gibson, con su mirada analítica pero también, con su capacidad para señalar los temores y horrores en el vacío moral de nuestra cultura, asume el poder de lo incidental en la cultura como una forma de lenguaje.

Quizás por eso, se suele decir que la novela Neuromancer es quizás una de las más importantes del género jamás escritas. Puede parecer una exageración, sobre todo en vista de lo prolífico del género, pero una vez que se analiza las implicaciones de su historia y sobre todo, la vuelta de tuerca que el escritor brindó a lo que hasta entonces había sido el planteamiento de la distopía en la literatura, puede comprenderse sus alcances. Neuromancer no es sólo una narración que engloba lo mejor de esa visión reconstructora de la Ciencia Ficción, sino que además, le brinda la profundidad como para crear una interpretación por completo nueva del planteamiento. La novela no sólo es un precursor de lo que vendría después, sino de la manera como se asume la ciencia ficción actualmente: una mezcla de referencias culturales elementales y su reconstrucción como una mirada hacia lo desconocido.

Neuromancer elabora un tipo de visión sobre el futuro que asombró por su precisión: creó todo un nuevo Universo a la medida de un tipo de percepción sobre la tecnología por completo original. Desde popularizar el término Ciberespacio — que hasta entonces había sido utilizado con cierta renuencia y sobre todo, con enorme torpeza tanto en literatura como cine — hasta instaurar el Ciberpuk como subgénero literario por derecho propio, Neuromancer se sostiene sobre ideas que hasta entonces, habían sido desconocidas o tocadas de manera tangencial. Gibson no sólo las transforma en una interpretación renovada de lo que la ciencia ficción es, sino que además, les brinda un elemento sucio e informal que las convierte en un elemento creíble y accesible. Más allá de la distopía por sí mismo, la ultratecnología en Neuromancer se convierte en un elemento accesible, elemental en medio de planteamientos. La historia se debate y se mira hacia misma a través de una miriada de personajes futuristas pero no completamente ajenos a la realidad: desde los hackers hasta los cyborgs, el mundo de Neuromancer parece sacudirse entre la influencia de Mafias y drogas, de sentimientos y terrores tan humanos como definibles. De manera que no sólo se trata de construir una versión del futuro consumible sino hacerla creíble. Y Gibson lo logra.

Para el escritor, la cuestión tecnológica tiene por necesidad un trasfondo filosófico: Neuromancer es una novela de héroes y villanos al uso, pero no por completo tópica y allí, su cualidad única. La narración parece desarrollarse en una constante aventura, un enfrentamiento entre personajes llenos de matices y extravagantes historias y sobre todo, entre dos mundos, el real y el ciberespacio. Pero Neuromancer es mucho más que eso, es una alegoría elemental entre lo que asumimos real y lo que no lo es, la aspiración del hombre por reconstruir su propia percepción de lo que vive y los terrores culturales que se esconden en ese planteamiento de un futuro pesimista y a fragmentos, devastado por tragedias inimaginables — una Tercera Guerra Mundial de la que sólo conocemos en escenas desordenadas — y esa concepción temible sobre lo que consideramos posible. De hecho, The Sprawl, la megalópolis donde se desarrollan algunos tramos de la historia, es una visión deprimente y desconcertante del mundo industrializado: Con su enorme extensión — según el libro abarca casi toda la Costa Este Estadounidense — protegida por cúpulas geodésicas y condenada en algunas regiones a una noche perpetua, parece ser una clarísima alegoría sobre los peligros de la tecnología, la pérdida de la identidad del hombre sobre sus creaciones y lo que resulta más curioso, la supervivencia del ingenio humano a pesar de las espantosas tragedias que pudiera soportar. Todo lo anterior mezclado con un ambiente violento, trepidante y desconcertante.

Más de una vez, se ha insistido que Neuromancer es una metáfora ideológicamente correcta sobre un futuro destruido por la ambición humana. Pero resulta una lectura muy sencilla para lo que parece ser un planteamiento complejísimo y elaborado sobre lo que el ser humano puede aspirar y construir a partir de sus esperanzas y terrores. Gibson elabora una idea de futuro en extremo compleja, una debacle tecnología que a su vez, provoca una aparente consecuencia social — política. Sin embargo, el escritor no se detiene demasiado en explicaciones y de hecho, es evidente su intención de incluir el subtexto sobre su planteamiento cultural de una manera sutil, extrañamente discreta. La historia de Neuromancer se construye y avanza a partir de esa noción de lo que se comprende sobre la marcha, de los pequeños paisajes de una cultura que se asoman en medio de las elaboradas escenas. De manera que aunque Gibson no dedica párrafos específicos para describir la forma como el hombre reconstruyó el mundo a partir de sus carencias y tragedias, sino lo deja claro a partir de detalles poco concluyentes, que no obstante se sostienen entre si y funcionan con la precisión de un cuidadoso mecanismo. Más allá de la trepidante trama central, Neuromancer es una poderosa aproximación a la identidad del hombre por el hombre; desde sus escenas intrincadas y casi poéticas, su terminología y lenguaje propio e incluso esa agilidad abrumadora que avanza página tras página como una idea que se reconstruye así misma. Nada sucede por azar en este universo concebido en cada milimétrica concepción ni mucho menos, carece de sentido y oportunidad.

Más allá de su éxito literario, Neuromancer es una propuesta definitiva y de ruptura dentro de lo que a la Ciencia Ficción como cultura se refiere. Un fenómeno que brindó toda una nueva estructura de lo que hasta entonces había sido una percepción sobre la tecnología como elemento creativo y sobre todo, origen de toda una original percepción sobre la naturaleza humana. Gibson no sólo cimentó las bases de todo una insólita interpretación sobre lo humano y lo mecánico, sino que creó, en un escenario formidable y profundamente simbólico, un tipo de visión sobre la incertidumbre del hombre sobre el futuro tan realista que provoca incomodidad. Y es que probablemente el mayor triunfo del escritor sea encontrar esa idea que se presume cierta en medio de toda una percepción de lo mecánico e industrial que resulta asombrosa por su complejidad. En una época donde Internet era sólo una expectativa y que la tecnología seguía sin considerarse imprescindible, Gibson mezcló ambas ideas para elaborar un mundo nuevo, una estética desconocida y una percepción de la realidad ficticia tan cerca de la realidad actual que sorprende. Una idea que no sólo ha sido reinventada en cientos de ocasiones a partir de entonces, sino que además, elaboró esa reflexión insistente sobre la fragilidad de lo que consideramos realidad. Esa ruptura entre el ahora y el posible al que Gibson supo brindar una cualidad metafórica hasta entonces desconocida.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine