Una travesía hacia el infinito:

La ciencia ficción contada por algunos autores imprescindibles: (Parte III)

Aglaia Berlutti
11 min readSep 16, 2020

(Puedes leer la parte II aquí)

La ciencia ficción parece asimilar los cambios culturales desde su trascendencia. Una noción que la escritora N. K. Jemisin sintetizó en la interpretación de la realidad, como algo más amplio que una mera hipótesis sobre lo que puede suceder en el futuro. En su novela La Quinta Temporada del 2015, la autora reflexionó sobre las esperanzas y temores universales desde cierta distancia emocional. Aún así, la historia fue un triunfo de la imaginación, con una propuesta compleja que se sostuvo sobre la visión del hombre como promotor de cambios y transformaciones en una dimensión casi maravillosa sobre la realidad.

No obstante, en The Obelisk Gate, inmediata continuación de la novela anterior y ganadora del premio Hugo como mejor obra de Ciencia ficción del año 2017, la escritora alcanza un nuevo nivel de percepción y especulación sobre el yo colectivo que sorprende por su impecable poder para cautivar. Para Jemisin, la naturaleza del hombre y su circunstancia va más allá de sus dolores y tragedias, por lo que convierte a cada una de sus historias en un extraño recorrido a través del tiempo y el concepto del individuo como ente transformador. En medio de un paisaje perpetuamente apocalíptico — que puede o no ser nuestro planeta, para Jemisin no parece ser de real importancia el extremo — hay una idea consecuente y poderosa sobre el propósito de la existencia. Una forma de asumir el peso de la historia, de la versión del tiempo y los espacios que se entremezclan entre sí, para asumir una idea sobre quién somos y cómo nos comprendemos a través de nuestras pequeñas decisiones invisibles. Para la escritora es de enorme importancia la percepción de la individualidad — y como aspiramos a ser comprendidos — para construir una idea más profunda sobre la sociedad y la cultura. Un insistente recorrido por la psiquis colectiva como forma de expresión y de análisis de nuestros dolores y terrores sociales.

Los mundos de Jamisin son lugares inhóspitos, repletos de personajes duros y hostiles llevados por el odio, el miedo y la decepción. Cada uno de sus libros, pondera sobre la capacidad del bien y del mal para moldear la conducta humana, pero bajo el dilema ético, parece más interesada en analizar las formas y sustratos de las grandes preguntas existenciales a través de la fantasía. Lo logra a través de una mirada perenne de puro asombro sobre la condición humana — todos sus personajes están llenos de amor pero también, de violencia, odio y un profundo temor al desarraigo — que crea un mapa de ruta hacia un profundo sufrimiento privado que une al cúmulo de historias como hilos subyacentes de pura alegoría. Con su ritmo lento y comedido, Jemisin avanza entre dimensiones de la naturaleza de hombre por el hombre. Lo hace además con una convicción evidente y profunda sobre lo moral y lo doloroso que asombra por su precisión y buen hacer. Para la escritora, los mundos distantes y anónimos son tan importantes como los complicados paisajes de la mente y el comportamiento humano. Y ese quizás es su mayor triunfo.

Para su Trilogía de la Tierra Fragmentada Jemisin imaginó un mundo en el que ocurren periódicamente colosales catástrofes medioambientales que devastan hasta los cimientos de la civilización, por lo que cada cierto tiempo, la tierra y la cultura de Quietud — el planeta desconocido escenario de todas las líneas narrativas — debe reinventar su propia identidad cada cierto tiempo. Se trata de una visión sobre la épica y las transformaciones, asumida desde la distancia del dolor y la angustia existencial. Pero sobre todo, Jemisin concibe el futuro como una amenaza plausible: Tanto en la La Quinta Temporada como en The Obelisk Gate, los personajes deben enfrentarse a un planeta capaz de convertirse en un peligro latente a la menor provocación. Un ciclo destructor que no sólo parece amenazar la supervivencia de la especie — en ambos libros se plantea la posibilidad que una definitiva debacle que destruya cualquier vestigio de vida — sino también, la percepción misma de la permanencia. ¿Quienes somos cuando la fugacidad de nuestra existencia sobre cual se sostiene toda nuestra visión del futuro? ¿Cómo nos comprendemos desde la vulnerabilidad como toda respuesta a la incertidumbre?

Por supuesto, también se trata de una percepción más compleja sobre la noción del individuo como elemento sustancial de la sociedad: Los habitantes de Quietu” se dividen en razas y castas. Entre ellos, oregenes son quizás los que cargan con una responsabilidad mayor que cualquier otra: tienen la capacidad de sentir, anticipar e incluso detener los desastres naturales que anteceden a la gran devastación. No obstante, no es un don fácilmente comprensible y mucho menos controlable, lo que hace que los oregenes deban enfrentarse a la desconfianza general de sus vecinos y el resto de los sustratos sociales que habitan Quietud. No obstante, más allá de la noción sobre la responsabilidad del poder y la percepción del miedo como una forma de restricción moral, la escritora parece más interesada en lidiar con los prolegómeno del poder y los mecanismos de control de las relaciones sociales, que otra cosa. Además, crea una interpretación general sobre la discriminación y el racismo tan perturbadora como dolorosa. Contradiciendo la percepción popular que tacha a la ciencia ficción como una evasión a los conflictos reales de la época a la que pertenece, Jemisin juega con el concepto de la diferencia para crear una inquietante visión sobre el prejuicio de enorme efectividad. Para la escritora, la idea de la fantasía como una forma de expresión sobre debates de enorme envergadura social, plantea la dimensión y la profundidad de la imaginación como un reflejo eventual de conflictos reales y de considerable complejidad.

Tal vez por eso, Jemisin opta por alternar los puntos de vista entre personajes y voces narrativas para crear un panorama completo que analiza y reflexiona sobre las alternativas y dolores del poder. La visión sobre la comunidad pero sobre todo, la comprensión sobre el tiempo y la estructura del cambio como una noción de forma y concepto de un mundo estructuralmente viable, crean una percepción sobre la amenaza, el peligro y el miedo por completo distinta. Jemisin se esfuerza en analizar los mecanismos de poder, pero también de abordar la percepción sobre la identidad desde la periferia. El mundo que la escritora describe tiene una enorme riqueza en detalles y percepciones sobre la realidad: con la misma noción del continente único de Pangea pero sobre todo, la amenaza — probable e insistente — de catástrofes geológicas masivas, Quietud es una combinación de una tierra ideal con una visión sobre el terror colectivo a un posible apocalipsis venidero. Y mientras que en La quinta Temporada Jemisin parecía más preocupada por analizar la alternativa de la esperanza, en The Obelisk Gate la percepción sobre el desastre inminente se hace más dura de asimilar, pero sobre todo más complejo.

Además, The Obelisk Gate tiene la particularidad de crear un mundo propio. No tiene relación ningún otro universo imaginario y quizás, ese sea uno de sus puntos más fuertes: la noción sobre la sorpresa y la maravilla parecen construidas a partir de un paisaje por completo nuevo. Jemisin incorpora elementos sociológicos y antropológicos africanos e incluso asiáticos, lo que hace que la mixtura y el poder de evocación de sus historias sean por completo nuevas. A pesar de eso, en este mundo radicalmente imaginativo, los conflictos son por completo reales y contemporáneos. Plantea cuestiones sobre la convivencia, la estructura de poder, la tolerancia y el miedo desde un patrón insistente de la normalidad imbuida en medio de un elegante escenario de ciencia ficción.

La combinación resulta asombrosa pero también, profundamente poderosa. Cada cuestionamiento parece anudarse a una percepción sobre la moral y la comprensión de la ética profundamente significativa. De la misma manera en que antes lo hizo Tolkien — con sus héroes idealistas y su visión sobre la realidad compartimentada en pequeñas alegorías enorme profundidad — Jemisin crea una realidad alternativa en la que la poderosa versión sobre los conflictos humanos toma una inédita relevancia. Como percepción insular de la sociedad, la fantasía tiene la capacidad de reflejar y reconstruir lo que asumimos evidente en algo mucho más profundo y sustancioso. Una forma de madurez argumentativa en la que la Ciencia Ficción se convierte en un cuestionamiento constante sobre la madurez de nuestra sociedad. Además, es una percepción independiente y radical sobre lo que la especulación puede ser como expresión cultural. Para Jemisin, la importancia de la especulación parece basada en la necesidad de analizar un espíritu colectivo y los infinitos vínculos que une y sostiene la identidad humana. Una y otra vez, la Trilogía de la Tierra Fragmentada — pero sobre todo, la exquisita novela The Obelisk Gate — intenta recrear la percepción sobre el desastre inminente desde la óptica de la sociedad que eliminar al diferente para satisfacer sus propias debilidades.

De la aventura de una sociedad dividida a una comprensión de lo moral como una idea aleccionadora, Jemisin logra captar la constante preocupación sobre las posibilidades de supervivencia que pueden transformar una sociedad. Una forma de belleza que convierte a la por ahora trilogía incompleta, en una inspirada reflexión sobre lo poderoso de la naturaleza de hombre como expresión de dolor y esperanza. Quizás el objetivo de otra obra de Ciencia Ficción.

En tierra de nadie:

El escritor Kurt Vonnegut siempre se consideró así mismo un extranjero. Quizás se trató de una herencia inevitable al haber nacido en una familia de inmigrantes o del hecho, que a sus palabras, siempre fue un sujeto inusual. Cual sea la explicación a su manera de su singular manera de concebir el mundo, el escritor tuvo desde muy niño una noción extraordinaria y sumamente personal sobre el mundo que le rodeaba. Sobre todo, pareció desde muy temprana edad obsesionado con comprenderse a través de la palabra. Vonnegut se asumió escritor desde la adolescencia, cuando abandonó Universidad Butler de Indianapolis, cuando uno de sus profesores le insistió que sus relatos no eran lo bastante buenos. Para Vonnegaut no se trataba de únicamente de escribir, sino de comprenderse a través de su identidad creativa, de su capacidad para construir y destruir el mundo a través de la palabra. Más allá del eso, el escritor ya desde muy joven, comprendió la necesidad de la reconstrucción, de la comprensión de la metáfora y la realidad a través de una particularísima visión personal. Una especie de asimilación de la cultura y sus ideas sobre ella a mitad de camino entre la crítica aguda y la necesidad de expresión.

Tal vez por ese motivo, la experiencia como soldado durante la Segunda Guerra Mundial fue especialmente dura para el escritor. No sólo lucho como soldado — y según cuenta en varias entrevistas posteriores, se aterrorizó por la idea de la muerte cercana hasta el punto de la extenuación — sino que además, fue prisionero de guerra durante casi dos años. La visión de la Guerra como un acto humano de considerables implicaciones, desde la crueldad de la matanza hasta la futilidad de la lucha cuerpo a cuerpo, destrozaron mentalmente al escritor. Más de una vez, admitió que buena parte de su obra había nacido en medio de la desesperación, de esa necesidad de reconstruir el mundo para asumir el poder de la imaginación sobre la devastación total. Como prisionero nazi fue un testigo privilegiado de una de las batallas más cruentas que se recuerde en territorio alemán: El asedio a Dresde, ocurrido entre 13 y el 15 de febrero de 1945. “Una destrucción completa,” recordaría años después, al rememorar el episodio e intentar rememorarlo de alguna manera concluyente. “Una matanza inconcebible.” Por semanas enteras Vonnegut fue obligado a trabajar apilando cuerpos para enterrarlos en fosas, una labor que terminó abrumándole y llevándole al borde de la locura. El escritor cuenta que “había demasiados cuerpos que enterrar, así que los nazis prefirieron enviar a unos tipos con lanzallamas. Todos esos restos de víctimas civiles fueron reducidos a cenizas”.

Mucho años después, Vonnegut continuaría intentando comprender el conflicto, asumirlo como parte de su propia historia. Quizás por ese motivo, gran parte de sus obras parecen un obsesivo análisis sobre la guerra, la muerte y la desolación. Más aún, Vonnegut parece convencido de la necesidad de reconstruir lo vivido no sólo a través de la palabra sino la construcción de una nueva realidad a través de la literatura. Es entonces cuando su capacidad como escritor asume el poder de elaborar una nueva expresión sobre sus experiencias y mucho más, sobre su profunda angustia existencial. Y es que para Vonnegut, el poder de la creación literaria parece no sólo residir en su capacidad para contar sino para transformar lo que se cuenta en algo mucho más sustancioso, alegórico y sin duda poderoso. Con frecuencia, el autor además solía insistir que sólo la ciencia ficción era capaz de “mirar de manera optimista, incluso en sus momentos más bajos, el futuro”. No extraña por tanto, que una de sus novelas más conocidas sea una mezcla asombrosa y precisa entre el temor y el humor, la ciencia ficción y lo semibiográfico. Una recreación nueva y poderosa sobre la realidad y sus consecuencias.

Porque sin duda la novela Matadero número 5 es quizás una de las reconstrucciones y análisis más duros sobre la Guerra que ningún escritor de ciencia ficción haya llevado a cabo. No sólo de una visión personalísima sobre la destrucción y abrumadora angustia que todo conflicto bélico supone, sino una crítica directa, mordaz e inteligente con respecto a la sociedad contemporánea, lo que la sostiene, la manera como se comprende así misma. Vonnegut se da el lujo no sólo de asumir la guerra y recrearla a través de una serie de metáforas y alegorías profundamente poderosas, sino de utilizar un tipo de humor sardónico que convierte la historia en algo mucho más doloroso y desconcertante de lo que puede parecer a simple vista. Más aún, Vonnegut decide recrear el conflicto no sólo a través de una visión imaginativa y asombrosa, sino dotarlo de giros humorísticos que asombran por su contundencia. Todo un prodigio de imaginación y buen hacer literario, una vuelta de tuerca insólita para una reflexión crudísima sobre el futuro y la forma como la humanidad se comprende así misma.

Años después de la publicación de la novela, Vonnegut aseguraría que pasó mucho tiempo escribiendo y reescribiendo sus experiencias sobre el bombardeo que sufrió la ciudad Alemana de Dresde sin intenciones de incluirlo en novela alguna. Después decidió que lo haría, pero de una forma por completo nueva: una mirada hacia el tiempo que transcurre y sus consecuencias, de la idea de la muerte y la guerra como elementos que crean una complejidad absurda que poco a poco intenta desentrañar a través del humor. Incluso, Vonnegut se atreve a parodiarse así mismo: su personaje principal, un jovencisímo y torpe soldado que recorre una Alemania devastada y sumida en el caos, que observa con cierto tono burlón una realidad cada vez más claustrofóbica y violenta. Probablemente, ese sea el gran acierto de Vonnegut: su novela mira con descarnada precisión el presente y el futuro, la guerra, la muerte, la esencia de los conflictos, sin tomar partido por ninguna idea, sin asumir que la idea sea algo más que otra elucubración falsa, como otras tantas en la narración. Un juego de espejos cada vez más complicado, enrevesado y finalmente brillante que dota a la novela de su inusual personalidad.

Otro de los grandes méritos de la novela es su sencillez: escrita con una prosa precisa y aparentemente simple, la novela avanza con pulso firme en medio de situaciones cada vez más duras. Conmovedora, emotiva y en ocasiones inquietante, Matadero número 5 tiene la capacidad de asumir su propia visión sobre su historia como absurda, una burla gigantesca y personal hacia el temor y la desesperación. La aparición del elemento fantástico incluso parece someterse a esa necesidad de Vonnegut de asumir el riesgo de usar el humor como idea insistente, como base y cimiento de interpretaciones más profundas de la realidad.

Muy probablemente por todo lo anterior, sea tan complicado definir el tono y el ritmo de Matadero Número 5. ¿Se trata de una obra biográfica? ¿Una mordaz burla a la guerra y a la violencia? ¿Una obra de Ciencia Ficción pura que intenta como todas las obras del género analizar al hombre y su circunstancia desde una perspectiva por completo nueva? Quizás, Matadero Número 5 sea no solo una mezcla de todo lo anterior sino también, una poderosa mirada hacia la fragilidad humana, sus limitaciones y esa comprensión esencial de su propia vulnerabilidad.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine