Todos los rostros del hombre Invisible: Joaquín Phoenix y la actuación visceral.
La película You Were Never Really Here (2017) de la directora escocesa Lynne Ramsay y protagonizada por Joaquin Phoenix, analiza la redención, la violencia, el desarraigo y la soledad desde una visión casi poética. Lo hace además sin disimular la brutalidad del horror — hay sangre por doquier y una percepción de la amenaza directa que asombra por su crudeza — pero también con una elegancia sofisticada que convierte a la película en una extraña mezcla de matices. Ramsay combina la poesía visual de Ratcatcher (1999) y su complejidad conceptual con la vertiginosa percepción del peligro de Morvern Callar (2002) en algo por completo nuevo. You Were Never Really Here, reflexiona sobre el tiempo, el dolor y los matices de la locura en clave de cierta irónica percepción sobre el absurdo. Por supuesto, que la mayor fortaleza de la película es la actuación de Joaquin Phoenix como Joe, un mercenario cuya extrañísima sensibilidad se combina con una brutalidad rayana en lo inquietante, con su versión del bien y el mal distorsionado sobre un código moral inexplicable. Con cada gesto y cada diálogo apenas susurrado — Phoenix le imprime al personaje una profundidad de pesadilla que parece bordear un fondo traumático y misterioso en el que la película no se prodiga en exceso — el actor crea una sinfonía sobre el sufrimiento privado, con el breve añadido de una noción de lo caótico que el director utiliza como telón de fondo para una historia desconcertante, dura, pero sobre todo construida a la medida de una singular mezcla de peligro inminente y algo más amargo.
Por supuesto, Joaquin Phoenix comprende mejor que nadie a personajes como el atormentado Joe. Su carrera parece basada en esa percepción del sufrimiento como punto de partida hacia una colección de matices acerca de la naturaleza humana que el actor profundiza a niveles de desconcertante belleza. En Irrational Man (2015) y bajo la dirección de Woody Allen, Phoenix creó una lenta y pausada alegoría de la crisis existencial de un hombre de mediana edad y lo hizo con tan buen tino y con tanta delicadeza histriónica, que el personaje se sustenta en sus defectos más allá de sus virtudes, una especie de elaborada concepción del sufrimiento adulto que Phoenix sustentó a base de pequeños gestos ambiguos sobre las penurias emocionales de un hombre común. Allen llegaría a decir que se trataba de un cuidado estudio sobre “el tedio de la mediana edad y algo más complejo”, una especie de estructura bien construida de los horrores discretos de lo cotidiana.
Con tres nominaciones al Oscar, se le considera el mejor actor de su generación, pero lo más probable es que Phoenix, con su rareza inquietante y su profunda comprensión sobre la actuación como una dura expresión del yo, no le importa demasiado la calificación. Cuando obtuvo el premio al mejor actor en el Festival de Cannes por You Were Never Really Here, lo recibió con una humildad casi tímida, que terminó por cimentar el extraño mito a su alrededor, como un hombre peculiar, inclasificable. Incluso, su manera de describir el método para elaborar el mundo de su personaje resulta inquietante en su singular poesía: “Lynne Ramsay, la directora, me mandó unos archivos de audio con fuegos artificiales y explosiones y dijo: ‘Esto es lo que hay en su cabeza’. Y pensé: ‘Eso es, no hay que decir nada más’. Era perfecto” declaró por entonces en una improvisada rueda de prensa. Y rechazó toda comparación de la película con Taxi Driver (Martin Scorsese — 1976), como si la mera idea de tomar como referente a un clásico del siglo XX el resultara impensable. Pero no se trata de arrogancia: Para Phoenix, actuar es algo más que crear un personaje creíble. Se trata de expresar una noción sobre lo verosímil que resulta irrepetible y la mayoría de las veces, inquietante en su pura capacidad para sorprender.
Tal vez se deba a que Joaquin Phoenix lleva casi 39 años actuando. Proviene de un entorno de actores (cinco de sus hermanos están relacionados de alguna u otra forma con el mundo del cine, incluido el malogrado River) y de hecho, más de una vez admitió que en su vida, un set es mucho más real que cualquier otra cosa. Como miembro de una familia liberal que incluso llegó a pertenecer a una secta y recorrer México, Centro y Sudamérica, Phoenix parece jamás haber tenido un lugar más seguro que la actuación. Un espacio en el que transforma el desarraigo infantil y juvenil en algo más elaborado y sustancioso.
La prolífica carrera comenzó pronto, gracias al suceso más conocido de su vida privada: la muerte de su hermano River Phoenix debido a una sobredosis, en pleno Sunset Boulevard y a pocos metros de The Viper Room un club propiedad de Johnny Depp. El suceso cambió su vida para siempre pero además, afianzó cierto aire trágico alrededor de Joaquin Phoenix, que aún después de treinta años del suceso sigue conservando. Hay algo de un tipo de dolor contenido, reconvertido en pura amargura dulcificada por un abismo de sufrimiento emocional, que el actor utiliza en cada una de sus películas. Fue esa crueldad apenas sugerida, la que sorprendió al público y crítica en su primer gran éxito actoral: En 1995, el director Gus Van Sant le permitió a Phoenix la libertad de elaborar un personaje inquietante, frágil y letal, cómplice de asesinato junto a Nicole Kidman en “To Die For”, en la que el actor brillo desde una fragilidad engañosa que le transformó en una rareza en medio de los estereotipos de un Hollywood que no sabía muy bien como clasificar su vulnerabilidad inquietante. También fue esa combinación de sentimientos contenidos y convertidos en algo más denso y peligroso la que dotó al cruel emperador Cómodo en El Gladiador (Ridley Scott — 2000) de una inesperada dimensión trágica que le valió al actor su primera nominación al Oscar. En Walk the line (James Mangold — 2005) interpretó al atormentado Johnny Cash con una violenta belleza emocional que le brindó una nominación al premio de la Academia y le consagró como el actor ideal para encarnar hombres atormentados y de un pasado turbio, que aún así aspiran a la redención.
Quizás la mejor manera de definir al actor sea con su obra más peculiar y burlona: el proyecto I’m Still Here, un falso documental en que Phoenix se burló de todos los estratos de la fama, el reconocimiento y el mundo de Hollywood durante casi un año. Dirigido por su por entonces cuñado Casey Affleck, por entonces su cuñado. El argumento residía en anunciar un falso retiro de Phoenix y analizar la reacción pública “Inicialmente pensé que sería muy divertido que un actor de 35 años dijera que se retira. La broma era que a nadie le iba a importar. Eso era lo gracioso: la idea de un actor egocéntrico y arrogante que piensa que va a contar su retirada y la gente va a flipar y luego, en realidad, no le interesa a nadie” declaró en la oportunidad. Pero el asunto resultó más controvertido de lo que Affleck y el mismo Phoenix supusieron y de pronto, se encontraron grabando horas de metraje de todo tipo de entrevistas, comentarios y la notoria banalidad de Hollywood.
Como reflejo de la vanidad y el narcisismo de la meca del cine, el proyecto resultó un éxito, pero no todo el mundo pareció especialmente feliz de formar parte de un engaño a gran escala que nadie supo muy bien como encajar, mucho más cuando la premisa se hizo más estrambótica: el ahora retirado actor quería hacer un disco de Rap. Phoenix diría que nunca había disfrutado tanto interpretar a sí mismo en medio de la debacle. Con su hábito de desaparecer dentro de los personajes y de hundirse lentamente en los terrores y dolores de una búsqueda de significado sin demasiado sentido, Phoenix representó al Phoenix imposible, el derrotado por la costumbre y convertido un estereotipo flojo. “Lo mejor que nadie ha dicho sobre mí” confesó en una entrevista sobre el tema.
Como Theodore Twombly, su personaje en Her (2016) de Spike Jonze, hay un reborde mórbido, pero sustancialmente trágico en este actor de múltiples rostros, pero tal vez, ninguno real. Maligno, frágil, vulnerable, poderoso, inquietante, peculiar, Phoenix bordea algo inclasificable que, sin duda, es la esencia de su poderosa capacidad histriónica. Con su próximo papel despertando asombro y expectativa — su encarnación del archivillano más famoso de DC comic, el Guasón, deslumbró al Festival de Venecia — Phoenix está cada vez más cerca del icono y más lejos, de la percepción del actor como herramienta de la industria. Quizás el mayor triunfo del actor en la actualidad.