La tenebrosa oscuridad interior:

Los horrores sin nombres de “El Hoyo” de Galder Gaztelu -Urrutiaes.

Aglaia Berlutti
10 min readMar 26, 2020

Lo primero que sorprende en la película El Hoyo (2019) de Galder Gaztelu-Urrutiaes, la ausencia de referencias temporales o espaciales sobre el lugar que muestra. Lo más probable es que se trate de una cárcel, pero también podría ser un manicomio o incluso, algo mucho más retorcido como un lugar de paso o de prueba en que los inquilinos — o cualquiera sea el nombre que reciben los reclusos — hacen despliegue de sus capacidades o debilidades, para probarse a sí mismo. El ambiente hostil, con su paleta de grises que incluye una clara referencia hacia películas del género relacionadas con claustros o confinamientos, podría sugerir la idea de que lo que nos muestra el director es algo más que una mirada profunda a un tipo de alegorías sobre los lugares inexplorados de la mente humana, los matices de la moral y algo más semejante a un rasero misterioso, que se relaciona directamente con la forma en que se interpreta el espíritu humano puesto bajo presiones insoportables.

Pero la película, en realidad es mucho más compleja que eso y lo deja en claro desde la primera secuencia, en que la comida se muestra como el gran tesoro que durante buena parte de la trama se disputará con una crueldad inusitada. Pero también, será la medida de las ambiciones de un film obsesionado con la avaricia. El director Galder Gaztelu-Urrutia Reflexiona con acierto y una brutalidad en ocasiones insoportable sobre los espacios oscuros de la mente humana, pero también sobre su fragilidad en condiciones inexplicables e insoportables. El argumento no se prodiga lo suficiente durante los primeros minutos: los fragmentos de información que recibimos a través de diálogos explicativos cortos entre los personajes, no son lo suficientemente claros como para mostrar a qué peligro o contra qué amenaza nos enfrentamos. Mientras uno de los personajes admite que se encuentra dentro del recinto por voluntad propia y el otro confiesa que lo hace para purgar un crimen tan improbable como ridículo, el film parece más interesado en analizar las consecuencias de las acciones que crear o construir una percepción más clara sobre las condiciones en que se encuentran los reclusos o incluso los reos que están bajo la custodia de cuál sea la institución que mantiene la extraña, cruel y sobretodo violenta estructura.

Quizás, una de las características más curiosas de la trama, es su esfuerzo considerable por desconcertar al espectador. La enorme plataforma de la que no tenemos una connotación visual clara, puede comprenderse tanto desde arriba como desde abajo, lo recuerda en ocasiones a la tecnología de la saga El Cubo del 2001 del director Vincenzo Natali y sus secuelas — Cube 2: Hypercube (2002) de Andrzej Sekuła, y Cube Zero (2004) de Ernie Barbarash - e incluso, a la fallida No escape Room de Adam Robitel. El Hoyo también juega con las condiciones y las aseveraciones del espacio como lugar de confinamiento. Por supuesto también hay una evidente referencia a la película El ángel Exterminador de Luis Buñuel, con la que comparte no sólo la abstracción sobre el lugar en que se encuentra sino las pocas y muy poco claras explicaciones sobre el motivo por el cual existe o el mismo hecho de la concepciòn de la extraña estructura que controla y sujeta a los reos o reclusos bajo unas mismas y barbáricas condiciones. Hay un elemento definitivamente primitivo en la idea de la lucha de valores y la idealización de la moral en medio de condiciones indescriptibles e infrahumanas, en las que deben sobrevivir los personajes. Resulta aterrador el clima inquietante en que se desarrolla la narración, mezclada con una fábula siniestra sobre las motivaciones y los deseos más allá de la cuestión sobre el ser humano y sus relaciones entre lo que considera correcto y lo que no lo es, el bien y el mal. El director, vincula la condición sobre la plusvalía de lo que somos o lo que deseamos ser, con las decisiones y reacciones de la mayoría de los reclusos. Todos los personajes están dispuestos no sólo a matar sino a comer a sus compañeros de celda, aun cuando la mayoría debe convivir con ellos el suficiente tiempo como para conocerse y llegar a intimar en más de una manera. Resulta abrumador el hecho que durante gran parte del metraje, el argumento se concentra no sólo en la en la construcción de una dinámica frágil que se sostiene sobre las relaciones de los deseos y la capacidad de supervivencia de los recluidos en las plataformas, en contra de una monstruosa maquinaria que no sólo carece de nombre sino incluso de dirección. Lo único que los espectadores llegamos a conocer sobre la gran estructura de la plataforma es el hecho que la comida es servida y preparada ex profeso con toda la intención de tentar y ser repartida a través de las interminables plataformas que al final carecen de número e incluso significado. Los reos, recluso, inquilinos o cual sea la condición de los personajes atrapados en cada uno de los pisos solo es una forma de deshumanización con reglas abstractas y el director no está dispuesto explicarlo de manera sencilla.

El miedo y lo brutal en lo misterioso

La primera gran escena de la película muestra a cocineros sin nombres que se apresuran a preparar lo que parece una suculenta y lujosa cena destinada a comensales de alto rango. No obstante, lo que vemos es en realidad los preparativos para lo que seguramente es una de las formas de tortura más elaboradas y grotescas que se ha mostrado en el cine durante los últimos años. No se trata sólo del control sobre los instintos primarios sino esa cierta percepción sobre la lucha y la batalla por la necesidad de supervivencia que el director Galder Gaztelu-Urrutia, logra plasmar con una elegancia que sorprende por su inteligencia, a pesar de las imágenes crueles y las grotescas condiciones que la atmósfera cada vez más retorcida de la película muestra. En El Hoyo no hay nada sobre la condición humana que no esté emparentado directamente con lo animal, mientras los personajes luchan entre sí no solamente para mantenerse con vida sino para vencer un orden casi natural de convivencia forzada que cada vez se hace más insoportable.

La alegoría de una comida opulenta también es una referencia directa a la filmografía de Buñuel, que en más de una ocasión utilizó escenarios semejantes para mostrar una cierta capacidad y cualidad caníbal de la naturaleza humana y también, la codiciosa necesidad de posesión, que es parte del discurso de la mayoría de sus películas. En El Hoyo, el hecho del hambre es mucho más que un reacciòn orgànica. También implica una batalla por delimitar espacios de posesión, que permita un juego de jerarquía de la que depende la vida y la muerte de los personajes. La visión grotesca de los prisioneros decidiendo quién morirá o vivirá, quién será comido o comerá es una de las imágenes más desconcertantes de una película llena de ellas. Además, para El Hoyo la condición humana se pierde a medida que la plataforma resume las necesidades biológicas y mentales, en una versión simplificada de la pirámide de Maslow. Ya no se trata sólo de la comida como una forma de vivir sino una forma de luchar para contrarrestar el dominio del otro. Las plataformas suben y bajan para crear la sensación, que en realidad El Hoyo — ya sea una cárcel un manicomio o lugar de reclusión sin verdadero motivo — es más allá de sí misma una gran escalera hacia las condiciones humanas más perversas y crueles. Hay una considerable revelación sobre la forma en que las condiciones extremas puede transformarnos, tanto en nuestra mejor versión como en algo tan grotesco como un monstruo capaz de de devorar trozo a trozo a su compañero de celda.Por supuesto como eje central de la película, la comida y las relaciones que se establecen entre los personajes a partir del apetito forma parte de una reflexión muy cuidada sobre lo humano y lo animal, la forma en que pueden confundirse hasta crear una criatura inexplicable e irreconocible de un hombre o una mujer corriente.

Algo que sorprende de la película es su capacidad para desconcertar, a pesar de que los giros de tramas parecen ser predecibles y de hecho pueden resultar comprensibles dentro del cierto orden que el argumento establece desde los primeros minutos y casi desde la primera escena. Es evidente que las plataformas forman parte de una estructura mecánica semejante un rompecabezas en los que los personajes son distribuidos de manera aleatoria para aumentar o fomentar un tipo de crueldad difícilmente explicable. Los exquisitos platillos que podrían formar parte de la mesa de un rey son también una forma de provocación, que deshumaniza por completo no solamente a los personajes sino a todo lo que circunda las relaciones de poder que se establecen en una película en la que la codicia y la ambición e incluso la vanidad forman un todo restrictivo y sobre todo desconcertante que al tercer tramo se convierte en una gran metáfora sobre la oscuridad de la naturaleza humana.

En esta torre de Babel en la que al parecer pueden estar recluidos tanto niños como ancianos, culpables o inocentes, hombres que sólo desean de ser un libro e incluso enfermos cuyo último deseo es transitar las intrincadas entrañas de una superestructura carente de explicación, el asesinato forma parte cotidiana de la dinámica de convivencia entre los personajes. A medida que desciende hacia el interior de la tierra, las plataformas se transforman en pequeños ejemplos de los horrores escondido dentro de la mente de los reclusos. Nivel a nivel, El Hoyo muestra no sólo la sofisticada capacidad para el sadismo de sus anónimos e invisibles creadores sino también, la conmoción de las formas como como la mente puede crear sus propias pautas morales y espirituales para soportar el horror del vacío. Hay algo inquietante en el hecho no exista una regla fija más allá de la capacidad para comer y el hecho de que el número de la plataforma puede indicar la capacidad de supervivencia de los confinados en su interior. Cada plataforma tiene la extraña capacidad de explorar los temores y miserias de los personajes que les ocupan a medida que el número se hace más alto, es mayor la incapacidad de los personajes para mantener la cordura extraño híbrido entre la lucidez de la crueldad asumida y la batalla contra el otro por sobrevivir en condiciones inexplicables.

Por extraño que parezca, la única descripción que tenemos sobre lo que es o podría ser El Hoyo, es una frase de un funcionario anónimo a comienzo de la película que habla sobre una estructura de autogestión vertical. De modo que es que esta gran estructura que se eleva y desciende podría ser tanto una torre como un agujero interminable, imagen que recuerda a la inquietante versión sobre la realidad de la película Aniquilaciòn de Alex Garland, basadas en el libro de Jeff Vandermeer: en ambas visiones sobre el horror, la contraposición del arriba y el abajo, la irrealidad y la realidad, lo absurdo y lo caótico se contraponen unas a otras para crear un ambiente inexplicable que termina por ser no sólo sofocantes y definitivamente enloquecedor.

La alegoría de Gaztelu-Urrutia es contundente aunque su metáfora resulta por momentos demasiado directa como para acondicionar una idea que pueda analizarse desde el onírico. Los guionistas David Desola y Pedro Rivera reflexionar con una crueldad inusitada sobre el hecho de que podría llevar a cualquiera a tener instintos caníbales sin embargo el canibalismo y sus atrocidades no son el tema principal de esta distopia, que pudiera bien ser una gran reflexión sobre la reclusión o sobre el hecho de la mente llevado a un límite desconocido que puede crear o construir sus propias pautas

Goreng (Iván Massagué) es el personaje que quizá muestra con mayor claridad la transición entre la cordura y una lucidez despiadada y pragmática, que termina por convertir el personaje en el reflejo de todo lo que ocurre detrás de las paredes de acero pulido. En las primeras escenas, Goreng se muestra como un hombre sensible cuya única posesión es un libro el cual decidió llevar al interior del Hoyo como una forma de recordarse su propia humanidad. Por otro lado Trimagasi (Zorion Eguileor) es un anciano cínico que está recluido dentro de las paredes del Hoyo por un crimen inverosímil que podría ser o no real. Quizás una de las mayores cualidades de la película es el juego delicado sutil e incluso en ocasiones por completo invisible, entre los papeles del Villano y el Héroe que nunca llegan a definirse el todo. También hay una profunda convicción sobre el hecho de que el ser humano es capaz de los peores pecados en las condiciones adecuadas y de las mayores aspiraciones idealistas en las situaciones más caóticas, algo en lo que el director hace un especial énfasis en esta construcción entre lo que soñamos y las pesadillas que alimenta la razón desnuda

El hoyo cambia sus intenciones a medida que la película pasa de una pesarosa reflexión sobre la bondad, la empatía e incluso la noción sobre la lucha por la igualdad, hasta crear un escenario de dureza, que destroza el peso empático del encarcelamiento. O al menos lo que una de las reclusas llama la solidaridad espontánea. La gran pregunta si existe o no algo capaz de provocar una crueldad tan acentuada como para transformar el alma sensible de un hombre, en una criatura capaz de matar por su propia supervivencia no es una cuestionamiento que no se haya hecho el cine en otras oportunidades y sin embargo El Hoyo trata de responder la cuestión, desde imágenes cristalinas y duras que elabora a través de una percepción sobre la identidad que se desploma poco a poco hacia una oscuridad ominosa.

En una película tan cargada de simbolismos y arquetipos en los que los poderosos son invisibles y los pobres y desafortunados son carne de cañón para un experimento sin nombre y quizás un tipo de control social inimaginable, el hecho del poder se retrotrae hacia algo más profundo, extraño e inquietante. Hacia el tramo final, las preguntas son muchas más provocadoras que las posibles respuestas y la última escena parece sugerir que hay un cierto orden estructural dentro de una idea mucho más profunda y casi espiritual que el director insinúa pero no llega mostrar. Quizá uno de los mayores triunfos de El Hoyo, sea el de crear una situación lo suficientemente inquietante como para formar parte de algo más macabro sin necesidad de ser evidente o mucho menos, predecible y desalentador.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine