La Reina de las Cenizas:

De como Daenerys Targaryen se convirtió en el símbolo de los peligros de poder en Game of Thrones.

Aglaia Berlutti
13 min readMay 14, 2019

En el primer capítulo de la temporada inicial de la por entonces desconocida serie Game of Thrones, Daenerys Targaryen (interpretada por la actriz Emilia Clarke) se encuentra en una sala lujosa de mármoles color beige y rosa. Su hermano Viserys acaba de hacerle desnudar para mirarle el cuerpo y asegurarse sea “perfecta” para Khal Drogo, el líder Dothraki con quien la obligará a contraer matrimonio a cambio de un ejército. Daenerys se encuentra desnuda, despojada de cualquier atributo de poder de su familia y el Reinado de su padre. Sólo es una adolescente aterrorizada, envilecida por la ambición de su único pariente con vida. Una mujer sin control de su destino, sometida a la tiranía de la sangre y de la herencia, incapaz de escapar o torcer la línea de su vida. De pie, con el cabello plateado cayéndole sobre los hombros, Daenerys aprieta los labios y las manos. Único gesto de furia y rencor que se permite.

Hacia el final de la temporada, la niña mujer ha desaparecido por completo. Viserys ha muerto (asesinado por el hombre a quien creyó un aliado), el Khal se ha enamorado de ella y los preparativos para una futura conquista de King’s Landing se llevan a cabo. De pie, bajo una tienda de campaña de cuero de caballo y bajo el sol violento de las estepas, mira el fuego en que se calientan los huevos de dragón que heredó. Se sabe poderosa, amada, la futura madre del heredero del Khalasar. Y también es ambiciosa, una mujer que descubre que le agrada el poder, que puede ejercerlo y que está destinada a serlo. Aprieta las manos: necesita encontrar cuanto antes el propósito de su vida y recorrer la línea que la llevará al trono que le espera. Para Daenerys no hay duda sobre su derecho de nacimiento, el legado familiar que lleva a cuestas. El fuego en las venas, el poder en las manos.

Pero Daenerys, que conocía como cualquier otro miembro de su casa el legado de locura y violencia de sus ancestros, se jurará a sí misma y a sus seguidores que jamás como padre. “Jamás seré Reina de las cenizas” dice en la temporada seis y lo hace, en la tranquila calidez de la luz de Meereen, Reino que acaba de recuperar ( por segunda oportunidad) y que forma parte de las joyas de su simbólica corona. Daenerys, muy joven aún, madre de tres dragones y líder de un colosal ejército de Dothraki e Inmaculados, sabe que el tránsito al poder será relativamente sencillo. Todavía no ha tenido la oposición de nadie y sus pocos enemigos, han muerto calcinados por el fuego de dragón. Tyrion — el más joven de los Lannister y recién nombrado Mano de la Reina — le escucha encantado y lleno de esperanza. Después de todo, esta Soberana núbil, llena de buenas intenciones y de poder — de un poder antiguo y primitivo que la hace extraordinaria — parece ser la conclusión de un largo camino de un linaje roto por la locura y la codicia. De modo que la sonriente Daenerys no duda en hacer la promesa a su consejero, en mirar el mundo con optimismo. Será la Reina que todos necesitan, la que rompe la rueda de las viejas y siniestras casas de Westeros. “Seré la que libere a todos del miedo” anuncia, la voz vibrante de autosatisfacción y convicción. Un líder con las manos llenas de promesas.

No obstante, durante la temporada ocho, Daenerys ha debido enfrentarse a los sinsabores del poder real y la profundidad de las pérdidas en un continente violento, cruel y déspota como Westeros. Enamorada casi con inocencia de un hombre cuya lealtad está con las tierras en las que creció, viaja al Norte en busca de aliados y para ofrecer su ayuda. La Reina de Dragones no sabe de negociaciones ni tampoco, de conversaciones a media voz. Para ella, todo es obvio y se da por sentado: El Norte le pertenece por derecho de nacimiento y así lo reclama. Sansa Stark, astuta pupila involuntaria de Littlefinger y escucha atenta de Tyrion Lannister, la acepta a regañadientes, consciente de su superioridad de fuerzas y de la influencia que pesa sobre Jon Snow, el Guardián de la Región. Pero aún así, Daenerys no está satisfecha y de pronto, se hace obvio que no lo estará jamás. La Reina necesita más adoración, más poder, más lealtad. No importa cuanto obtenga, siempre parecerá poco, poco valioso. Porque de pronto, la Reina no sólo está convencida de su cualidad infalible, sino de su predestinación. Implacable y dura, mira hacia el trono que le espera entre la furia y cierta convicción despiadada que hará lo que sea para llegar a él.

La sed de poder lo corrompe todo y en el caso de Daenerys, el poder y el peso del poder se entremezclan de tantas formas distintas, que terminan creando una red inevitable alrededor de su personalidad. Daenerys, violenta, ungida por medios considerables para ejercer su derecho al trono, se encuentra con obstáculos impensables: Un sobrino desconocido que podría disputarle el privilegio (y que también es su amante), una férrea líder en el levantístico y hosco Norte y la voluntad de Cersei de no ceder ni un ápice del terreno conquistado. Y la Reina no sabe de contradicciones. No sabe de estrategia más allá de la obvia: apenas unos años más joven que la niña desnuda que sería entregada en matrimonio a un bárbaro, Daenerys se encuentra de pronto muy sola, en el límite de sus posibilidades y en el reclamo que se convirtió en su único propósito. Enfrenta a la muerte y resulta vencedora, aunque pierde a Jorah Mormont, quizás el único amor completamente sincero que ha conocido antes o después. Y también al único consejero que no le teme. Al contraste, Tyrion le admira y le contempla a la distancia, con una reverencia feroz muy parecida al amor pero sin la posibilidad del cinismo de la amargura. Daenerys poco a poco, pierde la conexión con el poder más allá del trono, el que se ejerce a través de la inteligencia, la escucha y la habilidad para mover los hilos invisibles que los rodean. Varys, sobreviviente a tres cabezas coronadas, la contempla con preocupación. “Temo por su salud mental” dice en el capítulo de la temporada final, uno antes de morir. Tyrion sacude la cabeza. No lo dice, pero para él, también es obvio que la cordura de Daenerys está estrechamente vinculada con sus objetivos y su ambición central. Pero aún el menor de los Lannister, está convencido que en medio de la dureza, hay un punto frágil. Las buenas intenciones de la Reina, la necesidad de apartarse del hilo familiar que le sostiene y le ata al pasado.

La evolución de Daenerys Targaryen ha sido una de las más duras, extrañas y controvertidas del fenómeno pop en que se ha convertido Game of Thrones. La Reina de los Dragones, admirada por determinación, independencia y aparente naturaleza justa, es el hilo narrativo que representa quizás lo mejor y lo peor de Westeros, ese continente ficticio en el que nadie es completamente bueno ni tampoco, malo. A mitad de camino entre la heroína y el más cruel villano, la Madre de los Dragones es quizás el epítome de la obra de George R.R Martin, que ya desde hace años, advirtió que no había que “encariñarse demasiado” con la Reina Targaryen. Para bien o para mal, Daenerys encarna de manera fidedigna el juego de tronos a que hace referencia el primer libro de la saga de novelas Río convertidas en obras icónicas de lo fantástico en la actualidad. Dual, transformada paso a paso en un monstruo — tan cercana a sus enemigos que comete los mismos errores y provoca las mismas tragedias — y sobre todo, falible, esta Reina prometida que se transformó en una amenaza para todos a su alrededor, es el símbolo de la noción del bien y el mal del continente imaginado por Martin y sus tortuosas relaciones de poder.

La “Reina de la Cenizas” ahora deberá enfrentarse a los sobrevivientes de la tragedia que desencadenó, pero también, a la conmoción de su transformación en un espectro de todos los Targaryen de quienes heredó la locura de la misma manera evidente, que su cabello color plata. Daenerys, de pie frente a su ejército y rodeada de las ruinas del Reino que intenta gobernar, es la metáfora de la historia de su familia (llevada al desastre por un hambre de poder tan insaciable como peligrosa) y a la vez, de los terrores e inquietudes que se anudan al terror evidente de su naturaleza despótica. La Reina que se creyó a sí misma salvadora — y que sigue creyéndolo de algún modo — destruyó King’s Landing en la convicción que salvaba a “generaciones futuras” de la asedio “de tiranos”. Sin reconocerse a sí misma como uno y usando la fuerza bruta para romper de una vez por todas la rueda del poder, Daenerys comienza su — con toda seguridad — corto reinado, sin comprender el alcance de sus acciones. Sostenida sobre la posibilidad de la destrucción definitiva y aferrada a la naturaleza originaria de su poder, la última Reina Targaryen se sienta en el Trono de Hierro, dispuesta a devastar cualquier oposición.

Más allá del círculo del fuego.

El personaje de Daenerys Targaryen es un recorrido por todos los síntomas retorcidos y dolorosos de la locura, tal y como se concibe en Westeros. Para George R.R Martin, el poder es peligroso y un riesgo latente. Nadie que lo haya tenido en su continente ficticio ha sobrevivido a él: Desde la cruenta historia Targaryen (que incluye un recorrido exhaustivo por los peores males de la ambición y una tortuosa visión de los vínculos familiares), hasta la frialdad de la Casa Lannister y su usurpación basada en la traición, en Westeros obtener el poder es un trayecto sobre cadáveres. Y es un axioma que se cumple con deliberada precisión: Ninguno de quienes intentaron llegar al Trono de Hierro durante ocho temporadas, lo han logrado y quienes se han sentado en él antes, han muerto de maneras despiadadas. Robert Baratheon terminó sus días siendo traicionado por su Reina y despojado incluso de un lugar en la historia. Joffrey — su supuesto hijo y sucesor — envenenado en medio de las complicadas intrigas de la corte. Tommen, el más pequeño de los hombres Baratheon — O en realidad, Lannister — llegó al trono siendo apenas un niño y se suicidó unos meses después, llevado por la desesperación, la frustración y el miedo. Finalmente, Cersei Lannister ocupó el trono de Hierro, más sola que nunca, rodeada de pocos asesores y perdiendo a Jamie, su hermano y amante, en medio de los trasiegos del poder. Ahora, ambos mueren juntos, aplastados por la Torre que intentaron defender. ¿Cuál será el destino de Daenerys Targaryen?

Para Martin, la cualidad del poder engendra peligros y es algo que queda claro a medida que su saga avanza. Daenerys es la confirmación de la premisa de libro y serie. Lo es por inevitable, por necesaria y por ser la más evidente de las consecuencias de una Reina, que maduró aceleradamente en medio de consejeros complacientes y triunfos de fuerza bruta. Hasta llegar al Norte, Daenerys nunca tuvo que enfrentar verdadera oposición ni tampoco, negociar sus espacios de influencia con pares. La Reina estaba rodeada de amantes, sirvientes y adoradores, que además de apuntalar la idea de su poder absoluto — bendecido por el nombre de su casa — también, era el hilo razonable de una historia mucho más compleja. Pero frente a Sansa — una líder madura y espléndida intendente que recuperó el Norte a fuerza de estrategia — , Daenerys parece empequeñecida y sometida al albedrío de su poder colosal que no controla del todo. Sus ejércitos invaden Winterfell pero la Reina Dragón no ha tomado la menor de las precauciones: “¿Cómo vamos a alimentar a todos?” se queja Sansa, que mantiene al Norte en pie a pesar del crudo invierno y las carencias. Pero Daenerys parece lejos de cualquier implicación venial de lo poderoso. Lo que le espera — y lo que sueña — son con grandes batallas gloriosas y también, con triunfos inmediatos. De nuevo, el poder es una invitación, una amenaza y el peor de los enemigos.

En la Batalla de Winterfell es más obvio que nunca que Daenerys carece de verdadera inteligencia estratégica: pierde a la mitad de sus hombres por un movimiento torpe y también, su arrogancia. Con los Dothraki e Inmaculados diezmados, la Reina exige lealtad al Norte y marcha al Sur, sin otra estrategia que el ataque por aire y por fuego. Y es su incapacidad para asumir el poder como una estrategia de inteligencia, lo que le lleva a su peor derrota: La muerte de Rhaegal y Missandei, son la consecuencia inmediata de su premura, de la insistencia de cubrir el trecho hacia el Trono de Hierro sin detenerse en el análisis y la concepción del poder como una medida coalición de fuerzas. Y Daenerys, que jamás ha tenido oposición alguna, que Reina sobre lugares inhóspitos, que lidera ejércitos que le obedecen a ciegas, encuentra que no es tan sencillo recuperar lo que considera suyo.

En Daenerys hay algo de todos los líderes — muertos o asesinados — que intentaron llegar antes al Trono de las espadas de acero Valyrio, tan incómodo y tan inevitable al mismo tiempo. De Robert Baratheon — el hombre que quiso matarla sólo por ser Targaryen — , tiene la avaricia y la necesidad de destruir a sus enemigos sin otra motivación que su existencia. De Stannis, la creencia de la predestinación y los errores inmediatos bajo el auspicio del derecho divino al poder. De Renly, su ira desordenada y su casi infantil sorpresa hacia las consecuencias de sus errores. De Robb Stark, la astucia malograda y la imprudencia. De Cersei, la crueldad. Como personaje, la Reina de los Dragones es la culminación de un largo recorrido por los vicios del horror que sostienen la perpetuidad de la Corona en Westeros. Pero sobre todo, de las consecuencias catastróficas que deja a su paso.

Martin — y posteriormente los guionistas de la serie — crean para Daenerys una red invisible de posibilidades que le conducen a un destino inevitable. A lomos de su dragón Drogon (el único sobreviviente a su linaje, como ella misma), destruye la ciudad que construyeron sus ancestros en la conquista del Continente y lo hace a consciencia. No hay nada de arrebato en ese vuelo mortal que despojó a Daenerys de toda humanidad. En un extraordinario uso del simbolismo, los guionistas le convirtieron en una figura deshumanizada y sin rostro, a lomos del dragón, una amenaza violenta que destroza todo a su paso sin otro motivo — y propósito — que la dominación absoluta. La posibilidad de un mundo mejor que anunció con inocencia temporadas atrás, se transforma en una devastación colosal que supera con creces, la de cualquier ejército que Westeros haya conocido. Daenerys devasta King’s Landing y lo hace, porque no desea oposición, atisbo de negociación o tránsito. Lo hace incluso con sus hombres en la ciudad, con los Dothraki -la única tribu que conoció o a la que siente ligada — tan en peligro como los anónimos habitantes de la ciudad. Lo hace mientras la últimas resistencia a su figura caen y se transforman en la viva naturaleza del caos: El fiel Gusano Gris pierde la dignidad y la integridad, para levantar las armas contra una multitud que se había rendido. Jon, su amante y único pariente con vida, retrocede aterrorizado ante la enormidad de la tragedia. La serie crea entonces su giro más retorcido, el más sorprendente además de lo evidente, convertir a la esperanza en el horror. Mostrar el verdadero rostro del poder en el Continente.

Por supuesto, resulta sorprendente que este símbolo maleado del retorcido uso de medios y la capacidad del poder para corromper, se haya convertido en algo semejante a un ícono feminista. El poder siempre fue el punto culminante de toda su travesía y el centro de toda su transformación. En realidad, Daenerys Targaryen es la más joven de una larga línea de Reyes y Reinas, que utilizaron la violencia, la destrucción y la devastación a niveles colosales para instaurar — y disputar — el poder. A pesar de su insistencia, en “no ser como su padre”, desde la primera temporada (y primer libro) queda muy claro que la Reina de Dragones sufriría a no tardar una dramática transformación. Para los Targaryen, es un lenguaje y Daenerys fue educada bajo esa premisa. Ejemplos sobran: La forma en que reaccionó a la muerte de Viserys, su hermano. Impasible, convencida de la justicia de la brutalidad, La muerte en la cámara acorazada de Doreah y Xaro Xhoan Daxos, condenados a morir de hambre durante la segunda temporada. La muerte de los Tarly, tan parecida a los asesinatos del Rey Aerys II. Cada paso de Daenerys confirmó que su ambición y ego eran enormes y que su convicción de estar “predestinada al poder” devastaría de un momento a otro, su cordura. A diferencia de Arya Stark — que de sobreviviente se convirtió en dueña absoluta de sus decisiones y su vida — y Sansa — que pasó víctima devastada a mujer convertida en líder a pesar de la violencia esgrimida contra ella -, Daenerys rebasó poco a poco límites sobre la violencia. Sólo que antes, la serie mostró a quienes mataban como “pueblo llano”, “opresores” y “contrincantes brutales”. En esta ocasión, las víctimas fueron mostradas en una horrorosa secuencia en tiempo real que dejó claro que Daenerys, siempre había matado y seguiría haciéndolo.

¿Que celebramos como símbolos de poder? lo ocurrido con Daenerys es una manera de cuestionar el tema. De hecho, es una versión recurrente sobre la vida en Westeros que Martin utiliza para analizar la manera en que nuestra cultura, adjudica importancia a elementos disímiles que en realidad, son formas desvirtuadas de poder. Varys, a punto de morir, deja muy claro que desde el día de su nacimiento Daenerys fue un peligro inminente: “Cada vez que un Targaryen nace, los dioses lanzan una moneda al aire y el mundo aguanta la respiración para ver de qué lado cae” Lo mismo opina Cersei. Para el libro (y la serie), el poder es una trampa venenosa y extraordinaria. Una en que los Targaryen suelen caer con enorme facilidad. Porque la moneda que cae es un anuncio que esta larga sucesión de héroes trágicos y villanos destruidos por la miseria espiritual, tiene siempre limitadas opciones para escapar de su propio legado. Buena parte de la casa Targaryen medró a través del incesto — ese secreto doloroso tan medieval y peligroso que Martin utiliza como una forma de señalar los horrores del amor — y también, de la locura. La moneda que cae entre la grandeza y la locura, es un aviso de la forma en que el poder se comprende en un continente en que la avaricia es un monstruo por sí mismo, un peligro latente. El mal inevitable.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine