Entre hojas y anaqueles: Los favoritos del año 2021

Aglaia Berlutti
16 min readDec 17, 2021

No podría decir qué hace a un libro mejor que otro. Por supuesto, no me refiero sólo a lo que puede brindarle mayor o menor valor literario a un libro, sino al peso de su historia. A esa cualidad que no sólo lo hace más cercano, comprensible y sobre todo preciado, por encima de cualquier otro. Esa Capacidad misteriosa y significativa de cautivar al posible lector. Sí, se trata de una visión elemental y quizás muy simple, pero es la más sencilla sobre la que puedo ponderar. Y la razón para esa visión tan ingenua, con toda seguridad es una sola: Soy una lectora devota.

Soy de los lectores que siempre desean leer. Por cualquier excusa, motivo y en todos los momentos posibles. De los que siempre se encuentran en compañía de sus libros favoritos y los que aún debe descubrir. De los que lleva siempre un par de libros en el morral, o los deja en el escritorio de trabajo, para hojearlos a la menor oportunidad. De las que tienen una mesa de noche rodeada de libros a medio leer, llenos de anotaciones y hojas medio arrugadas con sus párrafos favoritos copiados a manos. De las que considera a las librerías un hogar. De las que despierta a mitad de la noche para continuar leyendo un libro que dejó a la mitad. O de las que sencillamente no van a dormir para poder terminarlo. De las que atesora los libros como pequeños fragmentos de historia personal.

De manera que hablar sobre “libros favoritos” siempre me parecerá una temeridad, sobre todo todo, porque estoy convencida que cada libro brinda un mensaje, una idea nueva, una dimensión del mundo inolvidable. Incluso los más sencillos, los aparentemente tópicos, siempre abrirán puertas desconocidas en nuestra imaginación. Así que al momento de redactar una pequeña lista sobre mis historias favoritas durante el año 2018, me encontré que no sólo se trata de escoger sobre la calidad narrativa, semántica e incluso de un libro sobre otro, sino de una visión sorprendió — quizás fascinó — mucho más que otras. ¿Qué tan válido resulta escoger un libro sólo por la capacidad que tuvo para cautivar mi imaginación? No lo sé. Pero es quizás la manera más sincera que tengo que hacerlo, la más cercana a la manera como percibo los libros y lo que pueden brindarme: Una lugar por descubrir en mi mente. Un paisaje por completo desconocido que descubro — y paladeo — gracias a las palabras.

Siendo así, ¿Cuáles podrían ser mis historias favoritas en un año lleno de extraordinarias propuestas? Quizás los siguientes:

The Wife Upstairs de Rachel Hawkins

Cuando en 1847 se publicó la novela Jane Eyre, Charlotte Brontë no imaginaba que su trágica heroína estaba destinada a cambiar el papel de la mujer en la literatura. No sólo se trataba de un personaje femenino con un propósito, sino uno además, que estaba rodeado de poderosas personalidades que mostraron a los lectores las percepciones sobre el género imperantes en la época. Brontë creó una estructura narrativa, capaz de sostener los momentos más duros de su historia y además, dar vida a una personalidad atractiva y poderosa. Todo en medio del habitual escenario con reminiscencias góticas, un secreto escondido y una circunstancia en potencia mortal — o al menos infamante — que acecha desde las sombras.

La escritora Rachel Hawkins toma lo mejor de la novela de Brontë y renueva la propuesta, desde una mirada intrigante sobre la identidad de la mujer contemporánea, mezclada con los códigos del misterio y suspenso tradicional. Conocida por sus novelas de romances sobrenaturales destinados al público juvenil, Hawkins toma un considerable riesgo con The Wife Upstairs, una historia en apariencia sencilla sobre una pequeña tragedia doméstica, que se convierte en un ingenioso mecanismo de terror. La narración resulta sorprendente por todos los recursos que la autora utiliza para mostrar el recorrido de su protagonista para convertirse de una mujer común, a una heroína en mitad de una desgracia. No obstante, no se trata de un recorrido signado por el miedo, sino por el autodescubrimiento, lo que permite a la escritora construir una versión sobre la presión del sufrimiento emocional e intelectual de su personaje, mucho más intuitivo que sensorial. La Jane de Hawkins — resulta curioso que la escritora incluso haya bautizado a su personaje central con el mismo nombre de la obra que referencia — se encuentra atrapada en un laberinto doloroso que comienza y termina en un matrimonio sin amor.

Pero más allá de la angustia existencial que Jane soporta en medio de la desazón de un secreto que guardar, también hay un espacio en su mente en la que la necesidad de reconstruir su propia identidad es más fuerte que cualquier otra cosa. Hawkins tiene la suficiente inteligencia para reflexionar acerca de la manera en que el recorrido intelectual y moral de Jane le llevará a lugares desconocidos de su propia vida, a replantearse su historia desde una dimensión nueva y por último, elaborar una concepción sobre la fe, el dolor y la liberación por completo nueva. La historia une con buen pulso varios hilos argumentales para crear un rompecabezas complejo que termina por tener un núcleo misterioso. Hawkins está mucho más interesada en el trayecto de Jane para encontrar los momentos fundamentales de su vida, que en construir una hipótesis sobre cómo el sufrimiento puede cambiarle. Y ese es quizás, uno de los elementos más intrigantes de una novela que crea un mecanismo narrativo bien construido a partir de lo enigmático, para encontrar una expiación a la tensión emocional que sostiene desde el primer capítulo.

My Year Abroad de Chang-rae Lee

La novela moderna, sobre todo durante las últimas décadas, está basada en el equívoco. O esa parece ser la premisa fundamental, sobre la noción de lo accidental y el azar como centro de la trama. De hecho y a pesar de su cuidadoso análisis del mundo, la ficción contemporánea busca en el error, una explicación a la falibilidad de lo humano. Personajes que cometen desaciertos inexplicables o que se dejan llevar por errores de juicio, que engloban de forma delicada la idea de la identidad. Si a eso sumamos la insistencia de la literatura de las últimas décadas por narrar lo cotidiano, pequeño y doméstico, el resultado es una colección de historias que intentan mostrar lo humano y lo introspectivo, desde cierto paisaje informal. La vida, que fluye a través de pequeños fragmentos de información y que se sustenta sobre lo, en apariencia, banal.

La novela My Year Abroad del escritor Chang — rae Lee, tiene la misma connotación sobre lo corriente, llevado a un estrato íntimo y después, a una reflexión sobre lo colectivo. Todo en medio de una situación accidental que sostiene un argumento tramposo y brillante. La combinación entre la casualidad, el miedo y una cierta concepción del existencialismo, crea un recorrido hacia lo filosófico desde una mirada sencilla. O que en apariencia, lo es. Porque en realidad, la novela toma todos los atributos de la ficción suburbana y los subvierte para crear una sensación de urgencia. Algo está ocurriendo el mundo que habitan los personajes. Y ocurre, en mitad de una situación cada vez más complicada, angustiosa y dura de comprender.

El resultado es una mirada sobre lo humano, que sostiene un recorrido elegante a través de las pulsiones intelectuales y emocionales de una sociedad ambigua. My Year Abroad juega con la posibilidad de lo que podría suceder en medio de una situación impredecible por necesidad, pero que a la vez, podría ser un recorrido hacia lugares desconocidos de la mente. Para Chang — rae Lee, la percepción sobre lo humano se basa en la fragmentación: en todos los rostros y roles que podemos asumir. Su novela, intenta conjugar como puede y de la manera más sencilla, esa confrontación con el individuo en medio de algo más amplio, complicado y difícil de definir. El hombre y su entorno se sostienen como un único concepto, que además, permite reflexionar sobre el tránsito entre la percepción del yo (el egoísmo supremo) y el otro (la desconfianza como reafirmación). Una dualidad que My Year Abroad explota con inteligencia y precisión.

No One Is Talking About This de Patricia Lockwood

Escribir es un oficio de práctica, disciplina, al que además se suele añadir un cuidadoso espectro académico. Todo, envuelto en el lustre de la imaginación, la capacidad para sorprender y en especial, la forma en que puede analizarse el entorno como contexto conceptual. Pero además, el escritor tiene la singular posibilidad de traducir cuanto le rodea en un ámbito nuevo, la mayoría de las veces sorprendente por su cualidad para reinventar la realidad. La literatura, realza, ennoblece, profundiza, elucubra sobre la naturaleza humana, al mismo tiempo que la lleva a lugares desconocidos por el mero ejercicio de reflexionar sobre su trascendencia. Entre ambas cosas, escribir es un fenómeno emocional que emparenta con espacios intelectuales desconocidos y a su vez, refleja lo que somos — y cómo nos comprendemos — desde una perspectiva por completo nueva.

Tal vez por ese motivo, el libro No One Is Talking About This de Patricia Lockwood, sea tan pertinente en un momento como el actual, en que la narración de la realidad atraviesa la necesidad de adjudicar un valor renovado a ideas específicas acerca del ser humano y su forma de asumir su individualidad. ¿De qué escribe el escritor moderno? ¿qué le obsesiona? ¿hacia dónde se dirige su versión del tiempo y de las cosas? ¿qué hace sea más elaborado su percepción de la cualidad de lo fugaz, del tiempo que crea una concepción de lo moral, de sí mismo? No hay respuestas sencillas para una serie de cuestionamientos que aluden al existencialismo más profundo, pero en realidad, quizás Patricia Lockwood no busca responderlos. Su libro es una reflexión profunda, desprejuiciada y potente sobre el hecho de escribir el fenómeno de la vida tal y como lo conocemos y además, a través de la convicción que la necesidad de escribir — la concepción del oficio como un hecho orgánico — es un medio de comunicación y expresión de ideas fundamental para lo que consideramos humano. La versión sobre el mundo que incorporamos a la idea de la literatura, es tan compleja como la percepción de un universo mayor que convive con nuestra apreciación acerca de lo que nos rodea. ¿Qué es el mundo sino un conjunto de conceptos a los que conferimos importancia? ¿quienes somos más allá de la identidad que se enlaza y se condiciona a algo más profundo, extraño, persistente y en ocasiones incomprensible?

Ya Lockwood había meditado sobre el tema en el ensayo del 2018 ¿Cómo escribimos ahora?, en el que analizó el tema de la escritura convertida en un hilo conductor de algo más amplio sobre la condición del hombre como creador fidedigno de su universo particular. Para hacerlo, usó la cuestión de las redes sociales — su influencia y poder — y además, lo relacionó de forma directa con la noción básica de un tipo de ejercicio creativo basado en la inmediatez. ¿Cuanto nos afecta el peso de internet en el acto creativo? ¿cómo se involucra la percepción de la vastedad de todos sus recursos y enorme variedad de alicientes con lo que escribimos? Después de todo, el escritor por oficio debe enfrentar el hecho que un mundo hipercomunicado ofrece recursos múltiples e incontables, pero también, una capacidad de digresión desconocida. Lockwood analizó en su ensayo los efectos que esa sobre exposición a todo tipo de estímulos puede tener una mente creativa. La escritora se preguntó de manera muy directa hasta que punto la gran variedad de medios y métodos de investigación y acceso a todo tipo de versiones sobre la realidad que ofrece internet, afecta el oficio de internet.

Klara and the Sun de Kazuo Ishiguro

Las novelas de ciencia ficción se suelen enfrentar con el inconveniente de la percepción de lo humano. En especial, si tratan de describir el hecho de lo emocional, desde una perspectiva novedosa. Ya ocurrió con la novela Borne (2017) de Jeff VanderMeer, en la que el escritor trató de mirar el mundo a través de una criatura inexplicable. El juego narrativo incluyó cientos de preguntas ingenuas, encaminadas a la noción del yo y la identidad cada vez más confusa.

Con mucha una perspectiva mucho más elaborada y sentida, Máquinas como yo (2019) de Ian McEwan, reflexionó sobre el bien y el mal, siempre desde la frialdad de la tecnología. De hecho, la concepción del escritor de la Inteligencia Artificial como un juez neutral e imparcial, convirtió la novela en una elaborada discusión sobre lo moral y lo ético. La novela del escritor británico, de hecho es una heredera tangencial de los relatos de Yo, Robot (1950) de Isaac Asimov, que meditan sobre la conducta y la forma en que la tecnología puede responder a dilemas éticos. Por su lado Agency (2020) de William Gibson, profundiza en la inteligencia artificial como un observador violento y temible. Uno, además, que juega con la concepción sobre la consciencia como una pieza que puede ser replicada a través de la tecnología.

A mitad de camino entre todo lo anterior, se encuentra Klara and the Sun del ganador del premio Nobel de literatura Kazuo Ishiguro. Klara, el personaje central y narradora de la historia, es una amiga artificial. Y lo es, desde la percepción más delicada y sutil del término. De la misma manera que la voz cálida que encarna la inteligencia artificial en la película Her de Spike Jonze (de la que sin duda el escritor toma algunas ideas), Klara está construida para brindar una versión casi tierna sobre lo intangible de lo tecnología con connotaciones humanas. Puede hablar, responder preguntas, incluso entender los matices de los sentimientos de quien le habla. Como si eso no fuera suficiente, Klara también es capaz de aprender y lo hace a través de un sofisticado juego de probabilidad. Puede predecir las emociones humanas, como una idea que establece situaciones posibles.

Lo curioso es que en medio de esa concepción, sostiene algo más puro. Porque Klara además puede comprender algunas pequeñas sutilezas. No las suficientes para entender lo que llama “el ámbito del hombre”, sino lo que hay bajo las palabras, las expresiones y la forma en que quienes que le rodean se comunican. Por extraño que parezca y sin que ella misma pueda entender el motivo, Klara tiene una rara forma de empatía que no debería entender y mucho menos, asumir como parte de su complicado sistema de cálculo para entender las múltiples posibilidades del espíritu humano. “Pero lo hago. Puedo sentir y lamentar. Podría llorar, de tener una manera en cómo hacerlo. Reír, sentir alegría y emoción”.

De modo que mis emociones son partes de lo que soy. ¿Eso es bueno? No lo sé. Pero lo son”. Klara da por descontado que todos los “acompañantes” como ella, llegan tarde o temprano a sus mismas conclusiones. “Es sólo lógica: si analizas lo suficiente las emociones, llegan a ser un espectro de predicciones. Líneas de datos que pueden entrecruzarse y permiten deducir a dónde llegarán” pondera. “De modo que a todos debe ocurrir de la misma manera.

En realidad, Klara, cuya especialidad son los niños, es única y en más de un sentido, aunque ella no lo sabe y el escritor no deja entrever cuán única es en realidad de inmediato. Ishiguro toma la inteligente decisión que permitir que su personaje explore sus posibilidades con cuidado y que además, lo haga desde la simplicidad. Klara funciona con energía solar y pasa la mayor parte del tiempo en un aparador, para ser recargada. La posibilidad le permite contemplar el mundo desde su exquisita visión de las cosas. Para Klara, el Sol (Ishiguro utiliza la mayúscula, como si el robot se refiriera a una deidad), lo es todo. Y lo es en varias maneras distintas, más allá del hecho de permitirle vivir y funcionar.

The Book of Difficult Fruit de Kate Lebo

La cocina y la ficción suelen crear un subtexto metafórico de enorme valor argumental. No sólo porque el acto de comer y alimentar implica una relación profunda y complicada con la identidad cultural, sino también por el hecho que vincula una de las necesidades más primitivas del hombre a una idea emocional. Desde dramas de corte satírico y elementos biográficos como Big Brother (2013) de Lionel Shriver, la burla maliciosa de Simon Wroe al mundo culinario en The Chef (2014), hasta espeluznantes miradas sobre el miedo y la condición del hambre primigenia como La Vegetariana (2007) de Han Kang y Cadáver exquisito (2017) de Agustina María Bazterrica, la comida y la literatura, han establecido paralelismos de enorme poder y en ocasiones, profundamente incómodos. Pero tanto si se trata de analizar la belleza del arte de cocinar — como lo hizo Laura Esquivel en Como agua para Chocolate en 1989 — como si se trata de algo más inquietante, el hecho es que la comida, su preparación y sus misterios, están envueltos en cierta concepción de la naturaleza primigenia. Una mirada abrumadora, hermosa y a la vez dolorosa sobre el ser humano como una criatura que depende de su límites esenciales y poderosos para comprenderse.

La inclasificable novela The Book of Difficult Fruit de Kate Lebo toma todo lo anterior y lo recombina con la ficción. A eso además agrega un subtexto levemente malicioso sobre el bien y el mal moral que al final, conduce hacia terrores persistentes sobre la identidad y el individuo. Todo envuelto en una condición burlona sobre el acto de comer y en especial, el de cocinar que sorprende por su consistente elegancia. Lo que puede parecer en las primeras páginas un recetario, es en realidad una búsqueda consistente sobre el hecho de comer y alimentar como una percepción de intimidad.

Pero además, es también una reflexión inquietante, sobre las relaciones que puede establecer la comida como un vínculo primitivo y sus implicaciones. Para Lebo, el hecho de alimentar es una forma de expresar poder y dominio, por lo que comer, una de sumisión. Entre ambas cosas, hay una estructura de morbosa y sutil belleza que sostiene la expresión de la identidad como algo más completo y duro de asimilar. Lebo intenta — y lo logra con soltura y un cruel sentido del humor — la percepción de los hilos invisibles que pueden enlazar ideas más singulares sobre el individuo. “Comer es una búsqueda, dar de comer es un mensaje” escribe la autora en esta colección de maligno humor sobre el control, el amor, el deseo, la ambición y la codicia.

Pero además, Lebo tiene la osadía de hacerse preguntas directas sobre las relaciones que se establecen entre la percepción sobre el hambre, el deseo y la necesidad sexual insatisfecha. Pero no utiliza ninguna narración. En realidad, The Book of Difficult Fruit es una combinación de recursos que van desde largos párrafos sin resolución sobre la sed y la tentación, hasta respetables ensayos sobre el significado de cenas en tratados de paz y otros actos diplomáticos. Pero a medida que la colección de datos avanza, queda claro que se trata de algo más complicado. Porque entre la miríada de datos y la combinación en el uso de todo tipo de formas de estilos de escritura, hay una historia oculta.

Appleseed de Matt Bell

La novela Appleseed de Matt Bell, es una distopía y como tal, reflexiona acerca del temor al futuro. Pero de la misma forma en que Ted Chiang utiliza sus extraordinarias historias para mirar hacia lo más profundo y fundamental del ser humano, Bell toma el argumento complicado de Appleseed para brindar un sentido de urgencia impecable a las catástrofes ambientales que acechan a la humanidad. No obstante, a diferencia de otras tantas historias parecidas, el escritor no está interesado en la advertencia o en señalar la forma en que la humanidad sufrirá las cargas de sus errores.

En realidad, Appleseed es una mirada dura, despiadada y brillante sobre lo que subyace sobre los grandes hechos históricos enhebrados con la conducta humana. Pero en especial, hace hincapié en el recorrido inevitable entre la responsabilidad del hombre y cada una de sus acciones, con respecto al futuro. De la misma forma que Jeff VanderMeer en Borne, Bell brinda al núcleo central de su narración una percepción concreta sobre el ser humano, lo que le hace serlo y más allá, lo que define al mundo en el que vivimos. ¿Quién es el hombre en la actualidad y que tanto esa identidad, le lleva por un trayecto inevitable hacia un destino doloroso?

Bell podría detener sus razonamientos sobre esa premisa en el miedo, en la caída en el desastre o la codicia que podría llevar a un desastre global. Pero antes que eso, parece más interesado en el hecho de lo que nos hace falibles y rotos por el desencanto. De modo que la pregunta avanza y se transforma en otra cosa. ¿Cómo es el mundo que heredamos de los errores del pasado? ¿De qué manera se transforma esa concepción sobre el bien y el mal a medida que transcurren las décadas y los siglos?. Entonces el libro se plantea la que quizás es el más importante de sus cuestionamientos: ¿Cuando comienza una tragedia de envergadura planetaria? ¿Cuando se hace inevitable? ¿en qué momento se atraviesa el punto de no retorno?

Es entonces cuando Appleseed encuentra su punto más interesante. Basada de manera parcial en la premisa de la Agenda 21 de la ONU propuesta en 1992 y que propone el desarrollo sostenible, Bell logra replantear una idea en apariencia extraordinaria y compasiva, para crear un sesgo inquietante sobre el control de las masas, la necesidad de la libertad pero también, una reflexión de extraña contundencia sobre la responsabilidad colectiva. Por supuesto, como toda fantasía conspirativa que se precie, el libro se interconecta con algo más elaborado que explora acerca del individuo educado en una época egocéntrica y violenta. Es entonces, cuando Bell construye su premisa sobre la posibilidad que los desastres sean en realidad pequeños fragmentos de historia pasada y presente, inevitables de origen. ¿Como evitar que una cultura que se alimenta de la avaricia pueda tomar decisiones en pro del bien común? ¿Cómo esperar que la concepción del bien, la bondad y la compasión sean valores en un mundo que se rige por la explotación y la necesidad de posesión?

El tema sin duda no es novedoso. Sí lo es, la forma en que Bell elabora un sentido del deber moral histórico que sobrepasa a sus personajes y a la concepción general sobre la historia. A diferencia de planteamientos como Half-Earth: Our Planet’s Fight for Life de EO Wilson y Rescuing the Planet: Protecting Half the Land to Heal the Earth de Tony Hiss, que se entremezclan la idea del miedo y la búsqueda del objetivo colectivo como algo casi claustrofóbico, Bell crea la sensación que es la libertad y no la falta de ella, lo que provoca el desastre inminente. No se trata solo de la tensión bajo la forma en que se reflexiona la moral del hombre y la sociedad que lo sustenta, sino también, la perversión del poder.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine