Entre hojas y anaqueles:

Los favoritos del año 2020. (Parte I)

Aglaia Berlutti
26 min readDec 18, 2020

No podría decir qué hace a un libro mejor que otro. Por supuesto, no me refiero sólo a lo que puede brindarle mayor o menor valor literario a un libro, sino al peso de su historia. A esa cualidad que no sólo lo hace más cercano, comprensible y sobre todo preciado, por encima de cualquier otro. Esa capacidad misteriosa y significativa de cautivar al posible lector. Sí, se trata de una visión elemental y quizás muy simple, pero es la más sencilla sobre la que puedo ponderar. Y la razón para esa visión tan ingenua, con toda seguridad es una sola: Soy una lectora devota.

Soy de los lectores que siempre desean leer. Por cualquier excusa, motivo y en todos los momentos posibles. De los que siempre se encuentran en compañía de sus libros favoritos y los que aún debe descubrir. De los que lleva siempre un par de libros en el morral, o los deja en el escritorio de trabajo, para hojearlos a la menor oportunidad. De las que tienen una mesa de noche rodeada de libros a medio leer, llenos de anotaciones y hojas medio arrugadas con sus párrafos favoritos copiados a manos. De las que considera a las librerías un hogar. De las que despierta a mitad de la noche para continuar leyendo un libro que dejó a la mitad. O de las que sencillamente no van a dormir para poder terminarlo. De las que atesora los libros como pequeños fragmentos de historia personal.

De manera que hablar sobre “libros favoritos” siempre me parecerá una temeridad, sobre todo todo, porque estoy convencida que cada libro brinda un mensaje, una idea nueva, una dimensión del mundo inolvidable. Incluso los más sencillos, los aparentemente tópicos, siempre abrirán puertas desconocidas en nuestra imaginación. Así que al momento de redactar una pequeña lista sobre mis historias favoritas durante el año 2020, me encontré que no sólo se trata de escoger sobre la calidad narrativa, semántica e incluso de un libro sobre otro, sino de una visión sorprendió — quizás fascinó — mucho más que otras. ¿Qué tan válido resulta escoger un libro sólo por la capacidad que tuvo para cautivar mi imaginación? No lo sé. Pero es quizás la manera más sincera que tengo que hacerlo, la más cercana a la manera como percibo los libros y lo que pueden brindarme: Una lugar por descubrir en mi mente. Un paisaje por completo desconocido que descubro — y paladeo — gracias a las palabras.

Siendo así, ¿Cuáles podrían ser mis historias favoritas en un año lleno de extraordinarias propuestas? Quizás los siguientes:

Y ¿Cuales serían mis libros favoritos de un año especialmente fecundo en historia y profundidad literaria? Los siguientes:

Dark Archives de Megan Rosenbloom

El libro Dark Archives de Megan Rosenbloom, elabora una hipótesis por completo nueva de la percepción sobre el libro como un elemento enigmático y poderoso, pero además, añade un elemento terrorífico: la investigación de la escritora — con una especialización en la historia bibliográfica y los procesos de creación de libro objeto — está basado en un aspecto del mundo de los libros que resulta tan escalofriante como fascinante: la encuadernación en piel humana, una costumbre que se remonta a casi seis siglos y que por supuesto, entra en el terreno de la compleja relación entre la concepción del conocimiento y lo sobrenatural. No obstante, Rosenbloom realiza una impecable investigación que se aleja de cualquier percepción sobre lo ético, lo macabro y lo temible, para concentrarse en esencia, en cómo la llamada bibliopegia antropodérmica (nombre científico del método), tiene una relación poderosa y sostenida con la concepción del conocimiento como una idea relacionada con lo esencial del hombre como individuo. Más allá de lo inquietante que pueda parecer el procedimiento y de hecho, la manera en que históricamente se le interpreta — sobre todo, después de los espeluznantes testimonios de crímenes nazis basados en procesos semejantes — la noción del libro como parte del hombre, es una mirada profunda hacia las conexiones que se establecen entre el conocimiento y lo simbólico que relaciona al hombre con un tipo de conocimiento esencia.

Pero Megan Rosenbloom no sólo rescata una tradición temible y sin duda desconcertante, sino que le otorga un lugar consistente dentro de la historia del libro y la encuadernación, más allá del hecho concreto que se trata de una práctica ética que en la actualidad resulta discutible e incluso, macabra por razones obvias. Pero la bibliotecaria, toma la idea desde su origen como rareza médica y comienza un recorrido hacia un hecho claro: el cuerpo del hombre fue considerado sagrado por siglos, pero a la vez, los libros tenían un estatus semejante o al menos, lo suficientemente poderoso para que ambas percepciones sobre lo sagrado estuvieran vinculadas por el imaginario de lo sublime y lo extraordinario. Para la experta, los libros encuadernados con piel humana no son en realidad una blasfemia, sino un homenaje tanto al hombre como al conocimiento, emparentados por un tipo de nexo originario y primario que por siglos enteros se considero válido y e incluso, motivo de culto y celebración.

Where the Wild Ladies Are de Aoko Matsuda.

La recopilación de relatos de terror Where the Wild Ladies Are de Aoko Matsuda, lleva la fórmula de lo fantasmagórico a un nivel mucho más inquietante pero en especial, la emparenta con un recorrido a través de dolores emocionales e intelectuales, que rara vez se relacionan con lo sobrenatural. Aun así, esta colección de leyendas folclóricas japonesas, relatos orales del país y pequeñas percepciones sobre el miedo colectivo e individual, tiene el insólito ritmo de una crítica solapada sobre la identidad contemporánea, la búsqueda de objetivos individuales e incluso, el menosprecio a la diferencia. Todo en medio de una extraña capacidad para seducir a través de imágenes de asombrosa y terrorífica belleza.

Desde llamadas a domicilio convertidas en anuncios de muerte inminente, mujeres atormentadas por la culpa de ausencias enigmáticas que terminan en condenas temibles, la maternidad transmutada en un terror siniestro, vendedores de las tradicionales linternas de papel que toman el rostro de demonios implacables, los fantasmas y monstruos de Matsuda tienen un propósito más complejo que sólo provocar terror y quizás por eso, resulta asombrosa la ingeniosa mezcla entre inteligencia narrativa y el trasfondo simbólico que el libro logra en conjunto. La escritora parece estar en especial interesada, en mirar el terror como vehículo que se transforma en algo más elaborado para dialogar con los dolores contemporáneos desde el ámbito del secreto. La mayoría de sus personajes atraviesan el terreno de lo sobrenatural desde el sufrimiento pero también, a través de la percepción del miedo como una depuración de una serie de emociones más complejas. Una y otra vez, Matsuda elabora una versión de la realidad inminente que expone el bien y el mal como espacios no demasiados claros. Las figuras espectrales de la escritora deambulan por un inframundo temible que se emparenta con ese rasgo tan reconocible de la cultura japonesa, como es el silencio emocional. “Nadie llora demasiado ni tampoco muestra el dolor, lo harán los fantasmas, por cada uno de nosotros” dice uno de los personajes, que llora con desconsuelo sobre una cuna vacía.

Piranesi de Susanna Clarke:

En Piranesi, la magia lo es todo, pero también la belleza y lo siniestro. Mezclados entre sí, los tópicos reflexionan sobre un recorrido hasta el límite de lo real — de lo que creemos puede serlo — que colinda de manera directa y casi accidental, con algo más profundo: lo que la fantasía puede crear en el espacio de lo siniestro. Parece una propuesta confusa, hasta que Piranesi, el personaje confuso y bien intencionado que recorre una casa colosal en la que ha vivido desde su nacimiento, comienza a narrar su aventura dentro de una construcción que pareciera, ser una mansión de la regencia inglesa — con abundantes detalles sobre su profuso decorado — pero que en realidad es algo más. ¿Qué? Piranesi no lo sabe, pero lo que sí puede asegurar sin lugar a dudas, es que esta enorme construcción, a mitad de camino entre una mansión de asombrosas proporciones y un mundo con vitalidad propia, es una criatura viva que de una u otra manera, sostiene la vida de Piranesi hasta los últimos detalles. Para el personaje, la casa, el mundo, el universo, la sustancia que crea la realidad, es la misma cosa, lo que hace desconcertante la noción de la envergadura de esta mansión, que a la vez tiene las características de algo más colosal, con todos los rudimentos de una forma de vida y como si eso no fuera suficiente, que se sostiene en un invisible equilibrio con lo que sea está al otro lado de los muros interminables. En realidad Clarke, que describe con mimo a la casa en cada uno de sus detalles — desde el picaporte de cobre de las puertas del fondo y la puerta cristalera de un segundo piso que tiene el tamaño de un pequeño país — está más interesada en que el lector se haga preguntas directas sobre la naturaleza sobrenatural de un lugar que Piranesi asume como único, benevolente e incluso, “una franja de todos los mundos, concentrado en puertas cerradas”. Los primeros capítulos resultan desconcertantes, a medida que el personaje también describe a la casa como una entidad viva que insiste “es de una bondad infinita”.

Memorial de Bryan Washington

Para Bryan Washington, el amor romántico es una barrera y también, una idealización insuficiente y la mayoría de las veces insatisfactorio, de la vida cotidiana. De hecho, toma la inteligente decisión de construir su historia desde una cierta distancia que convierte al diálogo interior del narrador en una fluida y dura reflexión sobre las aspiraciones incompletas y a menudo irreales, que engendra la pretensión de amar como una fórmula paliativa para el desarraigo y la soledad contemporánea. La necesidad de aniquilar de los personajes en beneficio de la narración es tan definitiva en el tono y ritmo de la novela, que Washington incluso evade la salvedad de nombrar a uno de sus protagonistas. Michael, es el nombre que este hijo de inmigrantes japoneses escogió para sí mismo, para alejarse del núcleo familiar y de hecho, de la presión cultural de la cultura de sus padres, de modo que incluso el anonimato actúa como un elemento de presión sobre el contexto y la historia que rodea al personaje. Michael además es gay, en mitad de una relación que se desmorona y por si eso no fuera suficiente, lucha por adecuarse al estilo de vida estadounidense, que escogió por encima de las tradiciones y costumbres familiares.

El resultado es una mirada analítica sobre la soledad, que se mezcla con toda una serie de preguntas existencialistas sin respuestas. Washington no desea analizar la vida de su personaje, sino más bien, avanzar junto a él por todos los pequeños espacios y dolores de carecer de una manera de comprenderse que abarque su singularidad. Michael oculta cada elemento que le hace distinto, cada parte de su personalidad que podría resultar relevante. Y lo hace porque descubrió que la diferencia en nuestra época, es una forma de agresión, una presión con la que es incapaz de lidiar y que de hecho, termina por aplastarle de una manera u otra a lo largo de la novela.

Divorcing de Susan Taubes.

En Divorcing, la reedición de la novela de 1969 To America and Back in a Coffin de Susan Taubes, una narración que comienza desde un punto de partida angustioso: Sophie Blind, el personaje principal, cuenta con detalles superfluos el momento de su muerte. Pero no sólo lo hace como una acumulación de datos sin mayor importancia, sino que deja claro que lo que ocurrirá después, son los sucesos que unen el momento de su desaparición física con todo lo que cuenta la novela a detalle. Escrita en una época de cambios morales, sociales y culturales, el personaje atraviesa una extraña versión sobre la conmoción del hecho de no existir y a la vez, formar parte de la experiencia de lo que ocurre después de la muerte. Taubes evita cualquier connotación misteriosa o sobrenatural, para establecer desde las primeras líneas un hecho irrefutable: lo que cuenta tiene a la muerte por testigo. “Morí un martes por la tarde, atropellado por un automóvil mientras cruzaba la Avenida George V”.

El anuncio no deja lugar a dudas y recorre con una frialdad angustiosa, la cuestión sobre la narración como un paraje inconcreto de algo mucho más elaborado, doloroso y desconcertante acerca del personaje como un misterio a desentrañar. ¿Sophie está en realidad muerta? ¿se trata de un truco de atención para guiar al lector hacia una región por completo nueva? La novela no lo aclara — no de inmediato — y es probable que uno de sus mayores triunfos, sea que ese comienzo auspicioso construido a través de la incertidumbre. Si la muerte es el paso definitivo a lo desconocido, el hecho que Sophie esté muerta, hace de la novela un recorrido a través de algo más complejo. ¿Es la novela una especie de testamento? ¿una mirada hacia el último minuto en la vida del personaje? ¿una retrospectiva tramposa de todos los lugares que desea narrar? La autora no se detiene en explicaciones sencillas y la novela transita una comprensión sobre la naturaleza humana que resulta abrumadora: ¿Qué deseamos creer sobre la permanencia de la memoria como algo más intrincado? ¿Qué necesitamos entender del testimonio de Sophie?

Porque Divorcing se trata justo de un testimonio, un relato armado con cuidado acerca de la concepción de la vida de Sophie, antes y después del accidente que la lleva a la muerte. El personaje — de una poderosa y angustiada voz interior — elabora una hipótesis consistente sobre la memoria como vínculo entre la incertidumbre, la no existencia y la realidad, desde su ámbito más complicado. Y es la muerte — esa concepción de la nada, del silencio, de lo secreto — lo que hace que la estructura narrativa funcione con la cualidad ordenada de un mecanismo cínico. De hecho, lo mortuorio es un elemento que evade explicaciones sencillas y sintetiza la historia que Taubes cuenta hasta construir un entramado cuidadoso de suposiciones. Sophie está muerta — o al menos afirma estarlo — pero no aclara si lo está durante la mayor parte de la narración, si se trata de una puerta que se cierra hacia la esperanza o el mero hecho que Sophie, convertida en testigo de lo que está a punto de perder, es sólo una pieza cuidadosa en un juego inexplicable sobre la supervivencia en medio del temor. Hay una noción que se repite una y otra vez a lo largo de la narración: la concepción de lo real y el pesimismo como una única versión plausible de la realidad.

The Appointment de Katharina Volckmer

Un dato puede describir de manera muy clara el impacto de la sátira en momentos de considerable sensibilidad acerca de temas álgidos: La novela The Appointment de Katharina Volckmer — que analiza en clave de burla los dolores y vergüenzas de la Alemania postnazista — no fue publicada en la país y de hecho, sólo encontró editor fuera de las fronteras germanas, luego de un largo e incómodo recorrido a través de Europa, entre lo que Volckmer describió como un “sobresalto continúo” de editores aterrorizados. Para hacerlo todo más complicado, la extraña, dura y controvertida novela, tuvo que enfrentar las quejas y comentarios de buena parte de la comunidad alemana en Inglaterra, que no supieron como encajar que un escritor pudiera señalar la vieja herida del nacionalismo, la figura de Hitler y los horrores de la Segunda Guerra Mundial como un chiste incómodo. “Una vez, soñé que la guerra me ocurría, pero en realidad, la guerra es una excusa ridículo para ocultar lo que el país ya era, en medio de sus errores” dice el personaje principal de The Appointment, tendida en la silla del psiquiatra que la atiende. El hombre le escucha el silencio y se encoge de hombros “Siempre fuimos unos desgraciados hijos de puta” comenta después y ambos ríen, como si se tratara de un chiste privado y no un señalamiento directo a la naturaleza de la columna vertebral política de Alemania.

La vida mentirosa de los adultos de Elena Ferrante

En la novela “La vida Mentirosa de los adultos”. la mirada de Ferrante — analítica, dulce y por momentos brutalmente honesta — comienza a principios de la década de los noventa y sigue la historia de Giovanna Trada, la hija de 12 años de dos napolitanos. Hasta entonces, la adolescente había sido una estupenda estudiante, la niña de los ojos de sus padres y también, una criatura con aires de nínfula, que admiraba cada día frente al espejo junto a la puerta del pequeño hogar familiar. Pero de súbito, todo eso cambia y Giovanna se encuentra en plena batalla con un cuerpo que no reconoce como suyo — “gordo, feo e incontrolable” explica el personaje — y con un súbito rechazo hacia la mera idea de la obediencia.

Para Giovanna se trata de un tránsito inexplicable y doloroso, mucho más cuando escucha discutir a sus padres en voz alta sobre su comportamiento y lo que llaman su rápida transformación “en una chica desconocida”. Conteniendo las lágrimas, intenta comprender el temor y la furia de ambos, hasta que su padre estalla. “Es Vittoria, que nos mira desde otro rostro”. Giovanna se aterrorizada y no sólo por el hecho que sus amados, devotos y en ocasiones aburridos padres de pronto sean para ella jueces de una conducta invisible, sino por la mera mención de una mujer que resulta un anatema en la casa de los Trada. Vittoria es la tía divorciada de Giovanna, una criatura lóbrega de su infancia y a la que apenas recuerda como un conjunto de sombras y los cuchicheos de los parientes. Para la chica, es además, el símbolo de un tipo de terror desconocido que le lleva a recordarla desde una cierta caricaturización “un hombre del saco de la infancia, una silueta delgada y demoníaca”. Lo más complicado, es que se trata de un trozo informe de la mitología familiar: Giovanna nunca conoció a Vittoria, sino que escucha las historias sobre ella con el asombro morboso de quien “se regodea en la suerte del marginado”. Para los burgueses Trada, Vittoria es un monstruo que se desliza entre la pobreza y la ignorancia, una mujer inexplicable para su madre universitaria y su padre académico. “Es Vittoria, que nos mira desde su rostro” repite el padre y para Giovanna queda claro que es imprescindible conocer a la desconocida pariente, enfrentarse a sus temores. “Al cambio, la diferencia, a esa mujer a la que me parezco como un espejo torcido, una condena a la distancia”.

Quizás, ese sea el elemento común en cada una de las novelas de Ferrante: la transparencia engañosa que en realidad oculta una complejidad brillante. El elemento persistente que asegura y sostiene el discurso que se manifiesta a través de la oscuridad y la luz. Incluso los personajes se definen a través de extremos — “Tu eres la buena y yo la mala” es una frase recurrente en uno de los principales — como si la percepción sobre la realidad tuviera colores muy definidos o los necesitara para sostener su rara belleza.

Daddy de Emma Cline.

De la escritora nerviosa, un poco irregular y emocional de “Las Chicas queda muy poco. Emma Cline tiene la intención de contar historias de forma muy elegante y “Daddy”, es una depuración consciente de su impulso juvenil por imprimir vitalidad a lo que desea contar, a través de recursos triviales, un poco borrosos y la mayoría de las veces, más efectista que efectivos. La escritora deja a un lado su necesidad de justificar a sus personajes — algo que se le criticó en más de una ocasión — y crea una versión sobre el recorrido intelectual y moral de un adulto hacia el siguiente estadio de su vida que sorprende por su buen hacer y su profunda capacidad para sorprender. Cline aun necesita depurar su estilo o en todo caso, encontrar sus puntos débiles, pero “Daddy” demuestra que su impulso creador está intacto, en especial al momento de sostener un universo personal que funciona en varios niveles distintos.

Desde “Marion” — el relato que abre la selección — en que la escritora vuelve al mundo “Las Chicas” con una audacia prometedora y brillante, hasta el resto de las historias, que incluyen desde hijos de vendedores de marihuana, sugerentes y perturbadoras miradas sobre lo erótico, transiciones entre la realidad y lo onírico, a través del puente de la negación y el trauma, hasta una variada colección de matices de cierta concepción erótica, Cline toma decisiones inteligentes para construir algo más elocuente que una mera narración sobre diferentes estadios y momentos de la juventud como dilema. De hecho, la narración sobre lo núbil se convierte en una excusa circunstancial para narrar los pormenores del miedo, la angustia existencial de la soledad moderna y el desarraigo, todo en medio de escenarios contemplativos y levemente siniestros, en su belleza depurada. Una aproximación inquietante que recorre la lenta transformación de jóvenes en hombres y mujeres que serán incapaz de reconocerse a sí mismos a través de pequeñas estructuras de valor. Que la maldad, la amoralidad y la capacidad para la destrucción está latente en la mente de cualquiera, mucho más en esos años blandos y accesibles a la manipulación que preceden a la adultez. Cline no brinda concesiones y toca todos los registros: se trata de un paisaje siniestro sobre la naturaleza humana, sus contradicciones y su insistente hipocresía.

Como sugiere el título, el libro muestra las relaciones entre padres e hijos, pero en realidad, la colección de relatos está mucho más interesada en lo que ocurre en medio de las relaciones entre padres negligentes, violentos, narcisistas o sólo indiferentes, en mitad de una concepción muy amplia sobre cómo el futuro es la consecuencia de esos pequeños secretos domésticos. Los padres, están en todas partes, pero en un discreto segundo plano, mientras los hijos e hijas, son el reflejo de algo más ambivalente, poderoso e importante. Quizás, el gran acierto de Cline no sea intentar narrar relaciones interpersonales sino teorizar sobre sus consecuencias, una búsqueda insistente y violenta sobre las cicatrices morales y emocionales que la paternidad deja a su paso. Es curioso que la escritora deje a un lado los convencionalismos usuales e ignore a la figura materna en beneficio de la paterna, lo que crea una concepción original sobre la búsqueda de respuestas de la identidad. Obviamente, Cline intenta reflejar algo del fenómeno #MeToo y deja entrever que los padres de cada uno de sus personajes, son figuras de poder que sin control ni límite, que terminaron por herir — incluso de manera involuntaria — a sus hijos. El tema puede parecer forzado o artificial, hasta que Cline relaciona los relatos con la idea de los hijos como víctimas de entornos — no necesariamente violentos — y hace un recorrido casi siniestro, por los vericuetos de la identidad como algo más poderoso que la simple percepción del amor familiar o en todo caso, su completa ausencia.

Antkind de Charlie Kaufman

Antkind, el inclasificable libro debut del guionista Charlie Kaufman, tiene la singular misión de definir el estilo narrativo del autor y a la vez, plasmar ese apetito por la trangresión, la búsqueda de respuestas desde el cinismo y la mirada a la absurdo de lo cultural que le ha convertido en un favorito de buena parte del público. Por supuesto, no se trata de algo sencillo: Antkind tiene todo el apetito por la provocación de los mejores guiones de Kaufman (entre los que se cuenta Being John Malkovich y El Ladrón de Orquídeas) y a la vez, roza peligrosamente el estilo desenfadado y caustico de Woody Allen. Ambos comparten el gusto por la polémica y también, la de percibir a sus personajes como observadores fríos de una realidad incómoda. Pero mientras Allen logra construir una premisa en la que su sarcasmo es algo más que una búsqueda humorística de las fisuras de lo contemporáneo — algo muy evidente en el libro Cómo acabar de una vez por todas con la cultura — Kauffman convierte a Antkind en una disputa dialéctica con sus temas favoritos, que además condesa y elabora desde una concepción venial sobre la identidad. Al final, la novela es mucho más un escarceo con la polémica que algo más profundo — lo cual se llega a lamentar sobre todo en el tramo final — pero que aun conserva cierto encanto blasfemo, que por otro lado, Kaufman acentúa con toda su capacidad para la observación y la burla.

A Burning de Megha Majumdar

En su novela debut A Burning, la autora se hace preguntas inquietantes y la mayoría de las veces incómodas, sobre la posibilidad del uso de los datos en redes como una forma de amenaza perenne o mejor dicho, un reflejo retorcido de nuestra percepción sobre la seguridad y los espacios de protección que podemos encontrar en plataformas de uso corriente ¿Qué ocurre cuando la información sobre nuestra vida personal pueden utilizarse contra nosotros? Aunque no lo menciona de manera directa, Majumdar reflexiona sobre las situaciones que utilizan la web como una gigantesca base de datos que permite no solo conocer los hábitos de los usuarios, sino también cualquier detalle que facilite recopilar información sensible sobre su contexto. Una idea preocupante y sobre todo alarmante, si toma en cuenta que las estadísticas insisten que el 60% de la población mundial tiene acceso a Internet y utiliza las redes sociales. Un caldo de cultivo para la violencia.

Pero para Majumdar, las redes sociales son algo más que un mero vehículo de información y comunicación: son reflejos de la convulsa condición humana contemporánea, en busca de un concepto sobre la justicia, el amor, la desazón y la esperanza que necesariamente debe asimilarse a través de las múltiples versiones sobre la realidad que lo virtual puede ofrecer. De modo que la autora, no sólo estratifica la condición de ineludible del uso de las diferentes plataformas online, sino también, se cuestiona nuestra versión de la moralidad, el miedo, la culpa y la responsabilidad colectiva. De hecho, A Burning es una ficción que supone una reflexión meticulosa sobre la condición de la mirada invisible sobre cada hecho que ocurre a nuestro alrededor como punto de partida. Y lo hace, desde un tipo convicción acerca de la necesidad de comprender el entorno moderno, que se sostiene sobre un realismo inquietante: La primera gran escena de la novela, muestra un incendio provocado que se convierte en un asesinato en masa sin testigos. Se trata de una tragedia a gran escala que salta a los medios tanto virtuales como tradicionales como una acusación implícita ¿quién esconde el secreto del posible culpable?

The Glass Hotel de Emily St. John Mandel

La nueva novela de Emily St. John Mandel The Glass Hotel, se concentra en un escenario reposado, surreal y casi siniestro, en un aparente intento de alejarse de su novela Station Eleven (publicada en el 2014), en la que un virus mortal — cuya cepa mortal nació por la confluencia de la gripe común y la porcina — devasta al mundo hasta sus cimientos. Un libro semejante en la actualidad, no sólo es un recorrido por los temores colectivos, sino uno de los tantos ejemplos de la obsesión insistente de la literatura por metaforizar los terrores universales. En lugar de eso The Glass Hotel, es una especie de mirada minuciosa sobre la arrogancia, el miedo y el dolor contemporáneo, todo analizado desde la óptica de la posibilidad de lo incontrolable. Para la ocasión, Mandel traslada el paisaje lóbrego de su anterior novela a un lugar casi onírico, que abarca una mirada provocadora acerca de la manera en que concebimos lo que nos aterroriza y evade una explicación simple. Sin recurrir a lo sobrenatural, Mandel logra crear una atmósfera angustiosa que reflexiona sobre la naturaleza humana en más de una manera.

Pero la escritora no se deslinda del todo de Station Eleven: de hecho, hay varios indicios que sugieren que ambas novelas transcurren en el mismo universo o al menos, bajo las mismas circunstancias. Por otro lado, también Mandel deja caer casi por accidente, la insinuación que todo lo que narra en The Glass Hotel, pasa un poco antes del contagio del virus que imaginó en su anterior obra, lo que crea una intrigante subversión del tiempo que pocos escritores se atreven a construir y mucho menos, con la habilidad con que lo hace Mandel. Como conjunto, ambas novelas narran sucesos presentes y futuros para complementarse, sin dejar de ser un experimento de valioso interés sobre el tiempo como una forma de comprender la noción de la identidad. Pero además, tanto una como la otra, funcionan con absoluta independencia, como si ambas pudieran sostenerse en una súper estructura que cohesiona ideas intrigantes en un magma narrativo de extraña belleza.

My Dark Vanessa de Kate Elizabeth Russell

El libro My Dark Vanessa de Kate Elizabeth Russell tiene una especial relevancia, en una época en que se debate el consentimiento de una manera muy pública y profunda. No sólo se trata de una mirada compleja y pertinente acerca del abuso sexual, sino además un filón por completo novedoso de un tema inquietante que la mayoría de las veces, tiene una relación directa e inevitable con los elementos más duros de nuestra mente. Russell tomó la arriesgada decisión de analizar el tema a partir del abuso infantil, lo que otorga a la historia una dimensión mucho más elaborada, que permite comprender desde sus aristas, las innumerables consecuencias que la agresión puede provocar en las víctimas. Más allá, la escritora reflexiona con pulso firme sobre la relación entre el consentimiento, la consciencia de la propia sexualidad y al final, la angustiosa percepción sobre el hecho del sexo como un límite misterioso de nuestros deseos y pulsiones. Russell asume la decisión de convertir su novela en un debate, pero también, en una manera de elucubrar de manera brillante sobre los dolores que esconde una percepción de la sexualidad atípica, por momentos cruel y en otros, conmovedora.

Porque la historia de Russell brinda un contexto de enorme significado, a la gran pregunta de cuándo el consentimiento sexual puede asumirse como tal. ¿Existe una edad que permita interpretar una mayor madurez intelectual o comprensión sobre el cuerpo como ente individual? Russell no se lo pregunta directamente, sino que brinda un espacio narrativo amplio para el debate y la mirada crítica sobre el tema. Vanessa Wyes, su personaje central, tiene 15 años cuando se involucra con un maestro de 42 del cual es alumna en su internado en Maine. Para hacer más intrincada la reflexión, Russell no describe la relación entre ambos desde la expectativa del romance o el anuncio de la violencia. De hecho, su Jacob Strane es un hombre corriente idealizado en la imaginación de Vanessa, que está convencida que las atenciones y el deseo de Strane es de hecho, una forma de amor. Pero Russell tiene el suficiente cuidado de analizar con detenimiento la mente de Vanessa y crear una percepción más dura, sobre como reacciona a las manipulaciones de un hombre que le triplica la edad, que no sólo le convence que la relación entre ambos es un “acto de rebeldía”, sino también, una forma de asumir una temprana madurez sexual. Vanessa no está muy convencida de una cosa o de la otra, pero el punto de vista sobre lo que ocurre — Strane le trata como una mujer adulta que puede y de hecho, toma sus decisiones — , le hace convencerse que el consentimiento va más allá de sus dudas sobre una relación semejante o el hecho, que el hombre que podría ser su padre, se comporta de una forma dominante y furtiva.

Malasangre de Michelle Roche.

La novela Malasangre de la escritora venezolana Michelle Roche, no sólo juega con la idea de la sexualidad del vampiro como una fuente de libertad e Independencia, sino con la longevidad y el poder de la sangre como una forma de avaricia y codicia que se entrecruzan con el mal y el bien en un discurso muy parecido al gótico del siglo XIX, pero reinventado para una sociedad obsesionada con la posibilidad del deseo como una forma de pecado. Los vampiros de Roche — o mejor dicho la vampira imaginada por la escritora -es en realidad, un espíritu sin fronteras que evade cualquier explicación sencilla. La novela -que además es un recorrido cuidadoso y sobretodo profundamente meticuloso por la historia de de Venezuela- enlaza la concepción de los vampírico con algo mucho más retorcido y que vincula a la sangre, con una dimensión de la existencia a través de un apetito indescifrable.

Malasangre, ambientada en en la década de los veinte del siglo anterior, muestra a una Venezuela rural que roza un tipo de riqueza súbita que apenas se adivina. Juan Vicente Gómez comienza ser una figura relevante, pero por el momento y en el contexto de la novela, es sólo un hombre de talante pausado y extrañamente siniestro que podría de alguna forma simbolizar al vampiro clásico. No obstante, Roche toma la inteligente decisión de desviar la brújula de lo obvio para crear un personaje vampírico tan poderoso como extraño: un adolescente que no sólo descubre que su familia guarda un lazo de enorme poder y antigüedad como un tipo de secreto maligno sino que además, crea una conexión inquietante con algo más duro del comprender a través de la metáfora de la sed eterna, lo que convierte a la vida política en un vinculo tenebroso, que ejerce poder influencia y al final dominio total, de un país inocente.

La analogía es clara: Roche toma la condición victoriana de la novela Drácula de Bram Stoker — un cercano referente a su historia — y la convierte en una reinvención de las características latinoamericanas más comunes. Venezuela podría ser el reflejo de la dama victoriana en plena crecimiento, que se tropieza con una criatura sedienta de su sangre y que no sólo la dominara sino que al final terminará por convertirla en algo por completo distinto y desasosegante. Una criatura que medra bajo la oscuridad y entre rutilantes festones de fiestas y lujos. La novela de Roche es una crítica solapada no sólo a un sistema de gobierno que creció al abrigo de la complicidad y el beneplácito de las grandes familias venezolanas, sino también es una forma de convertir el vampirismo en una figura que pueda no sólo metaforizar algo más crudo que las propia sed de sangre, al hecho de la muerte y la condición de la vida eterna como una búsqueda de respuestas hacia algo mucho más complejo acerca de la incertidumbre, en mitad de la certeza de la finitud de lo que somos.

Real Life de Brandon Taylor.

Real Life plantea de forma poderosa y dura ese terreno desconocido de los primeros años de la adultez. Taylor intenta el arriesgado experimento de contar una historia que podría ser genérica a no ser por su forma de utilizar a su personaje como metáfora de un tipo de curiosa reflexión sobre condición escindida del hombre como víctima de su sufrimientos secretos. Se trata además, de un recorrido por los espacios dolorosos y temibles de la mente en mitad del crecimiento y la comprensión sobre la naturaleza de la vida más allá del hogar paterno. Ese auto descubrimiento a menudo azaroso, largo y complejo, es también una condición sobre la forma en que asumimos las transformaciones íntimas como parte del asombro por la vida como un fenómeno desligado de la experiencia filial. Taylor escoge la experiencia de Wallace en su primeros pasos por un campus Universitarios, para enfrentarse a la idea consciente y persistente sobre la independencia, la identidad y la búsqueda de los primeros grandes retos que sostienen la personalidad. Todo eso, bajo la disyuntiva si realmente la universidad es una experiencia real — en toda su extensión — o sólo una mirada levemente solapada de lo que hay más allá del resguardo de los salones de clases y los pizarrones.

Se trata de una idea audaz, claro, si se analiza bajo la concepción que la vida puede ser — o no — lo que ocurre en esa primera gran experiencia controlada fuera lo estrictamente doméstico. Wallace, afroamericano, gay y también, todo lo tímido que puede ser un muchacho que apenas abandona la casa de sus padres para enfrentarse a lo que le espera en un mundo por completo, plantea con su mera existencia — y experiencia — la pregunta si la Universidad, es tan sólo otro ámbito protegido o podría llamarse la vida real, como conjunto de experiencias en estado crudo. Después de todo, Taylor mira al personaje desde una óptica cálida y casi cariñosa, una criatura de enorme inocencia en medio de un mundo estrafalario que se transforma a marchas forzadas. Pero aún así ¿Esta es la vida real? La pregunta se repetirá varias veces, conectada e interconectada con algo más poderoso, singular y profundamente elocuente sobre las formas en que se entreteje la experiencia íntima sobre la vida y más allá, quienes somos una vez que encontramos un sentido nuevo a lo que deseamos comprender sobre los lugares desconocidos de nuestra mente.

Uncanny Valley de Anna Wiener.

El libro debut de Anna Wiener es una combinación es una crítica subjetiva y levemente moralizante sobre su experiencia como trabajadora de la industria tecnológica en el mítico Silicon Valley. Wiener, una graduada universitaria en literatura que abandonó el mundo editorial para entrar en el tecnológico, es también una narradora convencida del valor de mostrar lo que está ocurriendo detrás de las pantallas y el brillo sofisticado de plexiglás del Valle, origen quizás de toda una generación de empresas destinadas a cambiar el futuro. Por supuesto, también se trata de una biografía elegante sobre una mujer joven y ambiciosa en busca de un lugar en el mundo, pero eso es lo de menos en medio de un recorrido por una Norteamérica que atravesaba los resabidos de la recesión y en la que aún, ser joven y talentoso podía ser considerado un conjunto de ventajas apreciables en mitad de una mundo tan competitivo y feroz como el negocio tecnológico. Para bien o para mal, Wiener encarna la grieta entre algo más poderoso, audaz y más importante de lo que suponemos a la distancia y que se relaciona con la identidad colectiva de nuestro siglo, pero también, un tipo de evolución consistente sobre el concepto del éxito y el fracaso en medio de una sociedad canibal. Para la escritora, Unncany Valley es una confesión pero a la vez, un recorrido en ocasiones irregular por la historia de un país que se reconstruye con lentitud de sus heridas culturales más viejas.

Wiener no es un personaje inocente: su llegada al mundo tecnológico tiene algo de la avaricia de la década de los ochenta — “mis deseos eran genéricos” cuenta “quería ganar dinero, para sentir confianza y valoración” — algo que el mundo editorial del que provenía, no sólo no le ofrecía sino que no parecía comprender del todo. La escritora cuenta su experiencia en el mundo literario como un recorrido lento y pesaroso, de escaño en escaño hacia un tipo de éxito más nebuloso que realista. Al contrario, en el Universo tecnológico, la versión sobre la realidad parecía acelerarse y no sólo hacerse más compleja, sino también, mucho más interesado en el tipo de éxito resonante y visible que Wiener aspiraba. Al final, se trató de un trayecto entre el anonimato hacía el reconocimiento inmediato, algo que para la por entonces jovencísima escritora, resultaba imprescindible.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine