En el círculo de fuego:

Como los superhéroes recrear y sustentan los más antiguos ciclos mitológicos. (Parte II)

Aglaia Berlutti
14 min readJul 28, 2021

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(Puedes leer la Parte I aquí y la II aquí)

En el el poema épico basado en la mitología nórdica Hárbarðsljóð se describe una larga disputa entre un barquero violento de nombre Hárbardr y Thor, el Dios del trueno. En algunas versiones, se trata del Dios Padre Odín, que toma la apariencia del barquero para retar el corazón y el carácter de su hijo. El dios — que está a punto de cruzar el mar para alcanzar la costa, en donde le esperan los gigantes — se comporta impaciente y arrogante como un niño, por lo que el barquero espectral está mucho más interesado en juzgarle que en brindar ayuda. Cualquiera sea la personalidad que se esconde bajo los harapos y la hoz de remos del barquero, es cruel y duro con Thor. Le señala, le acusa, le impreca. “Eres flojo, poco hábil, tu torpeza supera tu fuerza” le provoca. Y Thor, enfurecido, termina levantando al mítico Mjolnir para golpear la barca en las que ambos se encuentran y que llevará al Dios, al encuentro de sus enemigos los gigantes. La barca se sacude de un lado a otro y Thor está a punto de caer a la aguas turbulentas. “No tienes control sobre tus sentimientos y tu dolor” le impreca el barquero, con extraña elocuencia.

Durante buena parte del ciclo mitológico nórdico, el Dios del trueno ha sido la representación de las emociones humanas en una cultura que le brinda especial importancia al sufrimiento y las emociones. El Thor nórdico es de hecho, un buen ejemplo de la mitología al servicio de la psiquis colectiva. El pueblo noruego celebra el dolor y el sufrimiento, además que le concede especial importancia al proceso de duelo. La percepción sobre el bien y el mal, convertida en una lucha moral que se relaciona con la capacidad para contar “las cicatrices bajo la piel” es una de las metáforas más poderosas que encarna el Dios del Trueno. Thor, con toda su capacidad para la emociones, es un deidad que además, engloba emociones profundas y muchas veces complejas. A la manera de los clanes Vikingos, que consideraban el dolor físico y mental, un paso inevitable hacia la verdadera fortaleza, Thor de Asgard es también una metáfora del miedo y la construcción de la memoria colectiva a través de las batallas perdidas y ganadas.

De modo, que mientras otros ciclos mitológicos no permiten el dolor o la debilidad a sus dioses, el nórdico no sólo los celebra, sino que además los lleva a una dimensión por completo nueva. Una y otra vez, el Dios del Trueno no sólo representa el poder vivo de un tipo de capacidad sobrenatural para vencer el miedo, sino también, todo el tránsito que debe atravesar para obtener su sobrenatural fortaleza física y mental. No obstante, Thor siempre se encuentra muy cerca del abismo, como si sus emociones le hicieran tambalear al borde de una naturaleza escindida entre lo humano y lo divino.

Por supuesto, no se trata de un planteamiento sobre el sufrimiento, la bondad y la pena exclusivo el mundo nórdico. Thor parece tener un antecedente inmediato en Hércules, el semidiós griego que atravesó un largo camino emocional e intelectual antes de conseguir la inmortalidad. En la obra Germania de Tácito, se analizan las múltiples similitudes entre ambos, sobre todo el hecho que al final, tanto Thor como Hércules, deben luchar contra la tragedia y la pérdida para hacerse más fuertes. Lo hacen a la manera de sus tradiciones y épocas (uno pierde a su familia y sólo entonces, accede a la expiación, mientras que Thor batalla con sus debilidades convertidas en criaturas fabulosas) pero al final, el recorrido de ambos héroes conduce a una redención total que metafóricamente, representa la capacidad del dios mitológico para traducir las emociones humana de manera profunda. Hércules, que portaba un garrote y estaba convencido que debía vencer con fuerza bruta a sus enemigos y Thor, con el martillo que probaba su corazón “puro, a pesar de sus dolores”, brindaron la oportunidad a los creyentes de encontrar paralelismos entre su propia vida y las grandes gestas divinas.

Además, Thor y Hércules, eran por completo falibles: Hércules asesinó a su familia engañado por Hera y después, sucumbió a los abismos de un “dolor inexpresable” que lo hicieron “indigno del amor de los Dioses” y además, responsable a ciegas de una tragedia monumental, que tuvo que expiar con sus extraordinarios trabajos. Por su parte Thor, se vistió de mujer para recuperar su Martillo y pasó una buena época de penurias y vergüenzas, porque la “ira le dominó” y le hizo cometer todo tipo de tropelías. Como símbolos, ambas deidades llevaban a cuestas el peso de sus virtudes y errores, como cualquier otro ser humano. Lo mismo ocurre con Donar — dios principal de los batavios y cuyo culto se encontraba en Nimega — , la deidad hitita Teshub y otras tantas que encarnaron el dolor y la verguenza moral, la angustia y finalmente, una forma de purga al sufrimiento en formas mágicas y trágicas que narraron con especial énfasis tránsitos emocionales de sus pueblos de origen. Los hindúes Indra y Varuna también demostraron que el dolor podía ser una forma de forma de fuerza y de acuerdo al Rigveda, “el sufrimiento les hizo muy débiles y les cubrió con las cenizas de la verguenza, sólo para hacerles más poderosos después”. Cada uno de estos dioses, tenían la potestad de mostrar las partes más duras de la naturaleza humana y también, las más vergonzosas y humillantes, para por último, entablar un diálogo genuino entre la búsqueda de la redención, el poder y el perdón por sus monumentales errores.

Parte de esa naturaleza dual se encuentra en la Saga de cómic Thor de la casa editorial Marvel. El personaje apareció por primera vez en la revista Journey into Mystery en agosto del año 1962, en relatos cortos de trece páginas. En conjunto, la primera aparición de Thor rinde homenaje a la esencia del dios nórdico y lo hace desde una perspectiva casi desconcertante: el Doctor Don Blake — débil, frágil y aquejado de una grave cojera — se encuentra durante unas vacaciones en Noruega, cuando encuentra un bastón mágico que le permite encarnar a la deidad. De modo que para su versión en cómic, el poder de Thor también reside en la debilidad aparente de su parte más humana, que debe lidiar con las decisiones y angustias existenciales a la manera en que lo hacía su par divino centurias atrás. Don Blake, con toda la debilidad de un hombre sometido a dolores y angustias mortales tales como un amor secreto y frustrado — además de la verguenza que le produce su incapacidad física — es la representación simbólica de ese trayecto del héroe roto que Thor simbolizó con mucha frecuencia desde sus orígenes. Blake y Thor son caras de la misma moneda y también, percepciones atemporales sobre el sufrimiento y la tristeza como estadios previos al poder absoluto.

En la actualidad, la serie Ultimate Thor, de los autores Mark Millar y Bryan Hitch, basado directamente en el Thor del Universo Marvel, (Stan Lee y Jack Kirby) brinda una nueva profundidad al Dios del Rayo. A diferencia de su primera versión, el guerrero-Dios de la leyenda nórdica, no tiene alter ego humano y reencarna en un hombre llamado Thorleif Golmein, que sostiene un Mjölnir tecnológico que le concede poderes. También es la encarnación más humana de todas y de hecho, la más cercana a su versión mitológica: el Thor de “Ultimate” está lleno de contradicciones, dolores y por momentos, cae en dolorosos debates mentales sobre su naturaleza escindida. Humano pero a la vez Dios, Thorleif/Thor es incapaz de sostener en todas las ocasiones la cordura y su transición al mundo de los superhéroes, comienza con el héroe encerrado en un manicomio. Para bien o para mal, Thor de nuevo encarna las fortalezas y los dolores de la época que representa y con la misma solidez que su par mitológico.

Dolores humanos, pasiones de dios

Algo de la personalidad de Thorleif, llegó a la primera versión cinematográfica actual del Dios de Rayo. Thor de Asgard dio su salto a la pantalla grande en el año 2011, en medio del auge del género de Superhéroes y encarnado por el desconocido actor Chris Hemsworth. Claro está, era un personaje ideal para el mundo del cine y la productora Marvel lo sabía: atlético, hermoso y con todo tipo de superpoderes, el Thor marvelita irrumpió en la línea cronológica de la casa productora con un moderado éxito de taquilla pero a la vez, una extraña versión sobre lo mítico que ya por entonces, levantó discusiones y debates sobre la naturaleza en exceso “humana” de Thor. A pesar que la adaptación ignoró gran parte de su historia en el cómic, Thor de Asgard encontró en la dirección de Kenneth Brannagh cierto tono operático que resaltó el carácter del dios y brindó a su desarrollo personal, una parte de la central de la trama. Casi toda la película se prodiga en detalles del crecimiento de Thor como hombre y su posterior madurez, lo que lleva a recuperar el derecho perdido de levantar a Mjolnir y regresar a Asgard para ocupar su lugar junto al trono de su padre Odin. La película tiene enormes altibajos narrativos pero acierta en lo básico: Thor de Asgard es una divinidad falible, llena de dudas y dolores pero sobre todo, una que encuentra su redención en la medida que acepta el dolor como parte de su vida.

En el 2013, el director Alan Taylor continuó el trayecto iniciado por Brannagh y planteó al personaje desde sus angustias más profundas: en El Mundo Oscuro Thor debe lidiar con la pérdida de su madre, la caída del Reino de Asgard y por su amor por Jane Foster, una alternativa sofisticada a la enfermera discreta del cómic. El Thor de Taylor sigue su camino emocional, en medio del duelo y también, algo más duro de comprender en medio de una película plagada de errores argumentales y con la ficticia Asgard de fondo, recreada a través de una batería de efectos especiales. Pero Thor, vuelve a hacerse preguntas sobre su forma de comprender el poder y a sí mismo. En medio de cortas pero duras conversaciones con su padre (Anthony Hopkins) Thor se encuentra entre la disyuntiva del amor humano y la aspiración elemental de su naturaleza divina. Entre una y otra cosa, el argumento empuja al personaje hacia los márgenes de su forma de comprender el mundo y en esencia, su propia personalidad rota por el peso de su humanidad perfectible.

Para Thor: Ragnarok, el director Taika Waititi, dotó al dios del Trueno con mucho de su carácter festivo y despreocupado de los cómics más antiguos: la versión de Don Blake que sostenía el martillo, era salvaje, furioso y buen luchador, pero también, el exacto reflejo de su yo en el ciclo mitológico nórdico. El Thor de Waititi tiene la capacidad de reír de sí mismo, pero también de usar su petulante versión del mundo para recorrer un camino de autodescubrimiento que comienza por desmenuzar poco a poco la personalidad del dios del Trueno. Thor pierde todo lo que le resulta valioso y distintivo (a su padre Odín, Mjolnir, su cabello, su investidura real e incluso, un ojo) y se encuentra luchando por su vida en medio de un campo de juegos bufo. De la misma manera que su yo mitológico, el Thor cinematográfico descubre su verdadero poder a través de la pérdida y se hace no sólo el héroe definitivo, sino el más poderoso del Universo Marvel cinematográfico.

En Avengers: Infinity War — la penúltima película de la llamada fase tres de la casa de las ideas — Thor debe enfrentarse a un tipo de pérdida incluso más violenta: el Titán loco Thanos (Josh Brolin) asesina a la mitad de sus súbditos, al fiel Heimdall (Idris Elba) y por último a Loki (Tom Hiddleston), el villano redimido que simbolizaba para el personaje el último sobreviviente de su familia. En medio del sufrimiento, Thor confiesa que “ya no tiene que perder” (frase que también utilizó su par mitológico en Hárbarðsljóð) y se lanza a una cruzada suicida para encontrar un arma a la medida para asesinar a Thanos. Todo el empuje vital de Thor se encuentra vinculado directamente a su capacidad para ser de “utilidad” y también, parte de la confrontación contra una amenaza que le arrebató parte de su vida e historia. La película sigue a Thor a través de su nueva encarnación en busca de Stormbreaker en Nidavellir y luego, en su regreso triunfal para luchar en mitad de Wakanda en contra de las tropas de Thanos. Al final, es Thor logra herir de gravedad al Titán Loco en medio de una las escenas más tensas de la película. Pero no es suficiente: Thanos sonríe en mitad del dolor e incluso con Stormbreaker clavada en el pecho, lleva a cabo el chasquido mortal que volatiliza la mitad de la vida en el Universo. “Debiste apuntar a la cabeza” se burla Thanos, antes de desaparecer a través de un portal y dejar a Thor en medio de la devastación general.

De vuelta a la redención

En Avengers: Endgame, Thor se encuentra en el último estadio de esta larga travesía por el dolor y la angustia. Y lo hace, tal y como lo hizo el Thor mitológico, reflejando el dolor y la angustia de nuestra época en una cuidada y singular visión sobre la depresión, el shock postraumático y la angustia existencial. El Thor que sobrevivió al chasquido mortal de Thanos, se entrega a un espiral de autodestrucción que además, se relaciona directamente con el sufrimiento como motor de todas sus decisiones.

Y tal como si fuera la encarnación de todo un tortuoso proceso de duelo, el Thor efusivo, radiante y lozano de las anteriores películas se transforma en una caricatura de sí mismo. Lo hace además, a la manera física que es usual en cuadros semejantes: los hermanos Russo dotaron a Thor de una apariencia rolliza y descuidada que deja claro que el dolor y la angustia le aplastó hasta despojarle de sus últimas defensas mentales y espirituales. De la misma forma que el Thor mitológico — que llegó a permitir que el dolor le aplastara hasta “desaparecer” en medio de “la verguenza” — hasta las encarnaciones más modernas basadas en el mito — como esa preciosa percepción de la deidad de Neil Gaiman en American Gods que termina suicidándose — el Thor cinematográfico sucumbe al horror de la tragedia y se agrede con la misma furia que antes, luchó por sobrevivir. Este Thor fuera de forma, barbudo y torpe, al límite de una inquietante fragilidad emocional, expresa la misma angustia reprimida que su par en Hárbarðsljóð, quien llora enfurecido y termina desplomado en sus propias miserias. Thor, es quizás el personaje más profundamente humano de una película en que se le rinde silencioso tributo al dolor y al duelo de la pérdida. Y ese es quizás, su mayor logro.

En cada escena y giro argumental, el cuadro depresivo de Thor crea una tensión involuntaria que hace que incluso, el supuesto alivio cómico que representa se transforme en incomodidad. Thor tienes problemas para separar sus emociones de su objetivo, es incapaz de dejar de beber o maltratarse. Su miedo es conmovedor y también lo es, la manera en que el resto de los sobrevivientes reaccionan a este nuevo rostro de un miembro del equipo. Mientras Bruce Banner (Mark Ruffalo) se muestra empático y cercano, Rocket Raccoon (Bradley Cooper) intenta ayudarle por medio de cierto lenguaje procaz y la burla gratuita.

Pero es la incomodidad del equipo en general — incapaz de lidiar con el duelo de Thor, de la misma manera que son incapaces de lidiar con el propio — es el mejor reflejo de lo que realmente ocurre en medio de una situación semejante. Los hermanos Russo no sólo permitieron que el personaje de Thor rozara los nada deseables límites de la angustia y la aflicción, sino que además, brindaron un contexto creíble sobre las pequeñas aristas con las que debe lidiar cualquier paciente de depresión y ansiedad. Thor está cansado, aturdido, lleno de terrores invisibles. Y es ese fragilidad, uno de los momentos más interesantes de una película llena de diálogos inusuales de empoderamiento a situaciones poco habituales en el llamado cine “ligero”. Mientras Tony Stark (Robert Downey Jr) abandona su ego para ser un amoroso padre de familia, Steve Rogers (Chris Evans) acude a grupos de terapia y trata de consolar a otros, Natasha Romanoff (Scarlett Johansson) llora en silencio y Clint Barton (Jeremy Renner) se convierte en un asesino sanguinario, Thor lidia con un rostro del dolor y el duelo más incómodo y para la mayoría, irritante. Con sus kilos de más, la barba descuidada y la mirada angustiada, este Thor lleva una carga silenciosa tan pesada como agobiante.

Pero más allá de eso, Thor muestra que la curación comienza a ocurrir a medida que las piezas rotas en su mente encuentran sentido. Thor debe recuperar su autoestima y la película lo intuye con una delicadeza conmovedora: La breve pero significativa conversación con su madre (René Russo) no solamente toca los puntos esenciales, sino que deja claro que el sufrimiento de la culpa, es parte de un trayecto interior que Thor conoce muy bien. Recuperado el sentido de la necesidad de objetivo, extiende la mano y aguarda, entre tímido y expectante, hasta que Mjölnir llega para recordar “que aún es digno”. No se trata de una búsqueda de significado ajena o que obedezca a la necesidad del poder. Thor mira con los ojos llenos de lágrimas el símbolo de su valor y se recuerda que puede transitar por lugares menos sombríos de sí mismo. Más tarde, cuando invoca el poder de Mjölnir y Stormbreaker, los dioses no le recompensan haciéndole más delgado y atlético, sino trenzando su cabello y barba, además de vestirlo con una armadura adecuada para su nuevo cuerpo. Una visión de la afirmación y el poder del espíritu renovado de enorme sutileza y valor.

El viaje de Thor podría resumirse como la lucha contra el dolor. A pesar que pueda parecer una imagen burlona (Chris Hemsworth es un extraordinario comediante y su humor físico es refinado), el argumento lleva al personaje por caminos más sutiles. Hemsworth muestra la fragilidad emocional de Thor y también su incapacidad para sostenerse, pero después, también es capaz de imprimir poderío a un hombre de enorme dignidad que batalla contra sus peores temores con valentía y destreza. Thor ríe y hace bromas, con una cerveza entre los dedos, pero al final, el dios hombre deja las risas a un lado y llora junto a su madre, que le escucha con atención y encuentra las palabras correctas para meditar sobre la tragedia que sufre su hijo. Con una ternura encantadora, le sugiere que “coma más ensaladas” y este es quizás, el único comentario directo al aspecto físico de Thor. El resto, son consecuencias de cada hilo argumental y resultan inevitables: Rocket Racoon se burla de manera clara de Thor, pero es la misma criatura angustiada que se horroriza hacia las críticas hacía su naturaleza inexplicable. Rhodey (Don Cheadle), expresa la irritante inquietud que le provoca este Thor irresponsable y potencialmente autodestructivo. “Le corre Cheez Whiz por las venas” comenta, pero al final del día, la preocupación por la insistencia de Thor de llevar el guante con las gemas del infinito, tiene más relación con su estado emocional, que con su aspecto físico. Thor quiere expiar su dolor con el sacrificio, pero para entonces, el grupo de héroes ya conoce el peso de la muerte y la angustia. Thor es la imagen viva del héroe que siente fracasó en su gesta y como su otro yo mitológico, también es una mirada elocuente a la ruptura emocional, planteada desde una percepción humana y compasiva.

Al final, la imagen de Thor, monumental y fuerte, el cabello trenzado y llevando sus armas preferidas con firmeza, es el símbolo de un tipo de poder extraordinario y del cual pocas veces se medita en la cultura popular. Incluso, cuando celebra que Mjölnir llegue a las manos del Capitán América, hay una redención extraordinaria, desde el héroe vanidoso y simple que sonreía a su padre Odín en un palacio dorado. Espléndido en su poder recuperado a medias, Thor representa una travesía invisible que muchos hombres y mujeres llevan a cabo a diario. Una búsqueda de significado y su lugar en el mundo, a pesar del dolor.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine