El sexo, la televisión y la mirada sobre la agresión sexual en la era #MeToo

El miedo, el dolor, el espacio en blanco de la controversia (Parte II)

Aglaia Berlutti
10 min readJun 2, 2020

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En el año 1993, la percepción sobre la figura de Michael Jackson cambiaría para siempre luego de ser acusado de abuso infantil. El escándalo estalló de inmediato y de pronto, la casi ingenua figura del cantante de aspecto aniñado que procuraba rodearse de niños, una moderna encarnación del mítico Peter Pan, se transformó en algo más siniestro. En la primera acusación, Jackson fue señalado de cometer “abusos graves” contra al menos tres niños, asiduos visitantes de su Rancho “Neverland”. Se habló sobre todo tipo de conductas perversas de Jackson con varios de los niños que solían frecuentar el Rancho e incluso, los que le acompañaban durante sus conciertos y giras. No obstante, la mayoría de las acusaciones fueron desestimadas: dos llegaron a cuantiosos acuerdos económicas. Para cuando los rumores surgieron con mayor fuerza en el año 2005 y desembocaron en un nuevo juicio, el jurado le declaró inocente de todos los cargos. Pero los rumores persistieron y al momento de su muerte en el año 2009, eran más insistentes que nunca.

Durante la última década, el debate sobre la conducta sexual de Jackson y sus consecuencias continuó siendo motivo de análisis y la conclusión al exhaustivo análisis de sobre su vida pública, parece encontrar una conclusión el controvertido e incómodo documental “Leaving Neverland” del director Dan Reed, el cual analiza desde el punto de vista de las víctimas, la conducta criminal de Jackson. Basado en los ssupuestos relatos de James Safechuck y Wade Robson, dos de los niños — ahora adultos — que formaban parte del grupo que solía acompañar a Jackson en giras y frecuentaban los terrenos de Neverland, el documental muestra no sólo el mundo privado de Jackson, sino las circunstancias y el alcance de los abusos a que fueron sometidos por más de diez años por el cantante. Dan Reed muestra no sólo el testimonio de Safechuck y Robson, sino también las implicaciones del silencio, complicidad y manipulación del entorno de Jackson, que actuó como círculo de protección para los abusos cometidos por el cantante. “Leaving Neverland” no se trata sólo de un análisis sobre los actos criminales cometidos por Jackson al amparo de la fama, sino también, del hecho evidente que su conducta fue ocultada, protegida y disimulada por todos los que conocieron las circunstancias, entre los que se cuentan su familia y por supuesto, productores, músicos y gran parte del equipo técnico de Jackson. Además, el documental — que ha sido criticado y ha levantado una oleada de controversia desde su estreno — deja claro un hecho aún más preocupante: la responsabilidad de las familias de las víctimas al ocultar información sobre la conducta de Michael Jackson y los alcances de sus actos criminales.

No obstante, el documental evita analizar de inmediato las responsabilidades legales y omisiones morales en el caso de Jackson y se concentra directamente, en el daño emocional y físico con el que sus víctimas han tenido que lidiar durante la mayor parte de su vida. Tanto Safechuck como Robson, narran con terrible detalle todo tipo de agresiones sexuales, sufridas a manos de Jackson en un período de cinco años y que según el testimonio, fueron conocidas — y ocultadas — por quienes rodeaban al cantante. Jackson convenció a ambos niños que las aberraciones sexuales a las que eran sometidos, era parte de una relación “romántica” que debían mantener en secreto. Dividido en dos partes, el documental no sólo engloba la conducta criminal de Jackson sino las condiciones que permitieron ocurriera durante casi dos décadas. Una perspectiva inquietante que analiza el uso de la fama de Jackson para ocultar su conducta criminal y también, la retorcida perspectiva que el cantante y su entorno, construyeron una sofisticada maquinaria para captar posibles víctimas y además, asegurarse de su silencio.

Por supuesto, la mera idea resulta asombrosa e incluso, por momentos casi increíbles. Pero a medida que el documental avanza, se hace cada vez más claro que los crímenes de Jackson tiene una inmediata relación con la forma en que se percibía su figura: El cantante no sólo se convertía en amigos de los niños y sus familias, sino además en su benefactor — económico y también, en influencias en el mundo del espectáculo — , lo que creaba un vínculo aún más profundo y desconcertante entre sus víctimas y el cantante. La dependencia emocional y monetaria era absoluta: las fotografías de la época muestran al cantante sentado en medio de un círculo de niños y padres sonrientes. Al menos tres de los menores de las imágenes, fueron víctimas y partes de los casos que llegaron a diferentes juzgados estadounidenses.

Por supuesto, “Leaving Neverland”, depende por completo del testimonio de Robson y Safechuck: la narrativa entera se enlaza con la credibilidad y el poder para sostener su testimonio de ambas víctimas. Y logra hacerlo: las narraciones de ambos — llenas de escabrosos detalles — resultan no sólo convincentes sino que se complementan entre sí. De la misma manera en que lo hicieran en un artículo de Vanity Fair del año 1994, ambas víctimas logran describir para el espectador una retorcida serie de abusos, cometidos bajo el contexto de una confianza artificial y creada a base de la presión, la manipulación y en cierta medida, del amor. Para las víctimas, Jackson demostraba su amor a través de los crímenes sexuales a los que les sometió. Más adelante, comprobar que habían sido sólo parte de un grupo mucho más grande de víctimas, les destrozó intelectual y moralmente.

Reed, como director, decide tomar la vía más directa para contar la historia y deja claro de inmediato que el documental no se tomará concesiones con respecto a la culpabilidad de Jackson. No hay “supuestos” en medio de la gran cantidad de situaciones que las víctimas describen, a pesar que el núcleo de la película es lo suficientemente controversia como para suscitar la inevitable discusión: Safechuck y Robson fueron parte de las víctimas que declararon en el juicio del 1993 y afirmaron que Jackson era del todo inocente de las acusaciones que se le imputaban. Treinta años después, admiten que se encontraban presionados, aterrorizados y sobre todo, convencidos del “amor” que Jackson les profesaba. El documental no ignora la cuestión y la clara de entrada: Ambas víctimas fueron aleccionadas por Jackson que de revelar lo sucedido irían a la cárcel. Una y otra vez, Michael Jackson les convenció que su vida y libertad, dependía de la capacidad de sus niños “favoritos” para mantenerse en silencio. A diferencia de otros tantos documentos visuales parecidos, el film de Reed no tiene otro objetivo que mostrar el dolor de las víctimas o al menos, en eso insiste su director. Y lo hace: Safechuck como Robson son el rostro de los al parecer, cientos de niños de lo que Michael Jackson abusó y que condenó a un tipo de trauma que se extiende en el tiempo como un peso emocional y mental con el que muy pocos pueden lidiar. Safechuck lo deja claro: Pasó buena parte de su adolescencia y primera juventud atormentado por la culpa, el miedo y la repugnancia. Lo mismo que Robson, aterrorizado por la posibilidad de ser “encarcelado” y después, bajo el ojo público que cuestionaba las dolorosas experiencias de su vida. Tanto como el otro, resultan reivindicados en “Leaving Neverland” o eso intenta el documento entero, que enfila todo su hilo discursivo hacia el debate del Monstruo que se escondía detrás de un talento extraordinario. Y esa es quizás la mayor interrogante que se esconde bajo todo lo que plantea el documental: ¿Quién era Michael Jackson en realidad? Quizás nunca lo sabremos. O al menos, tendremos que atenernos a su gran acto público: su extraña muerte, tan parecida a un suicidio sin serlo. Una declaración de aparente culpa imposible de comprender a la distancia pero que quizás revista cierta simbología que llevará años comprender a cabalidad.

Un paso en falso:

Pero, a pesar de los esfuerzos de buena parte del mundo del entretenimiento por mostrar la violación y la violencia sexual desde un ámbito mucho más humano, algunas versiones sobre el tema continúan siendo una percepción directa sobre el amarillismo y la noticia como espectáculo, que puede convertir cualquier discusión sobre el tema, en una mirada incómoda sobre las carencias y puntos en blanco que todavía rodean la mirada pública sobre la violencia sexual. Un buen ejemplo de lo anterior, es la docuserie de Netflix Jeffrey Epstein: Filthy Rich, una evidente búsqueda de la noticia espectáculo, que en mitad de una época que medita y profundiza sobre la agresión de una sensible, parece por completo fuera de lugar.

El tono superficial de la nueva docuserie de Netflix Jeffrey Epstein: Filthy Rich dirigido por Lisa Bryant, resulta desconcertante, a pesar que la evidente intención del programa es llevar la investigación sobre los abusos cometidos por el magnate, al mismo nivel de visibilidad y sobre todo, de debate comprometido que logró el durísimo Leaving Neverland de Dan Reed. Pero a diferencia de documental de HBO, el de Bryant no logra rebasar la mera acumulación de datos sensacionalistas sobre lo que Epstein pudo hacer, gracias al poder y dinero a su disposición. Poco a poco, lo que parece un recorrido cada vez más incómodo por la idea de una red de trata sexual en mitad de lo más selecto del mundo empresarial y político de EEUU, se hace una especie de llamada inmediata y directa hacia el escándalo. Una manera fácil de crear una condición de espectáculo previsible y casi estrafalario acerca de los recursos que el magnate tuvo a su disposición para cometer un crimen de proporciones colosales.

Pero a pesar de las buenas intenciones de Bryant, los tres capítulos del programa no logran establecer un nexo entre la culpabilidad de Epstein y cómo el peso de su importancia pública y social, sostuvo y ocultó lo que sin duda, era un secreto a voces. De hecho, la directora parece incapaz de compaginar la ingente cantidad de datos de los que dispone — todos públicos, revelados y difundidos por diferentes publicaciones durante los últimos años — para llegar a una hipótesis concreta. El argumento avanza, sin responder la mayoría de las preguntas que plantea y para el segundo episodio, la colección de entrevistas y el recorrido a través de la vida de Epstein, no parece ser lo suficientemente profundo como para evaluar con propiedad una propuesta complicada y dura de asimilar. No sólo se trata del retrato de un depredador sexual que utilizó cada recurso a su alcance para violar, sino que usó su considerable importancia pública para manejar los hilos del poder a su favor.

Es evidente que la docuserie no está muy interesada en el análisis de una situación tan asombrosa como temible, por lo que dirige su foco en mirar a las víctimas como parte de una larga galería de horrores. En un tema tan delicado y lleno de aristas como la naturaleza de la violencia sexual y la forma en que se comprende en nuestra cultura, la ligereza de Bryant resulta no sólo preocupante, sino que cuestiona la esencia misma del proyecto que lleva entre manos. El argumento de Jeffrey Epstein: Filthy Rich está más interesado en profundizar en los jugosos detalles sobre la vida del agresor y su capacidad para cometer delitos sexuales durante años, que en la forma como su comportamiento impactó en las víctimas. Más allá de eso, la docuserie no asume el riesgo de hacerse preguntas audaces con respecto al núcleo del caso: ¿Quién protegió a Epstein? ¿Cómo se relaciona sus largos años de asedio con su relevancia política y financiera? Para Bryant no hay respuestas o al menos, no de interés para el sustrato de la propuesta que quiere mostrar.

La contradicción, claro está, afecta de manera directa la efectividad del programa: ¿Hacia qué lado de la historia apunta la cámara de Bryant? ¿Reflexiona acerca de la forma como el multimillonario se convirtió en un depredador sexual metódico e impune? ¿A la forma en que tejió su red de violencia sexual? ¿A las víctimas atrapadas en las maquinaciones y manipulaciones de una situación cada vez más compleja? Bryant no aclara y se dedica a mostrar de forma abstracta, la noción sobre el abuso, reflexiona sobre el dinero, el poder de la política y en menor medida, la noción de la agresión como una circunstancia que acaeció en medio de la posibilidad de transgredir la ley sin consecuencias. Las entrevistas a los diferentes rostros reconocibles del caso tienen un aire incompleto, muy poco exhaustivo y aunque las agredidas tienen la oportunidad de contar sus espeluznantes historias, resulta obvio que la directora carece de la habilidad suficiente como para profundizar sobre el modo y la forma en que las experiencias impactan en la audiencia.

En un caso tan complicado y lleno de todo tipo de extremos, hay momentos interesantes que la docuserie explota con mano hábil: uno de ellos, es la entrevista con el ex jefe de Epstein, Steven Hoffenberg, que desde 1995 le ha acusado de manera más o menos directa de una serie de actos de encubrimiento. También incluye algunas insinuaciones poco claras de una relación sentimental y sexual de Epstein con el multimillonario Les Wexner. Pero lo hace de manera tan torpe, que la afirmación termina por convertirse en una simple especulación sin base. Incluso las entrevistas con Epstein no son otra cosa que provocaciones en cámara, lo cual podría resultar si la directora tuviera mucho más claro, el camino por el cual desea expresar las conclusiones a su mirada sobre el tema.

Al final, Jeffrey Epstein: Filthy Rich es una gran excusa para explorar un tema polémico y sin duda, eso podría ser algo no del todo cuestionable, si Bryant y su equipo tuviera una mayor contundencia o al menos, ideas más claras hacia dónde encaminar su propuesta. Con su tono monótono y su desordenado trayecto hacia una conclusión ambigua, la docuserie pierde el pulso muy rápido, para no volver a recuperarlo de nuevo.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine