El Rey sin Rostro.

Recap del sexto y último capítulo de la temporada final de Game of Thrones (CON SPOILERS)

Aglaia Berlutti
12 min readMay 20, 2019

(Puedes leer el quinto aquí)

El silencio de la muerte llena King’s Landing. La ceniza gravita como nieve y la tragedia, es una herida enorme, inabarcable. El trono de hierro espera a su nuevo ocupante y flota sobre el dolor, el miedo y el llanto.

La ciudad de los Muertos.

Tyrion atraviesa King’s Landing y a través de él, conocemos la colosal tragedia que se abatió sobre el Reino. Camina, entre cadáveres, despojos y horrores. Camina, en medio del miedo, los despojos calcinados y el miedo. Camina mientras los sobrevivientes avanzan, en una marcha solemne hacia el olvido. Es Tyrion la mirada traumatizada de un horror inexplicable. Es Tyrion, quien recorre el que fue su hogar para descubierto la magnitud de la ambición de Daenerys. Su avaricia. Es Tyrion el que lleva a cuestas la culpa, como un osario misterioso que le hace vagar en medio del horror silencioso que le rodea.

Jon y Davos le siguen. Sombras en medio de las sombras. “Es peligroso, te enviaré con algunos hombres”, murmura Jon, perplejo, rígido y horrorizado. Pero Tyrion se niega. “Debo ir yo” responde y la caminata continúa, en medio del pensar denso, de un cólera derrotada, angustiada. Una campana rota le recuerda la enormidad de la traición. Para Tyrion cada paso es un recuerdo de lo que ocurrió, lo que permitió, lo que no pudo prever.

En la Fortaleza Roja, el último de los Lannister atraviesa las habitaciones familiares, tan conocidas, quizás amadas. Levanta la antorcha y como puede, se enfrenta la destrucción poco a poco. Cada lugar es un recuerdo roto, devastado e irrecuperable. Y lo es aún más, cuando enfila hacia el pasillo interno y el corredor que le llevará a las criptas, desde las que quizás Cersei y Jamie pudieran haber escapado. Atraviesa los destrozos, los símbolos de poder caído y avanza hacia la tumba inesperada que sin duda, tenía esperanzas de no encontrar. La mano de Jamie brilla entre las rocas. Cuando Tyrion la acaricia, el peso de la catástrofe le aplasta, le engulle por completo. Con las manos desnudas, escarba hasta encontrar lo inevitable. Jamie y Cersei yacen muertos en un abrazo eterno, remotos e inalcanzables, congelados como mudos testigos de lo que aconteció. Y Tyrion llora, gime, sacude la cabeza. La furia, el dolor y el horror le sofocan. El Reinado del León ha acabado.

La Rueda Rota:

Jon y Davos también recorren King’s Landing pero en direcciones distintas a la de Tyrion. Caminan, tropezando con cenizas, cadáveres carbonizados. En medio del terror y la amenaza. La violencia persiste, a pesar que las cenizas lo cubren todo: Gusano Gris se encarga de continuar asesinando a cualquier partidario de Cersei, incluso los que ahora sólo desean huir, rehenes en la ciudad de los muertos, a pesar de su destrucción. Los antiguos defensores de la ciudad ahora se encuentran de rodillas, a la espera de un juicio sin espavientos, más allá de la derrota. Cuando Jon intenta detener lo que ocurre, Los Inmaculados le amenazan. “Se han rendido, ¿por qué deseas asesinarle?”, intenta razonar con Gusano Gris. Pero el hombre más leal a la Reina de los Dragones parece inconmovible “Cumplo órdenes de la Reina” insiste. “¿Cuales son esas órdenes?” pregunta Jon horrorizado. “Que nadie que apoyara a Cersei Lannister continúe con vida. Ellos escogieron luchar para defenderla” Davos es de nuevo la voz de la cordura y obliga a Jon a continuar. “Es con la Reina que debes hablar” insiste en un susurro. Cuando se alejan, los gritos de los ajusticiados se elevan en el silencio de pesadilla que les rodea.

La Reina de las Cenizas:

Arya observa el silencio el horror a su alrededor y ve a Jon avanzar en medio de los escombros. Le sigue y le mira caminar hacia la gran explanada en la que los Inmaculados y los Dothraki celebran el triunfo. La euforia violenta se extiende en todas direcciones y hay un claro aire de belicosa arrogancia. Jon avanza mientras Arya le observa. Y entonces, La Reina de los Dragones, emerge de entre las nubes. Drogon abre las alas y su magnífica figura lo llena todo. Y Daenerys Targaryen toma el hogar de sus ancestros, hermosa y terrible. Con el rostro pálido de satisfacción y maravilla, recorre el pasillo en escombros en el que ya ondea su estandarte. Y su pueblo, sus soldados, su única familia, celebra. “Cumplieron la promesa de regalarme el Trono y ahora debemos seguir liberando” exclama, henchida de poder. “Mujeres, hombres y niños han sufrido suficiente bajo la rueda. ¿Romperán la rueda conmigo?” prosigue. El grito de Guerra resuena en todas partes como respuesta. “Iremos de Invernalia a Dorne, hasta las Islas de Jade, todos serán liberados” insiste y de pronto, la amenaza es cercana, real, el fuego vivo en sus venas.

Tyrion también está allí. Atraviesa la explanada en la que ya espera Jon, aturdido y desorientado. Con paso firme, sigue el sonido de la voz de la Reina y llega a su lado, mientras los Inmaculados golpean el suelo con sus lanzas, la amenaza cercana, poderosa y peligrosa. Tyrion se queda en pie junto a la Reina y la mira, aún entre el dolor de la muerte y la maravilla de su poder inexplicable. “Me ha traicionado, liberó a su hermano” dice ella. “Usted destrozó la ciudad” Daenerys aprieta los labios, enfurecida y por un momento su frialdad soberbia parece resquebrajarse un poco. Y es entonces cuando Tyrion se arranca de la ropa la mano que aún lleva. La arroja al piso y ambos, la Reina y el consejero caído en desgracia, observan el símbolo de poder perderse entre los escombros. “Llévenselo de aquí” ordena la Reina y avanza, sin mirar a nadie, mientras Drogon extiende las alas. El Reinado del dragón, ha comenzado.

Las Cenizas del consejero Muerto:

Tyrion espera la muerte, aplastado por sus penas y la culpa. La pequeña figura del último Lannister parece engullida en la semipenumbra y el desconsuelo. Cuando la puerta se abre y aparece Jon, le mira con el profundo cansancio de la desesperanza. “Lo que ha sucedido, ya sabíamos que ocurriría” murmura y Jon vuelve la cara. Aún intenta ser leal a la Reina que ama y odia, pero Tyrion sabe que el peligro está allí, latente, atroz y temible. “No se trata sólo que es poderosa sino que piensa ejercer el poder a la fuerza. ¿Cuándo se detendrá?”. La tensión es palpable y Jon parece derrumbarse con lentitud hacia la evidencia. “Ella es mi Reina, ella sabrá que es lo justo”, “No lo sabe” insiste Tyrion “Varys tenía razón. Siempre la tuvo y yo estuve equivocado” Entonces llega la confesión, la más terrible y dolorosa de todas. “Le amas, lo sé, de la misma manera en que le amo yo” Jon no responde “Creí en ella. Pero el amor no es suficiente. Ahora no lo es”. Para Tyrion, el horror es evidente, el destino, también “El amor no puede matar el deber” añade. Daenerys es poderosa y no se detendrá bajo razón alguna, mucho menos bajo el consejo de ninguno de los hombres que le rodean. “Se lo que te pido. Debes hacerlo” insiste Tyrion. Jon le vuelve la espalda. “¿Y que hay de Sansa o Arya? ¿Se arrodillarán ante ella?” “Serán leales” dice con voz sin convicción. Cuando la puerta se abre, escapa a la voz y la certeza de Tyrion.

Un trono de hierro:

Drogon vigila la sala del Trono, destruída por la violencia. Emerge de la cenizas al escuchar a Jon y de nuevo, la figura imponente del símbolo de poder más viejo de Westeros. Pero reconoce a Jon y le permite entrar, en un gesto lento y majestuoso.

En el interior de la torre derrumbada, finalmente Daenerys avanza hacia el trono de Hierro. Luego de años de dolores, sufrimientos y por último, la ambición más violenta e inapelable, está al alcance de su mano. Y la Reina Dragón se acerca al silo construido de sus antepasados para recordar los dolores y la incomodidad del poder. El Mítico trono de Hierro sobrevivió a la tragedia y se alza a cielo abierto, bajo las cenizas, en espera de su nuevo ocupante. La visión de Daenerys en la Casa de los Eternos se cumple por fin: El poder absoluto está en sus manos, entre los trozo destruidos del mundo que devastó para alcanzarlo.

Pero ahora, la Reina se siente tímida ante el silencio tenebroso, el símbolo extraordinario que por fin le pertenece. Extiende la mano y lo toca con cuidado: la sonrisa de la íntima satisfacción le llena el rostro. Cuando Jon emerge de entre las sombras, ella le mira emocionada. El trono es un lugar solitario y al final, Daenerys es tan sólo humana. “Cuando era una niña, mi hermano me habló de este trono: mil espadas de enemigos fundidas para recordar el triunfo” le cuenta. Pero Jon no quiere escuchar viejas historias. Suplica por la vida de Tyrion, apela al corazón de Daenerys, pero la Reina Dragón está ahora por encima de todo, muy lejos de la piedad humana. “Asesinaste niños” dice Jon consternado. “Debía destruir el mundo para construir uno nuevo” dice con tranquila rotundidad. De nuevo, mira a Jon como su cómplice y su igual. “Podemos hacerlo juntos. Estabas destinado para esto. Desde que eras un bastardo sin nombre y yo una niña que no sabía contar”. Y Jon la besa, temblando de amor y dolor, por la mujer que ama, la Reina déspota en que se convirtió, la sensación portentosa del horror ciego que representa. Le besa y el beso se hace largo, furioso. Una penitencia. Y entonces, Daenerys deja escapar un suspiro horrorizado. Jon la sostiene y la muerte llega con una espada clavada en el corazón. Daenerys le mira, incrédula, el poder tan cerca perdido para siempre. Y cuando muere, se escucha el llanto del Dragón. Un chillido herido, desesperado que le precede: La figura majestuosa aparece con las alas abiertas, mientras Jon sostiene el cuerpo de Daenerys, aún con la espada en el pecho. El dragón grita de dolor, de furia. Un horror tan hermoso como enajenado. Entonces escupe fuego: no contra Jon sino contra el Trono de Hierro. Escupe fuego y las llamas finalmente destruyen las espadas, el antiquísimo símbolo de poder por el que tantos han muerto, por el que todos han luchado. El fuego de dragón lo consume y el símbolo es evidente: Daenerys muere por el poder, por el Trono malhadado, por todos los secretos de mil espadas rotas que le ataron al horror.

Y Drogon echa a volar, con el cuerpo de Daenerys entre las garras. Un dragón ama como un dragón. Un dragón llora como un dragón. Daenerys muere y el tiempo de los Targaryen ha pasado.

El rostro del Tiempo:

Tyrion mira el las horas transcurrir y la sentencia que pende sobre su cabeza, acercarse. Han transcurrido semanas desde la muerte de Daenerys Targaryen y todavía, no hay un Rey a la cabeza. Cuando finalmente Los Inmaculados vienen por él, no ofrece resistencia. Aturdido, harapiento y roto, camina sin levantar la cabeza. Pero para su sorpresa, la muerte no llega: Un extraña comitiva les espera. En una tienda de campaña de cuero, le esperan los sobrevivientes a las últimas guerras. Un Lord por casa: Bran, Arya y Sansa Stark se sientan junto Edmure Tully, Robin Arryn, Sam Tarly, Davos, Yara Greyjoy, Lord Gendry Baratheon y Brienne de Tarth. Gusano Gris conduce la ceremonia y de pronto, lo que parecía el juicio para Tyrion termina convirtiéndose en una informal ceremonia para escoger al nuevo soberano de Westeros. Y Tyrion de nuevo toma la palabra, a pesar de la furia y el dolor de Gusano Gris, ahora Señor de la ciudad y heredero tácito de la Reina muerta. La discusión se hace altisonante, el horror sigue muy cercano. “Juré lealtad a Daenerys Targaryen” exclama Yara, fría y furiosa. “Necesitamos un soberano” insiste varias voces a la vez”. “Podríamos dejar escoger al pueblo” sugiere tímidamente Sam. “Necesitamos escoger un nuevo soberano” insiste Tyrion y su voz, es la de la historia que se cuenta, el hilo conductor de lo que espera. “Es necesario que el nuevo monarca nos represente” dice “¿Qué nos une? ¿La sangre? ¿Las luchas?” suspira, asume el peso de la responsabilidad que toma sin que nadie se lo pida “Nos unen las buenas historias. La memoria compartida” Bajo la mirada furiosa de Gusano Gris, el hombre más brillante de Westeros recupera la elocuencia. “He tenido mucho tiempo para pensar sobre nuestra historia sangrienta, sobre todos los errores que hemos cometido. ¿Qué une a la gente? ¿Ejércitos? ¿Oro? ¿Banderas? No, historia. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nada puede pararla. Ningún enemigo puede derrotarla.” Y entonces, deja caer su inesperada selección “¿Y quién tiene una mejor historia que Bran ‘El Roto’? El niño que cayó de una torre alta y sobrevivió. Sabía que no podría volver a andar así que aprendió a volar. Él es nuestra memoria. El que guarda todas nuestras historias. Las guerras, las bodas, los nacimientos, las masacres, las hambrunas, los triunfos y las derrotas. Nuestro pasado. ¿Quién mejor que él para liderarnos en el futuro?” “Bran no puede tener hijos” repone Sansa, fría y contenida. “Así es mejor” responde al punto Tyrion “Que el Rey sea escogido por los Lores de Westeros”. “¿Quieres ser Rey?” dice entonces Tyrion directamente a Bran, que le mira con su ultraterrena tranquilidad. “¿A qué crees que he venido?” Y de nuevo, la rueda Gira: El selecto cónclave acepta, con la excepción de Sansa, que insiste en mantener la autonomía del Norte y Bran el Roto, nuevo Rey de los seis Reinos, lo admite. Tyrion es elegido Mano del Rey a pesar de su negativa. “Pasarás el resto de tu vida enmendando tus errores” anuncia Bran. El destino se ha cumplido y el Reinado del Cuervo de Tres Ojos comienza.

El Ostracismo del Rey:

Jon es un rehén incómodo del poder recién establecido: Si es liberado, habrá enfrentamientos de Los Inmaculados contra el Norte. Si es ejecutado, también. De modo que se acuerda una solución intermedia: Tyrion se la comunica a Jon, devastado, afligido pero curiosamente aliviado. “Irás al Norte y te recluirás a la Guardia de la Noche” “¿Aún existe una Guardia de la Noche?” “Siempre habrá un lugar para Bastardos y hombres rotos” afirma Tyrion. Jon no podrá casarse ni tener hijos. Y Jon acepta, humilde y desprovisto de máscaras, destruido por el peso de secretos que jamás le pertenecieron y el dolor arrasado del miedo que logró vencer a medias.

La sentencia se ejecuta de inmediato: el hombre sin nombre que ahora será Jon, abandona King’s Landing sin otra cosa que la ropa que lleva puesta. Nadie le mira, nadie hace otra cosa que evitar su mirada. Menos sus hermanos, de quienes se despide con afecto pero sin demasiada ceremonia. “Lo lamento” dice Sansa, cansada y por una vez, vulnerable. “Hiciste lo que debías” Arya anuncia que viajará a Occidente, más allá de Tierra conocida y finalmente Bran, el nuevo soberano, mira a su súbdito con su habitual frialdad. “No estuve para ayudarte cuando más lo necesitabas” dice Jon. Pero para Bran, todo está claro. “Estuviste dónde debiste estar”. Y Jon parte, sin rostro, sin pasado, sin herencia, desterrado de nuevo. También lo hace Gusano Gris, que parte en un último recorrido simbólico hacia Naath.

Canción de Hielo y Fuego:

La primera Reunión de Lores y encargados se lleva a cabo: Bronn, nuevo Señor de Altojardín, forma parte de la pequeña comitiva. También Sam, que muestra el tesoro recién terminado: Un volumen enorme que recopila la historia de las Guerras y el advenimiento del nuevo Rey. “Se llama ‘Canción de Hielo y Fuego’, y cuenta la historia” anuncia feliz el joven Maestre de ropas impecables. Davos le escucha deslumbrado desde su nueva investidura en la mesa de los que deciden la forma en que funciona el mundo. La rueda del Poder se pone en marcha y cuando aparece el Rey, la realidad parece recién nacida y quizás llena de esperanzas, otra vez.

Una historia invisible:

Y es Brienne de Tarth quien cuenta la historia del Matarreyes, incompleta en el libro. Poco a poco, Ser de Tarth completa la travesía final de un hombre que regresó para morir y proteger a su Reina. Y mientras lo hace, la mujer que amó al hombre que recuerda, se ablanda, se reconcilia con el pasado y quizás, con la última palabra que nunca pudo decir.

Más allá del Muro:

Y los hermanos Stark parten, cada quien a un destino distinto: Arya a Occidente a través del mar, Sansa al trono de Norte, Bran como el Rey inesperado y Jon, hacia el exilio más allá del Muro. Allí, le espera Tournoud y el Pueblo de los Salvajes. También su leal Ghost, que recibe al que pudo ser Rey y no lo fue, con la alegría feroz de la tierra Yerma. Parten juntos, los salvajes, el hombre sin nombre y su lobo Huargo, hacia el bosque. Más allá del Muro, no hay otra cosa que una historia perdida. Un rumor de voces inentendibles y al final, la soledad de un ostracismo inevitable, en medio de la última vuelta de la rueca del poder.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine