Crónicas de la lectora devota:

Open Water de Caleb Azumah Nelson

Aglaia Berlutti
12 min readApr 23, 2021

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Con frecuencia, se insiste en que la fotografía no se aprende, sino que se practica, una frase que parece resumir las ideas — y también prejuicios — más habituales que se tienen sobre la disciplina fotográfica. Más allá de eso, la reciente democratización de la imagen fotográfica como parte de la cultura de masas, ha convertido su práctica en un reflejo cultural y social. Una forma de analizar la idea sobre el individuo de cara al colectivo y también, de reflexionar sobre la forma en que la ambición de nuestra época por el reconocimiento y la visibilidad, se hace más insistente. Por supuesto, no se trata de algo que sorprenda: la fotografía fue considerada quizás por demasiado tiempo la consecuencia de una actividad mecánica antes que intelectual.

Una salvedad, que hizo de la fotografía parte de una transición sobre el concepto elemental entre lo que la imagen puede ser — arte, reflejo, forma de comunicación — y en lo que puede convertirse en una evolución intelectual. Por casi medio siglo, el conocimiento fotográfico se transmitió de manera oral y a través de la experiencia de un fotógrafo a otro, en una especie de tradición semejante a la del pintor y aprendiz. El fotógrafo enseñaba lo aprendido bajo un método rudimentario pero efectivo que permitía al futuro creador visual, asumir la fotografía como una técnica y arte en constante transformación.

Tal vez por ese motivo, el narrador sin nombre de la novela Open Water del escritor Caleb Azumah Nelson, asume que la fotografía es un tránsito intelectual que se conecta entre varias ideas a la vez y se sostiene, como un recorrido hacia algo más profundo y especulativo. Además, el autor reflexiona sobre la idea de la fotografía como un recorrido elemental hacia un diálogo entre lo colectivo y el individuo, todo en medio de un tránsito sustancial a través de la visión personal del narrador sobre lo que la imagen puede ser. El protagonista anónimo es un hombre afroamericano que utiliza la fotografía como un elemento que enlaza la historia racial de Inglaterra con algo más elaborado y complejo. De modo que colecciona fotografías de diversos momentos de la historia de su país relacionados con el racismo, como un medio de memoria que asombra por su sutileza y delicadeza. Azumah Nelson es una mirada insistente hacia el bien y el mal moral, elaborado y sostenido a través de un tránsito consecuente sobre lo que la cámara refleja como testigo mecánico y la opinión del fotógrafo que la sostiene.

Entre ambas cosas, la novela avanza entre dos versiones de la realidad, que terminan por entrelazarse en algo más poderoso que una simple búsqueda de identidad. En más de una ocasión, el personaje insiste que compone imágenes con las que intentan captar la idea de la historia como un fenómeno en movimiento — “retratar un ritmo que se crea a sí mismo” — y además, avanzar de forma elaborada hacía una percepción misteriosa sobre lo que la cultura puede ser. Las fotografías que el personaje colecciona son miradas a distintas épocas de un país convulso, pero también forman parte de su propia historia.

“Me pregunto hasta cual punto, soy parte de todo lo que ocurre, en un espacio malogrado y en una narración del pasado cada vez más confusa”. Como un hombre negro, el narrador busca una forma de expresarse que se extiende en todas direcciones y se enlaza hacia algo más profundo. Como fotógrafo, comprende el valor y el temor de lo que puede ser el tiempo, el sostén de la habilidad para cuestionar y relatar la realidad como un todo subsecuente. Finalmente, el personaje encarna la conexión entre la fotografía y el contexto histórico que rodea al personaje como un peso consistente sobre su análisis sobre el futuro.

Pero más allá de la reflexión sobre el acto creativo como testigo del tiempo y de la propia vida, Open Water medita sobre la forma en que el conocimiento — metaforizado a través de la fotografía — puede crear un escenario ideal para entender los pormenores de la raza, el tiempo y la estructura que reflexiona sobre un país en plena transformación cultural. Para el narrador anónimo, la noción de Inglaterra como un escenario en el que lentamente se erosiona la noción sobre el ciudadano, puede compararse a la toma de conciencia que antes o después, provoca el arte. “La fotografía puede hacer que sea más sensible a los pequeños detalles que conducen hacia algo más duro de asimilar” explicar el narrador.

Acaba de tomar una fotografía en una consigna política se derrite sobre una calle en la que un grupo de manifestantes quemaron basura. No explica cual es el conflicto callejero o que lo motivó, pero es evidente que se refiere a una de las tantas protestas ocasionadas por el racismo y la discriminación del país. “La fotografía no te enseña nada, pero te permite dejar constancia del paso del tiempo” reflexiona acerca de lo que el lente capta y que después, analizará como un conjunto de imágenes que analizan algo más incómodo. “La fotografía no es en realidad una opinión, sino la suma de muchas de ellas, enlazadas en algo más amplio” comenta mientras amplía en la pantalla de la portátil la imagen de un rostro distorsionado por la furia que arroja una piedra.

Al narrador le sorprende que se trate casi de una imagen espejo. En la fotografía, puede verse a un hombre negro de su edad e incluso, que lleva ropas parecidas a las suyas. Tiene una piedra en la mano y el brazo extendido, tenso. “Fue como verme, a la distancia. Pero en lugar de sostener una roca, tengo una cámara entre las manos y sostengo esta ventana hacia las cosas que permanecerán en el futuro”. Se trata, claro, de una percepción romántica sobre la fotografía y todo lo que cualquier artista puede aspirar a crear a través de la imagen inmediata. Pero aun así, Azumah Nelson logra encontrar una mirada coherente y potente sobre algo esencial: la realidad y sus infinitas variaciones, la percepción sobre lo que buscamos. La identidad como sostén de algo más elaborado y complejo de interpretar.

No obstante, Open Water es algo más que una reflexión filosófica sobre la historia desde un prisma realista. También es una historia de amor que no lo es, en la medida que el sentimiento es también, el reflejo de algo más confuso. El narrador vive un romance fragmentado, no siempre feliz y a punto de derrumbarse con una bailarina a la que no termina de comprender. Es una mujer extraña, angustiada, abrumada y en especial, distante con la que pasa algunas horas a la semana. Pero en lugar de conversar o tener sexo, la idea sobre el tiempo y la imagen que lo capta se hace presente de nuevo.

El narrador pasa buena parte del tiempo fotografiando las práctica de ballet de la chica. Lo hace además, con una escrupulosidad que asombra por su deleite por el detalle o al menos, en la forma en que Azumah Nelson lo describe a través de su personaje. “Ella levanta los brazos, el cuerpo gira, la cabeza ladeada le hace parecer como si estuviera a punto de echar a volar. Presiono el obturador. En la imagen de hecho, flotará en medio del silencio, la mirada que contempla hacia el espejismo de la realidad”. El hecho que la mujer sea negra, tiene también su peso en la trama, porque de una u otra forma, para Azumah Nelson es de enorme y considerable interés que el diálogo entre ambos, atraviese el tema sensible de la raza.

Porque la joven bailarina ha tenido que atravesar todo tipo de obstáculos para lograr bailar en un escenario, para expresarse en toda su habilidad y formidable talento, frente a una audiencia que según el narrador “primero nota su color de piel. Primero eso, antes que cualquier otra cosa. La mira, la contempla y después, nota su destreza. La manera en que la música la sostiene, la hace más hermosa, poderosa y terca en su necesidad de mostrar belleza”. Hay una curiosa mezcla de percepciones y cuestiones sobre la naturaleza de la identidad, que Azumah Nelson guarda y sostiene como un diálogo duro sobre las pequeñas líneas de subtexto de la cultura contemporánea. La forma en que la discriminación, el miedo y la concepción sobre los dolores y temores, se conjugan en algo más complicado. “No sólo soy fotógrafo porque deseo narrar y observar. Lo soy porque necesito contar una historia, aunque todavía no sepa cual” explica el narrador. Lo hace, mientras yace junto a la bailarina, ambos desnudos, los cuerpos entrelazados.

Azumah Nelson crea con cuidado, la sensación que ambas experiencias artísticas — la fotografía y la danza — se entrecruzan en la forma en que los personajes expresan su deseo. Las escasas escenas de sexo son sensoriales, lentas, impregnadas de cierta sensación fatalista. El fotógrafo no se quedará, la bailarina quiere decir algo pero no se atreve. “¿Este será el día en que me explique en que no desea verme de nuevo?” se pregunta el fotógrafo e imagina la última imagen entre ambos. Ella de pie, alta y esbelta, junto a la puerta, aturdida, el cabello trenzado sobre los hombros. “¿Mirará al lente? ¿me mirará a mí? ¿simplemente me ignorará?” Al final, ella solo se queda dormida a su lado y para Azumah Nelson se trata de uno de sus raros momentos de intimidad entre iguales. “Me pregunto que tan valiosa son las historias que pasan desapercibidas, o si el valor de una historia depende de su cualidad para ser narrada como una serie de ideas vinculadas entre sí”.

Por supuesto Azumah Nelson se está haciendo preguntas concretas e implacable sobre la cuestión de cómo un hombre negro se relaciona con el resto, su historia y el contexto que le rodea. No se trata de profundizar en la diferencia, sino entender las raíces sutiles de la discriminación. El escritor cuenta la forma en que el fotógrafo intenta captar algunas imágenes de la ciudad anónima en que vive y de inmediato, un policía se acerca para interrogarle. La escena es corta, dura — “en realidad, me echó del lugar” explica — pero deja claro que las relaciones de poder en una Inglaterra extraña, sigue siendo complicadas y la percepción social de la raza, aún es una maraña de infinitas ramificaciones. “¿Quienes somos en medio de una cultura en la que no tenemos historia?” se pregunta más tarde el fotógrafo y contempla las paredes de su estudio cubiertas de fotografías de hombres y mujeres negras. Unos de pie en la calle, otros frente a sus casas y coches. Una manifestación multitudinaria, una niña que le observa con ojos preocupados, un grupo de ancianos que caminan a través de la calle, un muchacho joven que llora en una esquina y se aprieta una herida en la cabeza. Con cuidado cuelga la imagen de la chica que baila, tan distinta y a la vez, una especie de conclusión a toda la narración anterior sobre la vida de hombres y mujeres en un ambiente agresivo. Ella solo flota, pero la piel oscura brilla, es notoria bajo el traje blanco. “Lo primero que notará el público de ella, es el color de la piel” repite. “Y es una dura toma de conciencia, que siempre es esa imagen la que prevalece a cualquier otra”.

Por supuesto, el recorrido del narrador de la novela, es cada vez más angustioso. Aunque Azumah Nelson no indica fecha, es evidente que la historia transcurre alrededor de 2017–2018, por lo que la tensión racial es apreciable. A dos años de distancia de la muerte de George Floyd y todo lo que significó, la novela de Azumah Nelson tiene un ingrediente casi profético acerca de la manera en que estructura, sostiene y mira la cuestión de la discriminación y la presión social a punto de estallar. No se trata de un anuncio, sino que en realidad, el fotógrafo intenta captar todo lo que está ocurriendo, lo que sostiene y amplifica la necesidad de unir y vincular el miedo y la violencia a algo más orgánico. “Cuando tomas una fotografía, estás en búsqueda de una historia que conservar. Me pregunto que historia conservo yo, cual es la que sostengo poco a poco, a través de este mosaico de imágenes”.

La novela, con su ritmo pausado, es también un recorrido por paisajes que dependen de la cámara para existir. Un parque destrozado por el vandalismo en que dos niñas negras juegan. Una, con la piel más clara que la otra, contemplan al fotógrafo. “Una tiene miedo, otra curiosidad” piensa el fotógrafo y con cuidado, sólo a través de esa imagen, analiza el matiz doloroso del colorismo, ese doble rasante del racismo menos evidente que también forma parte de la idea más amplia sobre la cultura norteamericana. “Una de ellas se cubre el rostro, la otra se acerca para mirar mejor mi cámara. Una de ellas lleva trenzas, la otra el cabello alisado y peinado como una niña blanca” Para el narrador, las sutiles trazas de significado en cada cosa que mira, elabora una idea más persistente sobre el mundo que le rodea. Y la cámara observa todo, crea una reflexión total que desconcierta por su precisión. Es la cámara y no el fotógrafo, la que apunta, la que mira, la que reflexiona, la que apunta a una dirección o a otra. Y siempre hay señales de lo que obsesiona al fotógrafo.

De hecho, Open Water plantea una discusión esencial que permite al fotógrafo no sólo profundizar en la fotografía como el método de registro de la historia, sino como una forma de comprensión de las pequeñas cosas que sostiene en ella. Un fotógrafo no es sólo el operario de una herramienta mecánica y tecnológica: es un artista que utiliza la cámara para crear expresiones visuales sustentadas en concepto. ¿Cuál es entonces el punto intermedio entre ambas cosas? ¿Qué conjuga la experiencia constante del fotógrafo con el conocimiento técnico? Para el narrador de Azumah Nelson se trata además, de una búsqueda entre dimensiones de lo que considera real, de todas las escenas que atesora y todas las concepciones de lo que intenta comprender a través de la imagen. Si la fotografía es un testigo, el narrador de Azumah Nelson es una voz que articula todas las historias, que potencia con elegancia y audacia todas las miradas a través de lo que teme, de lo que aspira y al final, de lo que intenta descifrar a través de la imagen.

“No sé si el lente me muestra el amor, el terror, la oscuridad en las calles o la que encuentro en mi mismo” dice con cierta poesía el fotógrafo, de nuevo frente a la puerta de la bailarina, aturdido, desconcertado. Han tenido sexo y ella le ha pedido salir de la casa. Pero no hubo tiempo para levantar la cámara. De modo que no hay una última fotografía, si ese es el caso y si en dado caso, ocurrirá tal como el fotógrafo lo imagina. El recurso es persistente, perdurable, espléndido y al final, profundamente singular. De una u otra manera, para Azumah Nelson es evidente que el racismo — invisible y la mayoría de las veces normalizado — termina por politizar, para bien o para mal, todas las relaciones de los hombres y mujeres negros. Con la cámara entre las manos, fotografía la puerta cerrada y piensa en el acto de poder de la bailarina — la única mujer de color en una compañía de casi cincuenta artistas — y también, en la soledad del inevitable aislamiento social.

De hecho, la puerta cerrada se convierte en la siguiente imagen en la pared, en una serie de pequeños fragmentos de realidad. En una de las escenas que abre el recorrido hacia el tramo final, la imagen de la puerta se contextualiza en el dolor de la discriminación como algo conceptual. La novela, que tiene mucho de narración continúa y que cambia constantemente de la primera a segunda persona, es una mirada consistente de ser observado, al mismo tiempo de observar. “Miro a través de la cámara, mientras la cultura me mira directamente a mí, como un sospechoso sin nombre” cuenta el fotógrafo mientras contempla su colección, cada vez más amplia, cada vez más dura y simbólica. Para Azumah Nelson, el racismo es un recorrido y una perenne concepción sobre la identidad. Y la novela, en toda su colección de anécdota (que se mueve en un sentido directo y se hace cada vez más sentida, más extraña y potente), es también una búsqueda sobre la razón de ese paisaje a fragmentos de la raza como un recorrido por lo personal y lo que no lo es. Una imagen que se agrega a una larga colección de temores. Una búsqueda filosófica sobre cómo nos comprendemos en medio de una amplia variedad de situaciones que sostienen la individualidad en medio de la cultura contemporánea. Open Water es una novela que utiliza el arte como un medio de diálogo y también, una búsqueda insistente sobre las raíces más profundas de los miedos sociales. Quizás su mayor y más complicado logro.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine