El Camino de ladrillos amarillos:

El vuelo imposible de la imaginación. (Parte II)

Aglaia Berlutti
7 min readMay 20, 2020

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(Puedes leer la parte I aquí)

Pero, a pesar de los esfuerzo de Baum por conservar la vida nómada luego de contraer matrimonio, pronto fue evidente que la dimensión doméstica del amor abarcó por completo, todo lo que hasta entonces, había sido territorio fértil de la invención, la fotografía y la aventura. Maud quedó embarazada casi de inmediato: para finales del siglo XIX, ya Baum era padre por tercera vez y las correrías a través del país, eran excesivas tanto para los niños como su agotada esposa. De modo que en Julio de 1988, la pareja se trasladó a Aberdeen (Dakota del Sur), en la que abrieron una tienda que era sin duda, una reminiscencia del viejo carretón familiar en el que habían viajado por años. “Es enorme, llena de objetos sin valor, las ventanas estrellas. Hace calor y vendemos muy barato. Pero es nuestra casa” escribió Baum a su hermano en un alarde de felicidad infantil. Con la misma audacia brillante y simple que le había lanzado a recorrer el país y antes, a escapar de todo lo que se esperaba de él, el escritor llegó a convencerse que la tienda era el primero de muchos lugares “para soñar”.

Ya escribía durante horas cada noche. Poemas, pequeñas crónicas del pasado viaje y por supuesto, narraciones cortas sobre ese país imaginario y aun sin nombre en el que vivían todos sus personajes. Por extraño que parezca, Baum convirtió al viejo territorio de ensueño de su infancia, en un lugar descrito a cada detalle. A los párrafos les acompañan fotografías: laderas enormes de aspecto hostil, pero que gracias a la visión de Baum, tenían un aire reposado, onírico y contemplativo. Hombres y mujeres fotografiados bajo el sol, que luego Baum incluía en sus pequeños cuentos — “nunca más de una cuartilla — y que en las praderas radiantes de su mundo imaginario, se convertían en brujas y monstruos. Cuando Maud descubrió su hábito, le pidió incluir a los niños. “Los primeros habitantes de Oz fueron mis hijos” diría después, al preguntarle sobre por qué había tomado la decisión de publicar lo que sin duda, era un tipo de narración privada y familiar que poco o nada tenía que ver con la literatura infantil de la época. Para Baum era de considerable importancia que los niños se sintieran inmersos en un universo por completo nuevo al leer un libro. “No sólo lo lees, lo vives” insistía y años después, ese objetivo sería la puerta de entrada a una revolución literaria.

No obstante, el mundo de Oz tuvo que esperar unos cuantos años para llegar al papel. La tienda de Aberdeen se fue a la quiebra debido al hábito de Baum de no cobrar a quienes consideraba muy pobres y al final, a cualquiera que se interesara por las curiosidades que llenaban los anaqueles. De modo, que la tienda cerró y dejó a la familia en el mismo punto en el que se encontraban a llegar a Dakota del Sur. Poco después, se hizo editor de The Aberdeen Saturday Pioneer, en la que por años escribió la columna “Our Landlady”. La descripción que Baum de la Kansas deslucida y tétrica que antecede al viaje a Oz, es en realidad el paisaje reseco y silencioso del pueblo que sobrevivía a duras penas, en medio de todo tipo de penurias.

La aventura editorial duró poco: en 1891 el periódico cerró y finalmente, Baum tomó la decisión de trasladarse con su mujer y cuatro hijos a la gran ciudad. La escogida fue Chicago, en donde de inmediato comenzó a trabajar en Evening Post y otras publicaciones, en un intento de mantener a flote a la familia sin lograrlo siempre. Hubo momentos muy duros, tanto como para Maud decidiera pedir empleo en varios de los grandes almacenes durante la navidad. Con todo, la pareja siempre insistiría que fue una época feliz y Baum no dejó de escribir: para 1895 buena parte del mundo de Oz — que seguía sin nombre — formaba parte de los cuentos familiares de los Baum. Y en 1897, llegó la primera publicación de su prolífica carrera en la literatura: Mother Goose in Prose (Mamá Oca en prosa), una colección de cuentos para niños de enorme sencillez pero que ya contenían algo de la extravagante visión del escritor sobre el mundo infantil. No fue un éxito de librería (apenas se vendieron un par de ediciones), pero permitió a Maud dejar las tiendas y a Baum, plantearse la idea de escribir de manera profesional, algo que hasta por entonces, no había considerado con seriedad.

La oportunidad llegó con el fin de siglo y el escritor diría después, que Oz abrió las puertas a “una nueva forma de hablar a los niños, acorde con el futuro”. William Wallace Denslow, un artista itinerante con el Baum había hecho amistad, fue el primero en escuchar la historia sobre Oz antes que el escritor dedicara tiempo y dedicación a ordenar la ingente cantidad de material disponible. Ya Wallace Denslow había ilustrado “Father Goose, His Book”. Para el dibujante, fue una revelación “Es hora de crear” dijo en la primavera de 1899 y año siguiente, luego que Baum publicara con éxito cinco libros con meses de diferencia, llegó “El maravilloso Mago de Oz”, que de inmediato causó revuelo y se convirtió en el libro más leído de la incipiente década. Se trataba de un recorrido asombroso a través de una tierra de leyenda, que para variar, no provenía del otro lado del Océano ni era un sofisticado mecanismo de elaboradas narraciones. “El Maravilloso Mago de Oz” era ameno, divertido, extraño, pero sobre todo entrañable. Todas las librerías del país deseaban su copia y para el invierno del primer año del siglo, fue el regalo más vendido por navidad. Los padres se peleaban por los ejemplares y hubo notas en los periódicos, que narraban las disputas a gritos y sacudones en librerías y tiendas, por quienes querían comprar los últimos ejemplares. El Minneapolis Journal lo llamó“el mejor libro de cuentos para niños del siglo” un elogio extraño que hizo reír a Baum. “Mejor decir eso sin vivir para comprobarlo” escribió a su contador, en un raro estallido de pragmatismo.

El Mágico Mago de Oz.

El libro se mantuvo entre las listas de los más vendidos hasta que ocurrió lo inevitable: las sucesivas reimpresiones y ediciones, no sólo hicieron millonarios a escritor e ilustrador, sino que de manera inevitable, le llevaron por caminos creativos distintos. Para el final de 1901, ya Baum y Wallace Denslow habían tenido una serie de considerables discusiones sobre el valor de los personajes, el reino de Oz y la trascendencia de la historia. El escritor tenía una imaginación en apariencia inagotable — llegaría a escribir doce libros más sobre la historia — pero el éxito del libro residía en las ilustraciones, que por derecho legal, pertenecían al dibujante. De modo que ambos empezaron a narrar historias divergentes, en paralelo y por completo distintas. Cuando en 1902 la compañía editorial George M. Hill se declaró en quiebra, el dúo tuvo que enfrentarse a una querella legal que terminó de manera trágica: ambos perdieron los derechos sobre la historia, que quedaron en manos de Bobbs — Merril. Una segunda revisión del caso, permitiría al autor y al ilustrador conservar la propiedad intelectual, pero ya la disputa entre ambos era tan directa e insalvable, que lo que hasta entonces había sido una fructífera sociedad, terminó por desplomarse por completo.

Pero a Baum le sobraba energía e imaginación para reponerse del revés casi de inmediato: siguió escribiendo y a finales de ese año, la obra “El Mago de Oz” se estrenó la Gran Ópera de Chicago, con guion del propio Baum y dirigida por Julian Mitchell. La obra, era una especie de reflejo de las extravagancias en carreta que Baum tanto amaba y tal vez por eso, se convirtió en un éxito de inmediato. Chicago entero pareció caer bajo el influjo del exceso y lo radiante de la puesta en escena y para cuando la obra, comenzó un itinerario teatral alrededor del país, era obvio que el triunfo era tan resonante como para restañar las heridas de la ruptura con Wallace Denslow. La primera secuela del libro, titulada “La tierra maravillosa de Oz”, llegó 1904 en pleno apogeo de la obra. Era una sublimación de lo mejor, lo más extraordinario y conmovedor del material de origen, llevado a un nuevo nivel tan asombroso que incluso sus lectores más fieles, se sorprendieron. Pero Baum insistió en que “así imaginaba un nuevo recorrido por Oz” y fue evidente que el libro, era más una antesala de la continuación de la obra de teatro que una obra independiente. A partir de entonces, Baum no dejó de escribir y recorrer Norteamérica en medio de una fama tan refulgente que le convirtió en una prominente personalidad pública. El Mago de Oz se convirtió no sólo en una historia amada por generaciones enteras, sino el referente inmediato de toda la literatura infantil con impronta estaodunidense que vino después.

A pesar de tener una salud frágil, Baum siguió escribiendo, recorriendo el país, siendo un padre divertido y atento, un esposo amoroso y una indefinible personalidad teatral hasta su muerte, a los sesenta y dos años de edad. No sólo logró crear una mitología tan extraordinaria como rica, sino también, convertir la literatura infantil en una seria apuesta editorial. Además de las sucesivas secuelas de Oz, también escribió una serie de adolescentes bajo el seudónimo de Edith Van Dyne, una novela para adultos que no firmó y muchas obras que permanecieron inéditas hasta su muerte.

Para Baum, escribir era un recorrido por lo imposible, lo tierno y lo humano: sus brujas eran siniestras, pero tan divertidas que era imposible no prendarse de ellas. Sus personajes, entrañables hasta el dolor y por supuesto Dorothy, una heroína valiente y simpática que cautivó corazones de una época plagada de mujeres sufridas y llenas de dolores emocionales. La combinación se sustentaba además en el mismo sentido del humor que hizo a Baum abandonar la casa paterna, enamorarse y sostener un matrimonio feliz, sostener una larga y disparatada carrera literaria: el amor a la risa. “Sonríe, Dorothy, el mal jamás puede contra la risa” dice el hombre de Hojalata, mientras el León, el espantapájaros y la chica de zapatos color carmesí avanzan por el camino amarillo. Y ríen, claro, en medio de los verdes prados color esmeralda y la mirada desconfiada del mago embaucador. “Reír nos hace eternos” escribió Baum unos días antes de morir. Quizás el mejor panegírico para un hombre que no dejó de hacerlo todos los días de su vida. O en eso insistió.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine