Desde el silencio, el don de la palabra.

La oscuridad y la belleza, la búsqueda del tiempo. (Parte III)

Aglaia Berlutti
15 min readMar 17, 2021

(Puedes leer la parte II aquí)

Charlotte Brontë sufría de terrores nocturnos. Emily creía que la vida “era un suspiro doloroso y venial”. Anne se esforzaba por mantener el hogar en pie, a pesar de todos los rigores y dolores que padecía la familia. Patrick, el patriarca familiar, era violento y despótico. Bradwell, el hijo varón y por tanto, el único que podía sostener el honor familiar, intentaba mantener la indecorosa fama de sus hermanas a distancia de su buen nombre. Pro al final del día, las Brontë escribían a pesar de todo y luchaban para hacerse un nombre en la literatura. Uno además, que pudiera sobrevivir a su frágil salud, a su larga vida de privaciones y sufrimientos físicos.

Se trataba de una historia dura, hermosa y con tintes góticos. Y también por completo falsa. En realidad, todo el mito sobre la tormentosa vida de las Brontë tiene su origen en la necesidad de George Smith — y otros tantos editores — de conjugar el éxito de las novelas, con una percepción casi épica sobre el origen de las historias que las hermanas publicaron. Después de todo, Cumbres Borrascosas se convirtió en un triunfo de crítica instantáneo, que además desconcertó y sedujo a la mayoría de los lectores. Publicada por Emily Brontë en 1847 bajo el seudónimo de Ellis Bell, era para comenzar, una narración inclasificable. Era una historia con un núcleo gótico apreciable (y la evidente influencia del género en su versión más depurada), pero a la vez, también era una tragedia, una historia de amor y una crítica dolorosa sobre los horrores del miedo, la ausencia, el desgarro existencialista y la búsqueda del propósito.

En medio de un escenario semejante, el amor es una condena, la pasión un pecado imperdonable y la venganza, el músculo que palpita al fondo de los aterradores y hostiles paisajes que describe la novela. Para cuando el libro fue publicado, la sorpresa de los lectores fue mayúscula, pero no tanto como la del mundillo literario en Londres, que les llevó meses analizar la cualidad rupturista de una obra en la que el tradicional héroe gótico también era una víctima, la heroína estaba abrumada por la pasión y los personajes benévolos sufrían todo tipo de rigores, sin alcanzar jamás la justicia. Se trataba de una tempestad creativa que asombró y deslumbró por su cualidad casi maligna. Pero que por supuesto, también trajo consigo una ardua, perdurable y dura discusión sobre la importancia y la noción sobre la bondad y la maldad, que empañaron en cierta forma los aportes de “Cumbres Borrascosas” a la literatura de mediados del siglo XIX.

Por supuesto, se trataba además de un período complicado para la ficción. Ann Radcliffe había logrado crear y sustentar una percepción profunda sobre lo moral, lo terrorífico y lo sobrenatural en una voluminosa colección de historias, que influyeron de manera directa sobre Sir Walter Scott y en la pensadora Mary Wollstonecraft. En especial, la obra de Radcliffe, que profundizaba en la oscuridad espiritual pero a la vez, creaba la concepción del espacio terrorífico como una atmósfera perdurable, era una concepción sobre la naturaleza humana que sorprendió por su solidez. The Romance of the Forest, en especial, se convirtió en una poderosa estructura narrativa en la que se fundamentó el gótico tardío como aseveración consistente sobre el hecho humano y su relación con el misterio. Hasta entonces, todos los terrores se encontraban fuera del ámbito psicológico de los personajes, más allá del recorrido del dolor, el sufrimiento o el deseo como búsqueda de los propios espacios interiores. Radcliffe reconstruyó la idea, la sostuvo bajo elegantes y enrarecidas atmósferas y por último, creo una concepción sobre lo humano como una cualidad monstruosa. La condición del bien y el mal en todos los personajes de Radcliffe se sostiene sobre la búsqueda de un objetivo, ya sea abyecto, asombroso, místico e incluso sublime. El paisaje a su alrededor se sublima, se transforma y elabora un espacio concreto. Ambas cosas en conjunto eran capaz no sólo de crear una historia con múltiples capas de significado, sino además, elaborar una idea más poderoso del terror.

Pero Cumbres Borrascosas se aleja incluso del imperativo del espacio como reflejo de la naturaleza de sus personajes. Pero lo hace con una poderosa y cruel versión sobre la realidad. El Heathcliff de Brontë es una criatura despiadada — en algunas partes casi se le describe como un monstruo impecable — mientras Catherine Earnshaw, no es del todo inocente y está consumida por el deseo, el amor y también, la obsesión. Ambos forman una pareja atípica, inquietante y en ocasiones imposible de comprender, a pesar de la intención de Emily de mostrar que el arrebato amoroso podía convertir a su heroína en una frágil dama a punto de desmayarse de angustia o a su villano, en una criatura rota, dividida y confundida. El escenario planteado por Emily no sólo llevó una dimensión por completo nueva lo planteado por Ann Radcliffe, sino que además, sostuvo algo más persistente sobre la raíz de la necesidad existencial y la persistencia de la memoria. Si hasta entonces, todos los personajes góticos eran estereotipos (cuyas características se agudizaron, se hicieron más evidentes, más elaboradas) a medida que la trama avanzaba, los personajes de Emily Brontë desconcertaba por el trasfondo oscuro que les mostraba entre la necesidad, el miedo, la violencia, una forma de apetito carnal que incluso fue considerado del todo inquietante para el momento de su publicación.

Tal vez por ese motivo, la reacción inmediata que provocó Cumbres Borrascosas fue la de un desconcierto más o menos generalizado. La opinión persistente que se trataba de un experimento más o menos afortunado. En especial, porque la cualidad críptica de la estructura hace que la evolución de los personajes, fuera tan dolorosa como progresiva. En Cumbre Borrascosas, ningún personaje es del todo bueno o malo. De hecho, es esa mirada matizada sobre el espíritu inhumano y sus horrores, lo que le permite crear la percepción que la lenta caída en los infiernos — del pesar, del miedo, los horrores — de Heathcliff y Catherine era cada vez más violenta, en medio de una bárbara concepción del ser humano. Hubo voces críticas sobre el retrato del autor sobre el dolor y el sufrimiento — “No enaltece, sino pervierte” se quejó un crítico — y en especial, de la muerte. El amor trágico de la pareja central no admite búsqueda de redención, sino que en realidad avanza hacia algo más duro, inquietante y al final oscuro. Catherine vaga por los riscos, como un espectro pesaroso al que solo Heathcliffe no puede ver y escuchar. La refinada violencia del miedo, del castigo eterno, de la penuria del sentimiento convertido en algo más angustioso, convirtieron a la novela en el centro del debate de algo mucho más duro de entender.

En especial, cuando Jane Eyre (publicada casi simultáneo) había provocado una auténtica maravilla. Tanto como para que Currell Bell (seudónimo de Charlotte Brontë) se convirtiera en una personalidad pública de interés. George Smith, su editor, aunque no conocía al “joven prodigio” sino a través de sus puntillosas cartas y cuidadosas correcciones, insistía que tanto una como la otra novela, mostraban un “nuevo rostro” de la literatura inglesa. En especial, cuando la percepción sobre el amor, la pasión, la necesidad erótica e incluso, la plenitud de la búsqueda de absolución espiritual por completo desconocida estaba en todas partes. 1847 fue el mismo año de la publicación de El vizconde de Bragelonne de Alejandro Dumas, la tercera y última parte de las novelas de D’Artagnan, una historia que cautivó al público fiel a la combinación de aventura, amor y heroísmo de Dumas, pero que no llegó a sorprender del todo a la crítica. Por extraño que parezca, también Anne Brontë publicó el mismo año Agnes Grey, que con un tono mucho menos pasional y más discreto que las obras de sus hermanas, relataba los rigores de la vida de una institutriz de provincias. La novela pasó desapercibida y era un evidente intento de Anne, por sostener el estilo narrativo de sus hermanas sin tomar sus riesgos. Aun así, el escritor George Moore insistió que la novela mostraba la “narrativa en prosa más perfecta de las obras literarias inglesas” y elogió su carácter “delicado y profundo”.

Por otro lado, la llegada de El primo Pons de Honoré de Balzac en una serie de entregas, demostró que la literatura Europea estaba en búsqueda de algo más complicado pero todavía, no alcanzaba el nivel de audacia de un cambio trascendental. Parte de la obra mayor La comedia humana, el relato tiene un tono costumbrista y emocional, que no obstante, no llegó a sorprender a los críticos ni tampoco a los fieles lectores del escritor. Fue calificada como una novela “de transición” y hubo preguntas sobre cuál era el futuro de la literatura europea, en medio de la insistencia en una visión “paternal” sobre las relaciones emocionales y la misma naturaleza humana.

De modo que tanto Jane Eyre como Cumbres Borrascosas fueron verdaderas sacudidas en medio del panorama creativo de Inglaterra. La primera, en especial, despertó una extensa discusión sobre la relevancia de los “sentimientos y el sufrimiento” en la forma de concebir a la idea literaria y se consideró un “vivo ejemplo” de la necesidad de la nueva generación de escritores de crear algo mucho más “relacionado con el centro de la vida”. De hecho, William Makepeace Thackeray defendió la novela contra el pequeño grupo de detractores que la consideró en “exceso descarnada, brutal y en ocasiones, incluso inmoral”. El apoyo del escritor irlandés fue tan decidido y público, que una buena cantidad de críticos londinenses, asumieron que era obra suya. Los señalamientos y comentarios se volvieron entonces comentarios entusiastas y también, preguntas insistentes sobre la naturaleza del bien y el mal, la figura femenina y el amor, algo que ya se está debatiendo en varios espacios académicos a la vez. A su modo, tanto Jane Eyre como Cumbres Borrascosas, impulsaron una versión deslumbrantes sobre la literatura y su capacidad para la narrar la vida “tal y como transcurría” más allá de atildados salones y espacios protegidos. La descarnada belleza de la obra de Charlotte y el brutal poder de la de Emily sacudieron sin querer, los cimientos mismos de la literatura inglesa, justo en el momento en que más lo necesitaba.

De modo que la revelación que los dos escritores emblemas de ese fulgurante 1847 eran mujeres, dejó sin palabras no sólo a buena parte de la crítica, sino incluso a los profesores universitarios e investigadores literarios que habían dedicado casi un año a debatir ambas horas. De pronto, la atención se volcó hacia el hecho que las hermanas Brontë eran autoras en medio de condiciones asombrosas y con un talento innegable, pero al final al cabo, excepciones. Toda la larga y estimulante discusión sobre las cualidades de sus libros y narración se disolvió por completo en el hecho de la identidad de las autoras. Y de pronto, todo el poder que ambos libros habían logrado aglutinar — lo de un tipo de narración por completo nueva, de una concepción mucho más poderosa sobre la realidad — se concentró en cómo dos escritoras habían podido captar semejante y desconcertante energía, en una obra que tenía mucho más parecido a una obra “masculin a”. En especial, Cumbres Borrascosas aterrorizó a buena parte de los lectores y los críticos dedicaron largos comentarios sobre el hecho que una mujer pudiera describir a detalle los sentimientos de un hombre Heathcliff. Se llegó a especular que quizás las escritoras usurpaban la identidad de un escritor masculino o que incluso, se tratara de una obra del recién fallecido hermano de las autoras, Bradwell. Charlotte desesperó de pura “angustia y confusión”, pero Emily envió una carta a su editor y dejó claro que usaría su nombre en adelante, puesto “que la obra era suya”.

El debate se hizo cada vez más incómodo y en especial, malsonante a media que ambas obras se hacían más conocidas, famosas y apreciadas. Mucho más cuando ambas hermanas murieron y las versiones sobre su vida comenzaron proliferar. Las hermanas Brontë, en vida autoras de discreto prestigio y en especial, un prodigio enigmático para varios de sus contemporáneos, se transformaron entonces en una leyenda romántica. En una además, que ensalzaba sus dolores y tragedias como origen de su talento. Para cuando Elizabeth Gaskell comenzó su investigación sobre las hermanas en 1855, el mito trágico, sufriente y admirable de tres hermanas que habían enfrentado la desgracia a través del don divino de escribir era incluso más insistente que nunca.

Y Gaskell lo aprovechó. Su biografía La vida de Charlotte Brontë Publicada en 1857, menos una década después de la muerte de Emily y apenas dos años después de la de Charlotte, es una historia melancólica, trágica y tramposa, que relata la vida de las hermanas como una especie de fábula benévola que captó una multitud de adeptos pero desconcertó a quienes habían conocido a las Brontë en vida. La gran mayoría de la obra de Gaskell, está más interesada en relatar una semi ficcional visión de las escritoras como criaturas frágiles y enloquecidas por el sufrimiento, que las mujeres talentosas que fueron. La obra se volvió un éxito inmediato, uno que además, convirtió a las hermanas en heroínas tan parecidas a las de sus obras que la mera idea causó asombró y maravilla. Gaskell, que brindó a la obra una velada percepción sobre la fe y la belleza que en la actualidad resulta dolorosa en su ingenuidad, es el principal origen del mito heroico y sublime de las Brontë, confinadas por el odio y rescatadas por la escritura. “Al final, eran víctimas de sus espíritus sensibles” concluyó Gaskell, para delicia de buena parte de sus lectores y la pléyade de admiradores de las hermanas.

La voz del espejo.

Pero por supuesto, una mirada semejante estaba destinada a resquebrajarse muy pronto. En especial cuando Cumbres Borrascosas se volvió una obra de de discusión académica en 1880 y su reimpresión un éxito instantáneo. En medio del revuelo de la obra analizada bajo una reflexión más curiosa y profunda sobre su poder de evocación, la vida de la escritora y sus hermanas se volvió otra vez, motivo de curiosidad. Y en 1884, Francis Leyland, amigo de la familia Brontë, decidió desmontar el mito que tanto el editor George Smith como Gaskell habían construido alrededor de las figuras de las hermanas.

El libro de Leyland es una mirada mucho más dura, pero sin duda realista de la familia a Brontë, que ofrece un panorama profundamente realista y poderoso sobre la familia. En lugar del padre despótico, violento y a menudo abusivo descrito por Gaskell, Leyland describe a Patrick Brontë como un hombre brillante, con una enorme curiosidad intelectual y que sin duda, tuvo una especial influencia en la obra de sus hijas. Patrick no era el villano de opereta que Gaskell había descrito, sino un hombre severo pero consciente de la cualidad de la educación. Era un hombre culto, que dedicó buena parte de los escasos recursos de la diócesis que regentaba para comprar libros. Su biblioteca era un lugar extraordinario, el refugio de sus cuatro hijo y fuente de buena parte de sus placeres intelectuales. De hecho, Patrick enseñó a sus hijas a leer y contra la tradición insistente de mantener a las mujeres de la familia bajo un yugo estricto, les permitió dedicar buena parte de su infancia y adolescencia a la educación. Incluso, intentó pagar para ellas algún tipo de instrucción fuera de casa.

En 1824, los cuatro hermanos fueron admitidos en el internado Cowan Bridge, pero los rigores son tan violentos y despóticos, como para minar la salud de María, la hija mayor de la familia y de Elizabeth, la menor, que murieron con meses de diferencia en 1825. El trauma colosal afectó a toda la familia y desde entonces, los hermanos Brontë no abandonaron de nuevo la casa parroquial, sino para excepcionales visitas futuras, entre ellas el histórico viaje de​ Charlotte y Emily desde Haworth a Londres para conocer a George Smith. La tragedia además, afectó directamente a Patrick, que se consideró culpable de lo que había ocurrido y que desde entonces, les cuidó con “todo tipo de salvedades” que consolaran la notoria y dolorosa ausencia.

Pero en lugar de la figura de autoridad que recluyó a sus hijas en la casa familiar de Yorkshire, en realidad Patrick fue el principal impulsor de la necesidad de sus hijas para expresarse. De hecho, el patriarca Brontë era tan liberal que varios clérigos acusaron a la parroquia como una aldea “pagana”, en la que sus habitantes trataban a los visitantes como “salvajes”. Para el resto de los habitantes del lugar, la cualidad liberal del pueblo era casi dolorosa. Y de hecho, mucho de los lectores de Gaskell, que imaginaban la población como una especie de remanso de horrores que había llevado a la muerte a toda una familia de prodigiosos escritores, encontraron que Haworth era una próspera ciudad industrial, que a pesar de la pobreza imperante en la Inglaterra más rural, había logrado sobrevivir a sus dolores para sostenerse sobre un negocio estable de venta de agricultura cosechada en el lugar.

Los admiradores de las Brontë, también se sorprendían por los famosos riscos que rodeaban a la vicaría, descritos por Gaskell como “formidables abismos que aislaban aún más a las hermanas”. Pero en realidad, aunque eran formaciones rocosas poco llamativas y sin un particular atractivo, eran sólo valles y promontorios que se extendían bajo riscos que “incluso un niño podía recorrer durante la primavera”. Para Leyland, era imprescindible dejar claro que cada sublimación del desencanto y el aire romántico del horror que Gaskell había narrado en su biografía, eran errores bienintencionados en la búsqueda de crear una historia dentro de una historia. Para la escritora era de considerable importancia demostrar la cualidad gótica de la historia familiar Brontë, como una especie de contexto necesario para entender su portentoso talento. Leyland en su necesidad de desmentirla, logró exactamente lo contrario.

El poder invisible y la hoja perdida.

Claro está, la vida de las Brontë fue dura y dolorosa. Como también lo fue, la mayoría de los ingleses de su época, aplastados por la pobreza y los cambios estructurales de la industrialización. Pero en realidad, el verdadero valor de las hermanas era haber creado, incluso en las condiciones dolorosas y abrumadoras que tuvieron que soportar. Y sin duda, luchar contra sus propias naturalezas impacientes, en una época en la que a una mujer se le exigía, una y otra vez, la sumisión y el anonimato.

También estaba el hecho de la complejidad emocional de las Brontë, que Gaskell redujo a víctimas y Leyland llevó a la estatura de luchadores, de mujeres complejas y complicadas que necesitaban expresarse a través de la escritura como una forma de fortaleza de considerable. Charlotte tenía un carácter portentoso: irritable, ansiosa e impaciente. La mujer descrita por Leyland no tiene relación con la criatura frágil y delicada que describe George Smith en sus memorias o la escritora “devastada por su talento” de Gaskell. De hecho, era petulante, altanera y práctica. Se hizo institutriz porque no tenía más remedio y en sus diarios, solía anotar la torpeza de sus alumnos. En sus magníficas anotaciones, llenas de vivacidad y también de un malicioso sentido del humor, Charlotte deslumbra por un espíritu poderoso y firme. “La apatía y la estupidez hiperbólica y más estúpida de estos idiotas cabezotas” insiste al describir a varios de sus alumnos. También era audaz. Al comenzar a escribir, envió algunos poemas a Robert Southey, un poeta de considerable renombre y que a vuelta de correo le respondió que “la literatura no puede ser el asunto de la vida de una mujer, y no debería serlo”. Con veintiún años no se amilanó y respondió “Puede guardarse para siempre sus consejos”. Mucho después, el poeta se mostraría sorprendido de la “audacia” de Charlotte y reconocería en sus libros “un espíritu indomable que lamenté no comprender de inmediato”. La futura escritora, envió una serie de cartas y solicitudes de ayuda a un buen número de editores. Pocos le respondieron, la mayoría con condescendencia. Charlotte nunca dejó de enviar respuestas ingeniosas para burlarse de “las buenas intenciones de sus consejos”.

Emily por su parte, era decidida y firme, un espíritu “formidable” que se sacudía de “furia de los pies a la cabeza”. La escritora e historiadora Juliet Barker, que en 1994 escribió Las hermanas Brontë una evidente revisión a la obra de Leyland, insiste en que las Brontë eran en realidad, competentes escritoras, que se prepararon buena parte de su vida para su éxito, pequeño o moderado, en la literatura. Y Emily, fue la más obsesionada con esa posibilidad, la que escribió con más empeño, la que dedicó buena parte de su vida a esa incesante capacidad de la realidad, para crear a la manera en que “sabía podía hacerlo un hombre”.

Y esa necesidad de creación encontró una audiencia. Una que además, se conmocionó por sus obras, por la cualidad profunda y desconcertante de su forma de dialogar con la realidad. La voluntad de hierro de Charlotte y la disciplina férrea de Emily, fueron el primer paso hacia algo más. Incluso, la cuidadosa mirada de Anne sobre el mundo, fue un paso comedido pero firme en una nueva forma de entender a la literatura escrita por mujeres. Y en especial, de mirar a la mujer creadora.

El primer libro de poemas de las Brontës, sólo vendió dos copias. Pero en 1847 Charlotte creó una historia que reconstruyó el poder de la narrativa y la prosa con una visión descarnada, magnífica y dolorosa sobre el amor y el sufrimiento. Después llegaría Cumbres Borrascosas y Agnes Gray, como una mirada a la capacidad de las hermanas para crear. Ese fue el año en que según el libro de Leyland y después del Baker, Charlotte escribió una entrada de su diario que describe mejor que cualquier otra su labor creativa. “Escribo porque todos los reinos de mi imaginación son portentosos y merecen otro lugar más allá de mi mente”. Su novela era un éxito en Londres, sus hermanas estaban a punto de publicar. Ese día, sin fecha, se asomó por la ventana y miró hacia las cumbres, escarpadas, verdes y en plena primavera. “La desesperación es un tipo de poder que puede comprenderse así” escribió para sí misma. “Escribo porque deseo hacerlo, porque aspiro reconocimiento, porque creo lo merezco. ¿Hay algo mal en eso? Supongo que sí, pero por ahora, no importa demasiado. La vida continúa y mis libros, serán una forma de memoria misericordiosa”. La inquebrantable Charlotte no podía suponer que escribía su historia, su herencia y quizás, el legado más poderoso para las mujeres del futuro. La posibilidad de crear y de comprender la literatura no como una muestra de debilidad, sino en realidad, de genuino poder.

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Aglaia Berlutti
Aglaia Berlutti

Written by Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine

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