Crónicas del mundo de los titanes:
La oscuridad y la puerta al misterio (parte II)
(Puedes leer la Parte II aquí)
El poeta Amado Nervo solía decir que era un hombre simple, al que jamás le ocurrió nada especialmente interesante. Nacido en 1870 y huérfano de padre a muy temprana edad, el poeta meditó acerca de su vida desde una frugalidad que, a la distancia de décadas, apasiona y desconcierta. Nunca dejó de insistir que si vida no revestía mayor complejidad. Lo decía, con una humildad que solía desconcertar a propios y extraños, pero que, además, estaba llena de una visión sobre el mundo esencialmente conmovedora. “Mi vida ha sido poco interesante: como los pueblos felices y las mujeres honradas, yo no tengo historia.”, insistió en más de una entrevista y luego en sus versos casi autobiográficos que construyeron toda una nueva visión sobre la poesía y la literatura latinoamericana.
Sin embargo, quizás, no se trata de un modesto punto de vista sino del hecho que Nervo, prolífico escritor de prosa y poesía, supo construir a través de su obra un acercamiento profundo sobre la capacidad de la palabra para reinventar la realidad. Una y otra vez, meditó sobre la belleza desde una noción muy humana, que la dotó de fuerza y consistencia. Los poemas de Nervo, con toda su carga de belleza aparentemente simple son en realidad un compendio de ideas complejas sobre la naturaleza del hombre y no únicamente de su circunstancia.
Así que quizás, no era necesario que Nervo tuviera una vida atribulada, ni que tampoco encarnara al tradicional poeta maldito, atormentado por sus demonios y afligido por su versión del universo reflejado en sus palabras. Para Nervo, la realidad podía concebirse desde una idea pulcra, delimitada a través de todo tipo de planteamientos sobre los motivos e ideas del hombre para mirarse en su obra. Nervo, como poeta, fue además un profundo observador de la realidad en escenas, de esas pequeñas y exquisitas aliteraciones del yo que parecen surgir de la obra humana más simple. Con una sensibilidad asombrosa, asimiló los elementos de la poesía como una herramienta idónea para la expresión y también, como una meditada construcción de lo que somos y quienes somos. Una interpretación del mundo y sus ideas tan sustancioso como esencial para comprender su obra y más allá, su propuesta elemental como noción de lo que sea como producto artístico.
Del silencio a otras formas de belleza
Nervo siempre fue muy sucinto y sobrio con respecto a su obra y vida privada. No solamente por esa reiterada insistencia suya en que nunca le ocurrió “nada de mención” y que su obra procede de la capacidad de la palabra para elaborar su circunstancia, sino porque, además, estaba convencido de que su propia vida — como elemento fundamental para comprender su obra — podía restar solidez al análisis de sus poemas y cuentos como re elaboraciones de espacio y tiempo narrativo. Para Nervo, escribir era un ejercicio de ideas y planteamientos. También, una manera de construir una hipótesis sobre la esperanza. Una idea que podría resultar inquietante a no ser por el hecho, que el poeta se encargaba de confirmar — a medias — en cada oportunidad que tenía. No se trataba que Nervo asimilaba su vida como un accidente en medio de la importancia de la obra que se escribe — y lo que se cuenta — . Además, meditaba sobre ella desde la capacidad creadora.
Como ejemplo, su manera casi novelada de narrar sus propias vicisitudes y transformar esa imagen corriente del mundo — lo que ocurre y se transforma — en verdaderas piezas literarias de enorme valor anecdótico. “Nací en Tepic, pequeña ciudad de la costa del Pacífico, el 27 de agosto de 1870. Mi apellido es Ruiz de Nervo; mi padre lo modificó, encogiéndolo. Se llamaba Amado y me dio su nombre. Resulté, pues, Amado Nervo, y esto que parecía seudónimo así lo creyeron muchos en América, y que en todo caso era raro, me valió quizá no poco para mi fortuna literaria. ¡Quién sabe cuál habría sido mi suerte con el Ruiz de Nervo ancestral, o si me hubiera llamado Pérez y Pérez!” cuenta en una de sus biografías, con un indudable giro poético, pero aún más, ese saber hacer del contador nato de historias. Esa noción sobre la vida como principal e inagotable fuente de creación.
Es por ello, que la recopilación Cuentos y crónicas es quizás la más fidedigna a la esencia de Nervo como poética y admirador entusiasta de la palabra como medio creativo esencial. El libro permite apreciar la labor de Nervo como narrador. También, como creador de un lenguaje literario único, a medio camino entre el romanticismo y lo costumbrista, sin perder jamás ese pulso que le permite sostener un discurso sincero y elocuente. Nervo, poeta y narrador, encuentra entre ambos géneros una mirada única hacia lo que le rodea, la interpretación de lo humano y lo sensible. Desde la poesía, medita sobre el mundo y sus complejidades con una inusitada ternura, creando escenas y metáforas de enorme belleza tradicional. En la prosa, encuentra un cariz primario a la idea de la narración que le brinda una insistente noción sobre importancia de su devenir como documento. Entre ambas cosas, el escritor logra encontrar un equilibrio que sugiere no únicamente el poder de la mirada literaria sino también, la consistencia de su interpretación sobre la realidad. Nervo, como autor, tiene la capacidad de asumir los riesgos de una combinación ideal entre propuesta y visión creadora y más allá de eso, la identidad que logra construir a partir de su necesidad expresiva como autor.
No obstante, a pesar de lo prolífico de su trabajo, de todos los ámbitos que tocó a partir de su perspectiva literaria, Nervo pasó la mayor parte de su vida enfrentándose contra lo que solía llamar “su limitada perspectiva de la verdad”. Para el autor, esa amplitud de miras, esa gran necesidad suya para la reflexión desde múltiples visiones, le hacía incapaz de comprender la realidad desde un único punto de vista. Cuentos y Crónicas parece resumir esa interpretación del autor sobre sí mismo. Esa contradicción entre la expresión esencial y algo mucho más profundo, es lo que hace de la obra de Nervo asombrosa y desconcertante. ¿Hasta qué punto el autor juega con sus propios temores y desconfía de su capacidad como creador? ¿Cómo influye esa desconfianza en la idea que se crea? En Cuentos y Crónicas la respuesta parece ser ese mero entrecruzamiento de ideas y planteamientos. Esa insistente búsqueda de un significado nuevo a lo recurrente y a lo obvio. Nervo, con un instinto de profunda búsqueda de la realidad aparente, crea una interpretación entre ambas ideas, y construye algo mucho más significativo: La capacidad de su obra para reinventarse a sí misma. Un planteamiento que siempre cimentará y apuntalará la frescura de su obra.
A Nervo suele llamársele modernista, quizás en un intento de racionalizar esa intelectualidad suya que trascendió los límites de géneros puros. Sin embargo, el misticismo y tristeza de su obra, además de la complejidad de su propuesta, que desborda la calificación y además, la contradice. ¿Puede Nervo considerarse modernista por el mero hecho de combinar con sabiduría dos aspectos literarios? ¿Cómo se analiza entonces su elegante prosa, casi poética y sus amplias narraciones en verso que parecen combinar bajo el matiz de la melancolía una nueva comprensión sobre poético y lo que puede no serlo? En una época en la que la poesía continuaba siendo analizada desde el punto de vista de la belleza única, la obra de Nervo sorprende y conmueve. Esa noción cada vez más dolorosa y dura sobre la naturaleza humana, que después sería aclamada como quizás toda una nueva visión sobre la idea creativa y su reflejo como parte del espíritu creativo.
Perdido en el bosque del tiempo
En el año 1919, Nervo gozaba de su mejor momento artístico. Había logrado encumbrarse como uno de los grandes de la literatura mexicana y también asumir el ideal poético como una percepción literaria en constante creación. Su muerte, acaecida en Montevideo, Uruguay, conmovió a sus admiradores y al continente americano entero. Nervo, desde su humildad, su paciente mirada hacia la belleza y lo nostálgico, creó su propio mito. Muy a pesar y quizás casi por accidente, pero que, en la muerte, le hizo parte de esa leyenda incesante del hombre que crea y asume las artes como única forma de expresión. Quizás por eso, fue el escritor quien escribió su mejor epitafio:
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
Que yo fui el arquitecto de mi propio destino
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Una mirada delicada incluso a ese olvido incontestable de la muerte, desde la inocencia y esa esencial sencillez que convirtió la obra de Nervo en trascendental.