Crónicas de los hijos de Apollo.

La palabra como recorrido entre el bien, el mal y lo divino. (Parte I)

Aglaia Berlutti
9 min readNov 16, 2020

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La poesía es un terreno misterioso que abarca el ámbito interno de su autor y también, la necesidad de una voz real — reconocible, poderosa — que se manifieste a través de sus poemas. Una labor de años y décadas, que en ocasiones no termina del todo e incluso, se convierte en algo por completo nuevo. Según todos los investigadores que profundizan alrededor de la figura de Jalaluddin Muhammad Rumi, eso fue lo que ocurrió con el erudito, teólogo y místico islámico del siglo XIII. El poeta — que jamás se habría llamado de esa forma — pasó buena parte de su vida en medio de la labor de escribir, pero también, en un recorrido interno para encontrar la iluminación espiritual a través de cada uno de sus poemas. Para Rumi, la poesía era un tránsito mágico, enraizado en la capacidad del hombre para admirar el mundo que le rodeaba desde la concepción de lo maravilloso. Y en medio de ese particular punto de vista, alcanzar un estado de disolución absoluta. Sin identidad, sin nombre y sin forma, el poeta y el poema, son la misma cosa.

Se trató de un recorrido que podría parecer en la actualidad incomprensible, pero que para Rumi, implicó además analizar el hecho poético como una línea que podía unir sus múltiples intereses con una necesidad esencial de belleza. El poeta tenía el espíritu cultivado de un intelectual, pero también, de un político avezado y un aventurero temerario, todo envuelto bajo la delicada pátina de una mirada muy crítica sobre la época que le tocó vivir, en esencia militarista, signada por batallas y crueles actos de violencia. Después de todo, el poeta quería encontrar el valor del bien, la parcialidad del mal y al final, los rudimentos de la naturaleza humana, todo en medio de la profunda agitación política de su natal Balj — actual Afganistán — durante el año 1207.

Rumi era un hombre sensible, con una educación académica muy amplia que incluía religión y política, que de adulto, pasó buena parte de su vida esforzándose por explorar los movimientos culturales de un país — territorio — en constante cambio. Fue uno de los primeros viajeros que recorrió por completo el Medio Oriente — y dejó constancia de la hazaña — y también, que se tomó el considerable esfuerzo de relatar las particularidades de los territorios que recorría con el rigor del antropólogo. Era un hombre de una profunda curiosidad intelectual, que pudo evitar la alienación de la religión, la nacionalidad o la tribu, para aspirar a comprender Oriente desde los pequeños hilos que unían a una población variopinta.

Finalmente, Rumi se estableció en Konya — la actual Turquía — y ya en sus años de vejez en Atanolia Central, que se extendía hasta rodear el Impero Romano de Oriente. Fue una travesía que abarcó buena parte de su vida y que por último, terminó por definirle, más allá de sus poemas y en especial, como un “buscador de la verdad”, termino con que le define en varios de los textos de sus crónicas y que se adecua a la aspiración de Rumi “por no pertenecer a ningún lugar, sino todos al mismo tiempo”. El poeta estaba obsesionado con la posibilidad que ningún lugar fuera el propio — “todos de paso, como cada sentimiento del corazón — y de construir una ideal personalidad que pudiera abarcar todas sus experiencias e incansable sed de conocimiento. Al final, el anciano poeta recibió el nombre de “Rumi” — que podría traducirse como “romano”, tanto en persa como en árabe — en lo que podría considerarse una conclusión a todos sus esfuerzos por elaborar un tipo de conocimiento que sobrepasara la condición del viajero y la del poeta. Rumi quería escribir acerca de su época, sobre las tierras que recorrió pero también encontrar la voz poética que sostuviera la concepción del tiempo que había aprendido en su largo recorrido.

Como místico, Rumi creía que el mundo era una recorrido inminente hacia lo desconocido — “todos vamos hacia la oscuridad” — y también, una celebración a la vida, más allá de lo que pudieran mostrar sus diferentes manifestaciones. Ya muy anciano, débil y sin la posibilidad de regresar a los caminos, el poeta llegó a escribir que creía que el mundo “seguía en su lento camino hacia la luz, aunque no pueda acompañarle”, una mirada delicada pero aguda sobre la forma en que la poesía podía traducir la historia. Ya por entonces, se le conocía como un hombre capaz de asombrar a través de la palabra, pero también de confundir. “El mundo es un tipo de locura” elucubró “y también forma parte de lo que nuestra mente, recorre hacia un tiempo desconocido”.

La belleza de la locura, la búsqueda del tiempo.

Un hombre semejante — que bien podía galopar las estepas a la vez de pasar días en ayuno para escribir — fue considerado “un loco” no sólo por sus contemporáneos, sino por sí mismo. Pero Rumi, que según cronistas de su época sufría al menos de un tipo de trastorno psiquiátrico no identificado — como bien sugiere la brillante investigación de Lewis Franklin Rumi Past and Present:The life, Times and Poetry of Jalal-ud-din Rumi — consideraba a la locura como un “favor divino”.

Lo hacía incluso en los momentos más duros, cuando fue acusado de entablar comunicación con “el mal” — con toda probabilidad debido a un síntoma como convulsiones o dolores de cabeza — e incluso, de “estar poseído” por fuerzas de inenarrable poder. Cualquiera fuera la percepción de Rumi sobre la demencia, el poeta no se preocupó en negar el hecho que su mente tenía una percepción distinta a la realidad de quienes le rodeaban y de hecho, ya durante los últimos años de su vida, dedicó una considerable cantidad de tiempo en reflexionar acerca de las distintas formas en que la anomalía podía transformar la identidad de quien la padecía o “podía acceder a ella”.

Llevado por la concepción de la irracionalidad como un camino hacia la disolución de la personalidad, Rumi llegó a concluir que habían varias formas de locura, que además, se manifestaban de formas individuales a medida que la mente respondía a la poesía como vehículo para escuchar “la forma en que el tiempo transcurre”. De modo que la locura podía tener una relación con el amor extático, la forma más depurada y refinada de pensamiento. Una conexión ineludible con lo que se esconde bajo la concepción del bien y del mal. El amor — tal y como lo concebía Rumi — no se relacionaba solo con el asombro de la belleza, sino que también transitaba a través de terrenos más extraños que el afecto romántico y filial. Para el poeta, el amor era el acto creativo por excelencia, cruel y poderoso como las fuerzas de la naturaleza, por lo que su idea de lo emocional se relacionaba con una pérdida completa del control. Una mirada caótica sobre el mundo poblado de ideales a punto de estallar o de perder el sentido del absurdo y lo poderoso.

La concepción de Rumi sobre este aspecto de la locura, le hizo enfrentarse a la mayoría de los hombres de época, que asumían que la demencia era un flagelo contra el que había que enfrentarse. Rumi no era un poeta común, un escritor que dedicaba devoción privada a sentimientos, grandes elegías o actos de valor supremo, lo que provocó que tuviera que enfrentarse durante buena parte de su vida a todo tipo de señalamientos acerca de su capacidad para enseñar o “al menos, mostrar el poder de la belleza” tal y como se concebía en la época. Rumi, que escribía por devoción a la poesía y sin remuneración alguna, que no dependía de mecenas algunos y que tenía la talla de un guerrero o un soldado, desconcertaba a los sabios pero en especial, asombraba a los que intentaban reflexionar acerca de la poesía — por entonces considerada un misterio — como una aseveración de la conducta humana. ¿Como podía Rumi hablar sobre el mundo de las cosas extraordinarias si las percibía desde otro ámbito, otro lugar, otra noción desconocido incluso para sus lectores?

Quizás fue Rumi el primer poeta en enfrentarse al hecho de ser interlocutor de la voz poética, un dilema que casi 500 años después volvería a plantearse Arthur Rimbaud y en el que incluso, tuvo que aportar en el siglo XX Allen Ginsberg, que llegó a preguntarse en voz alta si la poesía no era la traducción de la locura en términos más o menos comprensibles. Por supuesto, este trayecto elemental hacia la raíz de la poesía — el motivo por el cual el verso es la traducción de la realidad — fue para Rumi el comienzo de un largo trayecto hacia lugares desconocidos de su mente. El poeta se consideraba un iluminado, una voz dentro de un cúmulo de voces capaces de narrar el mundo. Un trayecto de puro asombro hacia una connotación poderosa acerca del poder y de las cosas que suponen lo absurdo y lo sublime.

Por supuesto, si Rumi había logrado conceptualizar la idea de la locura como un hecho cercano al éxtasis a través las revelaciones y el recorrido de la mente del hombre hacia la percepción de la grandeza de lo divino, también se hizo preguntas sobre la locura que brotaba, esta vez, desde el miedo. La diferenciación llegó pronto: en su libro Rumi and the Sufi Tradition el filósofo y ensayista Hosein Nasr pondera sobre el hecho que el poeta asumió que lo terrorífico — lo que provoca “el dolor del espíritu en busca de respuestas” — podía engendrar un tipo de locura mezquina, una condena a la oscuridad y por tanto, transformar al poeta, de asombrado observador de la realidad en sólo un lunático. La dicotomía aterrorizaba a Rumi, que pasó buena parte de su vida adulta, haciéndose preguntas sobre qué podía provocar que de interlocutor de los dioses, el poeta pudiera ser al final, solo una “puerta cerrada al infinito”. Rumi se obsesionó con el destino de la mente del hombre, con el hecho que la oscuridad y la luz estuvieran tan cercanas una de la otra, que las líneas fueran tan pequeñas que sin duda, pudieran confundirse antes o después. Para el poeta, la mente del hombre era una incógnita, un terreno en disputa en las fuerzas de la oscuridad, una concepción elemental acerca de la posibilidad que las sombras puedan engendran un tipo de conocimiento retorcido, a la vez que una mirada infinita hacia los confines más desconcertantes de la belleza.

“Todo está en tu cuerpo, como si el paraíso estuviera en cada aspecto de tu memoria” escribió Rumi al referirse a su condición de privilegiado observador de la verdad, del tiempo, de la concepción de la belleza. “Conviértete en el cielo y las nubes que crean la lluvia, no en el canalón que la lleva al desagüe” escribió en uno de sus peores accesos de “éxtasis”, que debió sufrir cuando ya era un hombre que se enfrentaba a la vejez y en especial, al miedo de la pérdida del dominio de su mente. Por años y hasta su muerte, Rumi insistió que la poesía era un camino pero que por necesidad, también debía ser la respuesta, la concepción del poder, la ruptura de lo que temible, una concepción profunda y primitiva sobre la búsqueda de lo que puede tener — o no — significado y a la vez, lo que crea y se sostiene sobre una aproximación a lo que creemos real. Rumi, que viajó de un lado a otro de una Tierra que se disputaba a sangre y fuego, encontró en la poesía un lugar adecuado para entender el tiempo, la forma en que su vida estaba vinculada a ese recorrido hacia todo lo que temía y le asombraba, la luz y la oscuridad.

Para Rumi, era inevitable creer que todos estábamos unidos a una chispa divina a la que no le adjudicaba nombre, pero que de una u otra forma, enlazaba con un conocimiento primordial y profundo que era capaz de reconstruir el mundo a través de la palabra. “Escribo porque conozco los matices de lo que está a punto de nacer” escribió, unos años antes de morir. Lo hizo, despojado de todas sus riquezas, convertida en un nómada que ya no podía continuar sus incansables viajes. La aflicción le llevó a narrar su mundo interior desde una sencillez asombrosa, una mirada emocionada sobre la ausencia del ego. Con el correr del tiempo, más cerca de la palabra que nunca, más aferrado a la idea que la locura y la cordura se unían en un círculo que terminaba en una única respuesta: somos parte de una extraordinaria experiencia de vida, en medio de un recorrido que jamás se detiene y en el que la poesía, es el único destino.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine