Crónicas de los hijos de Apollo.

Contar la vida como un cuento singular. (Parte III)

Aglaia Berlutti
10 min readJan 13, 2021

(Puedes leer la parte II aquí)

Emma, para siempre.

A Gustave Flaubert le llevó casi cuatro años escribir Madame Bovary. Para entonces, estaba obsesionado con la obra a un nivel enfermizo y se recluyó en la casa de su madre — que vivía junto a una sobrina huérfana — a orillas del Sena. Era un lugar de belleza privilegiada y también, un lugar curioso que convirtió la habitación de Flaubert — siempre repletas de lámparas encendidas — en un faro para quienes cruzaban el río a cualquier hora de la noche. Pronto, el rumor que un escritor “guiaba a los perdidos en la oscuridad” se extendió por París y el privilegio de contemplar las velas y lámparas encendidas de su habitación, se convirtió en un entretenimiento público. Había relatos sobre amantes, grandes fiestas escandalosas, pero en realidad, Flaubert sólo escribía. Y lo hacía sólo de noche.

Para evitar caer en la trampa de su propio perfeccionismo (y en especial, presionado por Colet), se impuso un ritmo que incluía “quinientas palabras irreprochables” cada semana. Un folletín público que el autor del Sena creaba “una obra maestra”. Y lo hacia a cuentas gotas. Toda la atención de París se volvió hacia Flaubert. Por supuesto, una epopeya semejante y pública — junto con la nueva popularidad de la ventana encendida del escritor cada noche — lograron que cuando los primeros capítulos de Madame Bovary se publicaron en Du Camp la Revue de Paris, la historia causara un revuelo absoluto. Se convirtió en un éxito instantáneo, un escándalo sin precedentes y de pronto, Flaubert en una promesa y también “un provocador irredimible”, según quien contara la historia. La historia de Emma Bovary, infeliz, desdichada, amante abandonada se convirtió en una verdadera obsesión primero para la ciudad y después, para el país entero. Los capítulos se leían en voz alta en todas partes, había críticas y halagos en cada periódico de la ciudad e incluso, mujeres que lloraban sin rebozo frente al Sena, mientras contemplaban la ventana encendida de Flaubert en pleno trabajo. La policía imperial de Napoleón III se llenó de denuncias de “indecencias”, mientras lectores a lo largo y ancho de Francia, sufrían y suspiraban por la angustia, el dolor y la desesperación de Madame Bovary. Desde de amas de casa provincianas sofocadas — les bovarystes enragées — hasta damas de alta alcurnia que jamás admitirían ser fanáticas del escritor, se obsesionaron con la historia triste de la mujer que buscaba el amor y terminaba por ser humillada en una historia con la que cualquiera de ellas pudiera identificarse.

La novela se convirtió en una especie de frenético sentimiento colectivo que acompañó al texto desde la publicación de su primer capítulo el 1 de octubre de 1856 hasta el último, que llegó a la revista el 15 de diciembre del mismo año; Incluso, cuando la historia se publicó como un libro en 1857, hubo un considerable escándalo, debido a que la obra contenía una serie revisiones que agregaban algunas partes que buena parte de la prensa e incluso, juristas expertos consideraron “ofendía la moral del país”.

A finales del año de su gran llegada a las librerías y en pleno auge de su popularidad, Flaubert fue procesado por “ofender gravemente la moral pública, la religión y la decencia”. Hubo protestas, airados comentarios y el libro redobló su popularidad. Para principios de 1858 había una segunda edición y el nombre de Emma Bovary estaba en la boca de todos. A través de su abogado, Flaubert se declaró “desconcertado por la naturaleza de mi fechoría”. A la vez, el escritor parecía profundamente satisfecho por el escándalo causado por su novela y la luz en su ventana se volvió una especie de símbolo de la libertad creativa. Había opiniones a favor y en contra, discusiones en bares, Iglesias y Universidades. Se supo de matrimonios que terminaron en el juzgado luego de leer la obra y discutir sobre su contenido. Al menos hubo dos discusiones que llegaron a las manos y trascendieron de forma muy exagerada en los periódicos. Madame Bovary seguía leyéndose en todas partes.

Incluso, la obra se volvió motivo de debate sobre la necesidad de un “nuevo tipo de literatura” que pudiera “narrar un nuevo mundo”. Uno de los primeros en insistir en el tema, fue el crítico Charles Augustin Sainte-Beuve, que dedicó un exhaustivo análisis en el que basó, según su costumbre en la vida de Flaubert, dolencias y carencias. “Hijo y hermano de médicos famosos”, escribió “Gustave Flaubert empuña la pluma como un bisturí y lo hace, para contar al mundo que vive. Son las mujeres que ve las que muestra. Son las personas que ama, las que describe”.

El juicio — que claro está, sólo convirtió a la novela en el suceso literario más relevante de la década — se llevó a cabo desde el 29 de enero de 1857 y la sentencia se dictó el 7 de febrero del mismo año. Para entonces, habían pasado por el estrato testigos, médicos e incluso, un profesor que debió explicar los “estragos” que un texto semejante podía provocar en “doncellas y mujeres inocentes”. Al final, el abogado de Flaubert logró revertir la acusación, al esgrimir que la muerte de Emma Bovary, era una forma de reivindicación de la decencia. “Sin duda, una demostración que Madame Bovary, tiene por objetivo aleccionar y no escandalizar”.

Flaubert fue absuelto de los cargos en su contra en el caso de Madame Bovary, lo que por extraño que parezca, llevó al libro a un terreno más neutral y sin duda, menos polémica. Los largos artículos en favor y en contra desaparecieron de forma progresiva de los periódicos y las multitudes que contemplaban la ventana iluminada se hicieron más pequeñas, hasta desaparecer del todo. Por último y sin que París lo notara, el escritor cerró los cristales y apagó toda las velas de la habitación.

Un largo trayecto a la belleza.

La mayoría de los Bildungsroman (o novelas de aprendizaje) tienen un parecido más que notorio con el viaje del héroe campbelliano. En otras palabras, la historia comienza con un personaje inocente que a lo largo de la narración, debe enfrentarse al miedo, la desolación y después, encontrar su camino. No obstante, los relatos sobre formación, crecimiento y en la mayoría de los casos, de madurez, están más interesadas en las lecciones morales, que en las grandes épicas espirituales. Al final, el héroe puede ser sólo un muchacho descreído, una mirada al abismo personalísimo del desinterés o al mundo adulto. A diferencia de la estructura sugerida por Campbell, rara vez los sufridos protagonistas de un Bildungsroman llegan a grandes redenciones o expiaciones. O al menos, no ocurre con frecuencia.

Algo semejante ocurre con La Educación Sentimental de Flaubert, publicada en 1869. Esta novela de transición de la primera juventud a la edad adulta, es una de las primeras con una estructura moderna, pero también, una que asume el hecho de la evolución espiritual y moral como en esencia, un tipo de redención. Una salvedad que parece combinar no sólo varias estructuras narrativas, sino también, la idea de la historia como un recorrido por varias etapas distintas de la identidad en formación. La tragicómica vida de Frédéric Moreau, un diletante provinciano que a fuerza de codicia, malas decisiones y al final, una curiosa percepción del egoísmo, dilapida todo lo que posee, a la vez que termina por derrumbarse en una desilusión existencialista que más tarde, sería familiar en las narraciones del siglo siguiente. El personaje atraviesa la difícil época de la Revolución francesa de 1848 y la fundación del Segundo Imperio francés, lo que permite a Flaubert, recorrer escenarios históricos desde la óptica de un testigo.

Como si todo lo anterior no fuera suficiente para el tránsito emocional de Frédéric hacia algo mucho más elaborado y profundo sobre lo esencial de su visión del tiempo y el mundo, el personaje está enamorado de una mujer mayor, Madame Arnoux. Pero para Flaubert el amor no libera, enaltece ni tampoco purifica la dureza de lo cotidiano. De hecho, al momento de su publicación, la novela causó revuelo por su estilo duro y conciso. El pesimismo de Flaubert, la noción sobre la caída en la oscuridad de lo corriente y su dolorísima visión sobre el hombre sin esperanzas, fue todo un choque para buena parte de la crítica de la época. Hubo voces que le acusaron de no intentar — ni tampoco desear — ennoblecer al hombre a través de sus actos, sino de mostrar lo peor en su vileza. Flaubert se limitó a insistir que sólo narraba lo que podía comprender y no otra cosa. “La vida, como todas las cosas, es de una dolorosa belleza”.

A diferencia de sus obras anteriores — que causaron sorpresa y escándalo, pero terminaron en ser grandes hitos literarios — “La educación sentimental” fue criticada con ferocidad. Tanto como para que Flaubert se sintiera humillado, aplastado por la angustia e incluso, se cuestionara su vocación. En tales términos escribió a George Sand (Aurora Dupin), para contar todo la tristeza que le consumía. “¿Escribir ya no es un lugar al cual acudir?” preguntó a su amiga y después lamento, usar términos “del puro melodrama” para expresar la angustia que le atormentaba. Pero Dupin trató de entenderle y de hecho, respondió a varias de las misivas del escritor con juegos de palabras que le animaban a continuar con su vocación, a pesar del fracaso “Este hombre que es tan amable, tan amistoso, tan alegre, tan sencillo, tan simpático, ¿por qué quiere desanimarnos de vivir?”se preguntó con cierta ironía y también, como una forma — o al menos era la intención — de sacudir a Flaubert de sus sufrimientos. Sand equivocó la fórmula y el momento: para Flaubert fue el punto más oscuro de toda su vida como escritor. “Y he pasado tantos ¿qué he perdido o que debo buscar?” preguntó afligido, angustiado. Dupin volvió a la carga. “Mira sobre el hombre y hazte esas preguntas” escribió. Flaubert comprendió y comenzó a revisar con cuidado todo lo que le había llevado al descalabro de un libro al que había dedicado un considerable tiempo y esfuerzo.

El primer borrador de Educación sentimental contaba con 2500 páginas, escritas en un pulcro papel blanco con una letra legible y sin ninguna tachadura. Tanta era la obsesión de Flaubert por la perfección, que apenas había tenido que repetir párrafos, por lo que la corrección del editor fue rápida y sin apenas tropiezos. La historia era densa, intensa, puro sentimiento y un malestar existencial que ya estaba presente en su obra anterior, pero que ahora, era más evidente que nunca. Pero por algún motivo, a Flaubert no le había agradado semejante “complacencia”, de modo que volvió al texto y pasó dos meses modificándolo de arriba a abajo. Lo hizo en la búsqueda de palabras que no expresaran de manera puntillosa sus sentimientos y pensamientos, ensañándose con el personaje principal y de nuevo, reescribiendo el final hasta lograr, una epopeya de la tristeza que le conmovió. Sólo entonces, volvió a enviar a la obra, que de nuevo, fue consideraba “maravillosa” por el editor. No obstante, una vez publicada se preguntó si debía haber “hecho más” o al menos, ser menos “autocomplaciente”.

De nuevo, escribió a Dupin, que le leyó con la paciencia maternal que por años, fue uno de sus mayores atractivos. Flaubert le contó que había revisado borradores, los primeros párrafos y e ideas. E incluso, que había obedecido al editor en algunos detalles “que no le satisfacían especialmente”. Incluso, comenzaba a preguntarse si el error era de fondo. “El lector sabe lo que lee”. Dupin se burló “Quizás sólo no han llegado los lectores correctos”. Se trató de una predicción que tardó casi sesenta años en cumplirse. Mucho más adelante y en plena revolución de la literatura como expresión del misterio interior, “La Educación sentimental” se convirtió en una obra de culto para escritores modernistas, la mayoría de los cuales estaban convencidos que el libro era — y no Madame Bovary — la gran obra de un escritor obsesionado con los matices de grises y las sombras de la tristeza. Hubo celebraciones a la memoria de Flaubert y de hecho, se convirtió en motivo de debate. Y mientras Madame Bovary era parte de una renovación estructural de la mujer como obra y creación cierta del modo en que se concebía a lo femenino, los personajes de La educación sentimental se convirtieron en un registro profundo de la belleza que oculta el miedo. Un milagro literario que aun causa sorpresa, conmueve y sin duda, desconcierta. Según el historiador y biografo Geoffrey Wall, autor del libro Flaubert: A Life, al mismo Flaubert le habría sorprendido la acogida, cariño y respeto que despertó décadas después una obra que le trajo tantos sinsabores. “Quizás, sólo debía escuchar a su amigo de forma más frecuente” escribe Wall con casi cariño entrañable por la obra y su autor.

Entre tanto y mientras se lamentaba por el fracaso de uno de sus cuidados proyectos literarios, Flaubert tuvo oportunidad para seguir quejándose públicamente del matrimonio, debatir a gritos sobre la inutilidad de la maternidad y después, hacerse preguntas sobre el destino de su país. “¿A dónde se dirige Francia? ¿No te inquieta la posibilidad de no tener una idea cierta de lo que espera en el nuevo siglo?” preguntó a Dupin. Ella le escribió una corta carta en la que además de reñir su obstinada obsesión con el dolor y la tristeza, le recordaba que “había que vivir”. Wall cuenta que Flaubert río a carcajadas y no contestó la misiva. Quizás, se debía que por entonces lidiaba con una creciente gordura, sífilis, su necesidad de comprar libros — sin tener el suficiente dinero para comprar el volumen y la proporción que deseaba -, el desamor de otra amante que le rechazó y de la que nunca reveló el nombre y por último, una alborozada conciencia que el futuro le esperaba a no tardar. “Quizás debas escribirlo” le insistió la astuta Dupin.

Flaubert escribió Un corazón simple en tributo Sand, quizás en agradecimiento a su atenta escucha. Por la época, el autor, ya anciano, cansado y muy obeso, desdijo todas sus cuitas del pasado y celebró el amor. “Es para ti, para nadie más” escribió a Dupin. Ella le contestó de inmediato “El mundo sabrá de cuanto amaste todas las pequeñas cosas”. Flaubert no respondió la carta pero se cuenta, que esa noche, comenzó a escribir una pequeña nota para Dupin que jamás terminó y luego quemó en el fuego de la habitación. Tres años después y un día antes de morir, lo recordó. “Debí responder a Dupin” aunque lo más probable es que ni el mismo, supiera que quería responder a la carta, al anuncio de inmortalidad y al final, al tránsito de su vida a través de la belleza.

--

--

Aglaia Berlutti
Aglaia Berlutti

Written by Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine

No responses yet