Crónicas de las hijas de Atenea

La pasión, la maravilla y el poder liberador del arte (parte I)

Aglaia Berlutti
15 min readAug 22, 2022

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En su autobiografía Memorias de una Joven formal — publicada en 1958 — Simone de Beauvoir admitía que su primer gran impulso como escritora no llegó de la inspiración abstracta, alguna figura admirable e incluso, el mero hecho de profundizar en una vocación desconocida que ya por la niñez, era parte de su vida. En realidad, la primera vez en que pensó ser escritora, fue gracias a Jo March, la hermana díscola, rebelde y talentosa imaginada por Louisa May Alcott en su ya clásica novela Mujercitas. Para la Simone adolescente, obsesionada con las palabras pero sin norte sobre lo que podía lograr gracias a su devoción por la lectura y escritura, encontró en los personajes de Alcott algo más que un consuelo. También, un objetivo: “Me emocionó ver a Meg y a Joe ponerse unos pobres vestidos de poplin color avellana para ir a una fiesta donde todas las demás chicas estaban vestidas de seda; les enseñaban como a mí que la cultura y la moral son más importantes que la riqueza; su modesto hogar tenía como el mío un no sé qué excepcional. Me identifiqué apasionadamente con Jo, la intelectual. Brusca, angulosa, Jo se trepaba, para leer a la copa de los árboles; era mucho más varonil y más osada que yo; pero compartía su horror por la costura y los cuidados de la casa, también su amor por los libros. Escribía: para imitarla reanudé con mi pasado y compuse dos o tres relatos”, relata Beauvoir para describir el valor que el libro tuvo en momentos especialmente duros y significativos de su vida.

No es la única escritora para quien la historia de la familia March se convirtió en un epítome de lo que una mujer podía hacer a través de las palabras. Clarice Lispector diría que Jo “le inspiró a la posibilidad de escribir”, lo mismo que Daphne du Maurier que empezó su primer relato “Gracias a que Jo March, ya lo había hecho”. Incluso la gran Toni Morrinson, admitió en una en oportunidad que las hermanas March, le habían hecho “soñar con el poder de contar pequeñas historias”, algo muy parecido a lo que la misteriosa Patricia Highsmith comentó cuando el New York Times le preguntó acerca de su vocación como escritora. “El primer libro que leí fue Mujercitas y desde entonces, me obsesionó la posibilidad de narrar. Como Jo, era una necesidad insistente en mi mente”. Con el correr de las décadas y sobre todo, a media que el libro se transformó en un clásico extraordinario, la historia de Alcott no sólo se convirtió en icono para mujeres con talento creativo en todas partes del mundo, sino el símbolo de lo que esa expresión espiritual e intelectual podía lograr. Porque no se trataba únicamente del hecho que las hermanas March — tan distintas entre sí, tan reconocibles, estereotipos encantadores en las que cualquiera podía reconocerse — fueran un tipo de arquetipo femenino en el que muy pocas veces se profundiza en la literatura, sino que además, el talento de Alcott para mostrar el mundo de las mujeres de su época deslumbró y conmovió a generaciones enteras. Después de todo, la magia de Mujercitas radica más allá de su capacidad para hacer reír o llorar, aunque logre ambas cosas: es un recorrido por la intimidad del mundo femenino desde una óptica pulcra y sensible que hasta el momento de su publicación, había sido desconocido para el gran público lector. Para cuando el libro se publicó, la mayoría de las mujeres literarias eran criaturas efímeras, encerradas en sótanos o vagando por campos para despertar la pasión o el miedo. Pero Alcott creó una obra en apariencia pequeña que abarcó mucho más de lo evidente sobre la mujer de su época. Y ese quizás, es su gran triunfo.

A diferencia de otros grandes personajes femeninos de la literatura de finales del siglo XVIII y XIX, las March no son mujeres que llevan a cabo grandes actos de amor, odio o desamor. Tampoco damas ingeniosas que se codean con la sociedad Londinense en busca del amor. En realidad, el interés de Alcott es la de narra sobre esas pequeñas proezas de lo cotidiano, la dulzura, el amor y la muerte, todo en clave y bajo la noción del poderoso significado de la normalidad de una familia amorosa en medio de una situación extraordinaria. Para Alcott, el núcleo del poder de su historia es un poco más profundo que lo que narra con encantador detalle: se trata de una búsqueda esencial de los grandes secretos íntimos. Las March aman, lloran la ausencia del padre y la muerte de la hermana, se sobreponen a los lugares comunes de una sociedad rígida y exigente. Y lo hacen con un profundo sentido de la lealtad y lo espirituaql. Un recorrido espiritual de enorme valor anecdótico.

Como es obvio, una historia semejante se hizo mucho más popular entre las mujeres jóvenes que la apasionada y truculenta Cumbres Borrascosas de Charlotte Brontë publicado 1847 o las mujeres extraordinarias de Jane Austen como las que describe en Orgullo y Prejuicio (1813) o en Emma (1815), que deben lidiar con una sociedad hostil y aprender a encontrar su lugar en el mundo, en medio de los debates y monólogos sobre el dolor, el ostracismo y las duras luchas existenciales de la mujer en sus respectivas épocas. Los personajes de Alcott también lo hacen, pero desde una percepción mucho más pequeña, a una escala menor pero no por ello menos importante. La forma en que Alcott elabora y construye una atmósfera en la que la familia y el rol de la mujer entran en debate y se condiciona al poder de su voluntad e inteligencia, resulta inédita para la literatura de sus contemporáneos y es parte, del éxito inmediato de una novela de una aparente simplicidad pero que en realidad, analiza y expone el dolor, el amor, el luto y el aislamiento femenino desde una perspectiva por completo novedosa y sobre todo, original.

Para la ensayista Cynthia Ozick, el éxito de Mujercitas tiene una relación directa con su capacidad para analizar el tiempo en que transcurre la historia y su repercusión sobre la forma en que se interpreta lo femenino. “Leí (la novela) mil veces” escribió Ozick en uno de sus ensayos sobre la mujer, el cuerpo y lo contemporáneo. La autora de Cuerpos extraños reflexiona sobre el poder de Mujercitas en la forma en que la mujer se asume en la actualidad. “Sin Jo, esa primera abanderada de la capacidad creativa de la mujer, quizás muchas escritoras no hubieran encontrado el impulso necesario para tomar en serio la primera palabra” escribe la ensayista estadounidense. Algo parecido ponderó la premio Nobel Doris Lessing, que consideró a Mujercitas el primer gran impulso de la mujer como ente de independiente del hombre. “Que Jo comprendiera que su afecto por Laurie no era suficiente, fue el primer gran paso para romper el esquema de la tradicional heroina romántica”. Para Margaret Atwood, las hermanas, convertidas en símbolos de la literatura norteamericana, son un reflejo de un tipo de poder desconocido relacionado con la mujer en el que pocas veces se profundiza en la literatura del país. Hay algo elocuente, sincero y directo en la forma en que Alcott asumió lo femenino. “Antes que se plantearan las primeras preguntas sobre la naturaleza femenina en la literatura, ya Louisa May Alcott reflexionaba sobre el papel y el peso de la mujer, confinada a lo doméstico, pero jamás restringida al peso de lo corriente”. Incluso para la filósofa A. S. Byatt, que suele insistir en la necesidad de reformular a la mujer en la literatura occidental, la noción literaria de Alcott tiene una importancia capital por comprender la evolución de la figura de la heroína en el siglo XX. “Fue Jo March y nadie más, la primera mujer en hacerse preguntas sobre su talento, cuando la mayoría de las historias no analizaban la mera posibilidad de la existencia de algo semejante a la capacidad femenina para crear”.

De modo que Alcott, no sólo narró una historia en apariencia sencilla y modesta, sino que se tomó el atrevimiento de desafiar las convenciones literarias de su época para deconstruir a la mujer tal y como la imaginaban los hombres e incluso, las pioneras de la escritura. Sus personajes — ricos en matices, profundamente humanos y al final, llenos de una extraña vitalidad que aún sorprende — no sólo marcaron el ritmo y el tono de muchas obras en las siguientes décadas sino que además, construyeron una percepción sobre la conexión entre el poder de la imagen de la mujer como metáfora de las transformaciones invisibles de lo cotidiano, en algo más elaborado. Para bien o para mal, la idea sobre el poder de la pasión, la inteligencia como una forma de libertad y al final, el amor que une todas las piezas — sin caer en lo tópico — convirtió a la novela en algo más profundo, hermoso y singular de lo que nadie pudo imaginar cuando se publicó por primera vez. Un mérito que aún se mantiene intacto.

En el hogar de las esperanzas, la búsqueda de la identidad y los pequeños lugares del espíritu.

Simone de Beauvoir era una niña solitaria, obsesionada con la lectura y que sólo compartía juegos con su hermana. Y el juego favorito de ambas era sin duda, el de crear un ambiente parecido al de Mujercitas. Para la futura filósofa, había algo poderoso en el hecho de cerrar los límites del mundo adulto — y masculino — que le rodeaban, para sostener una versión más sofisticada de sus sueños infantiles. Por supuesto, en todas las ocasiones era Jo, la salvaje, inconforme y talentosa hermana que al abrir el libro tiene quince años y escribe obras de teatro que escenifica junto al resto de su familia. “De alguna forma, ser Jo fue también tomar decisiones personales sobre lo que deseaba hacer con mi talento” escribiría después Beauvoir.

Para Louisa May Alcott, la idea de una niña que se inspiraba en sus obras para encontrar su camino, habría resultado arrebatadora. Desde muy pequeña, la escritora aseguró “que sólo deseaba escribir” y que jamás contraería matrimonio, toda una rareza para la época que le tocó vivir y que trajo como consecuencia, que toda su familia le considerara no sólo un motivo de vergüenza sino incluso, un problema del que solía debatirse con cierta frecuencia. Pero la percepción de Alcott sobre el matrimonio no era casual: su padre Bronson Alcott, era una combinación de un filósofo autodidacta y también, un soñador muy poco práctico que dedicó buena parte de su vida a experimentos más o menos exitosos que al final, llevaron a la familia a la ruina. Su esposa Abba y madre de cuatro niñas de entre los ocho a los dieciséis, tuvo que valerse por sí misma la mayor parte del tiempo y no siempre, de la mejor manera. Alcott contaría después, que su vida cotidiana estaba llena de estrecheces pero que la pobreza, era más una consecuencia del descuido que la falta de posibilidades. Tal vez por ese motivo, Louisa — talentosa y muy semejante a la Jo literaria — fue la primera en tomar la iniciativa en lograr encontrar un medio para ganar el dinero que su familia necesitaba. Y lo que comenzó como algo casual, terminó por convertirse en una de las historias más asombrosas de la literatura.

No sólo se trató del hecho que Louisa lograra encontrar a los veinte años de edad, un editor que confió en la calidad sus cuentos, relatos y textos tanto como para publicarlos en prensa, sino que además, pudo hacerlo con la regularidad suficiente como para convertirse en sustento de su familia. La Louisa real — que dedicaba buena parte de su vida a escribir, corregir y publicar — es muy semejante a los sueños de Jo sobre sí misma y es tal vez esa correspondencia, la que brinda al libro su capacidad para elaborar un discurso de profunda belleza vinculado con las aspiraciones reales de una mujer que conocía el valor del trabajo duro. En realidad y mucho antes que Mujercitas fuera publicado, ya Alcott se ganaba la vida con emocionantes relatos de aventuras y terror, firmamos bajo diversos seudónimos en un buen número de seminarios. No sólo era una buena escritora, sino que además, una talentosa negociante sobre el valor en el mercado de sus textos y colaboraciones. Después de Edgar Allan Poe, se le considera de los escritores norteamericanos que pudieron subsistir gracias a escribir durante la segunda mitad del siglo XIX.

Además, Alcott logró un hito dentro del mundo literario norteamericano: su novela se convirtió no sólo en un inmediato éxito de ventas sino que de hecho, nunca ha dejado de serlo. Mujercitas tiene el curioso honor de ser uno de los libros más vendidos de la historia editorial norteamericana, además de ser parte de una tradición de clásicos que se consideran imprescindibles para analizar el papel de la mujer — y lo femenino — dentro de la historia del país. Alcott, que soñaba con ser escritora desde la niñez y llegó a escribir en sus diarios “que sólo desearía ser hombre para escribir sin parar cada día de su vida” quizás jamás imagino que su esfuerzo por cumplir su objetivo intelectual, incluso con el peso de su género y las rígidas convenciones sociales de su época, le convirtieron en un símbolo de la mujer creativa, pero sobre todo, de una poderosa voluntad de expresión literaria.

De las estrellas al silencio: cuatro hermanas para la historia.

La escritora Ursula K. Le Guin estaba tan obsesionada con escribir y leer cuando todavía era una niña, que sus maestros pensaron que se trataba de una rara forma de incapacidad para socializar con el resto de los alumnos del colegio al cual asistía. Pero en realidad, la que sería la decana de las escritoras de Ciencia Ficción, si tenía amigos: para ella, Jo March era “tan cercana como una hermana y tan común como la hierba” en su vida. Y de hecho, sus primeros relatos estaban dedicadas a esta curiosa hermana invisible, más querida y más real que cualquier otra persona que le rodeara. Para Le Guin, Jo era el objetivo, la prueba directa que escribir podía ser un propósito — el gran propósito — en su vida. Y siempre admitiría que gracias al personaje, encontró una forma de comprender la manera en que su talento y su necesidad de crear, influían en si vida.

Alcott también usó a su personaje más querido — y el que la haría sin duda, parte de la historia de la literatura — para construir toda una consistente mitología alrededor de la mujer que escribe. Jo March era talentosa, mentalmente independiente y tenía la noción que su capacidad para escribir era una forma de libertad que ninguna otra cosa podía darle. Además, era una mujer fuerte, sin necesidad de sufrir por el desamor o luchar por encontrar un buen marido. En realidad, el personaje termina por enamorarse — lo cual era inevitable, si se analiza el contexto de la historia — pero incluso entonces, lo hace bajo sus propios términos, decisiones y su versión sobre el mundo, tal y como lo imagino desde que era muy niña. Quizás la pieza más interesante en una narración con más dimensiones de interpretación de las que podría parecer.

Fue el editor Thomas Niles, el que descubrió en Louisa algo más que una narradora frugal y de hecho, analizó de manera muy directa la posibilidad que el talento de la escritora fuera algo más que una rareza dedicada a subsistir en el anonimato. Fue suya la idea de reunir todas las narraciones de aventuras, niños y niñas, en un único volumen en que además, se incluyera una historia única. Al principio Alcott no parecía muy convencida de la idea y le llevó esfuerzos imaginar una narración única que englobara más de cinco años de historias independientes. De hecho, no sabía muy bien, como construir una única historia con los diversos fragmentos de narraciones, que ya antes de la primera edición, incluían la historia de Meg y también, por supuesto la de Jo. Para Niles, la personalidad de la hermana March que sólo deseaba escribir y que luchaba con ferocidad por su independencia moral e espiritual, era incómoda. “¿No podría ser un poco más suave?” le comentó a Alcott, que repitió la conversación a una de sus hermanas en una carta. “Jo es sólo Jo, sin ella lo demás carece de sentido” respondió la escritora o así lo afirmó años después.

Pero no todo debió ser tan sencillo: la novela pasó sucesivas revisiones, mientras Niles y Alcott trataban de decidir cual sería la versión final. Seis meses antes de su publicación, todavía la idea sobre Jo y sus planes matrimoniales — o el hecho que rechazara a Laurie por un supuesto amor secreto de su hermana Beth hacia el buen amigo familiar — continuaba siendo motivo de debate. Finalmente, editor y escritora llegaron a un acuerdo. Y la novela se publicó el 30 de septiembre de 1868. El libro se convirtió en un éxito inmediato.

Una mirada a la posteridad.

En el libro Mi amiga Estupenda Elena Ferrante cuenta que sus dos protagonistas, obsesionadas por vivir, aturdidas por la maravilla del conocimiento y el poder de las palabras, tenían un ejemplar del libro Mujercitas que compartieron hasta que el libro simplemente, se les desmorona entre las manos. Aún así, la sombra de Jo es muy notoria cuando Lenú se convierte en una escritora, luchando contra la oposición familiar y las restricciones de su época, De nuevo, la creación de Alcott se hace parte de algo más elaborado, profundo e intuitivo. Un mundo femenino que observa la capacidad creativa y expresiva femenina desde un punto por completo nuevo.

Claro está, la figura de Jo — y su simbología — está muy presente en la cultura pop contemporánea y por las mismas razones que Elena Ferrante tuvo para que el libro — y todo lo que representa — fuera el punto de unión entre dos niñas en busca de la identidad y en plena batalla por su independencia moral. En el año 1918, el director Harley Knoles llevó al cine la primera y quizás una de las adaptaciones más curiosas de la historia: Las clásicas hermanas March, que ya eran famosas a lo largo y ancho de Norteamérica llegaron al cine, en medio de una extraña expectativa. Y Knoles no decepcionó o eso cuentan las crónicas de la época: la versión cinematográfica incluyó no sólo la casa de Alcott en Concord, sino también varios de los parajes descritos por la escritora en la novela. A pesar de tomarse algunas libertades con la historia original, esta película muda estadounidense logró captar el ambiente idílico, conmovedor y profundamente emocional de la obra en la que está basada. Para la ocasión, la actriz Dorothy Bernard encarnó a Jo.

En 1933, el director George Cukor repitió el experimento de mostrar la intimidad femenina a través de una historia amada y venerada por todo el país, en un proyecto un poco más grande y ambicioso que del Knoles. La película incluyó a Katherine Hepburn (toda una celebridad por la época) como Jo y más que una adaptación del popular libro, fue una cuidada obra concebida para levantar la moral colectiva, en mitad de la Gran Depresión y sobre todo, con el cine convertido como centro motor de la necesidad de evasión de buena parte de los ciudadanos asediados por todo tipo de deudas y tragedias privadas. Con su metáfora sobre la frugalidad, la resistencia del espíritu y el poder de la voluntad, se convirtió en un éxito de taquilla y público.

Las Mujercitas del director Mervyn LeRoy estrenada en 1949 fue la primera adaptación en color y con un elenco multiestelar. El film convirtió de inmediato en un éxito de boletería, pero en especial de crítica, que consideró a la película “conmovedora y profundamente espiritual”. La actriz June Allyson, encarnó el papel de Jo March mientras que Janet Leigh (sí, la primera víctima de Norman Bates en Psycho de Alfred Hitchcock) fue Meg March. Por si no fuera suficiente, esta fue la película que marcó el final de la época adolescente de Elizabeth Taylor, que lució una peluca rubia para encarnar a la exquisita Amy March.

Transcurrirían cuarenta y cinco años, para que las hermanas March volvieran a la pantalla grande: en 1994, Gillian Armstrong creó la que ya se considera una adaptación clásica sobre el libro. Con un elenco extraordinario, las mujercitas de la era moderna estaban protagonizadas por varias de las actrices jóvenes más cotizadas de la última década del siglo pasado. Winona Ryder interpretó a Jo March, mientras que Kirsten Dunst (considerada por entonces una niña prodigio luego de su actuación en Entrevista con el Vampiro de Jonathan Demme), encarnó a Amy. Para completar la magnifica producción, Susan Sarandon fue Marmee, mientras que un jovencísimo Christian Bale interpretó a Laurie y Gabriel Byrne al profesor Bhaer.

Como si se tratara de un reflejo de la nueva mirada femenina sobre el cine, la emblemática novela llegó — de nuevo — a la pantalla grande el día de navidad del 2019, con Greta Gerwig como directora y un elenco coral de altísima factura que incluyó a Saoirse Ronan, Emma Watson y Florence Pugh. Se trata de una versión para el nuevo milenio con un marcado aire feminista y que además, intentó llevar a la conocida historia de las hermanas de la familia March a una nueva dimensión en la que analice de forma más profunda los tópicos principales que toca.

Gerwig tuvo el complicado reto de no sólo superar una tradición cinematográfica y televisiva que convirtió a “Mujercitas” en un icono, sino brindarle una nueva personalidad para la audiencias más jóvenes. ¿Lo logró? Cualquiera sea la respuesta, hay algo muy claro: Las hermanas March están destinadas a ser parte de la forma como la literatura analiza a las mujeres para toda una nueva generación. Un logro curioso, poderoso y extraño que forma parte de esa conexión misteriosa y potente que el libro aún sostiene con sus lectores. Una forma exquisita de magia.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine