Crónicas de las hijas de Afrodita

Los pétalos rotos de una perversa sutileza (Parte II)

Aglaia Berlutti
6 min readFeb 14, 2023

(Puedes leer la parte I aquí)

Para Vladimir Nabokov, el misterio que imprime a su novela Lolita no consistió en lo que se muestra — lo evidente, lo llanamente procaz y perverso — sino en lo que el lector puede percibir por momentos, ese otro paisaje que se dibuja en el trasfondo. Una sutileza donde Nabokov el obsesivo, triunfa en esa ambigüedad de lo que expresa a voz alta y lo que desea callar. Una dualidad que sin duda sostiene el discurso de la novela entera. Porque quizás para Nabokov el verdadero reto de Lolita no fue lograr ese delicadisimo equilibrio entre la luz y la sombra, la belleza y la obscenidad, sino permitir que la balanza se incline hacia un lado u otro a través de pequeños golpes de efectos. El misterio de lo que seduce o mejor dicho, el enigma que logra cautivar.

La literatura suele crear una visión la mayoría de las veces incómoda sobre las obsesiones colectivas. Desde la belleza a la juventud, el sexo y la muerte, los grandes temas intelectuales encuentran en la palabra una perspectiva novedosa, pero sobre todo, una dimensión por nueva de las implicaciones del individuo como reflejo de la cultura a la que pertenece. Una y otra vez, la escritura reflexiona sobre la identidad de la época y sus implicaciones sociales y éticas. También sobre la profundidad de sus perversiones. Una combinación que crea un reflejo incómodo sobre lo que somos y sobre todo, lo que asumimos como noción existencialista.

Lolita es un buen ejemplo — quizás el más inmediato y evidente — sobre esa percepción de la literatura como puerta abierta hacia la reflexión cultural. Eso, a pesar de la polémica que suscita y sobre todo, el durísimo análisis acerca de la naturaleza humana. No es un libro sencillo ni intenta serlo: es de hecho, es una obra en la que el lector debe decidir que creer, que asumir y que lamentar. Nabokov medita sobre los dolores y tragedias contemporáneas desde la ambivalencia, un erotismo que roza lo morboso — y lo sobrepasa la mayoría de las veces — y sobre todo, esa predilección del autor por la trasgresión que nace de lo morboso. La historia de la nínfula inquietante siempre parece a mitad de camino entre el horror y la intriga. Una visión profunda al deseo marginal, al que se teme, pero evoca esa región oscura de la mente y nuestra concepción del mundo.

Por supuesto, Lolita tuvo que enfrentarse al puritanismo y a la crítica para lograr su publicación. Y es justo esa travesía en medio del escándalo lo que brinda un aire casi trágico a su trascendencia. Es una historia escandalosa, eso no lo duda nadie, pero más allá de eso, Lolita tiene la cualidad de obligar al lector a un cuestionamiento casi involuntario, incluso doloroso. Nabokov no brinda concesiones: lo que se cuenta trasciende la mera palabra, se hace una idea casi seductora. El autor siente un enorme respeto hacia las historias: lo que leemos es lo que pudo imaginar, el mundo que creó para que sus personajes lo habitaran, en su inocencia o crueldad. Pero no brinda una opinión ni tampoco hacer menos crudo y directo el planteamiento.

De hecho, es esa sordidez intelectual — ese cuestionamiento duro y puro — lo que hace creíble, dura e incluso comprensible. El lector se convierte en un testigo involuntario — casi un cómplice silencioso — que aceptar, casi por las buenas, las motivaciones de ese Humbert Humbert, retorcido y tan humano. Y para una sociedad hipócrita, esa ausencia de señalamiento y opinión necesita un juicio de valor, una censura, una moraleja. Necesita ser reprobable, que la odiemos un poco, que podamos señalar el pecado y lamentarnos de su existencia para hacerla soportable. Pero Nabokov se resiste a brindar esa última absolución: Lolita solo cuenta, no juzga, tampoco se mira así misma como una lección que se aprende, como una transgresión moral. Eso lo que irrita, preocupa quizá. Subyuga, sin duda.

Como narración, la novela Lolita parece crear una visión sobre el bien y el mal que se sostiene bajo las múltiples interpretaciones del relato que cuenta. Se trata del retrato de un pedófilo, obsesionado con sus propios demonios y que encuentra en la pequeña Dolores Haze el símbolo del deseo. Pero también, de la historia de una niña corrompida que sobrevive a las paranoias de un pervertido. O puede ser la narración sobre los perversos placeres de la Lolita sádica que manipula y disfruta con el dolor de un hombre enfermo, inestable y destrozado por su propia incertidumbre. Incluso Lolita puede comprenderse como una historia de amor, entre dos extremos de una idea que se resquebraja a pedazo, el abismo que conduce al infierno, la seducción como panacea y respuesta, la autobiografía de un demente y un renacimiento en esa visión triste de la sexualidad como pérdida de la identidad. La novela puede comprenderse sobre todas esas perspectivas, el que tal vez que refleja esa oscuridad exquisita de la falibilidad de la naturaleza humana, en el temor que engendra toda debilidad.

Lolita obliga a reconocer que el arte puede estar por encima de la moral, más allá de toda ética y que existe para mostrar el mundo tal como es. O quizá ni siquiera eso. Muy probablemente el gran mensaje de Lolita, en toda su gloria morbosa es justamente que el arte es solo el reflejo del temor de quien lo admira, le teme y lo critica. Quizás por eso, la novela se encuentra en un territorio imposible de definir a primera vista. No hay una justificación a un acto abominable, tampoco una condena. Una explicación, una sumaría noción sobre la sordidez, el pecado y la confrontación con la transgresión moral. El escritor se limita a narrar un hecho execrable desde una belleza sublime, que termina por incomodar y fascinar a partes iguales.

Los misterios de una criatura mitológica y perturbadora

Hace unos años, Lolita fue escogida como la mejor novela del siglo XX. La conclusión incluía una apreciación del valor de la obra, en la que se valoró no solo su belleza estructural y estética, sino la capacidad Nabokov de analizar un hecho repudiable y convertirlo en una transgresión cercana al debate sobre la belleza y lo espurio. La votación se llevó a cabo entre 125 autores reconocidos, que llegaron a la conclusión que la incomodidad y el dolor que se transmuta en una historia pende en un delicado equilibrio entre lo repulsivo y una agonía emocional. Un estrato en que ambos personaje se mueven y se sostiene con dificultad, hasta que finalmente, se desploman en la oscuridad.

Parte del éxito de Lolita como propuesta, está en la audaz decisión de Nabokov de trasladar la atención — y, por tanto, el análisis del mal — hacia un espacio significativo: la forma en que Humbert Humbert se mira como objeto de una condena emocional y sexual. A través de los ojos del agresor y lo de la víctima, la novela se convierte en un recorrido a través del dolor y de la hipocresía, hasta alcanzar algo más elevado y singularmente duro, a mitad de camino entre la capacidad del escritor para no justificar a su personaje y su mirada sesgada sobre un hecho atroz. El narrador recorre lugares dolorosos y siniestros sobre la violencia sugerida (mucho más abrasiva que la evidente) y llega a construir una idea sobre el miedo que se entrecruza con un tipo de descripción sobre el deseo mancillado, como una condena total.

Nabokov muestra a Humbert Humbert desde sus contradicciones y en especial, desde el punto en blanco de su voracidad como depredador insaciable. Pero no hace hincapié en el juicio moral o la retorcida percepción de la codicia de Humbert, sino del hecho de cómo el personaje transforma esa necesidad violenta en un sucedáneo del amor. Humbert es una figura desagradable, la mayoría de las veces retorcida (tanto como para contraer matrimonio con la madre de Lolita solo para estar cerca de la niña) y siempre, en medio de maquinaciones a media luz que desconciertan por su precisión violenta. Pero también, es un elemento catalizador que transforma la narración en una precisión de belleza cegadora sobre el mal. Eso a pesar, que Nabokov prescinde del elemento moral y el juicio hacia lo que ocurre en su novela y lo lleva a otro lugar más pesaroso y controvertido.

¿Es Lolita que rompe el paradigma del bien y el mal en la novela moderna? Tal vez, no sea la única en plantearse ideas semejantes, pero sin duda, es la que es capaz de construir con mayor pulcritud el hecho de la cualidad de lo despreciable, que a la vez, resulta asombroso en su capacidad para mostrar múltiples capas y concepciones sobre el juicio inevitable sobre lo que Humbert Humbert puede ser y en especial, lo que muestra como relación entre el miedo y algo más retorcido, que al final, la narración muestra en toda su belleza.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine