Crónicas de la Oscuridad:

Los pequeños y siniestros misterios de una Dama Victoriana: La sonrisa misteriosa de Anne Perry. (Parte II)

Aglaia Berlutti
7 min readAug 5, 2020

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(Puedes leer la parte I aquí)

Los oscuros laberintos del dolor.

Durante cuarenta años, Anne Perry no hizo otra cosa que escribir. Con tanto ímpetu como para convertirse en una reputada autora, con más de cuarenta libros publicados y convertidos en éxitos de librería. Perry ha vendido más de diez millones de copias de sus libros y se convirtió en una celebridad modesta, con una vida huraña que intentó pasar desapercibida. Su rostro amable, severo y sobrio se volvió parte del mito que le rodeaba como personalidad pública inaccesible. A lo largo de su prolífica carrera, concedió pocas entrevistas, algunas más profundas que otras. Antes de comenzar dejaba claro que no hablaría de otra cosa que de sus libros y ningún periodista objetó jamás la petición. Después de todo, se trataba de una escritora reconocida, con una vida apacible y una ferviente devota de la religión mormona.

Sus libros además, eran cuidadas e inofensivas estructuras morales, en los que el pecado, el arrepentimiento, la redención y en especial, la capacidad del espíritu humano para sobreponerse al pecado y la oscuridad, tenían un lugar preponderante. Incluso, llegó a profundizar en cuestiones filosóficas en el ámbito de la guerra, lo que le proporcionó una mirada nueva y muy dura, acerca del remordimiento, las heridas emocionales y al final, el miedo a la incertidumbre y a la pérdida de la individualidad. Cada una de sus historias, estaban enfocadas en la posibilidad del triunfo de la voluntad espiritual, una forma de reconstruir viejos parajes mentales destruidos por la tragedia y al final, amenazados por los horrores y la crueldad del mundo. “Quería brindar a mis lectores un remanzo de tranquilidad y reflexión” comentó en una entrevista a principios de los ochenta. Y en cierta medida, lo logró.

No obstante, la sombra de Juliet seguía siendo parte de su vida. “Aunque por años me negué a reconocerlo” insistió después. Como si se tratara de un fantasma en su mente, Anne admitiría que por años, soñó con lo ocurrido durante su juventud, aunque jamás llegó a admitirlo a nadie más que a sí misma. Incluso desde sus primeros años en Portmahomack, despertaba entre gritos, inquieta y abrumada. Su madre, con quien compartía la pequeña casa en el centro del pueblo, se horrorizaba por los lamentos de su hija en medio del sueño, por sus gritos de miedo. “Era como si Juliet no se resignara a morir” admitió Anne, sobre la época confusa en que intentó ocultar su pasado, relegarlo a algún lugar inaccesible de su mente. Casi lo logró. “Comencé a escribir con más frecuencia, a insistir en mirar mi vida desde las palabras. Como si Anne, la mujer en Portmahomack, también fuera otra, obsesionada con contar lo que ocultaba la oscuridad”.

Hay algo sugerente y casi siniestro, en el hecho que su primera novela The Cater Street Hangman (publicada en 1979), se enfoque el asesinato de mujeres muy jóvenes. Todas adolescentes con problemas de salud. Todas, muy parecidas a la mujer que Anne había sido casi treinta años atrás. La historia, que introduce al detective Thomas Pitt, es una especie de extraño laberinto en medio de una estructura compleja sobre asesinatos, compasión, la búsqueda de la verdad y al final, el miedo. Anne Perry jamás ha querido hablar sobre el parecido de las víctimas del cruel asesino de su novela, las mujeres que antes de morir, se miran al espejo por última vez. “Pequeñas, pálidas, ojos feroces” insiste Perry con una pulcritud sardónica.

“Quizás nunca se escapa de los oscuros laberintos del dolor” dice Charlotte Ellison, uno de sus personajes favoritos. Que como Anne, también es pálida, no desea hablar del pasado y que sufrió un trauma que no se atreve a confesar durante la adolescencia “Tal vez sólo damos vueltas en círculo una y otra vez”.

El implacable rostro del pasado.

En 1994, Perry recibió una llamada de su agente: una periodista de Nueva Zelanda había revelado su identidad y que una película — dirigida por el entonces debutante Peter Jackson — contaría su historia. “Parecía tan injusto”, contaría después “Todo lo que había trabajado para lograr ser un miembro decente de la sociedad estaba amenazado. Y una vez más, mi vida estaba siendo interpretada por otra persona. Sucedió en la corte cuando, como menor, no me permitieron hablar y escuché todo lo que se decía sobre mí. Y ahora había una película, pero nadie se había molestado en hablar conmigo. No supe nada hasta el día antes del estreno. Todo lo que podía pensar era que mi vida se vendría abajo y que podría matar a mi madre”.

La tranquila vida de Anne se derrumbó al suelo. De la misma manera que el 22 de Junio de 1954, los hilos que sostenían todo lo que consideraba valioso, se rompieron a la vez. De nuevo, su nombre — y su historia — estaba en todas partes. La película se volvió un moderado éxito de taquilla y de crítica, pero que realmente estalló en todas direcciones, fue la historia que Anne había tratado de ocultar por tanto tiempo. Los periodistas acampaban en su jardín, le telefoneaban a medianoche. Uno llegó a colarse en su habitación: le encontró de pie en el pasillo y comenzó a gritarle todo tipo de preguntas “No podía escapar y no sabía si debía hacerlo” contó Perry a The Guardian en el 1999, en plena campaña por lo que llamo “contar la verdad”. Para entonces, la historia del asesinato, el juicio y su estancia en Mt Eden eran parte de la cultura pop y le habían convertido en una rara mezcla de una figura siniestra y un misterio.

La película de Jackson, basada de manera parcial en los diarios de Pauline Parker, ponía el énfasis en la amistad entre las dos niñas, a las que agregaba algunas connotaciones lésbicas. Además de eso, dejaba en claro que ambas habían llevado a cabo un complot para asesinar a Honora, aunque tanto Pauline como Juliet habían asegurado en juicio que todo había sido fruto “de la furia y de la ira”. Pero ahora, la Juliet que Anne había sido, era una combinación de los peores temores de Anne y su necesidad de escapar del pasado. “Era como si todo se repitiera, sólo que de una manera más atroz, vil e incontrolable”.

Para evitar que su trabajo como escritora terminara sepultado debajo de una historia grotesca, la misma Perry comenzó una extraña campaña en la que insistió debía decirle al mundo “quién era realmente”. Su editorial le recomendó discreción, varios asesores de imagen insistieron en que no era la mejor de las ideas, pero Anne Perry estaba decidida. Tanto como para construir casi a pulso una gira en la que viajó a lo largo de Inglaterra y EEUU ofreciendo charlas y conversaciones sobre lo ocurrido. Perry estaba decidida a no permitir que la alargada sombra del pasado pudiera engullirla, pero en mitad de la situación, pareció perder el control sobre una circunstancia cada vez más violenta y dolorosa. Se encontró a la defensiva, tratando de demostrar que era una mujer distinta a Juliet, la asesina. Pero a medida que se esforzó aun más, se encontró batallando contra su miedo, que alimentaba multitudes de admiradores y detractores. Grupos que exigían “la verdad” levantaron pancartas en contra suya en varios de los hoteles en que se alojó. Recibió apoyo de otros tantos fanáticos. Al final, Perry se encontró sin saber como detener la oleada de acusaciones y de terrores. “Perdí el control de mi vida, por completo y temí no recuperarlo de nuevo”.

Finalmente, el furor a su alrededor comenzó a mermar. “Lloraba a diario, mi madre trataba de consolarme, nadie podía hacerlo. Todo lo que puedo recordar es: no quiero hacer esto. No quiero hablar más sobre esto”. Por último, Anne pudo volver a su semi reclusión en Escocia, a pesar que sentía no debía hacerlo. La sensación de persecución continuaba acosándola y llegó a escribir que “nunca pudo escapar del implacable rostro del pasado”. Una frase que repitió a lo largo de los años una y otra vez.

Al final, el silencio.

Pauline Parker, que también estuvo recluida por cinco años, cambió su nombre a Hilary Nathan. Su historia después de abandonar la prisión confusa: permaneció en Nueva Zelanda, entró en una orden religiosa y al final, decidió pasar las últimas décadas de su vida en las Islas Orcadas; Como Anne, no se casó ni tuvo hijos. De hecho, la vida de ambas parecen tener una desconcertante similitud, a pesar de los años que les separan y que nunca volvieron a estar en contacto la una con la otra. Como si un paralelo las uniera en una historia en común, que siguen compartiendo, incluso sin saberlo.

En la actualidad, Anne se niega a hablar sobre lo ocurrido y sigue escribiendo. Pauline, que jamás lo hizo en público, se niega sistemáticamente a hablar con periodistas. Pauline y Juliet están muertas, pero Anne y Hilary parecieran sostener un extraño pacto. “Al final, el silencio” escribió Perry en su libro más reciente “Ecos de muerte”, en la que una mujer pálida, muy joven y frágil, es asesinada de nuevo. En una de las escenas, su mejor y más querida amiga llora. “Al final, no hay nada más que decir” dice el William Monk, uno de sus personajes, junto a la extraña pareja. Quizás, la frase más dura que Anne Perry jamás se atrevió a decir en voz alta.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine