Crónicas de la oscuridad.

Diosas, brujas, sacerdotisas, rebeldes, escritoras, espíritus libres: todo lo que debes saber sobre lo femenino transgresor (parte III)

Aglaia Berlutti
21 min readSep 30, 2020

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(Puedes leer la parte II aquí)

A Lilith, la mitológica primera esposa de Adán, se le considera un demonio. O al menos, así se interpretó su desobediencia y el poder intelectual que demostró sobre su cuerpo y su mera existencia, en la rica tradición mitológica judaica. Pero en realidad ¿qué lugar ocupa este extraordinario personaje en las escrituras bíblicas? Por extraño que parezca, todo lo que conocemos de Lilith tiene relación con el judaísmo y su manera de comprender a la mujer. La historia de la criatura que se atrevió a desafiar a Dios y que fue expulsada del Paraíso por desobediencia moral, es una de las más curiosidad del Génesis bíblico.

El Antiguo Testamento menciona a Lilith solo en una ocasión, pero en realidad, su presencia puede analizarse en varios versículos distintos, que describen a una personalidad que fue capaz no sólo de desoír las admoniciones divinas de cómo debía comportarse sino cual era su lugar, en el sagrado orden de las cosas. El versículo Isaías 34,14 narra la destrucción de la ciudad de Edom hasta los cimientos, un tipo de conflagración que sumió a la región en tinieblas y terror. Según el pasaje, Edom sucumbió a sus pecados, por lo que terminó convertido en una especie de valle de los tormentos, en el “gatos salvajes y hienas se darán cita, y los sátiros se reunirán; y también allí se tumbará Lilith y encontrará su lugar de reposo.” Y aunque no se menciona la naturaleza de Lilith ni su identidad mitológica como como primera esposa de Adán, varias traducciones del Antiguo Testamento, incluyen notas al pie de página que señalan su identidad primigenia como una criatura, capaz de desafiar al poder de Dios o al menos, oponerse a sus designios “Los hebreos creyeron que significaba un ser diabólico, en forma femenina, lascivo y nocturno”.

Por supuesto, las diversas revisiones de la Biblia Gregoriana y sus traducciones subsiguientes, han convertido la presencia de Lilith, en una serie de contradicciones que no llegan a sostener una sola mirada sobre una de las figuras más intrigantes de la Biblia. El pasaje Génesis 1,27 indica “Y Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. Y Dios los bendijo diciendo, sed prolíficos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla”, lo que supone que las primeras versiones sobre el mito creacionista judaico, daban por hecho que hombre y mujer habian sido creados al mismo tiempo y por motivos semejantes. No obstante, más adelante, el Génesis 2,21 narra: “Entonces Yavhé Dios hizo caer sobre el hombre un sueño letárgico, y mientras dormía tomó una de sus costillas, reponiendo carne en su lugar; seguidamente, de la costilla tomada formó Yavhé Dios a la mujer y se la presentó al hombre, quien exclamó, ésta sí que es hueso de mi huesos, y carne de mi carne, ésta será llamada varona, porque del varón ha sido tomada”. Resulta curioso la forma como la expresión de Adán reconoce un leve matiz en la creación de Eva “ésta sí que es hueso de mi huesos, y carne de mi carne”. ¿Hubo por tanto, otra criatura, que no provenía de su cuerpo y al contrario, había sido creada de la Tierra y el polvo como el mismo?

Algunos estudios judaicos sugieren que los pasajes referentes a Lilith fueron eliminados o al menos, traducidos de forma tal que pudiera ensalzarse la sumisión de Eva a la presencia de Adán, en un simbólico matrimonio sagrado, en la que la mujer debía total obediencia al hombre. No obstante, la Lilith bíblica parece provenir de alguna contaminación cultural previa, relacionada con la cultura sumeria, en la que el nombre de Lilith se relaciona directamente con la palabra lilitu: “Espíritu del viento o demonio mujer”. Más específico aun, el nombre de una mujer incapaz de “mostrar obediencia” y “solitaria en medio de las tierras benditas” es mencionado en la en la Tablilla XII de la Epopeya de Gilgamesh, el célebre poema épico de la antigua Mesopotamia, datado alreedor del año 2100 Antes de Cristo, en el que se le considera una “bruja capaz de hacer daño si afrenta su voluntad”.

Lo más probable es que Lilith, tal y como se le imaginó después tanto en la tradición Judía como en otras creencias orientales de tenor mistérico, provenga de una combinación poco clara entre diferentes diosas y criaturas misteriosas de la mitología del continente y la férrea tradición judaica, sobre una mujer capaz de enfrentarse al hombre y ser condenada por hacerlo. El Génesis 3,1 indica “La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que hiciera Yavhé Dios”. En buena parte de las tradiciones sumerias o Asirias (en las que ya se analizaban y reflexiona sobre una criatura femenina que simbolizaba la desobediencia y el desarraigo), la serpiente era objeto de culto como diosa de la fecundidad, la fertilidad y el conocimiento, un antecedente histórico que incluso puede rastrearse hasta Grecia, en la que se consideraba a la serpiente como símbolo de un tipo de poder intelectual por el que se debía luchar.

La historia de Lilith tal y como fue transmitida durante siglos y que de hecho, es aun la imagen más común sobre su naturaleza y procedencia, se remonta al cautiverio de los judíos en Babilonia, durante la cual, la figura de Lilith toma un nuevo realce debido a la contaminación de las creencias hebreas con las babilónicas. Es entonces cuando surgen las primeras leyendas que apuntan a su papel como primera mujer de Adán, como señalan los escritos hebreos de Ben Sirah (midrash del siglo X) al afirmar: “Yahweh creó a Lilith, la primera mujer, como había creado a Adán, de la tierra y el polvo”.

En el fragmento, procedentes de escritos sagrados hebreos, se asegura que Lilith creada a imagen y semejanza de Yahweh y dotada de las mismas capacidades que Adán, una evolución que llega a influenciar los evangelios apócrifos y los escritos del Yalqut Reubeni: “Adán y Lilith nunca encontraron la paz juntos, pues cuando él quería acostarse con ella, Lilith se negaba, considerando que la postura recostada que él exigía era ofensiva para ella. ¿Por qué he de recostarme debajo de ti? — preguntaba — Yo también fui hecha de polvo y, por consiguiente, soy tu igual. Fuimos hechos iguales y debemos hacerlo iguales.”

Siempre según los escritos del Yalqut Reubeni, la profunda soledad del Paraíso en ausencia de Lilith, provocó que Adán pidiera la ayuda de Dios para hacerla volver a su lado: “Señor del Mundo, he sido abandonado por la que pusiste para ayudarme.” Conmovido por el desamparo de su criatura, Dios envía a los arcángeles Senoy, Sansenoy y Samangelof para traer a Lilith de vuelta y restaurar el orden roto por su desobediencia. Pero Lilith se negó a hacerlo “Prefiero arrojarme yo misma al Mar Rojo antes que volver al Paraíso y someterme a Adán”. Los arcángeles, le advirtieron que su desobediencia tendría un castigo divino de terribles y colosales proporciones “Si no regresas con Adán cien de tus hijos morirán cada día”. Según las escrituras judaicas, Lilith no pareció impresionada por la amenaza“Mataré a los hijos de los hombres, los niños estarán bajo el peligro de mi ira por ocho días tras su nacimiento y las niñas por veinte”. Los arcángeles no volvieron a presionarla y Lilith juró que no dañaría a ningún niño que llevase consigo la imagen o los nombres de estos tres ángeles, en un extraño acuerdo que celebra la indomable voluntad de Lilith y sostiene una extraña imagen sobre su extraña bondad.

Es posible que la posterior mitología hebrea, estableciera una comparación entre el fervor acerca de las cualidades de la serpiente como símbolo — inteligencia, poder, creatividad, independencia — y las cualidades que podían ser castigadas por el severo Dios del Antiguo Testamento. De hecho, en varias regiones del Oriente Medio, Lilith — espíritu del viento — era representada como una serpiente. De modo que es probable que la conocida imagen de la serpiente capaz de tentar a Adán y Eva, provenga de una reacción de los antiguos recopiladores judaicos, con respecto a la relación de la obediencia de la mujer y la forma en que la cultura hebrea presuponía la necesidad que lo femenino se supeditara a lo masculino.

Si retrocedemos un poco más allá, los primeros indicios de la necesidad de la cultura hebrea por analizar a Lilith como una criatura capaz de engendrar el mal y de hecho, provocar el temor en los corazones de los hombres, puede encontrarse en el Talmud hebreo, que indica que Samael — el ángel que se rebeló contra Yavhé y cayó derrotado al abismo — era de hecho el consorte de Lilith. Tanto uno como el otro eran representados como serpientes, así como elaboradas reinvenciones de Dioses más antiguos relacionados con la inteligencia y el poder del conocimiento. Para los Sumerios, la Serpiente macho y hembra se enroscaban en un báculo para simbolizar el poder humano en busca de lo divino, lo que sin duda es una referencia directa, al mito del creacionismo judío, en la que la serpiente no sólo tienta a Adán y a Eva, sino que les hace caer en el pecado de morder la manzana del conocimiento del bien y del mal.

En algunas versiones del Talmud, Samael y Lilith terminan expulsados del Paraíso y abandonados a las orillas del Mar Rojo. Pronto, en medio del desarraigo la soledad, conciben tres hijos o lilims -seres medio humanos, medio demoníacos- que de una u otra forma, forman parte de varias leyendas semejantes alrededor del Oriente Medio, en el que la figura de la serpiente y la mujer desobediente, termina por crear una sola visión sobre la resistencia a las órdenes divinas. Hay cientos de ramificaciones en la historia original de la caída del Ángel rebelde, que incluyen además de la creación de los horrores del infierno al ser expulsado a los abismos, la maldición que recae sobre Lilith y que le obliga a ver morir a diario, a los cientos de hijos que alumbra, fruto de su amor y deseo por el Ángel más arrogante del Cielo. Esta versión sobre la Lilith madre, es la que parece tener vínculos directos con las primeras versiones de una criatura femenina de enorme poder, que se emparenta y relaciona con la figura de Eva, madre de los dos primeros hombres nacidos en el mundo luego de la expulsión que sufrió del Jardín del Edén. Tanto Lilith como Eva, se convirtieron en madres sagradas, solo que mientras una sostenía la visión del bien y del mal, la otra era el útero consagrado — creado por obra divina — que dio a luz a las grandes primeras tribu que habitaron la tierra luego de la maldición de la mortalidad, que Eva provocó al morder el fruto prohibido.

¿Se trata de una evidente metáfora sobre el comportamiento de las mujeres hebreas en contraposición con las de otros lugares alrededor de Oriente Medio? la cultura judaica, ya por entonces era violenta y restrictiva con respecto al comportamiento femenino: las mujeres hebreas no podían poseer ningún tipo de bien material, se encontraban bajo el mandato de obediencia al padre y después al marido, estaban excluidas de toda celebración religiosa y secular, además de ser consideradas seres inferiores que llevaban el estigma de la tentación como parte de su naturaleza humana. Al contrario, buena parte de las mujeres egipcias, sumerias o mesopotámicas, disfrutaban de privilegios de poder, tenían un espacio de independencia considerable con respecto a la influencia masculina y de hecho, podían llegar a ser figuras de considerable importancia en la sociedad a la que pertenecían. De modo que el evidente contraste entre Lilith y Eva, era una forma de manifestar la evidente diferente entre la figura de la mujer entre culturas.

Lilith y el precio de la rebeldía

Autores como Robert Graves, investigaron por años el rastro de Lilith a través de ciclos mitológicos y diversas leyendas, que pieza a pieza, parecen sostener una amplia combinación de versiones sobre la personalidad de la llamada primera esposa de Adán y la relacionan de manera directa, con todo tipo de interpretaciones sobre el amor, la codicia, la independencia intelectual, la rebeldía y la desobediencia, desde un punto de vista religioso y cultural. De hecho, Graves vincula la figura de Caín con la sangre, el sacrificio, la inmortalidad y la presencia de Lilith y Samael como parte de una historia más amplia, en las que las supuestas identidades demoníacas de ambas criaturas, tienen una influencia directa con la percepción posterior de la mujer desobediente. Para Graves, Lilith es la primera gran mujer solitaria, epítome del poder intelectual y la búsqueda del poder individual de la mitología, que la relaciona con las grandes Diosas de la antigüedad como Afrodita, Isthar, Astarté y otras tantas, cuyo principal característica es el poder personalísimo y el espíritu combativo por encima de la influencia masculina.

Para Graves, la relación es evidente: luego de ser expulsados del Edén, Adán y Eva engendraron un varón que representó de alguna manera, el comienzo de todo un nuevo sistema de creencias. Según el Génesis 4,1: “La mujer concibió y parió a Caín diciendo, he tenido un hombre gracias a Yahvé”. Graves insiste que Caín, fue el primer hombre que tomó decisiones y que de una manera u otra, reflejó las graves consecuencias que para sus padres, había tenido el morder el fruto del árbol prohibido. Caín, que tenía conciencia del bien y el mal, es considerado el primer homicida de la Biblia, lo que según Graves, podría corresponder a la desobediencia y rebeldía propia del carácter de Lilith. Para el escritor e investigador, la recurrencia de la idea de romper patrones de conducta basados en la obediencia, deja claro que Caín, podría ser una venganza evidente por parte de la primigenia Lilith o que así, fue analizado por los primeros estudiosos del Talmud, quienes adjudicaron a Caín, las características de violencia y destrucción, en contraposición a la sumisión y carácter plácido de Abel.

Graves incluso llegó a teorizar, que algunas leyendas sumerias sugieren que “el primer asesino del mundo” era hijo de la mujer divina y Samael, lo que excluye a Adán, de la geneología divina y además, apunta a una mayor responsabilidad de la mujer en las desgracias del mundo, tal y como lo concibe la religión hebrea. De hecho, el Génesis 5,1 enumera la lista de los descendiente de Adán pero prescinde de Caín y su estirpe cainita, lo que podría sugerir que las primeras revisiones de los mitos acerca de la mujer independiente y condenada por desobedecer, proceden de una misma raíz.

Un espectro del tiempo a madre de demonios:

La Lilith que trascendió a la literatura y a la cultura popular, procede una combinación de mitos sumerios, asirios e incluso griegos, en la que ya aparece como una criatura nocturna y lasciva, incontrolable, violenta y la mayoría de las veces salvaje, que según la tradición judaíca, se alimenta de los recién nacidos. No obstante, ninguna de esas imágenes o referencias, parece ser determinante al momento de entender la evolución de la figura mitológica a tal y como la comprendemos en la actualidad.

La influencia asiria es quizás la más notoria, debido quizás a que las transformaciones sobre el culto asociado a Lilith y su origen, tuvieron una lenta erosión a partir de las luchas políticas por el poder en una cultura especialmente inclinada a la guerra y al enfrentamiento entre tribus con fuertes líderes masculinos. Durante la mitad del II milenio a.C. la figura de la Lilith sumeria (una serpiente con características femeninas y atributos sexuales muy obvios, se modifica para llegar a una imagen completamente femenina en la que además, se obvia su vinculación con los ritos sexuales asociados al culto a la diosa Ishtar. Resulta curioso que la transformación coincide con los últimos decenios de dominación asiria, en los que se puso fin a los ritos sexuales celebrados en el templo, se eliminó el sacerdocio femenino y se impuso una religión marcada por la fuerte presencia de dioses masculinos, que simbolizaron un poder político centralizado exclusivamente en hombres de estirpe real.

La caída de Ishtar como Diosa preponderante del panteón asirio, despojó a Lilith de su aureola semidivina, que de ser representada como una criatura formidable de aspecto femenino con características de diferentes tipos de serpiente de considerable belleza, se redujo a una figura menor, con aires de reptil y que solía ser representada como admonición contra la desobediencia y la rebeldía. De hecho, Lilith deja de ser la imagen de la fertilidad para estar vinculada a la esterilidad y las muertes de los neonatos, una iconografía que recuperará el Talmud hebreo y los escritos bíblicos, para luego extenderse a la noción de la criatura condenada a ver morir a sus hijos y sobre todo, a enfrentarse a la madre divina Eva, por la supervivencia de Caín.

Por otra parte, los Griegos — que conocían a Lilith gracias a sus relaciones culturales con Asiria — consideraban a la figura mitológica como una Lamia (derivación del nombre sumerio Lamastu), un ser malicioso y equiparable a las estriges y las empusas, todos ellos demonios femeninos. En una cultura con una marcada restricción del comportamiento de la mujer, Lilith debió ser una criatura que desconcertara y aterrorizara a partes iguales, por lo que se le disminuyó a un demonio bebedor de sangre, capaz de engendrar a otras criaturas semejantes. La imagen de la Lilith griega, tiene extremidades de serpiente marina y pechos y rostro de mujer. Esta representación, mucho más parecida a la iconografía hebrea y cristiana de Lilith, evolucionara hasta encarnar a una mujer poderosa, misteriosa y sabia, que fue partes de diversos mitos durante la primera mitad del Imperio Romana — en la que se le consideraba un súcubu — hasta la versión medieval, que se emparentó con la bruja y sobre todo, con el poder de los arcanos del Tarot, que de una u otra forma, fueron la manera en que se propagó el mito de la mujer poderosa y mágica que la iglesia católica consideró herético.

El poder del tarot: La bruja solitaria.

Por siglos, el Tarot fue considerado un símbolo de lo oculto, relacionado con la bruja solitaria, la mujer poderosa por su conocimiento, poder económico o influencia sobre el mundo masculino. De hecho, el primigenio arcano de la Emperatriz fue la metáfora de la mujer sabía durante los siglos XIII y XIV, cuando el maso de cartas era parte de una colección ordenada de símbolos que se estructuraban entre sí, para narrar diversas historias de influencia mágica de origen diverso que se conservaban de maneral oral. La carta fue la primera en ser reconocida como alegoría mágica al poder de la mujer que se escondía en bosques para ocultar los ritos que llevaba a cabo a deidades que por entonces, la Iglesia consideraba demoníacas o directamente heréticas.

El primer registro histórico que se tiene sobre el Tarot, tal y como lo conocemos actualmente, se encuentra en un lugar curioso: El libro de contabilidad del Tesorero real de Carlos VI de Francia. En Febrero de 1392, una pequeña anotación en folio enumera el pago por tres barajas de color dorado y muy ornamentadas, que forman parte de la llamada baraja Gringonneur. Lo singular de todo esto, es que según la descripción del libro que se hace en la minuta comercial, las barajas contenían “saber arcano”. ¿A qué se refería el acucioso tesorero Charles Poupart con el término? Nadie parece saberlo muy bien. Por supuesto, se trata de una época donde los misterios esotéricos despertaban la curiosidad de la aristocracia y de hecho, hay teorías que apuntan que la carísima baraja Gringonneur — con borde de plata y fondo de oro y que actualmente se guarda en la Biblioteca Nacional de París — fue comprada para consolar al Rey Carlos VI en sus accesos de “melancolía”.

No obstante, la historia del Tarot abarca mucho más que un simple dato anecdótico: el juego más antiguo según sus diversas evoluciones históricas, es el Visconti — Sforza. Una obra de arte de oro y madera que fue obsequiado con motivo de su boda a Bianca María Visconti, hija del cruel Duque de Milán, Filippo Visconti. Existen al menos catorce versiones de la baraja, copias fieles de la original, y cada una de ellas ha sido transformada por el artista a quien se le encargó su reproducción. Según el investigador Stuart Kaplan, la multiplicidad de los símbolos indica que el mazo del Tarot, tal y como lo conocemos en la actualidad, es una reinterpretación de muy probablemente un orden específico de dibujos crípticos, elaborados de manera comprensible por la colección Visconti.

Según Margaret Murray, las brujas conservan el Tarot como una forma de veneración a la Diosa repudiada por el Cristianismo y satanizada por la cultura Occidental. Según la investigadora, cada carta cuenta la manera como la Tradición de la Diosa fue perseguida y convertida en un secreto a medio revelar que el juego de Tarot guardaba celosamente. No hay ninguna prueba contundente al respecto pero es evidente que cada carta posee un tipo de peso simbólico muy específico: Inicialmente, solo las carta del Arcano Mayor mostraban ilustraciones detalladas y cada una de ellas, se unía a la siguiente en una especie de código visual muy concreto. Por décadas enteras, el Tarot formó parte de tradiciones mágicas que insistían, contaba su propia versión del mundo: desde las brujas escocesas que insistían que el Tarot contaba la historia de la Diosa Brigit hasta las brujas italianas, que descubrían en ella a la Diosa cazadora del bosque. Otro tanto ocurre con el Arcano Menor: muchas de las primeras versiones muestran Espadas de cuchillas curvas y Bastos gruesos, y se suele insistir que muestran los ritos de cosecha y de paso de variadas tradiciones de la antigua Religión Europa. Incluso, hay hipótesis que sugieren que los arcanos mayores y menores evolucionaron de manera independiente: dos historias que contar que convergen en una sabiduría tan antigua que ya no se recuerda. Cual sea la respuesta, el Tarot se volvió un elemento infaltable en el conocimiento ritualista tradicional e incluso, en la cultura popular: Hacia finales del siglo XV existían barajas de Tarot por toda Europa.

El poeta T.S. Eliot era también un amante del antiguo simbolismo de la mujer sabia. En The Wasteland le otorga un sentido inquietante y onírico a seis cartas, tres de las cuales inventó e incluyó en su propio concepción personal del Tarot: The Drowned Phoenician Sailor, The Belladona, la cual es relacionada directamente con La Emperatriz y The One Eyed Merchant. Las otras cartas restantes — The Man with Three Staves, The Wheel y The Hanged Man — son partes del tradicional juego de cartas. Para Elliot, el valor de los arcanos radicaba en su capacidad de crear arquetipos reconocibles, un rostro familiar en medio del juego de espejos del subconciente humano. Al menos, así lo menciona en las notas a The Waste Land, donde añade además haber sido introducido en las artes del Tarot, aclarando que su comprensión de ellas tiene un sentido meramente intelectual y razonable. Y añade “para comprender el sentido de la independencia y el poder”. Una versión sobre la magia y el símbolismo asociado con el Tarot que resulta tan profundamente significativo como antiguo.

La bruja moderna: de lo esotérico al símbolo.

Terry Pratchett insistió en más de una ocasión en que escribía para “los extraños”, una frase que no sólo abarca su obra, sino que también, podría definirla. Y nadie es más extraño que sus brujas: intrépidas, malhumoradas, malvadas a ratos, pero también, irritantes y graciosas. Un universo en cada una de sus cabezas. No por casualidad, las protagonistas de la saga Mundodisco (1993–2015) resumen la sabiduría en una única palabra: la cabezología, esa ciencia inexacta de conocer cómo funcionan “las cabezas” — el pensamiento- de las personas.

Se trata por supuesto de una maravillosa analogía del sentido práctico de Pratchett para escribir fantasía. Su mirada sobre lo sobrenatural, lo inexplicable y lo asombroso, tiene también una relación inmediata con una cierta percepción sobre lo cotidiano que resulta entrañable y conmovedora. Pero tal y como su autor insistió, las brujas de Pratchett son además de todos, personajes que no calzan bien en todos los lugares. Que se encuentran incómodas y forman parte de una percepción del bien y del mal de tenor muy terrenal. Para bien o para mal, Pratchett reconstruyó el estereotipo de la bruja para crear algo por completo distinto, pero, sobre todo, rico en matices y que sigue siendo punta de lanza en la actual forma de concebir la cultura de la bruja.

Para el escritor, las brujas eran además personajes desbordantes de vida, lejos de cualquier noción sobre el bien y el mal, al menos de manera directa. De tener que describirlas de alguna manera, sin duda podría decirse que las brujas de Pratchett son bondadosas, pero su bondad también forma de parte de algo más amplio: su carácter travieso, aventurero, torpe, inconforme y rebelde, brindan a los personajes de Pratchett una inusual profundidad. Desde Yaya Ceravieja o la enigmática Eskarina ‘Esk’ Smith hasta la matriarca Tata Ogg -dueña del gato más maligno del mundo- las brujas de Pratchett construyen a través de su singularidad una versión de la fe, la esperanza y la travesura de singular valor simbólico.

Pero ¿por qué el estereotipo de las brujas en la literatura es tan distinto a su versión mitológica? las brujas de Pratchett son el ejemplo perfecto del motivo por el cual poder, la magia y la sabiduría construyen una elocuente percepción de lo fantástico. Las brujas literarias siempre han sido personajes ambiguos. A diferencia de otros estereotipos, la bruja pareciera no calzar muy bien en un solo lugar: no es tan malvada y sanguinaria como el Vampiro -al menos, no siempre-, y tampoco es un dechado de bondad inmaculada. No todas las veces, en realidad.

El caso es que la bruja crea su propio espacio en las historias y en las palabras, uno particularmente intrigante, donde parece reinar en medio de ese claroscuro que no termina de definirla, mucho menos mostrarla. El misterio de la bruja se conserva, se completa así mismo y es quizás esta especialísima condición lo que hace que siempre despierte la misma curiosidad y fascinación: desde el mito popular al personaje en la literatura universal, la bruja, como arquetipo, perdura.

La eterna rebelde en la historia de la literatura

A la editora y escritora Marion Zimmer Bradley se le llamó con frecuencia feminista, debido principalmente a los fuertes y complicados personajes en sus obras. No solo creó toda una nueva visión sobre la feminidad dentro del género de la fantasía, sino que, además, su insistencia en crear heroínas no tradicionales creó una revisión del género que asombró al público y cautivó a lectores del mundo entero.

La saga Las nieblas de Avalón (1982) es una consecuencia de toda la visión de la escritora sobre lo lo sagrado y la heroína renovada. La historia -que tuvo un resonante éxito editorial durante los años ochenta- es una versión libre sobre la leyenda del Rey Arturo, esta vez desde el punto de vista de sus personajes femeninos. Un giro que sorprendió por su frescura y esencialmente, su capacidad para definir una nueva interpretación sobre la bruja literaria. En esta saga, son las mujeres -las brujas- quienes crean y construyen el mito, quienes asumen el protagonismo y el poder de contar, y tal vez por ese motivo la historia posee una inusual complejidad, una belleza de planteamiento y visión que incluso parece redefinir los esquemas de la novela de aventura y fantasía. Con un pulso exquisito, la autora borda una historia donde la Antigua tradición de la brujería se entremezcla con los ideales del recién nacido reinado del Rey Arturo. Pero no solo se trata de una visión original de mito: hay una búsqueda de reivindicación en la figura de la mujer, una necesaria profundización en el lugar que ocupa en la historia e incluso, en la manera como se fundamenta. Para Zimmer Bradley, las brujas representan esa metáfora primitiva de la tierra como madre y creadora.

Al otro lado del espectro se encuentra la bruja malvada y moderna imaginada por Anne Rice. Para la escritora, la bruja no es solo esa presencia inquietante al límite mismo del estereotipo y la leyenda que la sostiene. Su versión del mito es un intrincado mapa de ruta a través de las diversas encarnaciones de la bruja e incluso, propone la hipótesis del poder -o la conexión de la bruja con lo sobrenatural- a través del lazo consanguíneo. Un tema que otros autores habían abordado desde distintos planteamientos, pero nunca antes de una manera tan profundamente meditada.

Quizás es el primer libro de la Saga La hora de las brujas (1990) el que consigue el mejor resultado en su acercamiento a ese arquetipo de la bruja extraordinaria, la que crea su propia perspectiva sobre si misma y del mundo que la rodea. En lo que se advierte como una cuidadosa investigación de costumbres, hechos históricos y mitos, Rice entreteje una historia que avanza con paso firme a través de la historia de esta familia de hechiceras. Una pléyade de personajes que impresiona por su solidez.

La historia de la familia Mayfair relata en conjunto un mito desde una perspectiva curiosisima y sobre todo, tan humana que trasciende la mera intención de la historia como juego de luces y sombras, a mitad de camino entre el terror clásico -con sus inevitables tintes góticos- y un tipo de visión sobre la mujer y el poder muy elocuente. La bruja de Rice no se mira a sí misma como parte de una historia en común, sino que sostiene una herencia que recibe y que asume desde la cuna.

Por el contrario, la visión de John Updike sobre las brujas tiene mucho de reclamo cultural y poco de espectáculo literario: En Las brujas de Eastwick (1984) el escritor -con ese pulso de observador de la sociedad americana que siempre ostentó- miró al antiguo arquetipo como una forma de expresión de la mujer liberada, rebelde y poderosa de finales de la década de los sesenta. Su novela, con novedosos tintes eróticos, espectáculo mágico y una profunda necesidad de expresar la reivindicación femenina a través de una historia inusual, causó un considerable impacto en una época que aún estaba asimilando los cambios culturales que le había tocado vivir.

Updike asumió ese vínculo profundo entre las brujas y la madre tierra como una visión lineal del cambio de la estructura del papel de la mujer en la sociedad e incluso, de su percepción de sí misma. La historia, que nunca llega a definirse completamente entre lo asombroso y la aridez de la crítica cultural, sorprende y desconcierta a partes iguales. Expresa esa idea de la mujer esencial, la devota, la creadora, la temible e incluso, la que se define así misma a través del elemento cultural. Un triunfo de la concepción personal.

Sin duda, hoy las brujas parecen mirarnos de todas partes. Desde la caricatura de piel verde que cuelga en las vidrieras de las tiendas, esa mujer de nariz retorcida que saltó de los cuentos de hadas directamente a las pesadillas de los niños, a la mujer sabia, la bruja tradicional que actualmente se ha reivindicado gracias a ese renacer de lo femenino como sagrado.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine