Crónicas de la Nerd Entusiasta:

¿Por qué “The Boys” de Amazon Prime es la serie que necesitas ver para comprender mejor el simbolismo superheroico?

Aglaia Berlutti
11 min readAug 12, 2019

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Hace unos meses, el director manchego Pedro Almodóvar comentó que los superhéroes del cine necesitaban “sexo y salvaje”. Por supuesto, las palabras del español pusieron el acento en la forma como hasta ahora, los héroes se han mostrado en la pantalla grande: con una moral incorruptible y casi siempre asexuados, las grandes celebridades del nuevo cine comercial carecen de verdadera dimensión humana. O al menos de la necesaria oscuridad que pueda brindarle un sentido más allá del de ser símbolos de una versión maniquea del bien y del mal.

Para el guionista Garth Ennis la idea no resulta nueva: The Boys, su mordaz y tenebrosa sátira del mundo superheroico, no sólo está llena de escenas de sexo explícitas sino de un recorrido escalofriante por la naturaleza humana y sus relaciones con el poder. Para Ennis, la noción del héroe está emparentada con la transgresión pero también, con la posibilidad del mal. La combinación de ambas cosas, crea una de las historias más inquietantes y desinhibidas sobre el hecho del héroe de las últimas décadas, pero también una progresión sobre cómo se analiza el temor y la violencia en la actualidad. En The Boys, la perversa percepción de la crueldad no se discute ni se debate, sino más bien forma parte de un entramado de lo cotidiano que resulta estremecedor por su elemento realista.

La serie producida por el canal de suscripción Stream Amazon Prime basada en el cómic, también enfoca el argumento en la ruptura de la imagen impoluta del héroe, pero a diferencia de Ennis (que medita sobre los defectos sociales desde un tono burlón y grotesco de asombrosa efectividad), la adaptación en la pantalla chica se convierte en una versión febril de lo moral. Los personajes de Ennis llegan a la pantalla grande con menos aristas que sus gemelos en papel, pero conservan la siniestra capacidad espejo para reflejar lo peor de lo contemporáneo. Y mientras que el cómic no busca pontificar — ni lo intenta — , la versión televisiva reflexiona con afilada crueldad sobre a qué conferimos significado y qué consideramos en todo caso, valioso. Y el resultado es aterrador y brillante.

Claro que, “The Boys” no alcanza los extremo salvajes y desconcertantes que Ennis imprimió a la historia en papel y eso de alguna forma, evita que la polémica sea su único objetivo. En lugar de eso, el showrunner Eric Kripke está más preocupado por crear una atmósfera enrarecida, angustiosa y realista, que se enlaza con algo más pendenciero de lo que podría suponer una adaptación destinada a un canal por cable que no se distingue por ser especialmente controversial. Para Kripke, el lenguaje del cómic (agresivo, visualmente inquietante y por momentos excesivo), se traduce en una puesta escena tensa, sangrienta y sexy que conserva lo esencial del material original: el hecho de cómo las metáforas de nuestra época son tan frágiles, proclives al absurdo y por completo inútiles como para suponer una máscara falsa de algo más grande y punzante.

Por supuesto, The Boys parodia al mundo de los superhéroes, pero sin humor. O mejor dicho, con un tipo de burlona autoconciencia que se mezcla con una retorcida concepción de lo malévolo. Y el juego resulta agudo justamente porque el show deconstruye y elabora algo más efectivo que caricaturización: Los personajes de The Boys no buscan la redención y que sin duda, no forman parte del inevitable ciclo de la búsqueda de significado que atraviesan los héroes en la actualidad, incluso los más tenebrosos y pesimistas al estilo de Wolverine/Logan. Tanto en la serie como en el cómic, los hombres y mujeres de capa y mallas, son malignos o en realidad, carentes por completo del sentido del eterno devenir de la bondad que en el cine es del todo imprescindible. Este grupo de arrogantes, avariciosos y brutales defensores figuras de poder, son la encarnación de la ambición humana y lo son además, en esa mutable percepción de la identidad humana repleta de grises y contradicciones. En “The Boys”, los héroes están emparentados quizás, con la percepción veleidosa, profundamente arraigada y simbólica de la mitología antigua, en la que los Dioses encarnaban lo peor y lo mejor del mundo humano. Pero más allá de eso, hay una despiadada conciencia del dolor, la indiferencia y la crueldad que hace que The Boys resulte inquietante por su potente ingrediente verídico.

Ennis se plantea una pregunta que con toda seguridad, intriga a buena parte de los autores dedicados al género de la Ciencia Ficción y la fantasía: ¿Qué ocurriría si en realidad hubiera personas con capacidades extraordinarias? ¿En qué cambiaría nuestras concepción de lo moral, cultural y social la existencia de seres física o mentalmente superiores? Hasta ahora la cuestión se abordó desde el optimismo: Superman es un alienígena de capacidades ilimitadas que prefiere ocultarse y sólo utilizar sus poderes en beneficio colectivo. Lo mismo que los mutantes en la saga X Men, la singularidad se plantea desde el rechazo, el aislamiento y el desarraigo. Los hombres y mujeres que portan el gen de la mutación, luchan por ser aceptados y entre tanto, se transforman en héroes casi por necesidad y siempre en la búsqueda de un propósito superior. Pero para Ennis la disyuntiva se parece mucho más a la que Alan Moore profundizó en el clásico “Watchmen” ¿Puede el hombre mantener su naturaleza dual, violenta y con tendencia a la crueldad al margen del deber moral que supone un atributo fantástico? Y mientras Stan Lee pasó buena parte de su vida mostrando una imagen ingeniosa sobre esa responsabilidad espiritual que inspira cualquier don por encima de lo común, Ennis va al otro lado del espectro para emparentar a la cualidad del superhéroe con una concepción global de lo perverso.

Lo plasma de manera brillante, además: los héroes en “The Boys” son retorcidos, inquietantes y tan dispuestos como cualquiera a lastimar, robar y matar. Una y otra vez, tanto cómic como serie analizan el mal desde la transgresión y no como acto de rebeldía. El miedo convertido en una expresión paradigmática de una cultura obsesionada con mostrar las virtudes como idealizaciones imposibles de alcanzar. Lo maligno en “The Boys” es una opción y también, una forma de libertad.

La mirada siniestra del símbolo:

Garth Ennis profundizó en “The Boys” sobre las implicaciones del poder escindido y transformado en una derrota moral. En su versión televisiva, la serie toma el camino en apariencia sencillo de ser una retorcida alegoría a la norteamérica actual, con su retorcido mapa de contradicciones sociales y tensiones políticas. El show es un espejo a través del cual analizar la percepción de la sociedad sobre sus propias limitaciones y una mirada inquieta sobre la manera en que comprendemos el poder establecido. Los superhéroes de Ennis — con sus uniformes ridículos y sonrisas edulcoradas — también son imágenes de una celebridad grotesca casi atemorizante.

Sobre todo, el Kripke intenta analizar el panorama de su país bajo la óptica de una pesimista versión del futuro. Uno de los más símbolos de esta mirada semi distópica, es el personaje de Homelander, una mezcla retorcida de Superman y del Capitán América, de quién hereda su saludable imagen optimista. Pero bajo la estampa heroica de cabellos rubios y rostro perfecto, el personaje oculta los peores horrores de una sociedad hipócrita y obsesionada con su identidad rota. La combinación crea una compleja opinión sobre el temor y la inquietud de un país subyugado bajo el peso de sus prejuicios y terrores.

Homelander encarna el sentido más depurado del discurso de Ennis — y que Kripke adapta con enorme inteligencia — de la moral rota bajo el peso de la realidad y sus pesares. Pero más allá, engloba lo extravagante de un tóxico ejercicio simbólico que convierte a The Boys en algo más que una provocación gratuita. Con su extraña historia personal — su padre genético, es de hecho un supremacista con un violento historial — Homelander es una creación a la medida de las exigencias del Universo que habita, en dónde el héroe no necesariamente es un modelo moral y más bien, se le exige ser el rostro de una idea popular. Y este Homelander — destinado casi por necesidad biológica a la discriminación y al odio — la figura que sostiene no sólo los cuestionamientos de Ennis sobre lo que consideramos perverso y venial, sino también sus profundas implicaciones.

Cuando se analiza el contexto de The Boys desde esa perspectiva, resulta inquietante la forma como abarca un sentido odioso de la verdad y la concepción ambigua — y tan moderna — sobre lo terrorífico, lo que pone a sus personajes al margen de cualquier otra acepción del Superhéroe. Ennis logra desmontar pieza a pieza la estructura que sostiene al heroísmo y le brinda un lustre grotesco, vulgar y sucio, contaminado por la perversa necesidad de contravenir la percepción de lo que se suele considerar bondad. Al contraste, cualquier otro personaje del universo superheroico toma un sentido siniestro en su concepción absoluta. Una ausencia de matices que lo transforma en una metáfora compleja de ideas rudimentarias sobre la moral.

Ennis comentó en una ocasión que su intención al escribir The Boys” era demostrar que los héroes que imaginamos serían verdaderos villanos en el mundo real, lo que provocaría que la discriminación y el rechazo a lo diferente tomara un sentido más siniestro que el mero hecho del prejuicio. Dicho así, la hipótesis no sólo contradice sino también destruye el espíritu central que anima toda concepción del superhéroe. Una contradicción que retrotrae a épocas en que el poder era una motivación caprichosa y en ocasiones, cruel. Eso coincide con el punto de vista del mitólogo Joseph Campbell, que insistió en más de una ocasión que el hombre viene contándose las mismas historias desde el principio de los tiempos. La idea del héroe que atraviesa todo tipo de dolores y angustias para alcanzar la redención, se convierte en una expresión de fe y una alegoría de la esperanza. ¿Qué ocurre cuando pasa exactamente lo contrario? ¿Cuando el poder y el sentido de lo heroico alcanza el extremo más duro de la mente humana?

El mundo del cómic ha jugado con la paradoja por buena cantidad de tiempo: Superman es la encarnación de la pulcra definición de un héroe con una moralidad que se sostiene sobre la imposibilidad. Con su poderes ilimitados — y en ocasiones absurdos — , su extraña mezcla de humanidad y algo parecido a la una divinidad forzada, representa lo peor y lo mejor del ser humano. No obstante Superman — el símbolo — parece ser incluso más que eso: es la representación del sueño americano, una figura luminosa que brindó al país una metáfora sobre el optimismo en los oscuros años de la Postguerra. Más allá de eso, es una idealización moral inquietante, que eleva los principios y dilemas del hombre común a una dimensión inalcanzable.

Por el contrario, la exploración del mal en los héroes suele ser de naturaleza más imprecisa. Batman es violento, tenebroso y sobre todo, ambiguo. A pesar de que su origen es similar al de Superman — la muerte violenta de ambos progenitores — el hombre Murciélago no tiene la necesidad de cumplir un canon ético, sino que construye el propio. Al contrario que el héroe de Metrópolis, Batman se debate entre sus dolores y la responsabilidad moral que asume sin quizás prever sus consecuencias. Así que mientras Superman se cuestiona si el bien es algo más que una postura intelectual, Batman legitimó la estrategia y la cólera como una forma de comprenderse así mismo y la manera en que lucha contra el crimen en una ciudad complicada como Gotham. Un símbolo de una cierta concepción del mal necesario.
Visto así, ambos héroes se encuentran en extremos contrarios del espectro: Superman es una aspiración y Batman, una interpretación humana del dolor y la venganza. Como bien comentó David Macho, guionista español que tiene el honor de ser el único ibérico que escribió un cómic de Bruce Wayne, no es sencillo comprender al justiciero de la máscara negra: “Mientras Superman representa un objetivo inalcanzable de bondad que tememos plantearnos, Batman es la encarnación del poder de la inteligencia y el dolor humano. Planos superpuestos uno sobre otro”.

Incluso los contextos de ambos personajes son diametralmente opuestos: Mientras Gotham es una ciudad oscura, violenta, árida y peligrosa, muy parecida a la Nueva York de los años ’70 inmortalizada por Scorsese, Metrópolis es limpia optimista y casi ingenua. Ciudades espejos protegidas por héroes a su imagen y semejanza. Creaciones utópicas y distópicas de una interpretación que insiste en analizar la luz y las sombras a la periferia de cada uno de nosotros.

¿Se pueden mezclar ambas percepciones en una misma historia? Frank Miller lo logró con enorme éxito en su cómic de culto: Batman: The Dark Knight Returns. La miniserie, dividida en cuatro volúmenes, logra captar la oscuridad del Vigilante de Gotham y lo enfrenta directamente contra el bien ideal, encarnado por Superman. En el cuarto capítulo — Batman: La Caída del Señor de la Noche — Superman se enfrenta contra Batman en una pelea extraordinaria, donde no sólo parecen enfrentarse como individuos, sino como metáfora de algo mucho más grande y colosal. Para Miller, el hecho del bien ambiguo encarnado por Bruce Wayne parece construir un punto de vista nuevo sobre la concepción de la lucha por ideales que de pronto, no parecen tan claros. Superman en cambio, insiste en el bien absoluto, pulcro. Una moral extraña a la cualquier concepción humana.

Para Ennis la percepción del héroe va a otra región de la psiquis colectiva: Homelander y el resto de los superhéroes de su Universo, siempre han sido villanos, en la analogía simple como se perciben en el cómic y en la pantalla grande. Crueles hasta lo temible y docenas de dimensiones intelectuales y morales, los personajes de Ennis son extrapolaciones de algo más duro y complicado de entender. Y es justo, en esa grieta sobre la meditada comprensión del poder como elemento circunstancial, que Ennis logra lo que otros guionistas no han logrado del todo. Sus personajes tienen un ingrediente realista que muestra lo subversivo y temible de la concepción del heroísmo en el mundo real y en la posibilidad cierta que la capacidad sobrehumana pueda brindar sentido a lo más retorcido de nuestra cultura. De pie, erguido sobre sus botas de plástico y convertido en el símbolo de una nación decadente, Homelander es la realidad patente de lo que Superman podría ser y lo que Bruce Wayne es más allá de la idealización. Una idea escalofriante que cómic book y serie muestran con singular eficacia.

De la misma manera que Superman, Homelander tienen poderes ilimitados, pero mientras uno es el hijo de un agricultor de Kansas y representa los ideales difusos de EEUU, la criatura de Ennis es el reflejo del país real, del que convive con sus rencores, dolores y terrores. Hay algo estridente en este Superhéroe de un patriotismo fanático — que permitió ocurriera un evento terrorista catastrófico — y que se presenta a sí mismo como la encarnación de la esperanza luego del desastre.

“¡Creo que lo que Dios quiere que haga es seguir allá, encontrar a los bastardos inmundos que planearon esto, y presentarles una cosita llamada el juicio de Dios! Suena como la cosa americana que hacer! Pero no. Aparentemente, tengo que esperar a que el Congreso diga que está bien. Digo que respondo a una ley superior. ¿No es mi propósito dado por Dios proteger a los Estados Unidos de América? Salmo 58:10! ¡El justo se regocijará cuando vea la venganza y se bañará con la sangre de los impíos!

En una época en la que el estrellato es la medida del poder, los superhéroes no intentan ser buenos, sino famosos, un matiz que The Boys explota hasta convertir a las figuras superheroicas en una amenaza tenebrosa que se hace cada vez más encarnizada, voraz y peligrosa. La nueva generación de símbolos del poder son algo más que límites morales, son metáforas de los horrores escondidos en medio de lo cotidiano. Con “The Boys”, lo heroico termina por derrumbarse en una simplicidad temible y la realidad, en convertirse en una advertencia. El reverso oscuro de la búsqueda de sentido a lo extraordinario y la reflexión sobre el motivo de su existencia.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine