Crónicas de la Nerd Entusiasta:

El triunfo de Ford Vs Ferrari sobre el cine actual.

Aglaia Berlutti
12 min readDec 16, 2019

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El 23 de Junio de 1971, el drama sobre el circuito de carreras automovilísticas Le Mans dirigida por Lee H. Katzin, llegó a las pantallas de cine. Se trató de un suceso de considerable importancia: no sólo se retrataba el tema de la evolución automotriz norteamericana, sino también, la insistente noción que el país reflejaba su prosperidad — o su idea sobre ella — en su industria automotriz. Además, estaba protagonizada por Steve McQueen y Siegfried Rauch como rivales, lo que prometía además de buenas actuaciones, una recreación fidedigna del emocionante circuito de carreras, quizás el más famoso del mundo. Con su aire tenso, aterrador y por momentos casi mítico, la lucha de dos pilotos por completar las 24 horas de carrera se convirtió en una especie de épica sobre lo masculino, lo viril y también, una percepción sobre EEUU, todo en clave de una elegantísima versión sobre una de las pruebas de resistencia automovilistas más demandantes del mundo.

Producida por Jack N. Reddish (que en realidad, tenía una especial obsesión por el diseño automotriz) y con Robert E. Relyea como productor ejecutivo, Le Mans fue una oda a muchas ideas que en la actualidad, podrían parecernos ajenas pero que por entonces, tenían un lustre de pura elegancia que la película no hizo otra cosa que resaltar. Hay algo extraordinario en la forma en que la película reproduce la experiencia visual de una carrera automovilística: desde el sonido incidental hasta la música (que sólo se utiliza en momentos muy puntuales y jamás con mayor importancia del rugido de los motores), el recorrido visual de Le Mans es además, una oda a cierto tipo de cine sensorial que emparenta además, con una versión de lo masculino que en la actualidad podría parecer del todo anticuada, pero que en su momento, resultó la glorificación de los valores norteamericanos. Sobre todo, por Steve McQueen — despeinado, con un diálogo mínimo y profundamente concentrado como un personaje que apenas muestra emociones — que brinda un toque realista a la interminable sucesión de escenas en apariencia parecidas, en las que el riesgo de morir para los personajes es muy cierto pero se conjuga en último minuto.

La película además, fue un juego de texturas y una cuidada versión cinematográfica de una época: se le llamó una película “con clase” en una década en la que la mayoría de los realizadores — con Scorsese y Mamet a la cabeza — apostaban a una realidad sucia y destartalada, para traducir la lenta transformación del lenguaje cinematográfico en algo más personal, íntimo y sobre todo, poderoso. Pero Katzin parecía más interesado en reflexionar sobre Norteamérica desde sus puntos más radiantes. El fuerte atractivo de la película, tenía una relación directa y radiante con el estilo de vida del país y una vitalidad deslumbrante. Rubio, recio y convertido en un totem de la virilidad que destilaba testosterona incluso con el simple gesto de calzarse el casco en su augusta cabeza, McQueen dotó de un aire sofisticado a una película que podría no serlo. Que de hecho, no tenía las intenciones de celebrar algo más que un recorrido monstruoso en mitad de algo más violento y duro de asumir. La identidad del piloto (que se describe en un puñado de escenas extraordinarias durante los primeros minutos de la película), es también la del film. Entre ambas cosas, la posibilidad de la muerte en busca de la gloria, es algo mucho más enrevesado y concluyente que la simple emoción del circuito. Y el actor lo sabía.

La película Ford vs Ferrari de James Mangold, tiene mucho de la mítica Le Mans de Katzin, pero también, es una reinvención del viejo mito de la virilidad y la identidad de un país, a través de un cristal moderno. Ágil, astuta, sofisticada y con una personalidad arrolladora, la película también tiene la misma intención del clásico, pero a una escala más modesta. Por supuesto, se trata de un momento histórico en el circuito Le Mans — a diferencia de la película de Katzin, que sólo mostró la carrera en todo su poder — y para Mangold es la oportunidad perfecta para explorar, profundizar y redimensionar los símbolos de la norteamericana próspera, inocente y limpia de mediados de los años ’60, una década de ruptura que el film no muestra demasiado ni tampoco, se prodiga en analizar. En realidad, el objetivo del film es otro y lo deja claro durante las primeras escenas, en la que un Matt Damon con el rostro contorsionado de furia debe enfrentarse a las inclemencias del clima y el circuito, para terminar envueltos en llamas en su traje impermeable. Pero mientras Steve McQueen se preguntaba en Le Mans si era importante “vivir o morir en busca de la Gloria”, el Carroll Shelby de Damon es más comedido y realista. El objetivo no es la gloria, sino la supervivencia.

Por supuesto, Shelby es un piloto de carreras y aunque deba retirarse, lleva el mismo empeño y desenfreno que le llevó a la pista. Con su apariencia de niño grande y cansado, Damon crea un personaje que se sostiene sobre su integridad y su aire de norteamericano en estado puro. Los primeros planos de Mangold le captan con los ojos entrecerrados, mientras mastica de mala gana — ¿goma de mascar, tabaco? — y piensa en algo más duro que el mero hecho que jamás volverá a regresar a la pista de carreras. Shelby está enfermo y su carrera sentenciada pero aún así, no deja de obsesionarle la noción sobre el poder de los grandes circuitos y los autos extraordinarios que los recorren.

Por otro lado, Ken Miles (Christian Bale), es un piloto nato, mecánico intuitivo y también, un hombre convencido de su propósito: conducir. Y lo hace, mientras arroja herramientas, se pelea a gritos con su Shelby y se obsesiona con la aerodinámica automotriz, que comprende y elabora desde la experiencia. El personajes es quizás el más semejante al legendario Michael Delaney de McQueen. No obstante, Bale carece del encanto y la elegancia para crear un personaje que a ratos, parece excesivo e incluso, irritante por el mero hecho de no ser capaz de expresar la furia, la ira y la frustración que le agobian más allá que a través de la exageración. Pero aún así, el Miles de Bale funciona de algún modo y sostiene la segunda línea argumental que confluye en la película: La noción sobre el poder de la predestinación casi natural hacia el triunfo. Así de simple y en apariencia natural, el guión deja claro muy pronto que Shelby y Miles están destinados a grandes cosas juntos. Lo que no aclara lo suficiente, es como este duo improbable podrá llevarlas a cabo y superar la noción dura y un poco amarga de sus diferencias.

Ford y Ferrari es una película sobre contradicciones y competencias, no sólo entre las grandes escuderías y compañías, sino entre los hombres que se mueven en medio de las sombras en escenarios más reducidos. James Mangold reflexiona sobre el hecho del poder, la fuerza y la capacidad para el triunfo y lo hace, con una delicadeza argumental que se aprecia, aunque en ocasiones pierde el tino y se desvía hacia lugares comunes del todo innecesario. Pero la película funciona a pesar de todo, porque la confrontación es realista y está plasmada de manera verídica: Cuando el grupo de negociadores de la Ford viajan a Italia para sentarse a la mesa de Enzo Ferrari, hay un tono inquietante de expectativa, aunque sin duda el espectador conoce — o sospecha — el resultado. No obstante, lo importante no es la sorpresa, sino como se cuenta la historia. Y para Mangold, esta lucha entre hombres fuertes, es una fuente de un rico que se construye paso a paso, con un ritmo impecable y una precisión argumental que se agradece.

En realidad, Ford vs Ferrari es una sorpresa por su capacidad de alejarse de los lugares comunes de films semejantes, para tomarse el tiempo de profundizar en sus personajes y sus disputas internas. También es, por supuesto, una película sobre la mítica rivalidad entre los gigantes del mundo automotriz y el director disfruta mostrando las grandes líneas de ensamblaje Ford para recordar que hay una noción furiosa y poderosa sobre la prosperidad que los automóviles representan de forma muy notoria. Henry Ford II (interpretado por Tracy Letts) se queda de pie frente a la enorme ventana de su estudio y mira de reojo a Matt Damon, que aguarda ser despedido o perdonado luego de cometer un garrafal error sobre la pista. “¿Ves allá? los aviones de la Segunda Gran Guerra se construyeron aquí. No es la primera vez que vamos a Europa a luchar” dice Ford, este símbolo estadounidense, casi tan poderoso como la bandera estrellada o el Monte Rushmore. Y quizás, sea esa línea la que resuma lo que vendrá después, la forma en que se analizará las relaciones entre los hombres que batallarán en medio de esa contienda, pero sobre todo, el motivo para buscar el triunfo a cualquier costo. “Sólo me respondes a mí” dice Ford y mira a Shelby con ojos entrecerrados. La película parece entablar un diálogo profundo, extravagante y mordaz con el espectador. Un pequeño secreto a voces que deja claro que vender a Ferrari es algo más que una carrera o un asunto de honor. Es el símbolo del país que sobrevivió a la postguerra, que necesita demostrar su valor y que lo hará en el terreno del enemigo.

La película se vuelve entonces trepidante. Crear un automóvil capaz de resistir las arduas veinticuatro horas del circuito se convierte en un trabajo de equipo. El proceso es arduo, vistoso y artesanal: Mangold lo capta con cuidado, lo detalla desde una nitidez brillante y cálida. La cámara tiene algo de cierta subjetividad — por momentos observa, en otros tantos sólo muestra — pero al final, Mangold está mucho más interesado en crear una construcción más meditada sobre como nacen los grandes mitos, que también es otro de los temas centrales de la película. Y mientras Shelby batalla en las oficinas, Miles se sienta al volante y conduce a toda velocidad, con las manos aferradas al volante y el rostro contorsionado de un placer y una concentración furiosa. A diferencia de McQueen — que conducía con una placidez llana y cuya actuación más parecía una extensión de su vida cotidiana — a Bale le lleva esfuerzos mostrar lo cómodo que su personaje se siente al conducir. Y lo logra, aunque de nuevo, hay una cierta sobreactuación en los momentos más intensos, como si Bale no lograra encontrar el registro adecuado para expresar la mezcla de sentimientos que lo llevan a conducir. Se trata de una emoción viva, tan real que asombra pero al actor termina distorsionándola hasta convertirla en algo inexplicable, que quizás empaña un poco su considerable y hermoso esfuerzo por demostrar pasión.

Hay mucha luz en Ford vs Ferrari y es notorio que el director de fotografía Phedon Papamichael, utiliza la iluminación como acento de varios de los grandes momentos de la película. La luz radiante y natural baña a Miles, empapado en sudor, mientras trabaja en su taller. Y una más fina y delicada, a Shelby, que batalla en la burocracia de oficinas para lograr que el único piloto en que confía se suba al automóvil que ambos construyen. Una y otra vez, la luz es un espectáculo, radiante y melancólico, que concede a la ambientación de la película una profundidad extraordinaria y entrañable. La película está llena de texturas lujosas: paneles de madera, muebles de cuero, metal pulido y la luz las destaca todas, las hace brillar y tener un lustre de lujo que se echaba de menos en películas semejantes. Si en la saga The Fast and the Furious, los automóviles son monstruos destinados a ser conducidos en condiciones imposibles, meros mecanismos llamativos que forman parte de la utileria del guión, en Ford vs Ferrari son piezas de arte, tan delicadas y exquisitas que cortan el aliento. La primera vez que la Escudería Ferrari muestra sus coches, hay un silencio colectivo en el equipo norteamericano que contempla la maravilla que avanza con lentitud en medio de la expectativa general. “Si estoy fuera un concurso de belleza, ya Ferrari habría triunfado” dice el personaje y resume el asombro no sólo por una maquinaria potente que les dará batalla en el circuito, sino que les deslumbra como pieza de ingeniería.

El guión del film — escrito a cuatro manos por Jez Butterworth, John-Henry Butterworth y Jason Keller — lleva las conexiones entre automóviles y los hombres que los conducen a un nivel por completo emocional. Si a Le Mans de Katzin se le acusó de ser visualmente portentosa, pero “carecer de corazón”, de Ford vs Ferrari se podría decir exactamente lo contrario. La película está llena de emociones, de una pura estructura de furia y pasión por conducir, pero también, por alimentar la noción del triunfo. Mangold toma todo el conjunto y lo lleva más allá: de pronto se trata de Norteamérica, en una batalla por sus ideales, por sus ambiciones y por supuesto, sus pequeñas piezas de codicia. Todo mezclado con la rebeldía de dos hombres que deben ceder espacio — y buena voluntad — a las grandes corporaciones. La combinación es en ocasiones excesiva — todo parece ocurrir muy de prisa — pero también lo suficientemente elegante como para crear un patrón inteligente sobre la identidad de un país y sus símbolos de poder. Quizás uno de sus mayores logros.

Por supuesto, Ford vs Ferrari es una película de hombres y sobre la masculinidad, pero no una tóxica, abrasiva y violenta, sino un tipo de saludable fortaleza emocional que se agradece. Mangold muestra a estos dedicados y en ocasiones agresivos hombres, siendo también buenos padres, esposos, compañeros de trabajo, amigos. Y es quizás, esa versión sobre el hombre fuerte norteamericano — tan lejano ya en la imaginaria del cine actual — lo que más se aprecie en una perspectiva de Mangold sobre el enfrentamiento entre sus personajes. Algo semejante intento — de manera fallida e incompleta — Damien Chazelle en First Man (2018), en la que un hierático Ryan Gosling parecía incapaz de expresar emociones y terminaba cristalizado en una especie de lugar sin forma ni sentido, abrumado por el dolor emocional que le fustigaba. Con mucha más inteligencia, Tarantino mostró la amistad masculina en Once Upon a Time … in Hollywood, en la que Brad Pitt y Leonardo DiCaprio son cómplices y también, se sostienen emocionalmente uno al otro. Para Shelby y Ken la amistad es un refugio a las batallas corporativas y los riesgos en pista, pero hay una versión de su amistad — y los sentimientos que les unen — casi infantil, como si se trataran de dos adolescentes que comparten obsesiones y también, una forma de ver el mundo.

El resto de los hombres de la película, también son espléndidos ejemplos de una masculinidad poderosa pero llena de matices, que resulta hermosa por el mero hecho de ser inusitada. Tracy Letts (ese maravilloso dramaturgo que de vez en cuando decide incursionar en el mundo de la actuación), brinda a Ford una patina de viejo zorro venido de todas las batallas…hasta que sube al automóvil de nueve millones que cristalizará el sueño familiar de ganar la gran batalla en Le Mans, para terminar sollozando con toda naturalidad en una de las escenas más conmovedoras de la película. “No lo sabía” dice entre lágrimas, temblando de emoción y asombro. “Cuando desearía que mi padre lo hubiera sabido, también”.

Incluso Enzo Ferrari (interpretado por el actor de teatro Remo Girone) es una sorpresa, con su aire un tanto duro y su elegante italiano, en medio de conversaciones rápidas y trascendentales en inglés. Como cabeza de la familia Ferrari, tiene toda la sabiduría del viejo mundo y maquina de manera maquiavélica, mientras como si se una sombra de Vito Corleone se tratara, una troupe de empleados le rodea y le sostiene. Hay algo de enorme belleza, en esa representación casi primaveral de una lucha corporativa llevada a una noción humanizada sobre el bien y el mal, una percepción que lleva a sus momentos más extraordinarios hacia el tramo final.

El villano designado Leo Beebe (Josh Lucas), es un hombre de su época, con el olfato maligno de la manipulación y la extraña capacidad de resultar creíble incluso en sus momentos más extraños. El personaje fluye con facilidad entre batallas dialécticas, conversaciones de oficina y cuando al final se enfrenta a gritos con Shelby su ira es profunda, real y violenta. Todos los personajes, conservan un equilibrio inteligente que les permite complementarse unos a otros, para sostener un lenguaje profundo y también, una versión de la belleza y la osadía que sorprende por su vivacidad y buen hacer.

Sin duda, Ford Vs Ferrari no es una obra de arte ni tampoco, tiene la intención de serlo. Es una película sobria, sólida e inteligente en una época en que la mayoría de las producciones tienden al riesgo sin saber muy bien a dónde le conducen sus consecuencias. Para Mangold se trata de un gran homenaje al hombre norteamericano y quizás, es esa percepción de poder — y también de la fragilidad de un país en la actualidad roto en medio de los sacudidas del tiempo — lo que brinda mayor fuerza a la película. Una ventana para mirar a la historia dentro de las historias. Su mayor logro.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine