Crónicas de la lectora devota

Nomadland de Jessica Bruder.

Aglaia Berlutti
10 min readApr 16, 2021

Una anciana conduce una Jeep Grand Cherokee Laredo a través de una de las carreteras interminables de Dakota del Sur. El motor del vehículo produce un sonido metálico que deja claro, que a no tardar, dejará de funcionar por completo. Pero la mujer de 65 años y cabello blanco, pisa a fondo el pedal del acelerador y sigue el trayecto, para al menos “alcanzar algún punto seguro” antes que ocurra lo que sabe es inevitable. Lleva en el asiento del copiloto una bolsa de viaje de lona, repleta de alimentos en lata y botellas de agua de plástico. También hay ropa, una poca, quizás un par de pantalones de jean, unos cuantos pares de zapatos y calcetines. “Siempre hay que llevar calcetines” dice Linda May a su compañera de viaje, la periodista Jessica Bruder. “Zapatos cómodos, calcetines sin agujeros. Agua y comida. Un mapa. Lo demás es prescindible” explica. “Lo demás puedes reemplazarlo. Pero debes tener en cuenta que vivir en la carretera es solo entender que llevas a cuestas tu historia. Y solo eso es importante”. La camioneta se sacude, disminuye de velocidad. El sonido metálico aumenta. Pero Linda May sigue a toda velocidad, conduciendo con seguridad a través del descampado solitario, kilómetros de una soledad casi irreal. “Hay que vivir sin cargas para comprender que jamás necesitaste ninguna”.

El libro Nomadland (2016) de Jessica Bruder cumple con el requisito esencial de toda historia real que llega a la literatura con toda su potencia: La mirada asombrada. Por supuesto, el hecho que Bruder sea parte de la historia y a la vez, el hilo conductor que une todas las anécdotas que recopila, es una ventaja. Pero la suya, no una reflexión sencilla. Lo que parece ser un análisis sobre una forma de subsistencia alejada de las grandes masas, es también, una mirada profunda y visceral sobre algo más esencial. La periodista intenta narrar de la manera que puede y en medio de una situación extraordinaria, no sólo lo que observa, sino el efecto que tiene en ella la connotación sobre comprender que atraviesa norteamérica, desde una dimensión nueva. Y es ese desconcierto, lo que hace del libro un recorrido sincero a través de los espacios marginales de algo mucho más complejo que el hecho de la incertidumbre. Nomadland describe a EEUU desde su oscuridad, su reverso azaroso, hostil, poderoso y peculiar. Una combinación que convierte al libro en una aventura agridulce que Bruder además, sostiene sobre una implacable necesidad de encontrar lo esencial de lo que mira y la rodea.

No es un fenómeno inusual. Narrar la realidad suele traer aparejado la condición de la objetividad. También, la necesidad de analizar lo humano desde la complejidad de su naturaleza, en medio de los juicios, matices y prejuicios que sin duda puede sostener la mera observación. La combinación de todo su anterior, hace que la cualidad de la crónica, dependa del talento del autor de turno, para reflexionar sobre el hombre y su contexto desde la riqueza y la minuciosidad de la experiencia. Desde la percepción de la identidad — lo individual hasta lo colectivo — hasta la forma en que meditamos acerca de nuestro lugar en la cultura y sociedad en que nacimos. Por ese motivo, los relatos no ficcionales suelen tener el singular compromiso de reflejar lo que les rodea con cierto pragmatismo. Muy lejos de la necesidad de ponderar o pontificar sobre el mundo en su esencial complejidad, la crónica o el relato de no ficción, intenta brindar las herramientas al hipotético lector para sostener su versión sobre el mundo de las cosas verídicas. O al menos, su importancia como expresión de la identidad. La literatura basada en la crónica y el relato realista, ofrece una considerable importancia al poder de la mirada que medita sobre los interminables hilos que sostienen el concepto del yo multitudinario. Una tarea en ocasiones ingrata, porque la mayoría de los relatos verídicos no llegan a conclusión alguna, sino que analizan el entorno y su valor. La gran conclusión, queda en manos del lector.

Algo semejante ocurre en el libro de Bruder. La historia, que cuenta la subcultura de los nómadas estadounidenses que toman la carretera en busca de trabajo, es una experiencia vivencial que requiere de, al menos, la experiencia de primera mano para ser contada a cabalidad. Bruder toma no sólo la decisión de hacerlo, sino también de enarbolar la percepción de lo intangible como algo más que un elemento que contextualiza la historia que cuenta. Nomadland no es sólo el registro pormenorizado del recorrido de millones de hombres y mujeres en un estilo de vida que resulta impensable en nuestra época, sino que además, retrata a un país por completo nuevo. La norteamérica que relata Bruder está muy lejos de la imagen idealizada y dulcificada del país que ofrece la cultura pop. Y como tal, es una vuelta de tuerca a la percepción sobre la prosperidad, la cualidad perenne sobre la identidad estadounidense y al final, del mismo hecho del American way of life. De hecho, la narración de Bruder — una mirada coral sobre el interminable recorrido de caravanas y trashumantes a lo largo y ancho de EEUU — es una gran interrogante sobre el país que subsiste debajo de la imagen engañosa de su prosperidad. Nomadland es un viaje, tanto espiritual como geográfico, que termina por desmontar los mitos más habituales sobre un país que se sostiene en la celebración de sus grandes virtudes sin mirar sus contradicciones. Bruder, que tomó la decisión de vivir la experiencia del nomadismo para comprender a cabalidad su poder y su trascendencia, termina por relatar una historia que se fragmenta en docenas de nuevas miradas sobre el estadounidense marginado por la propia estructura social y cultural que sostiene sus ideales. Pero además, el libro explora las regiones más dolorosas sobre los ciudadanos invisibles que forman parte un recorrido a través de un territorio desconocido, peligroso e incierto.

Bruder escoge contar la historia sobre la vida nómada sin concesiones. En lugar de relatar lo que podría considerarse una aparente aventura de carácter personal, la periodista contextualiza el relato dentro de las condiciones culturales y sociales norteamericanas. Eso, sin disimular lo que se esconde entre sus grietas, en la versión de la incertidumbre colectiva que refleja y en especial, haciendo hincapié en que sus personajes son en realidad, víctima de un sistema. Cruzando el país en caravanas, coches e incluso en motocicletas, estos hombres y mujeres que decidieron — de forma voluntaria o en ocasiones, porque no tuvieron otro remedio — recorrer el país en busca de trabajo, representan un nuevo estilo de vida que desconcierta por su llaneza. No son viajeros consumados, no pertenecen a una exclusión intelectual o moral. En realidad, son supervivientes a algo más amplio y complejo que Bruder desgrana de historia en historia. Desde Chuck, que perdió su casa y trabajo en Myrtle Beach, Don divorciado y en la quiebra, hasta Linda May, que va de pueblo en pueblo en busca de trabajos temporales que no siempre encuentra, Nomadland es un lienzo profundo acerca del dolor de la pérdida, pero también de la esperanza reconvertida en un impulso por la supervivencia que sorprende por su tenacidad. Trabajando en jornadas en ocasiones ilegales por pagas muy bajas, los nómadas estadounidenses van en busca, ya no de prosperidad sino de algo más complejo. Un tipo de independencia medular del sistema que aspiran y aprecian desde la periferia.

El libro no hace concesiones ni disimula la dureza de una forma de subsistencia basada en lo incierto. El recorrido con Linda May, le brinda a Bruder la oportunidad de explorar cómo es el país más allá del simbolismo de las grandes ciudades y también, de toda la red de ventajas del primer mundo. En realidad, la periodista, que viaja a través de norteamérica hasta la frontera de Canadá y EEUU, llega a comprender que el acto del viaje se convierte en una percepción casi orgánica sobre el hecho de la existencia moderna. “Se trabaja por dinero” dice Chuck. “Lo haces porque necesitas comer, porque la ropa está rota. El pensamiento de ahorro, de prosperidad o bonanza desapareció y se convirtió en algo por completo desconocido” explica. Bruder descubre que la noción persistente sobre la norteamérica pujante, en plena construcción, es la superficie de un territorio más complicado, doloroso y desconcertante.

Ninguno de los nómadas tiene planes a futuro y ese detalle — que Bruder muestra como un punto de inflexión — es lo que permite comprender la potencia de la historia de Nomadland. La seguridad de la vida contemporánea, sus exigencias y prejuicios, simplemente desaparecen en medio de la intrincada red de carreteras que los nómadas recorren de un lado a otro al menos dos veces al año. De hecho, la periodista lo comprende al desmenuzar la condición del ciudadano promedio estadounidense en algo más complicado y lo hace, a través de su propia experiencia. Para escribir el libro que se convertiría en la película símbolo del año 2020 y que además, ganó el premio Discover de Barnes & Noble, Bruder pasó meses recorriendo de un lado a otro EEUU. Una experiencia que después extendió a México, Canadá y al final plasmó en un recorrido no geográfico, sino emocional por un país desconocido. El relato, escrito desde varias voces, descubre de una forma sentida lo que impulsa a una considerable cantidad de estadounidenses a recorrer carreteras en busca de trabajo y sustento, en una economía cada vez más demandante y “precaria”.

Por supuesto, la pobreza y la exclusión en un país del primer mundo es un punto que pocas veces se toca. Y la forma en que Bruder lo hace, implica un reconocimiento franco sobre las grietas en el sistema económico y social estadounidense. Pero el libro no intenta moralizar ni tampoco, ser un sermón ideológico. En realidad, es un viaje hacia un tipo de libertad impensable en cierto ámbito y momento histórico, que Bruder relata con una prosa limpia y precisa. De la misma forma que en su libro — que muestra una pléyade de expatriados dentro de su propia frontera — el libro racionaliza la idea sobre la vida cotidiana, sus exigencias y subterfugios de una forma novedosa. Y ese es el mayor triunfo de una colección de experiencias que juntas, narra un sustrato sobre lo cultural, legal e incluso, la percepción sobre el gentilicio que sorprende por su aspecto desconocido.

La historia de Nomadland recorre desde los campos de remolacha de Dakota del Norte, hasta la periferia californiana en una travesía en apariencia interminable en busca del trabajo. Porque la historia que Bruder cuenta, se sustenta en esencia, en las grietas del sistema económico y social estadounidense. Con un buen tino y mejor pulso, la periodista evita cualquier opinión personal sobre el tema que toca y se dedica a mostrar, este amplio mapa roto, atravesado de un lado a otro por hombres y mujeres de mediana edad al borde de un tipo de pobreza angustiosa. De pronto, todas las necesidades de este grupo de nómadas se hacen específicas y apuntan en una única dirección: la búsqueda de sustento. El trabajo, que simboliza esa esencia de la norteamérica optimista popularizada por la cultura pop, se convierte en el libro de Bruder en una quimera peligrosa. En especial, porque este viaje interminable que no empieza ni acaba en ninguna parte, es un viejo ciclo que la sociedad norteamericana ha reproducido en varias ocasiones.

Ya Dorothea Lange había analizado las grandes migraciones a ocurridas en los años veinte en EEUU a través de la fotografía. La fotógrafa trabajó para la Farm Security Administration por años y logró registrar los grandes traslados de estadounidenses en busca de trabajo. Su imagen más icónica es la de “Madre migrante”, que reflejó la angustia y la percepción de derrota de un país en medio de una crisis silenciosa. Bruder repasa los mismos temas, pero a la distancia de décadas, el nomadismo parece concentrarse en la concepción de un tipo de marginalidad desconocida. La mayoría de los relatos en el libro de Bruder, se encuentran al margen de cualquier ayuda financiera. El seguro social no puede ayudarles y las deudas, hipotecas y otros compromisos impagables, terminan por empujarles a la carreteras.

A diferencia de los migrantes captados por Lange en sus dolorosas imágenes, los “Workampers” de Bruder son un grupo que está en búsqueda no sólo de prosperidad, sino que tienen una identidad propia. No se consideran víctimas ni tampoco, parte de una situación crítica. O no al menos, únicamente se define bajo esa dimensión. Los nuevos nómadas están en movimiento, en la búsqueda de sentido de permanencia en medio de una experiencia inédita. De hecho, muestran una instantánea inmediata sobre lo que ocurre en EEUU y que suele pasar desapercibido. Algo que de una u otra forma, es muy claro para gran parte de estos viajeros perpetuos. Sus vivencias son relatadas con la urgencia del testimonio, pero también, con la convicción que pertenecen a la historia. Bruder, a bordo de su camioneta de segunda mano, no es sólo una observadora, que lo es, sino también es parte del movimiento que la lleva a un viaje profundo por los lugares inhóspitos y desconocidos de la historia de su país.

En una de las frases emblema del libro Nomadland, Bruder describe a los nómadas estadounidenses como un grupo que se mueve “como glóbulos por las venas del país”. Y esa es la mejor imagen para describir el coral de Bruder. La percepción sobre el desarraigo y la marginación, no es en esencia un hecho pernicioso, sino más bien un síntoma que se sustenta sobre la previsión de la búsqueda de una nueva identidad. La directora engloba la experiencia comunitaria del viaje y también, lo equipara en una línea invisible con el trayecto interior de su personaje central. Además, el recorrido es también un autodescubrimiento lento hacia una región nueva de la identidad contemporánea. Sin los habituales elementos del estatus de éxito que suelen ser imprescindibles en la actualidad ¿quienes somos? Nomadland plantea la pregunta en varios momentos y en situaciones distintas, pero en realidad la búsqueda de su personaje central abarca un diálogo mucho más sensitivo sobre la naturaleza de la realización íntima.

El libro, que ha sido denominado “de ruptura” por su capacidad para sintetizar todo tipo de temas y pulsiones actuales en un discurso mucho más profundo que la simple mirada a un estilo excepcional, también es un testimonio sobre la soledad moderna. Nomadland recorre los mismos espacios de la soledad moderna, la exclusión y el miedo. Lo hace desde su crudeza, el dolor compartido y al final, la revelación sencilla y prodigiosa de la naturaleza humana desde cierta ingenuidad. Quizás, su mayor logro.

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Aglaia Berlutti
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Written by Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine

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