Crónicas de la lectora devota:

“Imaginary Friend” de Stephen Chbosky

Aglaia Berlutti
9 min readOct 11, 2019

Reflexionar sobre la incertidumbre, es quizás uno de los tópicos más comunes en la literatura, pero aun más, en la que intenta utilizar la ficción como piedra angular para profundizar en el espíritu humano. Para el escritor Stephen Chbosky, se trata además de un recorrido por espacios desiguales de la identidad y los pequeños secretos — en ocasiones inauditos — que llevamos a cuestas, incluso sin saberlo.

Chbosky por supuesto, conoce el valor de los enigmas y los silencios interiores. En su primera novela, el éxito de 1999 Las ventajas de ser invisible, el escritor medito a profundidad el dolor espiritual del aislamiento y el desarraigo. La novela comenzaba con una pequeña frase que era además una de intenciones: “Te escribo porque ella dijo que escucha y entiendes” dice el angustiado y adolescente Charlie, aterrorizado por el impacto del dolor en su vida, pero también, por su incapacidad para lidiar con la frustración y el miedo que le agobian. La mezcla tiene un inmediato resultado: el personaje guarda silencio la mayor parte del tiempo y analiza el tiempo privado, desde dimensiones por completo nueva. Es Charlie y no cualquier otro de los adolescentes ruidosos y vivaces que le rodean, el que mejor refleja el pueril absurdo de la existencia cotidiana, los fragmentos de información que sostienen nuestra memoria pero también, el espectro de lo que somos. En conjunto “Las ventajas de ser invisible” es un recorrido doloroso por los misterios que se sostienen sobre la desesperación cotidiana y el sufrimiento moral al que no adjudicamos nombre, peso o sentido.

Dos décadas después, Chbosky regresa a la misma fórmula con Imaginary Friend, pero desde una óptica más profunda, meditada y recelosa. Resulta singular que dos novelas separadas por veinte años, estén unidas bajo un mismo hilo conductor y que a pesar que el escritor parece no tener la intención de reflexionar de temas semejantes, lo haga a través de una percepción muy sutil sobre el sufrimiento íntimo, la imprecisión de la memoria y la forma en que se construye una versión de la realidad por completo privada. El mundo adolescente de Las ventajas de ser un Marginado se reinventa en una mirada al infantil, a través de Christopher Reese, de siete años y personaje central de una historia inquietante que comienza justo, con la posibilidad de la infancia para ser un terreno de maravillas, pero también horrores. Se trata de una apuesta arriesgada: mientras que su Charlie era de una inocencia inquieta y un poco desconfiada, el Christopher de Imaginary Friends es una criatura angustiada, silenciosa y atomizada por la posibilidad de lo enigmático. Y es esta combinación, la que permite que la novela parezca fluir no sólo entre una cierta inocencia subjetiva, sino también de un recorrido interior hacia espacios más peligrosos de la imaginación.

El libro comienza además, con una advertencia latente: la realidad no es lo que parece. En el prólogo, que podría catalogarse como un pequeño relato corto que funciona de manera independiente al resto del libro, el escritor demuestra una rara sensibilidad para narrar lo imposible y lo extraño: David Olson, de quien no sabemos otra cosa que el hecho que sostiene “una misteriosa misión”, abandona su aislada casa para internarse en el bosque, en la búsqueda de una entidad misteriosas a la que llama ”La señorita silbante”. Chbosky crea una atmósfera extraña y malsana, relacionada directamente con el bosque pero también, con lo terrorífico de lo que puede esconderse en él. Para cuando el prologo acaba — y David desaparece entre la oscuridad de los enormes árboles a su alrededor — es evidente que lo que el libro narrará a continuación, es una elaborada reflexión sobre los elementos que sostienen la forma y el sentido de la realidad.

De hecho, la historia en apariencia sencilla, comienza con un trayecto tópico: Christopher y su madre llegan a al diminuto pueblo de Mill Grove, en una primaveral y estereotipada Pennsylvania, que Chbosky se encarga de describir desde la brillante belleza de las hojas de los árboles bajo el sol y los edificios enormes, con cierto aire palaciego y atemporal. Es obvio que que tanto para el niño como su madre, la posibilidad de olvidar el pasado tiene relación con el paisaje extraordinario, con la belleza reposada del pueblo, pero sobre todo su anonimato. El autor no deja de hacer énfasis en lo idénticos que son todos los edificios de blanco radiante, en el parque que “podría estar en cualquier parte del país” y la singular versión del presente y del futuro que se unen en un paisaje delicado, bajo el sol de un otoño eterno. La insistencia de Chbosky en mostrar la belleza resulta incluso sospechosa y termina siendo evidente esa leve distorsión de la realidad, en cuanto algunas cosas extrañas comienzan a suceder.

Incluso los personajes, reflexionan sobre sí mismos desde cierto estereotipo estático que el autor desgrana con lentitud: durante los primeros capítulos, Christopher es un niño aturdido por la reciente mudanza, que además es disléxico y debe enfrentar las dificultades propias de un alumno nuevo en una escuela desconocida. Chbosky es un narrador paciente y los dolores de Christopher tienen algo de belleza sensible: desde su dificultad para leer hasta la forma en que mira el bosque desconocido al borde de la autopista, es evidente que este niño aturdido por los cambios a su alrededor, intenta aferrarse a su mente para sobrevivir al desánimo. Por otro lado, su madre se encuentra al otro lado del espectro: Kate se encuentra en medio de un desastre económico que la obliga a a batallar a diario por la supervivencia y lo hace, con una triste desesperanza que se refleja no sólo en su agotamiento crónico — “Siempre tengo la sensación que debo luchar para levantar mi cuerpo de la cama” dice el personaje, aturdido — y la sensación que el viaje, le robó parte de su identidad. En un escenario semejante, el niño y la madre parecen empequeñecidos a la distancia. Como si los dolores y terrores cotidianos que le acechan fueran tan enormes comos los árboles gigantes que rodean al pueblo, la casa y la escuela. Christopher y Kate están vinculados entre sí no sólo por el parentesco, sino por la dolorosa soledad que comparten.

Entonces, el niño se encuentra perdido en el bosque. Chbosky narra la escena desde los ojos de Christopher y los pocos párrafos que describen la tragedia son suficientes para dejar claro, que hay una línea que divide el miedo cotidiano con el que debe lidiar y el terror a lo desconocido que se extiende entre las ramas enormes y los árboles monstruosos que le rodean. Por su lado, Kate descubre que hay un dolor impensable en la ausencia: de pronto el personaje es más que una madre angustiada, es el centro de una meditada reflexión sobre la forma en que tratamos de comprender el riesgo que nuestra vida, la perdida de lo que asumimos como parte esencial de lo que somos y nos comprendemos. Para Kate se trata de un horror recién descubierto: la ausencia del hijo, la posibilidad de su muerte. El hecho que de súbito, sus prioridades se han transformado en otra cosa, un sentimiento cruel y demandante de puro dolor que hasta entonces, le había resultado desconocido.

Seis días después, Christopher regresa. Para entonces, Kate dejó de ser una extraña en el pueblo y los altos edificios blancos sin nombre y sin propósito que Chbosky describió durante los primeros capítulos, se transforman en una Iglesia, una escuela, un club de lectura. La humanización del pueblo es tan progresiva como la forma en que Kate descubre que es su hogar, de modo que cuando Christopher emerge del bosque — en apariencia ileso y saludable — la conmoción tiene algo de asombro desconcertado. No hay una explicación real a como Christopher pudo sobrevivir sin ayuda, tampoco la forma en que un niño pequeño pudo sortear los peligros del bosque para volver al pueblo. La respuesta que Christopher brinda a Kate y a los angustiados residentes del pueblo es por completo desconcertante: Un “buen hombre” le llevó. Uno que no puede recordar con exactitud, pero que le condujo a “otro pueblo” más allá de los confines de Mill Grove, pero que a la vez, es el mismo pueblo. “Un mundo imaginario lleno de damas que silban, con bocas cosidas y los ojos cerrados con cremalleras”, cuenta el niño ante el aterrorizado silencio de la concurrencia.

Por supuesto, se trata de una descripción que remite a docenas de historias para niños e incluso, a la muy conocida Coraline de Neil Gaiman, con la que el Chbosky establece inmediatos paralelismos, aunque no llega a nombrar la obra. Pero la referencia está allí y es evidente que el escritor quiere dejar muy claro que lo que sea que ha visto Christopher, entra en el terreno de la imaginación y se mezcla de manera peligrosa, con la capacidad de los niños para desconstruir la realidad. Y mientras que en “Las ventajas de ser un marginado” el escritor comprendía a la adolescencia como algo más que un tránsito entre dos edades, en esta ocasión analiza la infancia como el terreno de lo posible. Porque los hechos son irrebatibles: Christopher estuvo perdido durante seis días en un bosque tupido sin que nadie pudiera encontrarle y ahora, regresó. Y lo hizo, sin un rasguño, sin hambre o sed. “Es como si nos hubiera jugado una broma” dice uno de los lugareños, entre desconcertado y afligido. Pero más allá de eso, la convicción que algo inexplicable ocurrió, sostiene la forma en que la novela enuncia el misterio: lo sobrenatural está allí, la posibilidad de lo imposible también. Entre ambas cosas, hay una correlación de ideas que se entremezclan entre sí para analizar lo que consideramos real y lo que puede esconderse entre sus grietas.

La novela de hecho, tiene la curiosa capacidad de parecer ingenua, sin serlo. Imaginary Friend no es una historia simple, sino que de hecho, tiene un marcado e interesante ritmo: está llena de diálogos estimulantes, fluidos y cuidados al detalle, escenas inolvidables que retratan con suma belleza y una aparente simplicidad una serie de planteamientos complejos sobre lo que consideramos real y lo que puede no serlo. Christopher regresa de su excursión por el bosque sin un rasguño, pero no es el mismo niño que abandonó el patio de la escuela para internarse casi por accidente entre los árboles. De la misma forma en que su madre tampoco es la mujer que le esperaba o el pueblo, el lugar extraño que dejó a atrás. Todos los pequeños cambios se entrelazan entre sí para elaborar una construcción de lo efímero tan singular como desconcertante. ¿Christopher regresó del bosque, milagrosamente sano o en realidad, hubo un evento sobrenatural que le mantuvo a salvo?

La narración avanza con rapidez a partir de allí: Una vez que es evidente que se trata de un hecho sobrenatural, tanto el pueblo como lo que sea que ocurre dentro del bosque, se enlazan en una realidad distorsionada y alternativa, en el que el mundo real es tan insustancial y poco importante como la percepción de las aparentes fantasías que Christopher comienza a narrar. Según el niño, hay un combate misterioso entre fuerzas opuestas, que habitan en la oscuridad y la luz. Por supuesto, se trata de una historia esquemática que desde los ojos de un niño, tiene vicios de fantasía pero que una vez que se hace más compleja — y los extraños sucesos alrededor del pueblo comienzan a multiplicarse — revela un hecho irrefutable: el mal y el bien son personificaciones de ideas mucho más siniestras de lo que puede analizar el niño, pero que se hacen una fuerza destructora en el mundo adulto.

Quizás, lo más interesante de la novela es la forma en que lo maligno — sin personificación más allá de las explicaciones simples de Christopher — comienza a tomar forma alrededor del pueblo, que encuentra que lo que sea que habita en los límites de los árboles gigantescos que les rodean, es más nocivo y pernicioso de lo que pudieran imaginar. La hostilidad, el odio, el resentimiento y al final, un tipo de violencia inusitada comienza a extenderse a través del pueblo a partir del un punto ciego imposible de definir. ¿Existe el mundo misterioso y siniestro que Christopher describe con tanta insistencia? ¿Hay criaturas al acecho? ¿Los monstruos de rostros desfigurados que el niño teme y señalan son algo más que fantasías? Nadie puede saber exactamente qué está ocurriendo o hacía qué lugar, se manifiesta la extraña posibilidad de una realidad alterna, pero es evidente que el equilibrio entre lo real y lo sobrenatural es una línea difusa e inquietante en Mill Grove, el pueblo y su reverso inquietante, perdido en medio de las sombras de las ramas centenarias que le rodean.

Más allá de su aparente trasfondo sobrenatural, Imaginary Friends combina con éxito varios géneros y lo hace, por su capacidad para enaltecer y entremezclar temas complejos que de formas menos hábiles, podrían no funcionar del todo. Pero Chbosky crea una novela de terror que en realidad no pretende serlo, utilizando la fantasía como un contexto extraño y conmovedor que envuelve los momentos más emocionales de la novela. El resultado es una mirada sobre lo incierto, lo temible, lo desconcertante y lo bello, que envuelve la vida y la muerte como una línea invisible que se abre paso entre lo corriente. De nuevo, Chbosky vuelve a sus lugares favoritos, los explora y los medita desde la periferia: esa noción sobre la sensibilidad espiritual y el tiempo íntimo, que se entremezcla con el desconocimiento doloroso de la identidad que se sostiene sobre la duda. Quizá, el punto más extraño en su manera de comprender la naturaleza humana como parte de un misterio que parte de un tipo de oscuridad muy definida.

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Aglaia Berlutti
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Written by Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine

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