Crónicas de la lectora devota:
The Plot de Jean Hanff Korelitz
La ambigüedad en la autoría literaria, ha sido una fuente de inspiración para una buena cantidad de autores. En especial, los que exploran la idea de a quién pertenece una obra o en todo caso, qué hace que un libro se base en la idea de un escritor o de otro. Más interesante aún, resulta la forma de comprender el robo de ideas dentro de un ámbito más abierto, ambiguo y sometido a la interpretación como lo es el contemporáneo. ¿Cuando una premisa es original? ¿Cuando una narración es parte del mundo de un escritor? ¿Cómo puede demostrarse sin dejar lugar a dudas quien es el creador original de una idea literaria? En un mundo en que los medios se han democratizado a niveles extraordinarios y la difusión es parte de la noción sobre la escritura, la percepción sobre las relaciones entre el autor y sus textos es no sólo más confusa, sino también, más complicada. A la vez, que fuente de una insistente discusión sobre a quién se adjudica el acto creativo en toda su formidable extensión.
Durante el último lustro, el tema se ha tocado en varias percepciones y en especial, desde puntos de vista cada vez más enrevesados. Desde la forma en que la identidad de nuestra época, puede permear la eterna pregunta sobre la cuestión del derecho sobre la obra, hasta que es en realidad un producto literario — ¿es una aseveración, una promesa, una idea a punto de desarrollarse, una cuestión en debate constante — , el planteamiento sobre quien escribe y a quien se atribuye el cuerpo de la obra está en constante debate. En la extraña y frenética Who is Maud Dixon? de Alexandra Andrews, la cuestión se profundiza desde la convicción que la fama literaria es un anzuelo suculento y casi siempre, inevitable. Cuando el personaje se encuentra entre la posibilidad de decidir sobre como plantear su futuro y su necesidad de reconocimiento, se encuentra con una disyuntiva compleja que desde la metáfora, analiza los temores y expectativas de todo escritor. ¿Es el reconocimiento y la celebridad el fin último del todo el que escribe? ¿Es la necesidad de ser comprendido, incluso a través de la obra de otro, lo que permite a la literatura convertirse un medio artístico que se basa en la valorización de la obra como parte del individuo? La novela no lo aclara — no es su intención — pero sí profundiza en el hecho de la autoría como medio en disputa. Si la idea nace de algo menos claro que una obra única ¿quien es el que merece los beneficios y en términos más abstractos, el éxito como forma de expresión de identidad?
Un dilema semejante planea la novela A Lonely Man de Chris Powers. Lo que comienza como un plagio de un artículo periodístico, se convierte en un enfrentamiento a un nivel monstruoso entre dos escritores, que expone el ego de nuestra época y también, la percepción sobre la moral, el bien y el mal en una sociedad obsesionada con el triunfo pero no con los medios para conseguirlo. Con cierto paralelismos con el Psicopata Americano de Bret Easton Ellis, los símbolos de estatus y el poder lo son todo y a la vez, abarcan una amplia concepción sobre lo que creemos necesario como parte de la connotación sobre el triunfo personal. Por supuesto, la novela en cuanto la novela abandona el tono de semi sátira con el cual comienza a narrar su historia, se enfrenta al núcleo de algo más inquietante: ¿qué hace que nuestra sociedad esté obsesionada con el reconocimiento y la visibilidad?. ¿Cuánto de esa obsesión se enlaza con algo más poderoso y elocuente sobre la connotación sobre el individuo contemporáneo? De la misma forma que la novela de Andrews, la de Powers no está interesada en brindar respuestas, pero la cuestión permanece evidente y clara: ¿la autoría de un hecho artístico es un terreno resbaloso? ¿la paranoia literatura sobre el robo y el plagio actual está justificada?
Una historia que sí ofrece respuestas veladas sobre el tema, es Dream Girl de Laura Lippman. No sólo porque analiza directamente el robo de identidad y de autoría como un hecho criminal — lo que cambia el contexto ambiguo — sino que además, plantea el hecho de hasta dónde es capaz de llegar alguien por tener la titularidad de una obra literaria que está convencido le pertenece en parte. Más allá de eso, Lippman emparenta las preguntas sobre la forma en que la obra, el autor y la autoría se entremezclan como un hecho criminal (o mejor dicho, un objetivo ilegal), para crear una atmósfera enfermiza que alcanza un nivel por completo nuevo de miedo y desconfianza. La novela de Lippman establece paralelismos directos con el análisis subversivo sobre los mitos acerca del éxito contemporáneo y los vincula, con la capacidad para la agresión y la violencia de una sociedad retorcida. Comparada por varios críticos con el clásico de Stephen King Misery, la novela pone en el centro de la ambición el contexto literario, lo que construye una atmósfera temible sobre las estratificaciones de la codicia y la vanidad.
Jean Hanff Korelitz hace algo semejante en The Plot, un fascinante thriller de suspenso que utiliza los mismos mecanismos inquietantes de su éxito del 2016 Pero ya tú lo sabías. La ficción, jugaba con la posibilidad de la culpabilidad y la mirada hacia una trágica necesidad de reconocimiento y en especial valoración sobre la identidad como creación esencial a través de elementos dispares. En su nueva novela, Hanff Korelitz usa el mismo recurso, pero lleva la premisa a un paso adelante. ¿Qué ocurre cuando todo lo que ambicionas, deseas y construyes se basa en un dilema basado en la frustración y la pérdida? ¿Qué pasa cuando eso se añade una pulsión creativa incompleta que se convierte en el núcleo de toda una serie de cuestionamientos cada vez más enfermizos? The Plot no es una novela complaciente. Hanff Korelitz vuelve de nuevo a desmenuzar la culpa desde su centro elemental y además, agrega la presión del fracaso en una sociedad que exige la satisfacción de las aspiraciones de manera inmediata.
Al final, la mirada sobre el tema de la autoría entra en disputa, cuando la reconstrucción de lo que se asume como el individuo termina por mezclarse con la obra como reflejo íntimo. Si Andrews planteaba el plagio como una angustia literaria persistente, Powers la necesidad insatisfecha de triunfo como una búsqueda irracional y Lippman como un objetivo para la transgresión, Hanff Korelitz vuelve sus lugares favoritos y se hace preguntas acerca de lo que se pierde y lo que se gana cuando el talento es una interrogante que debe ser respondida como instrumento de éxito. En un contexto competitivo y voraz, el concepto de triunfo se vuelve una batalla entre la ansiedad de lograr un logro inmediato o al menos, con la rapidez suficiente como para dejar atrás a la ingente competencia. Además, la escritura plantea la premisa desde una percepción peligrosa sobre la ética y la connotación sobre la integridad moral. ¿Qué ocurre cuando un texto se convierte en el objeto de una peligrosa necesidad de posesión? Hanff Korelitz, que en cada una de sus novelas plantea conflictos desde lo intelectual y lo moral, esta vez explora lugares oscuros sobre la necesidad de plantear la responsabilidad emocional y ética desde un punto de vista por completo distinto. Si sus anteriores personajes habían lidiado con la posibilidad de saber o no acerca de la identidad de un asesino, la búsqueda desesperada de una razón para evitar un asesinato y el miedo a la incertidumbre, The Plot apunta en la dirección de la inquietud moderna con respecto a la posibilidad de un crimen. Uno que además, no se ha cometido o parece no se cometerá de inmediato y como si eso no fuera suficiente, es una línea entrecruzada de posibilidades. Claro está y como en sus otros relatos, para Hanff Korelitz la importancia acerca de la relevancia social de lo que plantea — ¿es mayor la tentación de cometer un crimen semejante en mitad de una sociedad que exige el reconocimiento — sea hace capital al momento de narrar la historia. Pero además, va más allá, porque la culpa se entrecruza con el hecho de arrebatar la voz, la identidad y la importancia del comportamiento de otro, a través de un robo simbólico y consistente que tiene una relación confusa con la gran pregunta moderna sobre en qué radica la identidad. ¿Una obra que se roba implica también un crimen mucho más sutil y más interpretaciones de las obvias?
Ya en la novela Admisión (2009), Hanff Korelitz había analizado el tema sobre la culpa y el perjuicio comprendida a través de la ambición como un arma, en una historia que abarcaba el ámbito académico y el selecto ambiente de las universidades. Y lo hacía al plantear si el sistema de admisión universitario estadounidense era tan confiable como para que sus métodos no fueran motivos de sospecha. En The Plot, el ambiente tiene un enorme parecido y se emparenta con la sensación violenta que algo está a punto de derrumbarse dentro del exquisito escenario que plantea la escritora: ¿la propiedad intelectual es una interpretación más amplia sobre lo que somos dentro de nuestra cultura?
Quizás por ese motivo, el personaje central de The Plot, es un joven escritor con un único éxito que jamás pudo repetir. Jacob Finch Bonner, se convirtió en una celebridad literaria antes de llegar a la veintena pero lo que se suponía era el comienzo de un camino extraordinario en el selecto mundillo de la élite intelectual estadounidense, termina por convertirse en una promesa incumplida. Jacob, que jamás llegó a publicar una segunda novela ni tampoco pensar en una tercera, se encuentra en medio de un fracaso que a la distancia de diez años, tiene toda la apariencia de un triunfo moderado. Con casi treinta años se le considera un “escritor prometedor”, pero se trata de un título más bien honorario que sabe, jamás podrá cumplir. Por supuesto, una decepción semejante convierte a Jacob (atractivo, con suficiente dinero para invertir en un departamento lujoso y prestigio para enseñar en una universidad de Vermont) en un perdedor que puede presumir de un gran éxito irrepetible. Pero lo que se convierte en una broma recurrente, se transforma en algo más doloroso y perverso. Porque Jacob quiere volver a triunfar. “Lo pienso, mientras veo las primeras canas en mi cabello, la leve curva del vientre, la forma como envejezco con una rapidez que quizás, sea parte de mis temores. ¿Moriré y eso será todo? ¿Un éxito que se incluirá en una oscura esquela de un periódico local?” cuenta. El personaje, que tocó la fama temprana y creyó poder alcanzar una consagración inmediata, se encuentra perdido en todo tipos de cuestionamientos, alguno tan oscuros para preocuparle. “Comienzo a pensar en todo lo que haría para triunfar. Para volver a ser reconocido. ¿Un desaparición súbita? ¿la falsa noticia de mi muerte?” Jacob, que tiene un estupendo salario como tutor y profesor, que recorre el país gracias a charlas y convenciones, comienza a comprender que su necesidad de ser famoso, es un peso que lleva a cuestas como puede sin lograrlo siempre. “Hay dolor, sin duda. Hay una percepción, sin mácula y sin forma, sobre mis aspiraciones, todas sin concretarse”. Con el transcurrir de los años, el personaje llegó a comprender que el éxito es el objetivo, antes que el crecimiento o el aprendizaje. “Estoy roto de puro deseo”.
Una de las clases de Jacob, precisamente, está dedicada a su experiencia como celebridad temprana. Y Hanff Korelitz logra crear la percepción que lo que comenzó como un acto de arrogancia del personaje — “puedo controlar el fracaso haciendo mofa de él” — se convierte en una lenta tortura emocional. Porque la clase de “Ficción en prosa”, en la que intenta enseñar su tránsito de escritor prometedor a profesor sin demasiadas aspiraciones, le demuestra que su apetito por el triunfo es tan desesperado que termina por convertirse en algo más que frustración. Rodeado de estudiantes que toman la asignatura como un escalafón de puro aburrimiento hacia los lugares que realmente les interesa llegar en el ámbito universitario, comienza a arder de pura insatisfacción. “¿Quienes son todos los que leen historias tan aburridas como planas solo para convencerme pueden unir dos frases? Solo son profesionales a mitad de carrera convencidos de que podían producir aventuras de Clive Cussler. O incluso, madres que escriben en blogs sobre sus hijos y están convencidas que escribir más y de forma más articulada, les hará mejores. En realidad, sólo les hará más comprensible desde el ámbito de la necedad”. Poco a poco, Jacob se convence que el talento es un ave raris y que por supuesto, no hay nada parecido a “algún espíritu afín que le pueda inspirar” en medio de las aulas repletas, de los estudiantes cuyos rostros apenas recuerda, de lo que ocurre cada año en medio del tedio. “Solo soy yo junto al vacío”.
Hasta que, ocurre lo inevitable: un estudiante talentoso llega en uno de los innumerables grupos “de docenas de idiotas, repartidos de forma equitativa para ser parte de una historia que no escribiré”. Para Jacob, consumido en odio a sí mismo, convierte al alumno, un desconocido que está obsesionado con el plagio, en el centro de una especie de narración silenciosa. “¿No les ocurre que dotan de una gran historia a rostros que jamás volverán a ver? pienso con cautela. Porque este desconocido, este alumno que se niega a decir su apellido y solo usa el nombre de Ripley, insiste en cada oportunidad posible en el valor de su capacidad. ¡Y lo tiene!”. Para sorpresa y envidia de Jacob, uno de los primeros ejercicios de su alumno, es el esbozo de una novela “extraordinaria, tan estimulante y poderosa, que imaginé cada escena con una claridad espeluznante”. De hecho, Jacob siguió pensando en la novela cada día del fin de semana que siguió a la presentación. Y casi por accidente — “sólo un experimento, nada en especial o con cualquier significado” — comenzó a escribir sus primeros párrafos. “Al final, me detuve en las veinte cuartillas, claro. Solo había sido un ejercicio. Solo una forma de intentar construir un universo mayor a base de una idea básica. Pero también, debajo de esa explicación académica, había un amplio río de pequeños pensamientos perezosos y peligrosos. Fue fácil escribir la historia, fue como la primera vez. ¡Aún mejor! porque había algo furtivo, doloroso, puro desafío, en rebasar la sagrada línea de lo que se supone no podría hacer. O no debería”.
Pero lo que comienza como un ejercicio, termina por hacerse algo más complicado, cuando al fin de semana siguiente, su estudiante muere de una sobredosis. “Una muerte fortuita, rápida. Según el obituario en línea, indolora”. Jacob lee la noticia y siente que la percepción sobre su obra y quien es, cambia de manera radical. “Porque de pronto, supe que escribiría, que sería famoso de nuevo. Lo supe sin verguenza, sin culpa. Lo supe porque hubo un malévolo júbilo por un giro accidental de mi vida que me llevó vuelta a la casilla cero de todas mis aspiraciones”. Para el segundo tramo de la novela y a medida que Jacob, escribe sin parar Hanff Korelitz hace lo que mejor sabe hacer: comienza a abrir el espacio y el tiempo hacia algo más complicado, extraño y persistente. Y es entonces, cuando el argumento — el real, el que se esconde en la historia que hasta entonces se ha contado — comienza a surgir en todo su poder.
Hanff Korelitz no desea expresar una idea moral, pero lo hace. Tampoco quiere jugar al gato y al ratón, pero lo logra. Al final, The Plot discurre por una delgada línea que va desde el crimen, la avaricia, la mentira pero en especial, una muy humana desesperación por la mirada del otro, por el reconocimiento y la validación del éxito como una huella de la personalidad. “A veces, hay que hacer cosas realmente malévolas para ser al menos, lo suficientemente visible en un mundo de rostros idénticos” dice Jacob cuando escribe la última línea de la novela que no le pertenece, que puede devolverle el éxito, pero que en realidad le conduce hacia algo más inquietante, temible e inesperado. Un juego de espejos que Hanff Korelitz crea a través de una inquietante versión sobre la realidad, el tiempo que se detiene y la concepción del mal, elaborada a la medida de lo contemporáneo. “A veces, triunfar es un asesinato a un pequeño espacio del espíritu” pondera Jacob en uno de sus raros momentos filosóficos. Y The Plot, en toda su extraña potencia y fascinante firmeza, le brinda toda la razón.