Crónicas de la lectora devota

My Body de Emily Ratajkowski

Aglaia Berlutti
9 min readNov 26, 2021

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El 22 de agosto del 2015, el curador de arte Stephen Ellcock fue suspendido en el uso de su cuenta Facebook durante treinta días, debido a una violación no especificada de las normas comunitarias de la plataforma. Para sorpresa de Ellcock — un londinense de por entonces 59 años que sólo comparte material artístico en su página — la empresa esgrimió que había compartido material sensible que provocó su inmediata sanción. A Ellcock le llevó casi una semana encontrar el contenido que la red social había censurado: Se trataba del boceto de una mano dibujado Hans Holbein, el joven, uno de los retratistas más conocidos del s. XVI. Por alguna razón el sistema de Facebook había concluido que el dibujo — en el que lo único que aparece es una mano — era un contenido “inapropiado e inadmisible” para ser difundido a través de los recursos disponibles en la red social.

La reacción de Ellcock no se hizo esperar: de inmediato pidió a su casi 110.00 seguidores a protestar por un tipo de censura no sólo injustificable, sino que, además, carecía del menor sentido. Muchos de los aficionados a la página de Ellcock de inmediato le apoyaron compartiendo el boceto de Holbein, así como también cualquier otra obra que mostrara manos, tanto en el ámbito pictórico como fotográfico. De inmediato, la curiosa protesta se hizo viral. Las llamadas manos de Ellcock intentaron cuestionar el mecanismo que disgrega el material “sexual o inapropiado” en una red social que se niega no sólo a revisar sus políticas — o matizarlas en todo caso — y que ha convertido un sistema mecánico en una herramienta de sutil y la mayoría de las veces, inexplicable censura.

Luego de varias semanas, el esfuerzo tuvo resultados: Facebook terminó por reconocer que la censura contra Ellcock se debió a lo que llamó sin especificar un “error humano” de uno de sus empleados y pidió disculpas públicas. De inmediato, la cuenta de Ellcock fue restablecida y recuperó su actividad habitual. No obstante, ni en el comunicado que informó sobre el equívoco ni a través de ningún otro medio, Facebook informó en que había consistido el equívoco ni mucho menos, si tomaría acciones para remediar situaciones semejantes. Para Ellcock lo más preocupante fue el hecho que a pesar de asumir su responsabilidad en la censura, Facebook no parece dispuesto a ceder en el debate sobre la pertinencia de la normativa, lo que hace que el sistema que censuró una obra de arte genérica, pueda hacerlo en el futuro.

“¿Cuántos artistas anónimos han sufrido algún tipo de censura por parte de Facebook sin la posibilidad del debate público?” comentó Ellcock en un mensaje que publicó luego que Facebook le permitiera seguir usando su cuenta “¿A qué se enfrenta la manifestación y difusión del arte en medio de un sistema de normas poco claras que dependen de la arbitrariedad”? Como era presumible, Ellcock no recibió ninguna respuesta.

La anécdota se menciona de forma somera y muy rápida en el libro My Body de Emily Ratajkowski. La escritora la usa para contextualizar la noción que las restricciones de censura en Internet son la mayoría de las veces, tan aleatorias como inexplicables. Pero más allá de eso, Ratajkowski analiza la idea que la imagen y la comprensión del alcance acerca de la identidad en redes sociales y otras plataformas, depende en gran parte en cierta aleatoriedad peligrosa. Una percepción, que la autora profundiza en cada uno de los brillantes ensayos que forman esta reflexión sobre el individuo moderno y la posesión de la imagen personalísima.

Pero además de eso, Ratajkowski utiliza lo ocurrido con Ellcock para reflexionar sobre un hecho puntual: ¿Que ocurre cuando internet dispone de los espacios que consideramos privados según una serie de disposiciones inexplicables o en absoluto claras? Se trata de una disyuntiva complicada. En especial, cuando se trata de un fenómeno que todavía carece de nombre y en buena parte del mundo, también de legislación a la que pueda recurrirse. La escritora comienza su recorrido a través del complicado universo de la posesión sobre la imagen, la identidad y los datos, a través de una idea concreta: ¿estamos conscientes que internet es una región que todavía carece de reglamentos específicos y en la que la mayoría de las veces, el usuario lleva todas las de perder al momento de conservar la propiedad intelectual, individual e incluso, lo relacionado con la percepción de quiénes somos?

Por supuesto, Emily Ratajkowski explora en My Body algo más amplio que la mera idea de la censura y la arbitrariedad en el mundo virtual. De hecho, la concepción sobre el estrato online y las leyes que pueden — o no — regirla, engloban otras experiencias tanto o más traumáticas. Más allá de ser censurado, restringido o en todo caso, enfrentarse a la percepción de Internet como una zona peligrosa, el usuario suele ser la víctima de la mirada cruel sobre la posesión de lo que creemos inalienable. Una experiencia que ha tocado a Ratajkowski, modelo y personalidad del mundo de la moda en más de una oportunidad. No sólo ha tenido que luchar contra la idea de su imagen como parte de su propiedad intelectual, sino encontrar que no hay las suficientes armas para lograr delimitar las fronteras de ese derecho. Parte de las narraciones, anécdotas y en ocasiones escalofriantes circunstancias que Ratajkowski en sus ensayos, tienen relación con la forma como el mundo contemporáneo analiza el cuerpo, la belleza y la estética en relación a la forma en que puede venderse y comercializarse. “Hay una línea que divide lo que somos y lo que se puede vender de nosotros” afirma Ratajkowski, en uno de sus primeros ensayos. “Si en internet la censura reduce los espacios y ejerce una presión insistente sobre conceptos y percepciones sobre el individuo, también permite que haya abuso, maltrato y violencia. No hay un reglón medio sino un espacio en que el usuario debe sobrevivir como puede y de la manera en que puede, a un tipo de agresión que rara vez se señala”.

Se trata de una experiencia que Emily Ratajkowski conoce de cerca. Cuando era una modelo debutante, accedió a una sesión fotográfica, en la que además de hacerle beber bebidas alcohólicas, se le presionó para desnudarse. Con apenas 21 años, aterrorizada y confusa, Ratajkowski apenas recuerda lo que sucedió durante casi cuatro horas de una sesión que incluyó incluso, material de soft porn. Una vez que hizo famosa, el fotógrafo recopiló las fotografías de esa ocasión para un libro de Polaroids que vendió sin autorización de la modelo y mucho menos, su conocimiento. Lo hizo en el mundo editorial y después, en una edición reducida que vendió a través de su página web y su perfil personal en Facebook. Durante más de un lustro, Ratajkowski ha sostenido una batalla legal, pública y también en redes sociales contra el uso de su imagen de forma abusiva. Pero a conseguido muy pocas herramientas con las cuales luchar. “Un curador de arte es suspendido en una página personal por compartir un dibujo sin connotaciones sexuales que fue asimilado por error por el sistema de una plataforma. Pero en mi caso, mi rostro y cuerpo son vendidos como mercancía sin que pueda evitarlo” escribe Ratajkowski con una lucidez precisa. “La gran pregunta sobre las redes sociales, lo virtual y el nuevo derecho sobre la imagen se sostiene en un único punto ¿qué separa lo permisible en internet de lo que no lo es? ¿qué lo hace más allá del mundo virtual?”.

Pero Ratajkowski hace un recorrido inquietante acerca de la posesión y los derechos de la imagen. En el ensayo Buying Myself Back, Ratajkowski cuenta la experiencia de tener que luchar contra el autoproclamado artista Richard Price, cuando este tomó sin su consentimiento una de sus fotografías en Instagram y la incluyó en una exposición pública. Para sorpresa de Ratajkowski, Price no sólo pudo tomar su imagen a discreción de la red social, sino ampliarla, hacer modificaciones simples para considerarla una obra derivada y luego incluirla, dentro de una exposición pública. “Me vi en la obligación de tener que comprar mi propio retrato para poder acceder a mi imagen, que fue cedida sin mi consentimiento a pesar de todas las restricciones que debo aceptar para poder incluirla” explica Ratajkowski.

Price, conocido por crear una serie de obras artísticas que consisten en gigantografías de imágenes privadas tomadas sin autorización previa de la red social Instagram, no hizo comentarios y de hecho, se benefició de la publicidad expeditiva de la queja pública de Ratajkowski sobre el uso de su imagen. La colección de obras de Price, expuestas en el 2015 en la Feria de Arte Frieze en Nueva York, consiguió un récord de ventas, a pesar que la mayoría de las piezas estaban basadas íntegramente en material fotográfico utilizada sin la autorización de sus autores.

De hecho, la colección más importante de la muestra, denominada de forma provocadora Nuevos Retratos, está formada por docenas de fotografías de mujeres, la mayoría de ellas en poses sugerentes o directamente sexuales. Richard Price no sólo las re imprimió en inmensas ampliaciones en tinta de dudosa calidad, sino que además modificó algunas de ellas hasta obtener un resultado totalmente distinto a la original. Gracias a la salvedad legal que protege a Instagram y al material que se incluye en sus redes, las imágenes pudieron ser expuestas y vendidas sin vulnerar — en apariencia — el derecho de autor que podrían proteger las imágenes.

El escándalo fue inmediato, pero también, la sorpresa al comprobar que de hecho Price utiliza un espacio en blanco en las regulaciones para utilizar material de terceros en la mayor parte de su obra artística. Ratajkowski cuenta todo lo relacionado al hecho, que la imagen en E.E.U.U no se encuentra sujeta al mismo valor de los derechos de autor de otros tantos elementos de propiedad, por lo que el debate alrededor de lo que conforma la imagen personal todavía está en debate. La escritora cuenta como Price utiliza esa falta de regulación a su favor. Desde los años 70, el autoproclamado artista ha tomado imágenes de revistas, anuncios, libros o por supuesto, de la web, a las que además altera lo suficiente, para crear obras que puede llamar directamente derivativas y, sobre todo, secundarias a la obra original. Eso, a pesar que la mayoría de las veces la obra es casi idéntica a la imagen primitiva. Por años, Price se ha enfrentado a batallas legales con respecto a los derechos de autor que vulnera y en lo que sorpresivamente a logrado imponer la idea que su obra “es original y sólo utiliza las imágenes como parte del proceso creativo”. En el año 2008, el fotógrafo francés Patrick Cariou demandó a Prince por utilizar varias de sus imágenes durante una exposición y, además, modificarlas sin autorización previa. Y no obstante que Cariou logró demostrar en tribunales su autoría, una apelación dictaminó que Prince no había violentado el derecho de autor, debido a que su obra sólo se basada “a medias” en la pieza original. Un precedente que ha permitido al artista continuar creando obras a costa del derecho de autor de terceros.

Ratajkowski narra su experiencia al enfrentarse a Price y lo frustrante que resultó encontrar que no podía hacerlo. De hecho, My Body es toda una alegoría sobre las distintas formas en que la imagen — como hecho y como valor de posesión — se distorsiona a medida que se convierte en un bien común. Para la escritora, que sufrió desde la inevitable cosificación de su cuerpo en el mundo del modelaje hasta la percepción de la pérdida de su identidad a través de la glorificación de la apropiación de terceros, el libro se convirtió en una catarsis para un tipo de sufrimiento privado que difícilmente puede expresar sino a través de anécdotas dolorosas. De hecho, el libro está lleno de ellas: Ratajkowski narra la vida detrás de los desfiles de moda, el maltrato verbal y físico a las modelos, la forma en que la imagen moderna sufre y está contenida en estándares inalcanzables que terminan por convertirse en heridas angustiosas. Poco a poco, el punto de vista de la modelo abarca varios conceptos de especial dureza sobre la forma en que el mundo moderno analiza y percibe la identidad. A la vez, permite un recorrido por la forma en que muchas veces la condición sobre quiénes somos y como nos perciben, queda entredicho o es parte de algo más complejo.

Para Emily Ratajkowski, el trayecto de reencontrarse con su pertenencia todavía está en construcción. En especial, cuando todavía se hace preguntas pertinentes y muy duras sobre cómo el mundo contemporáneo es más agresivo, violento y destructor en la forma de analizar al individuo. “Al final, se trata de una manera de mirar quienes somos bajo el peso de la obligación de ser alguien más. O al menos, de proteger la identidad sin saber cómo hacerlo” pondera con tristeza. Sin duda, la conclusión más dolorosa en un libro lleno de versiones especialmente duras sobre obsesión actual por la imagen y su posesión. “La fusión del yo y la apariencia, es algo desconcertante” dice Ratajkowski en una de las páginas finales de My Body “pero quizás, en el nuevo milenio, no tenemos otro remedio”. Un cuestionamiento inquietante que da pie a otros tantos y quizás, al sentido último del libro.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine