Crónicas de la lectora devota.
Detransition, Baby de Torrey Peters
Cuando Jane Austen escribió Sense and sensibility en 1811, hizo mucho más que narrar las desventuras amorosas de las hermanas Dashwood. También decidió hacer hincapié en la forma en que se vivía en su época — esa lenta y definitiva transición entre dos etapas históricas — y la forma, en que la sociedad en que vivió modulaba sus pulsiones. Por supuesto, el intento de la escritora no fue el único ni tampoco en especial original en su obra o en el género literario, pero si tuvo la capacidad de construir un recorrido a través de un espacio sin nombre al que Austen brindó sustancia. La comedia social — o al menos, la crítica humorística sobre lo cultural — se hizo a partir de entonces, cada vez más satírica y directa. Gracias a Austen y su capacidad para recombinar los elementos y códigos culturales en algo más ingenioso y mordaz, relatar la sustancia misma del individuo se hizo algo más preciso, elegante y en ocasiones, cruel. Un recorrido a través de los pequeños secretos domésticos que de una forma u otra, sostienen el lenguaje de lo que somos y cómo nos comprendemos a través de una idea sustancial sobre lo cultural.
Un siglo y medio después, Nancy Mitford tomaría el testigo para narrar la vida inglesa desde una perspectiva similar, en una obra literaria que rebosa gozo y cierta crueldad. Desde a la caza del amor (1945), Amor en clima frío (1949), La bendición (1951) y la muy celebrada Madame de Pompadour (1954), la vida cotidiana de se volvió motivo de especulación literaria, no sólo para relatar la identidad colectiva a través de las pequeñas nociones sobre lo corriente, sino llevar la idea general a una nueva dimensión. Para bien o para mal, la noción de Austen sobre la crueldad y la ironía para narrar los temores mínimos que acosan a la identidad, se convirtió en una manera de comprender las evoluciones culturales y sociales. Una manera de entender la simulación hipócrita, la presunción y la aflicción bajo la concepción de lo cotidiano que cada época lleva consigo.
La novela Detransition, Baby de Torrey Peters, tiene algo de las mejores obras de ambas autoras. Pero además, es también una reinvención del género reconstruido en algo más provocador y sin duda, cercano a la polémica. La historia incorpora esa convicción actual que la vida diaria, puede ser desmenuzada, reconstruida y re elaborada en cientos de condiciones distintas, que se sostienen a través de sus frenéticos cambios. Peters elucubra sobre la cualidad del tiempo y la cultura como líneas paralelas que se sostienen entre sí, pero que además, cuestiona la percepción general sobre pertenecer a un gran colectivo en sucesivos cambios. Además y como si todo lo anterior no fuera suficiente, Peters decide incluir la gran discusión sobre la orientación e identidad sexual, además del género y la percepción sobre la individualidad, en medio de lo cotidiano.
El resultado es una novela ágil, brillante y en especial, quizás la primera en narrar lo doméstico contemporáneo, en que las graduaciones y matices sobre lo que nos define se han convertido en un debate a gran escala sobre la nueva sensibilidad moderna. La transición del mundo binario, culturalmente conservador y sostenida por la convicción abierta sobre la concepción de lo que somos como una herencia tradicional, cambia por completo en Detransition, Baby. La novela atraviesa regiones inexploradas hasta ahora en la literatura, para convertirse en una profunda elucubración acerca de condición de lo humano como algo más que una serie de códigos de conducta. ¿Quienes somos más allá del supuesto orden irrestricto de lo biológico? ¿Qué podemos concluir cuando descontruimos la identidad heredada hasta encontrar algo mucho más elaborado?
Peters plantea varias preguntas urgentes, en medio de un contexto cotidiano, lo que hace que la historia sea, por necesidad simbólica, aunque no necesariamente alegórica. La narración abarca quizás la percepción sobre la mujer y el hombre transgénero, pero no relativiza para crear una metáfora sobre su modo y estilo de vida. En lugar de eso, vincula cada elemento de la vida doméstica con la percepción sobre la diferencia, la del ser distinto y la de asumir que el mundo puede interpretar esa identidad casi con crueldad. “Mucha gente piensa que el deseo más profundo de una mujer trans es vivir en su verdadero género, pero en realidad es estar siempre en lugares con buena iluminación”, bromea Peters. La agudeza toma un nuevo nivel cuando además, la escritora deja claro que hay una carga de cierta amargura dolorosa que le lleva esfuerzo disimular o que de hecho, es parte de la narración entera.
Peters, una mujer transgénero con una vida pública que ha debido luchar para ser reconocida y además, comprendida en toda su complejidad, imprime a su novela un ritmo en perpetúa transformación, como si la condición de su identidad sexual se manifestara en sus personajes, sino también en la capacidad de la trama para elucubrar sobre la sociedad, el tiempo y la percepción de la identidad. Para Peters, el dilema de cómo la sociedad y la cultura adjudica una identidad a través de elementos concretos, no se dirime con facilidad y amplifica la pertinencia de la cuestión elemental. ¿Quienes somos? ¿Cómo nos comprendemos en el término de la condición de lo sexual, la personalidad, el tiempo, la construcción de la memoria y la forma en que se asume en contexto? Por supuesto, no son consideraciones sencillas y Peters no espera tener respuestas para cada una de ellas. Pero Detransition, Baby al menos plantea el escenario idóneo para sostener un debate tácito en medio de situaciones simples. “Soy una mujer trans que desea mirarse en el espejo y sólo decir “condenado grano” y seguir el día” escribe Peters a través de su personaje principal. “Es complicado cuando todo en tu vida es la condición de un debate, cuando se conecta con algo más preciado y persistente, es una parte de una conversación pública”.
Para la escritora, que lleva casi un lustro en la palestra pública en debate y lucha constante por su lugar bajo el sol, la gran cuestión es bastante menos compleja de la que podría suponerse. “¿Qué es lo que busco cuando deseo ser reconocida?” se pregunta su personaje “Quizás, solo la breve tranquilidad de no encontrar un sentido al absurdo de la existencia. Soy, pero a la vez no soy lo que se supone debería ser. Eso es lo que me recuerdan pero no es lo que dice mi mente. Entre ambas cosas, debo vivir, pagar cuentas, dormir, pasar el cepillo de dientes. ¿Qué hay de mí bajo todas esas cosas?”
Peters tiene un sentido del humor burlón que no disimula en la narración, por lo que incluye bromas corrosivas que van de un lado a otro de la historia para plantear una idea controvertida. En general, la novela es una comedia de equívocos en pleno siglo XXI, en la que una mujer transgénero decide dar marcha atrás a su proceso de transición por razones que “necesita explicar, pero no sabe con exactitud cómo hacerlo sin resultar petulante. No soy una bandera política. O bien, de serlo, quisiera tener más colores en todo caso”. De Amy a Ames, el personaje de Peters es un recorrido vertiginoso por la vida de alguien que intenta comprender su propia naturaleza escindida, sin lograrlo. La identidad de género se relativiza, se expresa con mayor poder a medida que Amy se transforma en Ames, pero en realidad, todo se trata de una interpretación sobre el individuo moderno. “Todos me apoyaban cuando decidí ser una mujer, pero cambiar de opinión implica unos cuantos bofetones”. ¿Opinión? ¿Es que todo es tan sencillo?
La carga de ironía y dolorosa franqueza de Peters al reflejar en un personaje el tránsito de una cultura banaliza una situación de gravedad y complejidad considerable, resulta tan audaz como desconcertante. Ames, aturdido por el peso del miedo, por el nuevo recorrido del cambio, se refugia en casa, se cubre la cabeza con las almohadas, se pregunta que hay de mal en su mente, cuando los fragmentos de pensamientos no crean una pieza clara. “Claro, que si hablamos de opinión hay algo jodidamente triste en el hecho de asumir que somos solo, el vestigio de la cultura. ¿Por qué debo decidir? Porque no tengo otro remedio”. Poco a poco, Peters explora en la psiquis de Ames y deja entrever que por supuesto, sus motivos son más duros y amargos de lo que podría imaginarse. “Es una cuestión simple, deseo ser yo pero no me lo permiten” dice Ames frente al espejo. Sin reconocerse, sin sostenerse de nada más que una sensación de pesar, de la búsqueda de algo más elaborado que la identidad.
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, Ames termina envuelto en un romance corto, apasionado “y tan divertido como la tosferina” con Katrina su jefa y mentora. La mujer que le ayudó a ser Amy, ahora recibe a Ames de buena gana. Y no sólo en su vida, sino en su cama. Para consternación y sorpresa de Ames, Katrina queda embarazada “no sabía incluso que podría ocurrir con tanta velocidad y precisión, como adolescentes en su gran y fallida primera vez” y de pronto Amos, que sólo deseaba un romance para entender su masculinidad, replantearla y brindarle un nuevo lugar en su vida, encuentra que además será padre. Peters narra todo lo anterior con una agilidad asombrosa y un buen humor irónico que termina por restar dramatismo incluso a escenas durísimas, en la que Ames se cuestiona su propia vida y las decisiones que ha tomado hasta entonces. Una y otra vez, se pregunta que es lo que está haciendo en mitad de una transición hacia el lugar en que todo empezó en su vida durante la adolescencia. Lo hace además, desde una trágica consciencia que no hay respuestas válidas. La mente y su percepción sobre la identidad se enfrentan a la condición de ser sólo una parte de algo más grande. “En ocasiones, la mera posibilidad de la normalidad es tan esquiva que me pregunto, cual será la sensación. Lo hago de la misma manera en que otra gente supongo se pregunta por el clima de Marte o cómo será tener alas. No hay un sólo día de mi vida que no suponga un debate, una transición, una pelea a brazo partido por ser yo mismo”. Ames termina por asumir la paternidad como una concepción sobre la vida que continúa a pesar de todo, pero incluso, en medio de una situación semejante, el humor de Peters hace que todo sea una percepción casi dolorosa sobre la fragilidad de la condición humana. “La vida siempre encuentra una manera de manifestarse. Eso lo escuché en Jurassic Park, pero jamás pensé podría aplicarse a mis genitales”. Lo dice mientras ríe y llora, el teléfono entre las manos para leer el mensaje de Katrina que confirma tendrán un hijo. “Un accidente cósmico. Sólo que es otro de los tantos que me han ocurrido en nuestra vida”.
Claro está, para el segundo tramo de la novela, la situación se hace incluso más complicada porque Peters está interesada, en mostrar la azarosa y compleja vida moderna en toda su extensión. De modo que la ex de Ames, Reese, hace una aparición súbita y de alguna forma, termina siendo parte de la gran cuestión de la familia sostenida y construida a partir de los infinitos filamentos del mundo actual. “Seremos tres, para un niño. Un hombres, dos mujeres. Tres padres. Una oportunidad de comprender esto que ocurre sin tener que explicarlo. O al menos, no en demasiadas ocasiones”. Todo pasa a medida que Peters abre los espacios narrativos de la novela y relata la historia de Ames — por entonces Amy — y Reese, a la vez que muestra a Katrina, como un faro en mitad de la tormenta. En algún punto, los tres deciden que el bebé les pertenece y harán de su vida, algo bueno. “Pero ¿qué es bueno en un mundo como este? deshilachado, desconstruido, vuelto a sujetar” dice Ames tendido en la cama, aturdido por la velocidad de todo lo que ocurre a su alrededor. “¿Cómo definir mi vida ahora mismo, si tampoco sé cual es mi vida en mitad de todas las posibilidades?”.
Y mientras todo lo anterior ocurre, Ames debe trabajar. Ir al supermercado. Pelear con la vecina, sacar al perro de Katrina, conversar con su madre, cocinar, ir a la cama. Y volver a empezar el ciclo. Peters no olvida que la vida transcurre a pesar de todo y lo hace con una delicadeza que sorprende por su habilidad para conmover. En especial, en un tema como la detransición, controvertido y que aun despierta sentimientos encontrados. El libro no ignora esa salvedad y hace hincapié en la rareza de la condición de Ames, pero también, abre una discusión amplia sobre la cualidad del sexo biológico para definir quienes somos, cuando todavía hay una versión sobre la idea que la cultura actual no termina de asimilar. Peters toma la inteligente decisión de no ignorar a las organizaciones anti trans que utilizan casos como el de su personaje para invisibilizar a la comunidad. En lugar de eso, los personajes hablan abiertamente sobre la situación, la debaten y al final, Ames plantea sus decisiones desde un cariz de profunda sensibilidad. Quiere comprender lo que ocurre en su vida, en su cuerpo, en su mente. De nuevo y a través de un recorrido distinto. “Me gusta tener que cuestionar lo que ocurre en mi interior. No es sencillo, no se atiene a creencias ni tampoco a la presión social. En conclusión, se trata de algo más poderoso y sensible. Estoy vivo”.
Por extraño que parezca, Detransition, Baby no es un panfleto ni pretende serlo. En realidad es una mirada elaborada y profunda sobre la condición trans sin atenerse a ideas religiosas o morales preconcebidas. Peters evita con mucho cuidado pontificar. Solo narra una historia que transcurre en salones pequeños y desordenados, cocinas con platos sucios, oficinas con trabajo atrasado. Pero el gran logro de Peters, es combinar temas de una complejidad dolorosa con algo mucho más elaborado, inquietante y poderoso. Todo aderezado con risas, llantos y la percepción que la normalidad, puede serlo incluso en situaciones inexplicables para la mayoría. “Fui mujer, soy hombre. Seré padre. Mi vida no es un cuento sencillo. Contarlo puede ser divertido si comprendes que no siempre tiene que ser comprensible” discurre mientras se cepilla el cabello. Se mira al espejo y se niega a describirse. Solo es una persona, que está a punto de ser padre, que se asombra por la pureza de su asombro por la vida, que llora y ríe mientras piensa que su cuerpo, es un espacio de innumerables batallas distintas.
Peters logra crear una narración extraordinaria a través de detalles ordinarios. Lo hace además, como un homenaje a la diferencia, sea cual sea e incluso, al mundo del cual se burla y que se extiende más allá de la ventana de Amos. “Soy un hombre que fue una mujer. Soy un padre que querría ser una madre. Nada debe ser sencillo. Quizás no lo es” pondera Peters a través de sus personajes, quizás la frase que puede resumir un argumento poderoso, por momentos sensibles, en otros cruel y siempre divertido. “Al final, sólo somos espíritus en busca del privilegio de ser lo más cercanos a nuestro sueño de ser parte de lo que creemos nos pertenece” dice Ames, frente a una tienda de juguetes para niños. “Y esa es una verdad, que pocas veces reconocemos”. Sólo entonces, el personaje se describe a sí mismo y la novela entera, se sostiene sobre ese pequeño juego de trampas, ironías y poder personal. “Somos lo que creamos. Y al final creamos lo que somos”. Una mirada deslumbrante sobre la identidad contemporánea, que termina por resultar una hoja de ruta a través de ideas más complejas de lo que podría suponerse.