Crónicas de la lectora devota

The Woman in the Purple Skirt de Natsuko Imamura

Aglaia Berlutti

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Durante el último lustro, las novelas que profundizan en el tema de cómo se percibe a sí mismo el usuario de internet, se han multiplicado. En especial, la manera en que la desmedida atención y la forma en que se analiza el entorno a través de plataforma y redes sociales, ha creado un ciudadano virtual obsesionado con la necesidad de ser visto, reconocido, comprendido y en especial, con la fama efímera que proporciona internet. La celebridad instantánea y en especial, el reconocimiento desproporcionado y ególatra, es un punto de vista sobre el mundo moderno que se ha debatido hasta la saciedad en un nuevo tipo de narrativa, que busca entrecruzar la concepción sobre el yo y el otro en medio de lo que en el mundo contemporáneo se considera celebridad, fama, validación.

No obstante, la percepción de cómo se asume el individuo en medio de esta búsqueda de sentido, no siempre es sencilla de mostrar y mucho menos, de elaborar como algo relacionado con la cultura y la sociedad. ¿Cual es el real peso que ejerce las nuevas formas de comunicación en la manera en que nos comprendemos? ¿cual es su verdadero alcance y sentido? El recorrido para entender algo semejante es complicado, pero en especial, se enlaza con algo más profundo. ¿Cual es la percepción del individuo en una época contradictoria en que se exige identidad pero a la vez pertenecer a algo más amplio?. ¿Cuando la forma en que se asimila la cualidad de la pertenencia en una cultura en que todo parece responder a una tendencia?

The Woman in the Purple Skirt de Natsuko Imamura, explora el creciente interés en el fenómeno de la identidad en internet. Pero además, profundiza en el hecho de esa gran estructura construida para convertir a usuarios de todo tipo de plataformas y espacios virtuales, en protagonistas de sus propias historias. Incluso, Imamura se toma el atrevimiento de jugar con la percepción de la personalidad contemporánea y sus aristas más dolorosas. Esa versión confusa que convierte a celebridades de internet, en un nuevo tipo de poder sustentado en la convicción que la visibilidad reconstruye formas de explorar la influencia. De hecho, Imamura comienza su libro con una reflexión sobre cómo la mayoría de los usuarios de las redes sociales actuales, actúan como su vida a través de las plataformas que utilizan, fuera una gran ficción que pueden reacomodar, reconstruir y al final, modificar a conveniencia.

La mirada del individuo se trastoca y se transforma en un dilema. ¿Qué es real en un mundo en el que se asume la idea que lo artificial y directamente falso es también, una forma de comunicación? Imamura pondera con cuidado el llamado “síndrome del personaje principal”, un trastorno que apenas comienza a ser comprendido y que se relaciona con la capacidad de las redes sociales para enfatizar la necesidad de atención. Un tipo de egolatría que Imamura mira a través de su personaje principal, que contra todo pronóstico, en realidad siente que su vida forma parte de algo más amplio, complejo y doloroso.

A diferencia de la mayoría de las personas de su edad, la narradora sin nombre de Imamura, siente que su importancia en el mundo se encuentra condicionada y reducida a un mero personaje. “Podría decir que existo en la medida que otros reconocen mi existencia. Un pensamiento que me atormenta, porque en realidad, eso quiere decir que sólo soy real mientras otros tienen su atención puesta sobre mí. ¿Qué otras cosas ocurren conmigo? ¿qué otras cosas pasan cuando nadie me mira? ¿puedo decir que estoy, soy y tengo algo más una efímera mirada a mi sustancia como algo real cuando alguien me da una mirada?”

Para Imamura, la relación entre la vida real y la virtual parte de un objetivo claro: el ser reconocido, amado y admirado. Pero incluso, cuando se obtiene esa necesaria gratificación — “un Narciso que se mira a la vez en cien espejos” dice la narradora — hay una codicia que evade explicaciones sencillas. Hay una delirante necesidad de crear una versión sobre el heroísmo que roza la antigua necesidad de ser amado que concierne a todas las épocas, con una compulsión por el control. “En ocasiones, estoy convencida que las redes sociales están vivas. Una forma de vida ambiciosa como todas, que intenta devorar, deglutir y descomponer todo a su alrededor.

Que se alimenta de la inocencia, la vanidad y todos los temores de un mundo que vuelva en ella lo que no se atreve a mostrar en otro parte”. Para el personaje de Imamura, la dependencia a las redes sociales no tiene relación — no directa — con la visibilidad, sino con la importancia que tiene en el mundo interior del usuario, un concepto que describe desde las primeras páginas de la novela y se va haciendo más complejo a medida que avanza. La escritora, crea una visión sobre las líneas que unen a las plataformas sociales (como entes y atmósferas concretas), con los personajes que deambulan de un lado a otro en la historia. Se trata de un riesgo narrativo que toma a través de la ficción y que logra sostener a través de una narración dolorosa sobre la imagen, la identidad, la autoestima, como trozos de algo que puede ser destrozado y reconstruido a voluntad. Esa concepción, de un mundo por encima de lo real, que sobrepasa la realidad y se entrecruza con algo más extraño que todavía está con definirse, es el punto de arranque de una novela basada en la experiencia contemporánea acerca de la identidad.

De hecho, ella misma se define como infantil, ingenua y en general, una “criatura que depende de la adoración efímera”. Pero no en el sentido tradicional, sino en la forma que puede brindarla, por lo que un día decide brindar todo “su amor, desesperado, hueco, vacío y abstracto amor” a una mujer desconocida que vive al otro lado de la calle. Imamura logra que su personaje sea lo suficientemente ambigua como para que sea imposible establecer de forma clara si en realidad, existe o no la mujer a la que admira. Una que además, la narradora describe apenas como “la mujer de falda púrpura”. No hay mayor explicación sobre el objeto de admiración de la narradora, más allá que es hermosa y que “cuenta una vida feliz”.

Lo que equivale a decir que en sus redes sociales, en todas las plataformas virtuales en las que participa, la mujer de la falda púrpura es el idea de la narradora. “Puedo mirar su sonrisa e imaginar que es la mía. Puedo ver lo que come y bebe para aspirar a algo semejante. Porque quiero que mi vida pueda ser esa sucesión de fotografías risueñas o de historias felices”. Por extraño que parezca, la obsesión de la narradora por la mujer de la falda púrpura no es por necesidad ni tampoco de inmediato, un cuadro patológico. La escritora logra narrar la adoración desde una óptica infantil, de modo que durante las primeras páginas tiene un mayor parecido con el entusiasmo de una niña por su personaje televisivo favorito o su actor más querido. Y de hecho, en cierta forma lo es. De una manera indirecta, Imamura logra relatar lo que yace bajo la influencia de una figura que podría o no existir pero que se convierte en símbolo de algo más consistente. La escritora logra crear una connotación poderosa sobre la identidad escindida, rota y fragmentada de lo contemporáneo. “La pregunta sobre existir no es sencilla de responder. A veces veo a la mujer de la falda púrpura y creo que su lugar en el mundo es más amplio y consistente que el mío. Lo es, porque su rostro es más bello, su vida más llena de objetos y placeres, lo que hace tiene mayor peso en el transcurrir del mundo. De faltar, le extrañaría. ¿Quién podría decir lo mismo sobre mí?”.

Pero la narradora no se detiene únicamente en la adoración y la necesidad de contemplar a la distancia a la mujer de la falda púrpura. Y aunque pudiera parecer que The Woman in the Purple Skirt se encamina hacia una historia sobre acoso, los habituales sermones morales sobre las consecuencias aún inexploradas de la visibilidad virtual o incluso algo más siniestro, la escritora mantiene el punto de vista infantil para dejar claro para el segundo tramo de la novela, que su narradora sólo consume información y crea una dimensión de dolorosa fragilidad sobre la vida contemporánea. A medida que la novela avanza y la narradora logra interactuar con la mujer de la falda púrpura, el sentido de la novela parece tomar un viraje más singular. ¿Puede la percepción de lo irreal llegar a tocar el mundo corriente?

La pregunta se formula una y otra vez, mientras Imamura, elabora una idea sobre la personalidad que se entremezcla con las expectativas no cumplidas y las condiciones borrosas e inexactas sobre el individuo moderno. La narradora, luego de explorar cada detalle de la vida de la mujer que venera, comienza a intentar cambiarla: envía obsequios anónimos en un momento especialmente duros, anuncios sobre trabajos cuando descubre que el objeto de su adoración está desempleada y por último, termina por ser una sombra que mejora — o empeora, en sus momentos de vertiginosa crueldad — lo que ocurre en la vida de la mujer de la falda púrpura. Lo más intrigante, es que la escritora jamás muestra la posibilidad que se trate de amor, una obsesión malsana o cualquier otra emoción reconocible de inmediato. La narradora sólo está convencida que la información establece un hilo de pertenencia con quien observa, de modo que tira de ese vínculo invisible. Cuando obsequia un pastel de cumpleaños a la mujer de la falda púrpura, sin que esta tenga idea de quien podría haber sido o cómo alguien puede entender la tristeza de pasar una fecha señalada a solas, la narradora siente que la comunión entre ambas rebasó la idea de la barrera y el muro de silencio que impone la inevitable distancia racional. “Sé lo que haces a cada momento, en todos los momentos. Y de no saberlo, puedo imaginarlo, puedo ir en su búsqueda, puedo construir algo que nos una a ambas, que sustituya lo que no entiendo hasta hacerlo más cercano, nuestro, aunque ni ella lo sepa ni yo pueda explicarlo”.

Resulta escalofriante la forma como Imamura retrata la soledad y el desarraigo moderno, sin tomar una línea de narración que pueda parecer falsa, edulcorada o incluso, intentar el recurso simple de lo perverso. La narradora sólo es capaz de reflejar lo que la mujer de la falda púrpura hace, sueña o en todo caso, lo que ella imagina sobre su vida. A lo largo de la novela y a medida que los detalles se hacen más exactos, precisos y es evidente que al manos parte de la información que describe la narradora no es real, Imamura toma la brillante decisión de evitar cualquier dato que pueda definir, señalar, mostrar detalles de la vida de su voz principal. “No existo, no soy otra cosa que un reflejo de lo que me rodea y en especial, de ella, que es parte de mí en la medida, que ambas podemos crear una conversación profunda a través de lo que me relata a través de todas las cosas que es e imagina, son ser parte mía, lo sepa ella o no”.

Por supuesto, una novela que juega con tantos puntos de vistas distintos sin profundizarlos en realidad, podría parecer en el mejor de los casos, blanda o una aproximación superficial a la forma en que lo virtual conecta y construye relaciones, en su mayor parte efímeras, falsas o artificiales. Pero Imamura logra lo que parece una desconcertante versión sobre la realidad punto de desmoronarse que moldea lo virtual. Para el último tramo de la novela y cuando la narración finalmente mostró algunos de sus mejores giros, es evidente que la novela es una mirada corrosiva sobre la ausencia de lazos reales en el mundo contemporáneo. Pero más allá eso, que las conexiones actuales son algo que aun no es posible de definir y construir, sino que se enlazan entre ideas absurdas o distorsionadas sobre el amor, la amistad, incluso la envidia y el deseo. No hay nada que muestre que la narradora siente amor, un vínculo sexual o mucho menos, está interesada de manera romántica, por la mujer de la falda púrpura. “En realidad, sólo deseo lo que muestra a través de todo lo que me obsequia, sin saberlo”. Un tipo de posesión abstracta y singular, casi siniestra que define el tono completo de la novela. Tal vez, el mayor y más elaborado logro de Imamura para describir a la sociedad moderna.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine