Crónicas de la lectora devota:

Perestroika In Paris de Jane Smiley

Aglaia Berlutti
10 min readFeb 17, 2023

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Con frecuencia, las historias sobre animales humanizados o situaciones en que en una criatura adquiere características humanas, debe luchar contra la posibilidad de lo humorístico. En especial, cuando la alegoría supera con creces el discurso central y el autor se encuentra en la paradójica situación de enaltecer los rasgos peculiares de sus personajes, en contraposición a la poderosa concepción de la identidad sensible — intuitiva e intelectualmente retadora — que suele tener como elemento central este tipo de relatos. Hace poco, la serie animada de Netflix Bojack Horseman de Raphael Bob-Waksberg, se enfrentó a la disyuntiva en su sexta y triunfal temporada, en la que el personaje central (un caballo humanizado en medio del duro y competitivo mundo de Hollywood), se convirtió en una concepción sobre el miedo, la depresión, la belleza espiritual y la noción sobre la diferencia tan profundo como elaborado. Capa a capa, Bob-Waksberg creó un personaje que pudo no sólo transitar los complicados estratos de las emociones, sino además alcanzar un punto de profunda belleza espiritual que se considera uno de los hitos de la televisión actual.

La escritora Jane Smiley intenta hacer otro tanto en su nueva novela Perestroika in Paris, toda un experimento narrativo en el que Smiley toma el riesgo de crear una historia que se basa en un caballo parlante, sin la referencia o la ingenuidad. Se trata en realidad, de una percepción sobre la condición de la razón, el hombre y su circunstancia, desde la perspectiva de un testigo accidental. Smiley construye una narración que comienza desde un punto inverosímil y aun así, elabora una idea consistente sobre la forma lo humano podría comprenderse. El caballo parlante centro de la narración es en realidad una alegoría antes que una metáfora y a pesar de eso, tiene el peso de una reflexión de profunda dureza sobre los espacios de la realidad del hombre para el hombre. Y aunque Smiley no convierte a su personaje en una víctima del mundo humano, la historia tiene la suficiente sutileza para atravesar varios estratos acerca de esa abstracción simple que podría definir o no, a la cultura y al sociedad de cualquier época. ¿Quienes somos con todos nuestros rituales domésticos, públicos y seculares? ¿Qué significa esa evolución silenciosa de la gran carga de lo cotidiano a medida que se convierte en un conjunto de reglas simples sobre la convivencia? Smiley no ofrece respuestas directas y uno de los mayores triunfos de su libro, es evitar que la aparente trivialidad de crear un personaje inverosímil, sostenga la carga de la narración hacia lo inaudito. Perestroika in Paris es un recorrido de honda sensibilidad a través de todo tipo de reductos ocultos sobre la conducta colectiva, los hábitos y dolores que habitan en medio de la búsqueda y la conclusión de una época a partir de sus rasgos más reconocibles.

La escritora suele tomarse salvedades narrativas para construir interesantes experimentos. Su novela A Thousand Acres (1991) un homenaje insólito al Rey Lear de William Shakespeare, le valió el premio Pulitzer, pero también demostró la capacidad de la escritora para recorrer espacios desconocidos acerca de la forma en que los clásicos interactúan con el presente. Todo en un tono de sátira y de extraña reinvención sobre la identidad y el individuo, que sorprende por su cualidad dolorosa. Las novelas de Smiley suelen proceder de extraños lugares y también, de profundizar en condiciones poco claras que le permiten disgregar y elevarse en una mirada aguda acerca del mundo que le rodea. No sorprende por tanto, que cada uno de sus libros, sea un recorrido incómodo y en ocasiones desconcertante, por lugares poco visitados por la literatura actual. Smiley se ha tomado el tiempo — y el esfuerzo — de abrir viejas heridas sobre el transcurrir de la historia, de especular en la razón pura, acerca de la moral que se enlaza con algo más elaborado, consuetudinario y potente. Poco a poco, la convicción de lo que se muestra — y también, se recorre a través de sus textos — es una condición para entender su obra entera. Smiley desea replantearse la cultura desde sus aportes y carencias. Como si entre ambos extremos, hubiese una línea de valores y preguntas a ser respondidas a través de la literatura.

La novela Perestroika in París no es distinta, aunque sin duda, carece de la acritud y el cinismo de otros libros de Smiley. No obstante, no por eso la narración es menos madura, poderosa o elaborada. Esta historia amable sobre criaturas que viven en una París de ensueño, es también una búsqueda estratificada y coherente sobre los dominios de la ética y la necesidad de la expresión fortuita. Todo el grupo de animales que forman la trama — desde el caballo cuyo nombre titula la novela hasta una rata con el corazón roto — son diferentes percepciones sobre lo humano, reconstruido para la concepción acerca de lo buscamos más allá de los límites del tiempo y la necesidad de evasión, sino además, en la misma cualidad de la naturaleza que los limita. Smiley plantea el hecho de la racionalidad de animales y otras criaturas desde lo sorprendente: es un secreto bien guardado a la vista del hombre común. O mejor dicho, es evidente pero sólo para quien desee comprenderlo. A primera vista, este vinculo directo con historias pastorales, infantiles y cuentos de hadas, podría dulcificar y romantizar una historia que de hecho, no tiene la intención de ser en realidad, algo más que un recorrido curioso acerca de la cultura y la sociedad fuera de sus límites. Que los narradores deban desentrañar las peculiaridades del comportamiento humano y hacerlo, al crear paralelismos con el mundo animal, es un truco bien concebido que sin embargo, Smiley utiliza como un substrato que le permite comprender la noción de hacia dónde se dirige la versión de la realidad que se sostiene en espacios alternativos. Perestroika conversa con un pastor Alemán sobre la predilección de su dueño por “comer trozos de pan que no podrían ser menos apetitosos y fingir deleite, sólo para sorprender a la mujer a su lado”. El perro ladra — sonríe — y de inmediato, relata los extraños sucesos en la pequeña casa en que vive. Los niños lloran, la madre grita, el padre está ausente. “Es una manada rota, pero no lo saben” pondera mientras se tiende al suelo a tomar sol. “Esa soledad de no escuchar el gemido de tus cachorros porque tu llanto es muy sonoro” insiste. Perestroika, que jamás ha visto un niño tan pequeño, no tiene otro remedio que imaginarlo, que reflexionar con cuidado sobre lo que el perro le cuenta. Al final, concluye que los seres humanos de la espléndida ciudad en la que vive “son ignorantes y frágiles por necesidad, temibles y temerosos porque carecen de esa línea de conducta pura que sólo puedes descubrir si transitas a pie los lugares que amas”.

La novela transcurre el año 2008 y París no puede ser más brillante. Es el centro de la cultura mundial, también es la puerta abierta a occidente. Es una promesa, una condición alucinante y también, el centro de todos los cambios que se suceden con tanta rapidez para resultar incomprensibles. Perestroika y los suyos no están al tanto de todas las transformaciones a su alrededor, pero si comprenden que la realidad cambia con la rapidez de todas las cosas “que en la naturaleza encuentran su curso”. Para el caballo, la evidencia tiene un sentido primario y evidente: hay una percepción del transcurrir del tiempo como fenómeno que le resulta ajeno y al mismo tiempo, es todo a su alrededor. “Siempre soy fuerte, debo correr, el sol brilla. ¿Por qué la ciudad parece distinta?” se cuestiona a medida que su dueño le lleva de un lado a otro, que puede admirar la ciudad de un lado a otro. De vuelta a su conversación con su viejo amigo el Pastor Alemán, le explica lo asombroso de la vertiginosa capacidad de París para reinventarse. “No necesita morir para renacer. O sufrir el hambre, los retortijones del dolor. Está viva, es espléndida. Es enorme, es poderosa. Es la ciudad y también, es algo más allá de todas las pequeñas cosas”. El perro, por su lado, regresa a su tópico favorito: su pequeña manada de humanos, cada vez más aturdidos y desconcertados. “Los niños lloran, pero no por pesar sino por hastío. La madre siente la angustia que cierra la garganta, pero no sabe que sólo debe entretenerlos. ¿No les dice nada el instinto?” para el perro es impensable que los seres humanos hayan dejado de escuchar lo que sea que nace y se expresa en su interior. Smiley construye la trama desde un recorrido por las pequeñas cosas, sublimadas por una mirada nueva y elevada a una nueva condición de belleza, difícil de expresar.

Perestroika nació en un circo de Moscú que apenas recuerda. Es un pura sangre esbelto y de patas poderosas, que siendo un potro llevó a cuestas a las bailarinas y artistas, hasta que el dueño le vendió y terminó en medio de un jardín radiante de París. Por supuesto, la elección del nombre no es casual: Smiley lo usa como una forma de enunciar la transición y reestructuración, de la misma forma que utiliza la visión de Perestroika del mundo nuevo para describir un período histórico de considerable fragilidad. Europa atraviesa una serie de situaciones angustiosas — protestas e incluso, un acto de terrorismo que la autora cuenta en pequeños fragmentos — que hacen que la placidez que contempla Perestroika sea apenas una dimensión de otra más cruel de las cosas. Por tanto, el brillo de París es un tanto falso. Hay sobrevivientes, exiliados, emigrados, huérfanos que se tienden junto al campo en el que Perestroika retoza con una tristeza infinita que resulta indescifrable para el caballo. Hay una notable capacidad de Smiley para relatar la tristeza desde una esfera por completo nueva, de expresar la condición de lo recién nacido y remoto a partir de la mirada inocente del animal. Para Perestroika, el viaje de Moscú a París no tiene sentido — y el lector sólo sabrá los motivos a medida que avanza en la novela — pero hay una condición pura, dulce y amable, en el tránsito de una ciudad a otra. Del clima gélido, azul y triste de Rusia, París es una fiesta, un retozo, un descubrimiento. Y hay una cualidad dolorosa en el hecho de comprender que el caballo ha pasado buena parte de su vida bajo techo, quizás sufriendo los rigores de entrenamiento violento y latigazos de sus dueños. Pero el abuso y el maltrato es parte de lo que considera normal, de modo que el relato incorpora los pequeños fragmentos de sufrimiento con cuidado y en trozos de información en apariencia desordenados. En realidad, Perestroika recuerda, pero por ahora, la transición es más importante. Tanto, como para sostener la idea del asombro sobre algo más elaborado, tenaz y construido a partir de la concepción de la metáfora sobre la bondad como parte de todas las cosas.

Por supuesto, Perestroika no tiene idea de qué hace en París — ni el lector la tendrá de inmediato — pero si, que todo depende de su belleza, su fuerza y su capacidad para complacer al amo, que le lleva de un lado a otro y se asegura que todos admiren su fortaleza. El caballo muy pronto empieza a notar las fisuras en esta ciudad toda luz, repleta de artistas solitarios, de niños que mendigan en la calle, que hombres delgados de rostro macilento. “No es una ciudad feliz, en realidad. Es más bien una gran máscara que cubre la angustia en espacios más diminutos. Perestroika “sufre del desconcierto de la inocencia” puntualiza Smiley y esa sola frase, parece resumir lo que ocurre a su alrededor. La ciudad a la que llegan inmigrantes de todos los lugares de Europa, para tratar de encontrar algo de paz, una vida tranquila o una muerte pacífica. “Tal parece que todos los hombres y mujeres de este mundo, son una colección de retazos de historias a medio contar” reflexiona Perestroika, que a diario escucha a los hombres que visitan a su dueño, sus pesares y temores. Poco a poco, la novela se hace más complicada, elaborada y también, crece en significado. La condición de la belleza y la pretensión de la cualidad del hombre, en medio de un escenario difuso y mutable, lo es todo. Y Smiley se asegura que la mirada amable e ingenua de su personaje, lo transmute en una concepción más amplia, simple y al final, dolorosamente potente.

Sin duda, Smiley toma mucho de Esopo y Jean La Fontaine, a la hora de crear a su Perestroika, tan lleno de buenas intenciones y como personaje, es curiosidad, amor y pasión en estado puro. Hay algo desconcertante en la concepción de la escritura sobre el mundo en pequeños hilos diáfanos que se entrelazan entre sí como algo más elaborado que la fábula. De la misma manera que en Squirrel Seeks Chipmunk (2010) de David Sedaris, la escritora elabora un cuidadoso recorrido por la concepción de la belleza y el caos de la vida al margen de lo humano y de las múltiples reglas del mundo de los hombres. Lo hace además con una connotación de elevada preeminencia, como si sus personajes, fueran un tránsito entre espacios mentales por completo distintos. Algo que le emparenta con The Story of Diva and Flea de Mo Willems, en la que el escritor puntualiza la cualidad del ser humano como una concepción de lo mínimo, lo que nace de las pequeñas fluctuaciones de la memoria y lo que condiciona como parte de la experiencia del hombre en cualquier época.

Para Smiley, Perestroika in Paris en un reto: no hay villanos ni un mal real al cual enfrentarse. No hay espacios limitados ni pretensiones, sólo un largo diálogo sobre la belleza del mundo desde la simplicidad y las amenazas persistentes, de lo que yace bajo toda la benigna placidez de una ciudad con toda la apariencia de un escenario de cuento de hadas. “La vida es un asunto arriesgado” dice Perestroika mientras alguien grita a su dueño que podría enviar al caballo al matadero, pero no lo hará por “compasión”. El caballo no sabe se refiere a su vida — en juego, en perspectiva — pero de saberlo, quizás lo tomaría con la bondad con que analiza el resto de las cosas: un trayecto espléndido, amable y potente hacia la condición de la hermoso por necesidad y la condición de lo potente, por lo poderoso. Una línea que une ambas cosas en medio de una sensación de irrealidad tan exquisita como frágil, a punto de estallar en medio de una reflexión dolorosa acerca de la propia existencia.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine