Crónicas de la lectora devota:
Empty Hearts de Juli Zeh.
Para la distopía, el concepto de estandarizar el pensamiento colectivo, se relaciona con un dominio absoluto por parte del poder de todo ámbito político, social y cultural. En conjunto, ambas cosas permiten difundir una única versión de la verdad y manipular al ciudadano hasta lograr un tipo de control sin fisuras sobre el que se sostiene un colosal concepto totalitario. La distopía toma esa idea y la extrapola más allá de lo obvio. La reconstruye como una amenaza perenne, un riesgo al acecho que toda versión de lo político roza con frecuencia.
En la actualidad, las posibilidades que ese nivel de control sea posible, son más altas que nunca a medida que la tecnología transforma la versión de la realidad que consumimos en una que puede sufrir alteraciones, doble lecturas y una definitiva transformación en algo más elaborado y peligroso. La realidad es el resultado de las fuerzas que la moldea, lo cotidiano, del poder que se mueve en la periferia. Sobre esta rarísima concepción acerca de la fenomenología de la masa anónima, la escritora alemana Juli Zeh, crea en la novela Empty Hearts una perspectiva inquietante sobre la identidad que se refleja sobre lo que nos rodea y lo que asumimos como cierto.
Ambiente en Alemania a varias décadas del futuro, el escenario que Zeh describe bien podría ser una dimensión inquietante de la realidad actual: el país acaba de sobrevivir a una crisis internacional de refugiados, la presión de Trump sobre el comercio Europeo y la renuncia de Angela Merkel, hechos que ocurren en simultáneo y cambian para siempre, el rostro político europeo. Pero Alemania además, debe lidiar con una crisis financiera mundial que afecta su fragilísimo sector inmobiliario y el surgimiento de un grupo político con capacidad para manipular la información. La Cruzada De Ciudadanos Preocupados se identifica a sí misma como una especie de “bastión moral” en medio de los agitados tiempos que sufre la nación, pero también, una referencia en cuanto a las “noticias confiables”. La organización con vicios de secta, tiene una rígida estructura interna y basa el control de sus creciente número de miembros en el miedo.
“Nos une la incertidumbre, como un hilo conductor que nos permite comunicarnos de maneras nuevas” dice uno de los miembros en la televisión local. Para entonces, La Cruzada De Ciudadanos Preocupados es mucho más que un partido político, un grupo moral o incluso, una asociación en busca de vencer la resistencia progresista de una Alemania que se desploma a pedazos. Zeh evita con cuidado la tentación de convertir a su organización en algo semejante a una cruzada ideológica y su conservadurismo, tiene una relación directa con una expresión de profunda fe espiritual. La Cruzada de Ciudadanos Preocupados es un recorrido por la forma en que Alemania comprende sus propios errores actuales y también, una versión grotesca de las iniciativas callejeras que insisten en volver a un “comportamiento tradicional y decoroso”, mientras la ultraderecha toma poder y voz. Zeh construye un escenario inquietante que abarca no sólo la concepción del país como un rudimentario mapa de ruta por la psiquis colectiva, sino que además, recorre un camino peculiar en la distopía: la posibilidad que el horror sea una especie de promesa de esperanza.
Para Zeh, esa lenta ponzoña bajo el tejido social es mucho más peligrosa que lo que La Cruzada de Ciudadanos Preocupados aparenta detrás de su máscara de grupo moralista. Mientras la Alemania de Empty Hearts se sacude por la destrucción de la prosperidad económica, el grupo se dedica a tambalear los escasos espacios del país aún en pie. La escribe con escalofriante detalle, la forma como la organización contribuyó al derrocamiento de Angela Merkel y logró que el legado de su gobierno, se redujera a polvo, bajo las proclamas de puños en alto que la acusan no sólo de la crisis financiera sino también, de los horrores que sacuden por completo el mapa social alemán. Desde Berlín sumido en una ola de asesinatos de odio — o eso parece sugerir el hecho que se trata sólo de hombres y mujeres refugiados — hasta los “paquetes de eficacia” que atentan contra los valores democráticos, La Cruzada de Ciudadanos Preocupados avanza con pie firme para demoler los últimos vestigios de una identidad que sucumbe al miedo y al control de la información.
En el denso recorrido de contradicciones que imagina Zeh, el ciudadano común se encuentra en mitad de una rígida red de control que no puede evitar, soslayar o ignorar. La Cruzada de Ciudadanos Preocupados termina por controlar los medios de comunicación tradicionales (los pocos que han sobrevivido a la purga moral de la organización) y ejercen un control punitivo sobre internet. Cada noticia impresa o que se incluye en una página web, pasa por un severo escrutinio y termina siendo una revisión rápida “de la verdad que puede consumir el país”, una frase que La Cruzada de Ciudadanos Preocupados utiliza para ejercer un dominio completo sobre cualquier información, dato o postura. Un año después que Merkel dimite, los alemanes se limitan a recorrer las calles de un lugar a otro para acudir al trabajo, sin mirar fuera de las ventanillas de los coches lujosos que el gobierno apoyado por la organización les ayudó a adquirir. Las oficinas y otros espacios laborales son apenas lugares de vigilancia y la vida al aire libre, está bajo el control militar, que La Cruzada de Ciudadanos Preocupados considera indispensable para sostener “la paz común”.
Poco a poco, la ciudad de Berlín termina convertido en una especie de enorme campo de control, en la que los alemanes intentan sobrevivir como pueden. “En una extraña paradoja de la historia, los ciudadanos comenzaron a recordar los peores crímenes cometidos en el pasado y a preguntarse si lo que sucedía, era obra de un algún misterioso destino de pura retribución” escribe Zeh y es evidente que el fantasma del Nazismo gravita sobre la obra, como un espectro sin nombre que la escritora maneja con una inteligente capacidad para crear paralelismos misteriosos. Mientras transcurren los meses, los berlineses terminan convertidos en rehenes de algo más grande, turbio e inexplicable. El ejercicio físico se convierte en una forma de evasión, en una religión que brinda algo parecido a un espacio individual no controlado por el gobierno y las familias, se refugian en sus casas, acosados por los incontables tentáculos de La Cruzada de Ciudadanos Preocupados. La moral es una línea que interviene en todas partes, está incluso en los lugares más inesperados como las cámaras de seguridad obligatorias dentro de los salones de las casas — “Le aseguramos que escuchamos por su bien” insiste un funcionario en un comercial televisivo — y los centros comerciales, se convierten en refugios de multitudes en busca de un momento de conversación fuera de la sempiterna vigilancia. “Sólo entre la multitud puedo hablar” murmura un personaje a otro, de pie en medio de cientos de transeúntes aturdidos que miran en todas direcciones con terror paranoico.
En medio del creciente control, el suicidio comienza a convertirse en una forma de libertad. Cientos de ciudadanos mueren cada semana, arrojándose desde tejados y ventanas de pisos altos, atiborrandose de píldoras para “la felicidad” que La Cruzada de Ciudadanos Preocupados distribuye a manos llenas y por último, arrojándose a autopistas y los rieles del subterráneo. Al final, la muerte está en todas partes, como una epidemia incontrolable que el gobierno no puede evitar, prevenir o entender. Las canciones de los niños hablan sobre la muerte, los adultos se susurran unos a otros el mejor método para morir. Un año después del “próspero gobierno moral” de Alemania, sus ciudadanos intentan encontrar una forma de escapar, incluso a través de balas, cuchillas y barbitúricos. El gobierno reacciona y aumenta las escuchas, la vigilancia personalizada, el dominio absoluto sobre la identidad pública. Pero las muertes no hacen más que aumentar. La disolución final.
En este paisaje inquietante, Britta y su esposo Richard sobreviven como pueden, a pesar que el miedo tomó el lugar de cualquier esperanza sobre el futuro que pudieran tener antes o después. “Viven sus vidas y asoman la cabeza en la arena con cuidado, en un intento de pasar desapercibidos y aliviados al lograrlo” narra la escritura con escalofriante simplicidad “Van al trabajo, llevan a su hija al colegio, tratan de sonreír en mitad del miedo, porque no se les ocurre nada mejor que hacer”. Para ambos, se trata de una especie de esforzado impulso por mantener la cordura, mientras el gobierno aumenta sus medidas de control, los periódicos se llenan de noticias felices y sus vecinos mueren por puñados cada semana. Para el matrimonio la supervivencia se encuentra vinculada directamente a su hija o mejor dicho, al hecho que intentan protegerla de la catástrofe silenciosa a su alrededor.
Pero mientras a Richard le consume un temor medroso, Britta y su colega iraquí Babak, abren una una organización para prevenir el suicidio, una iniciativa mucho más inteligente que los intentos represivos del gobierno y por lo tanto, por completo ilegal. Britta se toma en serio la misión moral de evitar la muerte de sus conciudadanos y a pesar de la amenaza de cárcel, dedica buena parte de su tiempo a la minería de datos, la creación de perfiles de internet y a la simple vigilancia. El resultado es que esta ama de casa bien intencionada tiene mucho más éxito en evitar suicidios que la maquinaria gubernamental. Para Britta, localizar y detener a posibles suicidas, se ha convertido en una misión personal y a pesar de las advertencias de Richard (aterrorizado por la posibilidad de ser descubiertos), sigue en su empeño por encontrar posibles víctimas de la desesperación.
Pero en realidad, el empeño de Britta no es de todo altruista y en realidad, tiene mucho más de pragmático. Mientras que en Alemania la sociedad se vuelve militarista y totalitaria, el mundo a su alrededor ha logrado reducir el terrorismo a lo que Zeh describe como “puñado de señores de la guerra decadente” en el Medio Oriente. Aún hay atentados — la mayoría Kamikazes — y es en esa eventualidad, la que Britta utiliza para encontrar una forma de “capitalizar la desesperación, cuando es inevitable”. Porque su método infalible para localizar suicidas tiene una dimensión aún más interesante: también le permite diagnosticar quienes se suicidarán a pesar de la ayuda que pueda ofrecerle. De modo que la alternativa, es la que permite a Britta crear un verdadero negocio de posibilidades infinitas: los suicidas irremediables pueden morir por una causa digna y además, pagan a Britta una buena cantidad de dinero por hacerlo. El resultado es una empresa siniestra, efectiva y secreta que prospera mientras Alemania se hace cada vez más pobre y caótica.
Poco a poco, la lucrativa actividad no sólo le permite a Britta y a su familia un estilo de vida de insospechada opulencia, sino que además demuestra las grietas del control de La Cruzada de Ciudadanos Preocupados. Una buena cantidad de dinero permite que las cámaras se apaguen, los micrófonos enmudezcan y los espacios privados vuelvan a serlo, por lo que la vida para Britta y Richard vuelve a ser buena. “¿Puedes creer algo semejante? Somos buenos ciudadanos alemanes” se burla ella, sentada al sol en el exclusivo gimnasio que frecuenta.
Pero por supuesto, un negocio de semejante naturaleza puede mantenerse mucho a tiempo a flote, por lo que el segundo tramo de la novela, se concentra en su caída. Y es entonces cuando Empty Hearts, encuentra su ritmo y una reflexión sobre lo moral y sus espacios grises, que resulta sorprendente e inquietante por su agudeza. A mitad de camino entre el Thriller de suspenso, la sátira y la crítica política, la novela funciona a varios niveles de reflexión cruel pero también, una forma de explorar la complicidad silenciosa de los ciudadanos con los regímenes que les aplastan o les manipulan desde el poder. Poco a poco Zeh construye un escenario cada vez más duro hasta alcanzar un final violento e impredecible que arroja al suelo todas las piezas que manejó sobre el pensamiento político, la convicción del bien y el mal como fronteras de nuestra capacidad para resistir cierto tipo de violencia y por último, el miedo. Porque Empty Hearts es un recorrido por la oscuridad interior de los sobrevivientes, pero también por la tenue y siniestra tensión a partir de lo que se esconde en la brillante superficie de la realidad. Una combinación inquietante que al final, brinda a la novela su rara capacidad para sorprender e incomodar.