Crónicas de Hécate:

El horror, lo femenino y lo misterioso en la cultura pop actual (Parte III)

Aglaia Berlutti
9 min readApr 27, 2022

(Puedes leer la parte II aquí)

Durante el último lustro, el cine de terror dirigido por mujeres, brindó una nueva mirada a lo terrorífico en la pantalla grande, que resulta asombrosa por su profundidad. No sólo se trata de la forma en que tópicos complicados como el amor, el trauma, la desazón y los vínculos familiares se analizan desde un nuevo punto de vista. También, de la dimensión que se le otorga a tópicos y tropos habituales dentro del género. El resultado es un recorrido desconocido por espacios de lo cinematográfico, que permiten dialogar con lugares del terror en los pocas veces se profundizan.

Relic (2020), la ópera prima de la directora Natalie Erika James, comienza por una desaparición. Una que, además, tiene una relación directa con lo que sea que ocurre en el centro medular del guion. Pero antes de llegar al verdadero terror, la realizadora se toma con paciencia construir un contexto y un universo de extraordinaria solidez que permite que lo que sea que vendrá se sostenga sobre un amargo contexto que desconcierta por su pulcritud. James toma la audaz decisión de no explayarse demasiado en dar explicaciones: el film es un prodigio de imaginación y cuidadoso ritmo, que convierte a la clásica casa embrujada en algo más que un lugar inquietante para mostrar la raíz misma de todos los terrores que se esconden en la oscuridad de la mente humana. Cuando Kay (Emily Mortimer) y Sam (Bella Heathcote) regresando a la casa de su disfuncional y conflictiva familia después de que la matriarca Edna (Robyn Nevin) desaparezca, una serie de sucesos terroríficos comenzarán a suceder uno tras a otro.

Pero la directora evita los lugares comunes y en lugar de prodigarse en sobresaltos a base de efectos de sonidos o giros de guion predecibles, asume la condición del miedo como una insinuación constante sobre lo que se esconde entre las sombras. Para James es mucho más significativo una palpable atmósfera terrorífica que el miedo como una idea concreta. Lo abstracto de su percepción sobre lo que asusta se traduce en largas tomas silenciosas de pasillos vacíos, el tic tac de un reloj en medio de la noche y, al final, la palpitante sensación de que la casa familiar no solo está viva, sino al acecho.

La historia de Relic se basa en las ausencias. No solo de Edna, sino de pequeñas fragmentos de información sobre el pasado y el presente que se confunden en los pasillos y salas de una casa que, en ocasiones, parece ser algo más. Pronto, la directora construye una trama en la que el silencio y una discreta mirada a la oscuridad interior lo son todo, a la vez que la cámara se convierte en un narrador poco confiable en medio de todo tipo de pequeños cataclismos que convierten al terror en un elemento inclasificable.

Con un considerable parecido a Hereditary (2018) de Ari Aster, la película profundiza en el duelo y el luto desde una perspectiva extraña: en cada escena hay la sensación de que la muerte es un anuncio y también un destino inminente que se enlaza con algo más complicado. Con solo tres personajes, la trama podría parecer sencilla o incluso esquemática, a no ser por la apropiada decisión de James de enlazar a los tres personajes hasta crear un diálogo íntimo que sostiene también una mirada hacia los pequeños horrores que les unen. Con su ritmo mesurado — que nunca lento — Relic pronto se deshace de sus primeros giros de argumentos — quizás lo más evidentes — para adentrarse en un universo complicado cada vez más espeluznante.

Para Relic, el peso de la sangre lo es todo: la película medita sobre la relación de tres mujeres que a través del tiempo se ha hecho más agria y dura. Edna es el símbolo de la vejez y la demencia — un tipo de temor en su propia escala y ámbito — , también de lo que sea que está ocurriendo en una casa que de pronto es mucho más que paredes y una historia. James analiza la percepción sobre lo oculto y lo siniestro con un fino instinto para sostener una belleza extraña, una textura argumental y visual que emparenta la película con la versión de Suspiria (2018) de Luca Guadagnino, en la que los secretos son parte de una tensión casi insoportable que se fundamenta en lo que se oculta.

Después de perderse y regresar, Edna también parece encarnar un tipo de enigma siniestro que ni su hija Kay ni su nieta Sam logran comprender del todo. El guion juega con el elemento de la demencia para lograr la percepción de una realidad dislocada e incompleta, lo que hace que los sucesos que ocurren en la casa sean de pronto tan imprecisos como inexplicables. Relic nunca deja claro si lo que muestra es la percepción de la matriarca perturbada o un juego siniestro del gato y el ratón en el que lo sobrenatural lo es todo. No se trata solo de que la casa está desmoronándose por una inexplicable corrosión interna — atención a las referencias evidentes con la Caída de la Casa Usher de Edgar Allan Poe — , sino que también que el lento proceso conduce a una serie de pequeñas pistas que apuntan a un mal sombrío e invisible que habita cada pared, habitación y esquina del lugar.

Edna se encuentra más desorientada y confundida que nunca: las escenas con las que James muestra su caída en la locura desconciertan por su pulcro sentido del absurdo y una dolorosa compasión. No obstante, también utiliza el recurso para insinuar que la locura de la abuela es mucho más de lo que parece a simple vista.

¿Se trata del pasado siniestro de la casa? ¿La reliquia que cuelga de una de las puertas? ¿La insinuación de algo más elaborado, temible y angustioso que se esconde en las raíces mismas de la casa? Relic avanza con un ritmo tenebroso en una trama de terror que se hace cada vez más dura y asfixiante. El guion es lo suficientemente ambicioso como para sustentarse sobre las preguntas que no se responden — algunas no se responden nunca — y aun así, tiene el suficiente tiempo para plantearse cuestiones importantes sobre la realidad, lo cotidiano y lo sobrenatural.

De hecho, uno de los mayores logros de la película es lograr crear una noción alrededor del dolor tan creíble como sincera. Lo paranormal puede o no ser evidente, pero el sufrimiento de Edna — la locura en todas sus dimensiones — es tan poderoso como para encarnar un horror en sí mismo. James crea una visión contemporánea de la habitual casa que siente — a la manera de Shirley Jackson en Hill House — y además, le brinda un giro aterrador que tiene una inmediata relación los terrores invisibles que forman parte de la psiquis humana. En conjunto, la película logra unir temas en apariencia disímiles para sostener una poderosa versión del mal y lo siniestro, que asombra por su sutileza y sofisticación.

En la oscuridad vive el horror

En Amulet (2020) de Romola Garai, todo ocurre en silencio. Incluso la precisa escena en la que Tomaz (Alec Secăreanu) comete el error de apropiarse de una pequeña figura que no imagina es la puerta abierta entre el bien, el mal y algo más amargo. Garai utiliza la ausencia del sonido como punto de acento, pero también para crear una atmósfera contenida que, al final, será la manera en que el cuidado guion (también obra de Garai) describirá la oscuridad que yace bajo el plácido escenario que muestra en cámara. En Amulet, los secretos son peligrosos, a menudo mortales y, al final, un juego de espejos inquietante acerca de lo que se oculta en lo inconfesable.

Por supuesto, como toda película de objetos malignos, diabólicos, poseídos, mágicos o directamente peligrosos que se precie, el misterio radica en esta figura atemporal con aspecto antropomórfico y levemente femenina a la que rodea la amenaza, pero también una serie de símbolos asociados a la mujer que se despliegan alrededor de la película como hilos venenosos. Después de todo, hay algo sin duda tenebroso en el lugar que acoge a Tomaz como refugiado, en el que monjas de aspecto severo le observan desde las sombras.

También lo hay en esa pareja improbable de madre e hija, en las que palpita el aire indefinible de la víctima gótica. Pero, en realidad, nada es lo que parece en este recorrido de pulso impecable por algo más temible, que podría buscar venganza pero, en verdad, está más relacionado con un poder inquieto bajo las sombras. Y todo comienza, claro, cuando Tomaz decide tocar la tierra rica y oscura a sus pies, vulnerar el espacio seguro, violar a la diosa más antigua de todas. El simbolismo es obvio: desde las primeras secuencias que muestran el misterio aparejado al bosque interminable, oscuro e inquietante, tan parecido a la visión de Dario Argento sobre la fábula macabra, hasta la doble vía de la narración en paralelo, Romola Garai intenta mostrar que cada imagen en su película tiene un trasfondo de pura amenaza. Tomaz lo atraviesa todo — el tiempo, su historia — para llegar a un lugar misterioso y, como cuento siniestro que es el suyo, encontrará refugio en un lugar en apariencia pacífico pero que, en realidad, es la fachada para algo que supera a todos los que están quizá atrapados o confinados detrás de las paredes de una casa tan extraña como magnífica en su pétrea oscuridad.

La cualidad de refugiado hace de Tomaz un personaje más inquietante, más vinculado con el miedo, el tiempo y el trasfondo de lo enigmático. No pertenece a ningún lugar, no está en ninguna parte. No forma parte de nada. Para comenzar esta historia de terror, Tomaz busca un lugar al cual pertenecer. Y justo en esa concepción del miedo, relacionado con los espacios que en apariencia ofrecen seguridad y, en verdad, solo atrapan, se basa esta magnífica película que brinda tributo, no solo a la casa habitada por algo inexplicable, sino también a las criaturas temibles que habitan bajo los rostros humanos. Todos llevan máscara en Amulet, todos están sometidos al arbitrio del miedo y la desazón pero, en realidad, esta historia que pondera sobre la maldad y las relaciones de poder es una trampa abierta que solo espera ser activada.

Para eso, necesita una víctima y, como una flor venenosa, el guion de Amulet se abre en todas direcciones para atrapar, cuestionar y, al final, sacudir al espectador. Garai utiliza la cámara para subvertir el tamaño, la forma y la importancia de los espacios y, al tiempo, para hacerse preguntas acerca de los, en apariencia, plácidos rostros de sus personajes. Lo hace además con una eficacia cuidada y condensada en la percepción de lo diminuto. En medio del ominoso silencio, la casa que acoge a Tomaz se hace cada vez más claustrofóbica, violenta, dura. Y los monstruos que acechan, más violentos en su sencillez. Al final, la tensión se hace insoportable, dolorosa, pero siempre discreta. Romola Garai cuida los espacios que ha creado pero, en especial, la atmósfera irrespirable y violenta que se hace por minutos cada vez más ponzoñosa.

Y, por supuesto, todo se vuelve más extraño e inexplicable una vez que Tomaz se vincula con la casa y sus habitantes, al desenterrar la estatuilla y desatar un tipo de terror que Garai no tiene interés de explicar de inmediato. El tiempo y la realidad misma parecen ondular a su alrededor, hacerse otro espacio inexplicable, a la vez que la película entera toma un aire onírico. ¿Se trata de una pesadilla? ¿Tomaz sufre de algún tipo de trastorno traumático? No es obvio; tampoco son preguntas inmediatas que el argumento plantea pero, al final, todo se relaciona con la idea de la percepción de la realidad.

Cuando una amable religiosa, de nombre, Claire (Imelda Staunton, como siempre, creando personajes extraordinarios con muy poco), le acoge para protegerle, la gran pregunta de la audiencia es si todo lo que ha visto hasta ahora, si cada paso extraño y circular del argumento es real. Pero la historia sigue adelante para mostrar a la delicada y trágica Magda (Carla Juri), la madre que cuida y, en especial, a lo que Tomaz deberá enfrentar sin saberlo.

El guion de Romola Garai toma decisiones inteligentes para contar la historia y recurre a cierto paralelismo narrativo, de forma que, en la segunda mitad de la película, ya tenemos la suficiente información sobre Tomaz para saber lo que vendrá. O al menos esperar que suceda. Mientras tanto, la cámara mira hacia arriba, se estrecha, la oscuridad se hace sofocante. El ojo del espectador lucha por desentrañar el misterio y, al mismo tiempo, por entender su trasfondo, el dolor que se enlaza con la vida de Tomaz, Magda y la orden de religiosas en apariencia inofensivas que habitan esta casa misteriosa, este espacio sin sonidos, el misterio que yace en lo invisible. La estatuilla que lo une todo.

Amulet es el debut en el largometraje de Garai y es extraordinario, a pesar de que las últimas secuencias tienen algunos puntos flojos que desmerecen pero no empañan el resultado en conjunto. La actriz convertida en directora crea una mitología audaz, poderosa y tétrica que funciona como un reloj y que anuncia que hay que esperar mucho de esta realizadora, con especial predilección por la justicia poética salpicada de sangre. Toda una fábula inquietante en la que, al final, el objeto terrorífico es, sin duda, una pieza exótica en un planteamiento más directo y audaz.

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Aglaia Berlutti
Aglaia Berlutti

Written by Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine

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