Crónicas oscuras:

Lo que se esconde en las sombras infantiles (Parte III)

Aglaia Berlutti
11 min readNov 4, 2020

(Puedes leer la parte II aquí)

El niño travieso de la literatura.

En una ocasión, le preguntaron a Roald Dahl cual era la historia más divertida que recordaba y el escritor no dudo en responder: “cualquiera de mi infancia”, lo que sin duda podría resumir la forma en que el escritor comprendía el origen de su obra. Dahl fue quizás el personaje más intrigante de todo su complejo y extravagante mundo de fantasía. Uno travieso pero sobre todo, audaz que comprendió que la infancia es mucho más intrigante que una simple narración de fantasía. Tal vez por ese motivo, escribió libros que hablaban de la niñez desde un punto de vista por completo nuevo y construyó una perspectiva original sobre la manera de pensar de los niños, lo que revolucionó el género desde sus cimientos. Porque Dahl, niño eterno, provocador y muy consciente de lo que la infancia puede ser, brindó a la literatura infantil un nuevo reflejo desde el cual pudo comprenderse y reflexionar sobre los elementos que la cimientan. Una visión idílica pero también extrañamente realista, a mitad de camino entre la reflexión y la alegoría.

No obstante, el Dahl niño no disfrutó de una infancia cómoda: tenía cuatro años cuando padre murió, lo que obligó a su madre a viajar a Inglaterra, donde moriría también dos años después. La temprana orfandad hizo que Dahl tuviera que crecer mucho más rápido y además, le brindó una visión y un punto de vista sobre el dolor y el sufrimiento joven muy profunda. Una percepción que se refleja en su extraño sentido de la lealtad y la belleza que forma parte de sus historias. El escritor reconstruyó su infancia a través de sus obras: supo comprender con mucha más claridad el asombro y las heridas de la niñez — y su repercusión en el mundo adulto — que cualquier otro escritor del género.

Tal vez allí reside el éxito de sus libros: Dahl escribía para niños y lo hacia desde la óptica de los niños. Irreverente e irritante, llegó a decir que la llave de su éxito era “conspirar con los niños contra los adultos”. En una entrevista que fue publicada por el periódico Independent en el año 1990, Dahl admitía que sus libros no estaban dirigidos bajo ningún aspecto y bajo ningún motivo a “los ancianos, los que ya olvidaron la magia, los que no sonríen al bromear”. Y que de hecho, el mundo adulto debía tratar de comprender — en la medida en que se lo permitiera su arrogancia — ese otro universo magnifico y desconcertante que había abandonado hacia tanto tiempo. En una de sus habituales frases desconcertantes, insistió que “Puede ser una fórmula simplista, pero funciona. Los padres y los maestros son el enemigo”. Una idea que parece resumir el cariz de su obra y también esa partícularisima capacidad de Dahl para sorprender e incluso desconcertar a través de sus formidables historias.

Dahl sabía que crear y construir historias era una manera de mirarse así mismo. Y lo hizo lo mejor que pudo: no sólo a través de sus obras sino del hecho, que vivió su vida como si tratara de una singular y divertida puesta en escena. El escritor disfrutaba de sus rarezas y con toda seguridad, de ese elemento levemente asombroso que formaba parte de todos los elementos de su vida. Como el pisapapeles hecho con la cabeza del hueso que los cirujanos le extrajeron luego de un accidente o su extraña relación con Patricia Neal, con quien compartía larguísimas cartas y conversaciones estrafalarias de las que nacieron sus primeros libros. O ese amor a lo macabro que parece formar parte de todas sus historias y que sin duda, crea y construye una reflexión sobre la niñez más cerca de lo inquietante que de lo conmovedor. Dahl, reaccionario, visceral pero muy consciente del poder de sus relatos, jamás suavizó lo sardónico, lo levemente cínico de sus historias. Eso, a pesar de que sus libros recibieron tantas críticas como halagos y que un sector reaccionario no dudo en acusar a sus relatos de antisociales, brutales y antifeministas. A estas críticas, Dahl respondía así: “Nunca recibo protestas de los niños”.

Con toda seguridad, por ese motivo Matilda se convirtió no solamente en el que llamó “su libro favorito” sino también el que mejor resumía su desconfianza por el mundo adulto. Con un extraordinario sentido del humor, una historia bien planteada y con su entrañable personaje central, Dahl logró conseguir crear un mundo en que el poder de la imaginación va más allá de las hojas de un libro. Matilda, como personaje, refleja al Dahl niño huérfano y superdotado, su mirada elocuente y un poco sorprendida sobre la crueldad que habita más allá de la frontera de la pretendida inocencia infantil. Desconfiado, transgresor y sobre todo, con una sutil crueldad que suele asombrar en sus historias, Dahl logró en Matilda crear un paisaje minucioso sobre los temores y esperanzas de los niños, pero también ese enfrentamiento constante entre la realidad y la fantasía. Matilda es sin duda el mayor triunfo del escritor: Una combinación de un espíritu sagaz y complicado pero también, una niña exquisita que mira el mundo con ojos redondos de asombro.

Porque la Matilda de Dahl es real en su inocencia y candor, pero sobre todo en audacia: no hay nada en ella que parezca no formar parte de las opiniones de su padre en tinta. La historia, con toda seguridad concebida para burlarse de la escolaridad, los ritmos y pautas de la disciplina de los adultos y subvertir el orden de lo que se considera evidente, construye una visión inquietante sobre lo que la niñez puede ser. Reinterpretada y concebida como una idea que sobrepasa los elementos tradicionales de las historias para niños y construye algo novedoso y desconcertante. Los diálogos y reflexiones de la obra se nutren de esa irreverencia insistente de Dahl y de lo que parece ser su certeza que los adultos no sólo son el enemigo a vencer, sino que además, debe ser vencido. Matilda, poderosa y sobre todo, maravillosamente inocente, consigue atravesar con buen pie un trayecto lleno de dificultades y encontrar una manera de mirarse así misma como heroína, en lugar de víctima. Dahl, con un pulso narrativo que impresiona por su precisión, no deja cabo suelto y construye en la historia un arco argumental que sostiene esta visión periférica de la niñez a mitad de camino entre el dolor y la angustia. La belleza y lo conmovedor, pero sobre todo, lo sorprendente y lo humorístico.

Sin duda, uno de los grandes triunfos de Dahl es precisamente eso: el hecho que la risa forme parte primordial de sus historias. A diferencia de otros grandes autores, Dahl crea a través del humor un pulso narrativo que hace a sus historias ricas en matices, extrañamente hilarantes a pesar que la mayoría de las veces, la risa parece conducir directamente a una idea macabra. Un pequeño desvío que Dahl logra construir con una sutileza admirable y que no sólo eso, asume como parte de lo elemental que sostiene sus ideas literarias. Dahl, convencido del poder de lo humorístico y lo satírico, lo utiliza con tino y buen gusto. Desde juegos de palabras, hasta diálogos ingeniosos, Dahl logra construir un universo donde la capacidad para reír puede ser la frontera entre el error y lo hermoso. Incluso creando maravillosas escenas de subtexto que bordean la crítica soterrada. Como cuando Matilda insiste en que Las crónicas de Narnia: “Es un libro muy bueno, pero le falta humor. A los niños nos gusta que nos hagan reír”. Una mirada audaz y de nuevo perspicaz sobre la infancia, la ternura y la capacidad para comprenderse así misma.

Sin duda Matilda es la síntesis de la percepción del escritor sobre esa dimensión paralela donde habita la niñez, sus vicisitudes y pequeños dolores. Esa mirada entre lo absurdo y lo sensible, la crítica profunda y con toda seguridad, una visión traviesa sobre el ámbito de las cosas reales e irreales que construyen la Infancia. Como buen niño adulto — y sobre todo, como buen provocador convencido — Dahl supo dotar a Matilda de vida y también, de esa capacidad para provocar la reflexión, intima e inevitable sobre quienes somos — fuimos — y lo que resulta aún más intrigante, como comprendemos aún a ese niño secreto que continúa viviendo en alguna parte de nuestro espíritu.

El poder de lo tenebroso.

Neil Gaiman suele decir que es imposible definirle. Y ya lo sabrá este autor, camaleónico, furiosamente original, si tiene razón. Después de todo, Gaiman ha pasado gran parte de su vida adulta creando mundos y construyendo toda una nueva percepción de la literatura juvenil con una pasión que sorprende a propios y extraños. Desde mitologías y cuentos de hadas reinventados para un público contemporáneo, largas disertaciones filosóficas sobre el mundo infantil e incluso, toda una nueva percepción sobre el miedo, el terror y la belleza, Gaiman sentó las bases para construir un Universo a la medida de su fértil imaginación y también, de esa sensibilidad suya que hace todas sus obras únicas.

Porque el escritor no sólo es un soñador por convicción, sino un escritor que se toma la escritura muy en serio. Tanto, como para no darse un respiro en casi veinte años de carrera literaria: no sólo se trata de la múltiple variedad de su talento sino además, de la capacidad de Gaiman para transformarse y construir nuevas experiencias creativas con enorme facilidad. De escritor de cómic (creador del magnifico y aclamado Sadman) Gaiman recorrió un largo trecho para convertirse en un reputado escritor de novela fantástica juvenil e infantil, géneros complicados y sobre todo, con un público especialmente exigente. Pero Gaiman, soñador pero a la vez, insólitamente pragmático, sabe como hablar a esa generación díscola educada frente a las pantallas de la televisión y de cine, tan abrumada de imágenes e historias, que podría resultar insensible a la literatura. Pero el escritor, con una capacidad para asombrar que llega a desconcertar y que maneja una mitología propia, no sólo lo logra sino que además, construye una visión sobre la infancia tan insólita que resulta inolvidable. Una y otra vez, el escritor construye un mundo a la medida de su prolífica imaginación y lo dota de una personalidad evidente. Nada es casual en las historias de Gaiman y ese ese empeño del escritor en lo bello, lo levemente macabro y lo intrigante, la raíz misma de su capacidad para cautivar.

Eso, a pesar que Gaiman no considera que escriba para niños, sino para “espíritus libres y curiosos”. Lo hace sin prisas, a un ritmo que sus editores confiesan a menudo puede llegar a impacientar, pero creando hilo a hilo, un tapiz fantástico que parece completarse entre sí. Porque lo suyo es crear “puntas de Iceberg” o así lo confesó en una entrevista a un diario Inglés: “Mis historias son así. Solo se les ve la cumbre. Pero hay mucho más bajo las aguas”. Tanto, como para que las tramas y subtramas parezcan mezclarse entre sí para crear a su vez, otras tantas visiones sobre lo fantástico y lo temible que se sustentan en ese metamensaje constante de Gaiman sobre la multiplicidad de ideas que sostienen la imaginación. Gaiman experimenta, avanza, especula, innova, comete la osadía de contradecirse así mismos. En el vasto universo de Gaiman hay espacio para todas las reflexiones sobre la fantasía: Videojuegos (Wayward manor), cómics (Sandman, Orquídea negra), novelas (El océano al final del camino), libros infantiles (El galáctico, pirático y alienígena viaje de mi padre) y también películas (Coraline, Beowulf). El escritor no sólo parece incansable, sino además, consciente del poder extraordinario de su imaginación. Y su entusiasmo es contagioso: Según el blog especializado de literatura fantástica Wertzone, hace seis años alcanzó más de 40 millones de libros vendidos en el mundo y también, fue un nombre recurrente en la lista de best seller de The New York Times con varias de sus novelas.

Quizás por todos esos motivos, el libro Coraline fue un éxito instantáneo y una aproximación por completo nueva a esa noción del misterio infantil — los submundos y pequeños terrores ocultos en el filo de la imaginación — que Gaiman construye con tanta precisión. Porque Coraline es un libro para niños pero no es un libro infantil. Es de hecho, una historia casi adulta, en sus planteamientos, referencias, personajes y atmósfera. Pero aún así, conserva una cierta inocencia ineludible: La visión argumental de Gaiman retoma los elementos tradicionales de la literatura para niños, pero creando algo totalmente nuevo. La historia se sostiene sobre su propia lógica, una inquietante perspectiva de lo real y lo irreal que hace que el lector recorra caminos inexplorados en cada lectura. Tal vez se deba a Gaiman brinda a su narración una novedosa visión de lo siniestro, gracias a la evidentes referencias mitológicas inglesas, usadas antes por Gorey o Burton o tan solo que Coraline se niega a ser un argumento sencillo: utiliza lo aparente y la metáfora como un interminable juego de espejos, cada vez más complicado y sutil hasta crear una perspectiva de la fantasía, el miedo y el mundo onírico que describe con extraordinario detalle.

Resulta inevitable, crear paralelismos entre Coraline y Alicia en el país de las Maravillas de Lewis Carroll. Hay una atmósfera inquietante y mágica que remite inmediatamente al universo creado por el segundo: la misma visión idílica de la niñez y más allá, el trasfondo mórbido, casi retorcido, deslizándose casi invisible en la historia. Como reinterpretaciones de una visión esencial de lo infantil, lo extraño y lo misterioso, ambas narraciones parecen intentar mirar la ingenuidad del niño desde otro ángulo, asumirlo como parte de esa idea ambivalente y siempre en transformación de lo que consideramos real. Y quizás el triunfo de Coraline sea justamente ese: Brindar una perspectiva esencialmente novedosa a un historia que se ha contado muchas veces.

Como narración, Coraline sorprende además porque su autor logra captar de una manera muy realista esa voz interior del niño, más allá de la percepción del adulto. Un error común en la literatura infantil, es esa voz del niño excesivamente dura, formal. O en otras ocasiones, carente de la sencillez — nunca simplicidad — de la visión infantil. Quizás se deba a que Gaiman, padre de tres, dedicó especial atención a captar ese mundo disparejo y extrañamente sutil de la infancia o quizás, solo lo recordó. En una entrevista al respecto de la publicación del libro, el autor explicaba: “Recuerdo que cuando era un crío leí algunos libros, escritos por adultos, acerca de la niñez o desde la perspectiva de un niño. Y al leerlos pensaba: ¿Por qué no se acuerdan? No hace tanto que esta gente tenía ocho o diez años, no pueden tener más de cincuenta… Son sólo cuarenta. ¿cómo es que se han olvidado?” Así que no resulta sorprendente el cuidado a esa voz interior de su personaje, tal vez por el hecho que el autor renuncia desde el principio a entrar en la mente de una niña. Y es que quizás uno de los mayores aciertos del libro, sea esa respetuosa y sutil tercera persona desde la cual se narra la historia, contando la perspectiva de Coraline, pero jamás analizando sus pensamientos, ni tampoco dándole un cariz adulto. Hay una exquisita distancia entre la pluma del autor — y su opinión sobre el mundo de Coraline, sobre sus vivencias — y el niño lector de cualquier edad que construye la historia en su imaginación.

Neil Gaiman es escritor prolífico, eso nadie lo duda. No obstante, Coraline parece ser una nueva prueba a su talento, a esa capacidad suya de reconstruir conceptos viejos en visiones totalmente nuevas. Más aún, esa necesidad del autor de construir insólitas perspectivas de lo evidente, de comenzar otra vez a contar una historia vieja desde un ángulo desconocido. Y es sin duda, ese elemento novedoso lo que hace a Coraline, una sorpresa dentro del genero para niños: es una historia de terror, pero también es un libro infantil, y también es una historia que tal vez, no pueda definirse a primera vista. El terror parece mezclarse con la inocencia, con un cierto sentido del humor melodramático que roza lo espeluznante sin serlo. Al final, Coraline deja al lector la sensación de recorrer un mundo inquietante pero tan hermoso que el recuerdo se hace perdurable mucho después de haber leído la última palabra, ese pequeño prodigio que solo un buen libro puede conseguir.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine