Crónicas de los hijos de Apollo.

Contar la vida como un cuento singular. (Parte II)

Aglaia Berlutti
7 min readJan 12, 2021

(Puedes leer la parte I aquí)

Ese hombre tan extraño e incomprensible.

Gustave Flaubert nunca tuvo hijos por una razón concisa: consideraba moralmente reprochable traer al mundo niños, en medio de un caos como el que se vivía en su época. Por supuesto, a la distancia se trata de una mirada a la vida colectiva que tiene relación no sólo con las penurias civiles y los enfrentamientos bélicos que recorrían Europa, sino de una postura filosófica que abarcaba la mirada del escritor sobre la realidad. Flaubert estaba convencido que la natalidad — la maternidad, en especial — era una concurrencia de errores colectivos cometidos desde un pasado remoto.

Con frecuencia, el escritor solía insistir que el hecho de engendrar y más tarde, formar familias numerosas terminaría por ser un problema “que el mundo civilizado tendría que afrontar antes o después”. De hecho, tan convencido estaba sobre el tema, que reflexionó de forma tácita sobre los rigores del matrimonio y el miedo al futuro incierto en cada una de sus novelas, en un intento de “dejar testimonio” que había una ruptura en la forma de concebir las relaciones — sentimentales y de poder — en la convulsa época que le tocó vivir.

Pero en realidad, Flaubert estaba insatisfecho con todo y con todos. Sus amigos le describirían después como un hombre nervioso, que necesitaba una cuidadosa contención para evitar estallar en ira o en grandes períodos de depresión angustiosa. Incluso, su largo romance con la poeta Louise Colet — que estaba casada y jamás pensó en abandonar el hogar por el escritor — se convirtió en una fuente de amargura constante, cuando ambos habían “convenido en justo lo contrario”. Para Flaubert, Louise era la cumbre de un cierto tipo de liberación melancólica de los dolores del amor y para ella, el escritor era un hombre brillante, pero “limitado a sus obsesiones”. Aun así, vivieron un largo romance, que incluyó además el proceso de creación de Madame Bovary, que Flaubert describió a Colet en largas y detalladas cartas. De hecho, buena parte de la información que en la actualidad se tiene acerca de cómo Flaubert creó y analizó a la mujer y al entorno del matrimonio — que desconocía — proviene de las cartas que intercambiaba con su amante.

Colet, aunque no estaba dispuesta a dejar a su marido por el escritor, si se sentía estimulada y asombrada por su capacidad “para escribir sobre la naturaleza de los hombres y las mujeres, desde una delicadeza tan esencial que solo puede conmover” A su vez, Flaubert escuchaba con atención los consejos de la poeta y ponía especial interés en crear un personaje en que el llamado “misterio femenino”, fuera sustituido por las cuitas y las preocupaciones de una mujer real, que debe enfrentar un matrimonio sin amor y al final, el patético sufrimiento del desencanto.

Poco a poco, Madame Bovary comenzó a tomar forma: Emma Bovary pasó de ser una heroína abrumada por la frustración, a otra, agobiada por el tedio de una vida corriente. La connotación de pérdida y desilusión que Flaubert describía en su obra era tan poderosa, que poco a poco, comprendió que la novela era algo más que una trágica historia de desengaño sobre lo doméstico. Y fue entonces quizás, que la concepción del matrimonio como un fracaso social, se hizo dura que nunca. También, la dureza de las cartas entre los amantes, que comenzaron una interminable discusión sobre el amor, sus pequeños dolores y la percepción de la pérdida. Para Colet, la novela de Flaubert era una burla, una mirada satírica sobre el matrimonio, en especial en una época en que para muchas mujeres era inevitable asegurarse un porvenir del brazo de un buen candidato. Colet no podía comprender la forma amarga, cruda y desprovista de todo romanticismo como Flaubert narraba el matrimonio y la vida cuando finalmente, la adultez se anteponía a la ilusión del amor romántico. Y Por supuesto, Colet no se tomó bien una narración en que comenzó a reconocerse y más de un biógrafo insiste, que esa fue la fisura entre los amantes.

Hay cartas enteras en la que Colet exige a Flaubert cambiar tal o cual detalle de la obra. En especial, a medida que la historia es mucho más elaborada y se relaciona con confidencias que la poeta le había hecho, antes o después. Para ambos, la escritura de Madame Bovary se convirtió en un tránsito doloroso por una toma de conciencia de su lugar en el mundo. Mientras Flaubert comprendió que era muy probable jamás pudiera llevar adelante una relación amorosa con una mujer, Colet tuvo que lidiar con la realidad del matrimonio como algo más, que una necesidad social. Las últimas cartas entre ambos se volvieron enfrentamientos y una furiosa mirada hacia el temor por el futuro. La concepción de Flaubert sobre lo moral fue mezclándose con su natural sentido de la derrota ética. Emma Bovary ya no luchaba contra el amor, el tedio, los sentimientos encontrados. Lo hacía contra sí, con los espacios cerrados y abominables de su incapacidad para escapar a su derrota emocional e intelectual. Era una mujer inculta, atada a un marido indiferente y afable, con amantes que la contemplaban desde la distancia poco amable del desconcierto. Para cuando Flaubert terminó de crear un universo tan doloroso y realista sobre el amor, Colet envió la última carta y rompió todo vínculo con el escritor.

Pero aunque el romance había terminado, tanto uno como el otro siguieron utilizando el vinculo que les unió para algo más elaborado. En tanto Flaubert continuó depurando el argumento de su novela, Colet escribió una mordaz burla a los amantes “despechados, asediados por la vejez y sin nada qué decir más que quejas” que tituló Lui y en la que sin duda, trataba de difamar a Flaubert. Fue una batalla de voluntades que al final, dejó al escritor más convencido que nunca que el amor era una trampa peligrosa, construida para soslayar el sin sentido de la existencia y en general, el hecho que la cultura sólo se sostenía de una serie de percepciones poco claras sobre el miedo al vacío. Por supuesto, Flaubert no lo miraba desde esa perspectiva, sino que asumió que su postura moral contra la posibilidad de ser padre — que incluía el matrimonio, el tiempo y el transcurrir de la historia personal — como un tránsito accidentado hacia la incertidumbre. Para Flaubert, la vida era una colección de fragmentos sin forma sobre algo más elaborado que como escritor, tenía la intención de unir, revestir de significado y construir a partir de un mapa emocional desigual. Emma Bovary era todo lo que un escritor podía desear para expresar ideas de semejante complejidad, pero también revestía un riesgo: que fuera un conjunto de dolores sin mayor trascendencia.

La idea atormentó a Flaubert durante todo su proceso de escritura, antes y después que Colet saliera de ella. Era un escritor puntilloso, tan perfeccionista que terminó por obsesionarse con su trabajo a un nivel enfermizo. Y aunque nunca fue prolífico en notas, artículos y ensayos, comenzar a escribir novelas fue un recorrido por su necesidad desesperada de perfección. Sólo publicó doce novelas en cuarenta años. Y aunque jamás se arrepintió de lo que llamaba “su método para la comprensión”, si admitió en varias oportunidades que quizás, desprenderse su arduo método de trabajo le habría permitido escribir mucho más o al menos, desarrollar varias ideas en paralelo. Sobre todo, luego que Madame Bovary le convirtiera en un hombre que pudiera haber aspirado a un tipo de popularidad literaria extraña para su tiempo, Flaubert no se rindió a las mieles del triunfo entre iguales y continuó obsesionado por la perfección. “¿Y qué es la perfección? nada que no sea la palabra correcta” escribió a uno de sus amigos, cuando este le preguntó porque sus obras tardaban tanto en llegar a la mesa del editor.

Flaubert estaba obsesionado con el idioma. Tanto, como para que le llevara una semana entera completar una página. Se negaba a avanzar, hasta que cada frase y página expresaban con exactitud lo que imaginaba. “En el realismo, cada detalle es importante” insistió en una oportunidad a Colet, que se burlaba de su trabajo cuidadoso. Era la época en que las publicaciones abundaban y buena parte de los autores se dedicaban al oficio en panfletos, periódicos y cuentos cortos para mantener interesado a sus lectores mientras se creaba una obra mayor. Pero Flaubert se negó en todas las oportunidades que pudo a algo semejante. Escribía con trabajoso cuidado, uno tan pulcro y en ocasiones con tan obsesiva atención a los detalles, que podía enviar un manuscrito al fuego de encontrar una frase que no satisficiera su perfeccionismo.

Eso, mientras a su alrededor la competencia descarnada entre escritores se hacía cada vez más notoria, Colet le dedicaba un libro procaz y lidiaba con un violento cuadro de epilepsia. El escritor sufrió el primer ataque en 1845 y fue de naturaleza tan violenta, que por días, apenas pudo moverse de la cama. Los ataques se repitieron con regularidad a partir de entonces y el escritor, procuró mantenerlos en secreto. Por la época, la enfermedad se consideraba de borrachos, prostitutas y clases bajas, por lo que Flaubert temía que su obra futura — en la que ya pensaba con insistencia — pudiera verse afectada por su salud. Por si todo lo anterior no fuera suficiente, mientras intentaba luchar contra su debilidad física, con la necesidad de escribir y publicar, además de lidiar con una Francia cada vez más complicada, el mundo tal y como lo conocía se desmoronó. En 1846, su padre y su hermana murieron con apenas meses de diferencia, lo que aumentó sus problemas de salud, hizo aun más frágil su estabilidad mental y le llevó a abandonar la escuela de Leyes, que ya no podía costearse ni le interesaba en ninguna forma intelectual. Para 1847, Flaubert estaba al borde de algo inimaginable para un hombre que consideraba el orden como parte esencial de su vida: la disolución total de cada cosa y elemento que le sostenía. En 1848 sufrió un ataque de epilepsia en plena calle, estuvo varios días inconsciente y terminó en un hospital público. En 1849 abandonó cualquier otra cosa para dedicarse a escribir. “Puedo morir y no habrá nada sobre mí” escribió ese año. Después confesaría estar aterrado, aplastado, abrumado y desconcertado por la finitud de la existencia humana.

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Aglaia Berlutti
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Written by Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine

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