Crónicas de las hijas de Hera

Las mujeres que se miran para analizar la mirada sobre ellas (Parte III)

Aglaia Berlutti
10 min readJun 29, 2022

(Puedes leer la parte II aquí)

El género gótico levantó escándalos y la mayoría de las veces apasionados debates sobre su existencia, sobre todo por la evidente relación de las fórmulas literarias de construcción literaria con cierto ámbito cercano a la lujuria. Claro está, el gótico permite y abre la posibilidad de una cierta posibilidad de la explotación de la figura femenina — como víctima y heroína — pero también, crea una definitiva mirada hacia la noción del deseo firmemente enraizado en el miedo y algo mucho más profundo. Fue el Marqués de Sade el primero en crear una historia gótica directamente erótica con Justine pero también, el primero en asumir que las convenciones del género estaban directamente relacionadas con una profunda mirada sobre el absurdo y lo reiterativo del sufrimiento beato.

Para Sade (convencido de la necesidad de destruir cualquier idea social que pudiera asumirse como algo más que una percepción lógica sobre el deseo), Justine fue una gran burla demoníaca no sólo al género gótico, sino a la idea de lo sexual. Después de todo, su personaje es una mujer angelical sometida a todo tipo de torturas sexuales, pero que también es capaz de invocar glorias divinas en mitad de todo tipo de tropelías de carácter erótico. Para el género gótico, las novelas de Sade fueron una percepción inmediata sobre el bien y el mal, pero sobre todo, los límites de lo socialmente aceptable convertido en algo más escabroso.

Las bases teóricas del género gótico nunca incluyeron lo erótico y la belleza siniestra, a pesar que durante buena parte del siglo XIX, se discutió el hecho que ambos elementos parecían relacionados directamente con el género. Según el escritor Edmund Burke “todo aquello que de alguna manera contribuya a excitar las ideas del dolor, es decir, todo aquello que resulte terrible de algún modo… es fuente de lo sublime”. Todo lo sublime es bello, pero no todo lo bello es sublime.

Para Burke, el horror surge de lo sublime. Para el escritor — profundamente obsesionado con las visiones de lo bello y lo aterrorizante bajo una misma idea — lo bello (como una mujer virgen, delicada y frágil) puede contraponerse de manera estética y lineal, con lo aterrador, lo que crea una percepción de lo terrible como parte de una idea profundamente humana sobre lo deseable. Tal vez, los razonamientos de Burke, puedan definir mejor que otra cosa a la figura central de toda novela gótica: el Antihéroe del género se encuentra en plena contradicción, pero sobre todo, en mitad de la noción entre lo beatificó y lo demoníaco. Se trata de una figura controvertida que se analiza desde esa versión de lo maligno nacido del sufrimiento, lo que otorga un lustre clásico y extrañamente doloroso.

La teoría de Burke acerca del bien y el mal sublime, podría brindarle un profundo substrato a la novela la novela Mandíbula de Mónica Ojeda. Si no estuviera cargada de un profundo horror y sobre todo, un recorrido durísimo por la compleja crueldad de la naturaleza humana, la narración sería con toda seguridad, una fábula sobre la vida, el desarraigo y la soledad. Un cuento de hadas a gran escala, con todo tipo de símbolos primitivos sobre los estados del ser y sus diferentes versiones. Pero Ojeda no se prodiga en exceso con temas existencialistas comunes y toma la sabia decisión de convertir el enrarecido ambiente de un colegio elitesco, en un micro universo en que el miedo y la salvaje repercusión del bien y del mal construyen algo más venenoso y duro de digerir. La novela de Ojeda no es sencilla de leer y quizás, ese es su mayor valor: el recorrido de la escritora por los entresijos de la mente, es una reflexión sobre los espacios retorcidos y ponzoñosos que habitan en nuestra mente, que se enlazan con ideas más primitivas y al final, crean un caldo de cultivo ideal para los horrores que se esconden bajo la identidad colectiva.

Durante buena parte de la narración de Mandíbula, Ojeda utiliza todo tipo de alegorías sobre grandes y pequeños horrores, narrados desde una óptica sencilla y desconcertante. Plagas, terrores indecibles, temores nocturnos, la locura en estado craso, enfermedades crónicas, nada parece estar fuera de la lúcida percepción de Ojeda para analizar la naturaleza de lo terrorífico. La versión de la realidad trastocada y convertida en un retorcido juego de proporciones imposibles (que emparenta directamente con el unheimlich freudiano)permite que la novela se cuestione no sólo las motivaciones e impulsos de sus personajes, sino a la vez, enlace como algo más complicado, los terrores y una siniestra ansiedad imprecisa, que la autora no define de manera clara, pero que atraviesa la historia que narra de un lugar a otro: una línea que vincula el horror con algo más orgánico. Para los personajes de la escritora, el campo de batalla en el que deben luchar por su cordura, poder y permanencia, es su propio cuerpo.

Ojeda, combina saltos temporales, argumentales y vínculos inesperados entre diferentes momentos y circunstancias, para crear algo más profundo y extraño de una típica historia de horror. Lo hace además, con toda la habilidad para narrar desde las primeras líneas, algo tan alejado de la estructura de las novelas tradicionales del género, que resulta casi imposible definir o detallar de manera clara lo que ocurre al fondo de lo que oculta la narración. Clara, una profesora de un colegio regentado por el Opus Dei, sufre de una rara condición psiquiátrica que le empuja a secuestrar a Fernanda, una de sus alumnas. Pero el hilo narrativo que las une, no es el poder, el dominio o el control de un acto desesperado con tintes delictivos. Tampoco una condición frenética sobre la necesidad de sostenerse en medio de delirios que apenas se desdibujan entre las escenas que Ojeda describe, con una prosa de asombrosa precisión. Una y otra vez, la novela abre capas de significado y redimensiona lo que ocurre, para mostrar el juego de víctimas y verdugos que trasponen su identidad de maneras inesperadas y cada vez más bruscas. Es entonces, cuando Ojeda despliega lo mejor de su repertorio: no hay nada que esta narración violenta, sensorial y durísima no abarque. Desde el terror al estilo Stephen King, hasta reminiscencias a Arthur Machen, hasta la lúgubre belleza primitiva de Lovecraft, Ojeda logra combinar con éxito un discurso sobre lo espeluznante de inusual complejidad y poder.

Pero Mandíbula no es sólo una novela sobre el miedo convertido en una herramienta para diseccionar el pensamiento y la naturaleza del hombre hasta sus lugares más oscuros. Podría serlo y de hecho, en algunos partes lo es. Pero la escritora, que notoriamente está más interesada en crear un género atípico que responda a siniestras preguntas existenciales, crea alrededor de una historia laberíntica, algo más extraño, duro de digerir y confuso. Con una intimidad emocional sorprendente, Ojeda analiza la visión sobre lo que nos aterra y a la vez nos conmueve, moviendo las historias de sus personajes como fragmentos a punto de derrumbarse violenta sobre apetitos inconfesables, secretos retorcidos, pero sobre todo, la lógica comprensión de su dimensión como noción intelectual como partes de algo mucho más amplio y maligno.

Para Ojeda, su novela no existe como entidad literaria sino además, es capaz de interactuar con el lector de maneras sensoriales imprevisibles. La autora toma la arriesgada decisión de rebasar los límites habituales de lo cognoscitivo y crear algo más poderoso, que la lleva reflexionar sobre un cierto tipo de metaficción que se sujeta a una realidad escindida y temible. No es suficiente contar la historia desde la noción del útero creativo — la noción de lo que envuelve, crea y sustenta lo que ocurre — sino que además, la dota de una poderosa visión sobre el reflejo de los símbolos que utiliza. El resultado es un recorrido de enorme poder metafórico, que se analiza desde lo extravagante, lo osado y lo desconcertante. Desde el miedo a la inocencia, para Ojeda la naturaleza humana es un crisol de experiencias que se construyen a través de cierta pulsión existencial poderosa, en la que lo maligno es el núcleo punzante de algo más doloroso.

Mandíbula es una combinación equilibrada de tonos, registros y texturas narrativas que logra confluir en un punto asombroso de pura y oscura belleza. Hay algo neurótico, obsesivo y despiadado en la forma como los personajes se perciben a sí mismos y a los que le rodean, como sostienen y elaboran algo más profundo a medida que los infinitos detalles sobre los horrores deslumbrantes que atraviesan se hacen más vívidos. Ojeda se permite la concepción del mal des de lo originario y avanza a pasos angustiosos hacia una contemplativa percepción sobre lo que define a los matices de la oscuridad intuitiva. No hay buenos ni malos, en este cuento de hadas retorcido y pulcro, en el que el bosque es sustituido por salones de clases y una cabaña diminuta, el lobo feroz es una criatura famélica y la aspiración a la bondad no existe.

La fabulación del miedo, las relaciones casi eróticas de la adolescencia temprana, la búsqueda de identidad de los primeros años de juventud, crean una laberíntica impresión sobre la individualidad, que al final se desmorona como un juego de Naipes en medio de un sacudón extremo e interior. Como si se tratara de un violento movimiento telúrico, la novela se mueve sobre su eje una y otra vez, hasta que finalmente encuentra una precaria estabilidad en lo desconocido. Una incertidumbre malsana que lo ronda todo como el susurro demoníaco de la figura que se esconde en las sombras, que Ojeda describe con poética sencillez.

Pudiera parecer que por momentos Mandíbula carece de orden y sentido, que se deconstruye como una gran maraña de singulares reflexiones y quizás, ese es su mayor mérito. Intrincada, siniestra, dolorosa, la historia de Ojeda elabora una visión sobre lo femenino que atraviesa lo tradicional y encuentra asidero en cierta recreación de lo anecdótico y el rol de género, sin llegar a ninguna opinión ideológica. Después de todo, los personajes de la autora ocultan su sed de violencia detrás una desesperada búsqueda de significado, una elocuencia punzante que se convierte en una aterradora carrera por los horrores inconfesables. Es evidente que a la escritora no le importa ponderar ni tampoco pontificar sobre la percepción y la profundidad de su crueles intenciones sobre el mundo que analiza a la distancia, sino que busca construir un diorama intelectual sobre el complejo Universo emocional de la mujer y lo hace, a través de un ligero matiz siniestro que se agradece por su contundencia.

Las protagonistas de Ojeda son poderosas, sucumben a la lujuria, el erotismo, la violencia, el horror, pero jamás lo hacen de manera sencilla o por razones evidentes. Hay una persistente disposición de la autora en crear un ámbito casi invisible para la voluntad de sus personajes, una percepción sobre el motor y propósito de sus acciones que se expresa a través de ideas complejas sobre lo tópico. Desde el amor a la violencia, para Ojeda no hay un sólo tema sencillo ni mucho menos, una versión de la realidad cierta. Sus personajes elucubran sobre los dolores existenciales a través de ciertos extremos tan dolorosos como viscerales. Sus acciones parpadean fuera y dentro del presente, del futuro, en una percepción del tiempo errática, que se sustrae de todo significado simple. Lo verdaderamente importante para la autora es la capacidad de su historia para los matices, para la realidad construida a través de pequeños horrores y asombros que se perciben entre líneas.

Con una habilidad sorprendente, Ojeda dosifica las dosis de horror, terror y lo sobrenatural para crear un panorama casi irreal que se expresa en escenas por momentos surreales que se sustentan sobre una noción persistente sobre el horror. Obliga a sus personajes a dudar de sus propias mentes, a analizar los entornos desde el miedo y la fragilidad. Y de vuelta, les permite retomar su fortaleza, asumir sus errores, construir una belleza lírica que conmueve en ocasiones hasta las lágrimas.

Por supuesto, Ojeda también rinde homenaje al poder duradero e inquietante de los cuentos de hadas. La escritora está consciente que no sólo se trata de símbolos de la percepción colectiva sobre la mujer y sus dolores, sino además, una construcción elemental sobre nuestras alegorías personales. Con un pulso rápido, certero, inteligente, Ojeda convierte a Mandíbula en un homenaje al género del terror entrecruzado con lo femenino, que lo que crea una versión del miedo lleno de extrañas compulsiones y temibles tachaduras, que construyen una noción sobre la mujer a piezas, inexacta, imperfecta, radiante de pura vitalidad.

La fábula macabra de Ojeda representan por tanto a un tipo de mujer que pocas veces se muestra en la literatura. A mitad de camino entre la aseveración perpetúa de lo emocional — todas las mujeres la escritura están al borde del miedo, de la angustia, de todo tipo de dolores intelectuales — y algo más sensorial, Mandíbula mira y analiza a lo femenino desde sus bordes y aristas más incómodos. La resolución desordenada, la mujer fragmentada y rebelde, el temor que se manifiesta a través de fábulas incompletas, crea una tensión extraordinaria, que convierte al libro en un reflexión sobre cómo el mundo percibe a las mujeres pero antes de eso, como las mujeres perciben el mundo. Un péndulo que evoca poder, fuerza y temible belleza.

Para Ojeda, el núcleo del Cuento de Hadas es necesario para entender el contexto de todos los temas que toca, por lo que utiliza con fluidez el conocido vocabulario de las viejas historias de fantasía: sus historias están llenas de zorros, malhechores, mujeres que aspiran a cierta belleza idílica, vestidos exquisitos, pero creados y retratados para fines más lóbregos. Machado escribe sobre mujeres, pero también para mujeres. Analiza a la mujer como el punto de partida de todo tipo de visiones sobre lo existencial y lo anecdótico, por lo que asume el peso de su valor desde lo realista. La novela de Ojeda es un cuento de Hadas, nadie lo duda. Pero profundamente perverso, doloroso, inquietante. Pura desesperación construida a través de una prosa limpia y directa. Para Ojeda, el sufrimiento invisible femenino, la ira contra el cuerpo, la tiranía estética, la necesidad de reglar el comportamiento femenino, se convierten en historias aterradoras pero también, tan hermosas que crean un sentido único y visceral sobre el tiempo y la expresión de la fe íntima, la incapacidad para asumir la identidad como una forma de valor. Todos los trozos de las historias parecen funcionan a pesar de ser dispares e incluso, en apariencia poco elaborados. Pero el conjunto al final, resulta tan firme y espléndido, que sorprende al lector por su cualidad casi evanescente. Una formidable muestra de poesía, potencia creativa y belleza que convierte a la obra de Ojeda en un libro tenebroso e inolvidable.

Como en los viejos mitos, las mujeres de Ojeda están cercadas por bosques, Torres y hechizos. Y también por advertencias, moralejas en forma de acertijos, el miedo como una expresión última de aterradoras experiencias. Un sótano de terribles secretos que Ojeda revela con una delicadeza tan sutil que asombra por poderosa belleza.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine