Crónicas de las hijas de Hera
Las mujeres que se miran para analizar la mirada sobre sobre ellas (Parte II)
(Puedes leer la parte I aquí)
En la mayoría de las obras de la escritora Ann Radcliffe, el lugar condenado por fuerzas sobrenaturales tiene la misma connotación de la magia en los cuentos de hadas. En otras palabras, un poder misterioso, no explicado y fundamental que se manifiesta a través de personas, lugares y cosas. Mucho más, cuando los horrores que narra, acaecen en medio de la percepción del entorno como una amenaza. Para Radcliffe, la casa embrujada tradicional se convirtió en una percepción sobre la mente humana transformada en símbolo del miedo. Todos sus castillos, bosques, sótanos y áticos, cementerios destrozados por el tiempo o por la fuerza del hombre, cuentan una historia particular. Y a su vez, representan como un espejo, las emociones más tenebrosas de sus personajes. A medida que la concepción de lo moral y lo espiritual se hace más evidente, Radcliffe convirtió a sus monumentales mansiones, caminos de grava y piedra, árboles siniestros en mensajes subyacentes debajo de la concepción de lo temporal. Además, sin duda, de una críptica expresión sobre lo temible que sostiene una mirada a la oscuridad de los hombres.
“Cada lugar engendra demonios” escribió la escritora en 1821, pocos años antes de morir. Por entonces, ya había convertido sus largas y célebres novelas en palacios tenebrosos de conceptos mágicos y ocultistas que le acarrearon más de una crítica e incluso, verdadero temor. El periodista, crítico y escritor británico del romanticismo Thomas De Quincey, insistió en más de una oportunidad que Ann Radcliffe era una bruja. Lo dijo, no con la intención de censurar su comportamiento, libertad intelectual o moral, sino por el hecho concreto que le temía. Y lo admitía sin tapujos. “Hay algo inquietante, temible y siniestro en una mujer capaz de soñar con la oscuridad” escribió en una carta a Radcliffe en la que trataba de consolarla por los constantes ataques que recibía por sus historias.
Por entonces, la escritora no era en especial conocida, pero tenía la suficiente personalidad para competir con el gótico literario temprano con figuras mucho más prominentes como William Bedford y Thomas Chatterton. Pero en realidad, había algo más en Radcliffe que desconcertaba a De Quincey y era su cualidad para hacer “real” el miedo. “Puedo pensar en una de tus obras día tras día, todos los días y siempre encontrar una puerta cerrada que me lleve a un lugar tenebroso en mi mente” declaró con una sinceridad desconcertante. “Hay magia en lo que escribes. De la oscura, de bosques impenetrables, de espectros anónimos”.
Claro está, para Radcliffe la admisión que su obra podía causar miedo debió ser un halago inesperado. Sobre todo, después que buena parte de los críticos de Londres le consideraran una figura menor. Una que imitaba los grandes clásicos sin aportar demasiado al relato general sobre el gótico como expresión de la belleza tétrico. Eso, a pesar de ser una autora prolífica, una voz respetada en los círculos académicos y que entre 1790 y 1797 escribió varias de las obras insignes de la literatura inglesa. Pero Ann no sólo escribía: también creaba una concepción prolífica y prodigiosa para instrumentar una nueva forma de narración.
Desde la asombrosa novela A Sicilian Romance (la obra que llevó a varios escritores de Londres a discutir sobre su capacidad en contraposición a su cualidad femenina), The Romance of the Forest (1791), Los misterios de Udolfo (1794) y la poderosa The Italian (1796), Radcliffe encontró una forma de contar historias, que además se sostenían sobre una visión elemental: la condición oscura del ser humano. Ninguno de los personajes de Radcliffe eran especialmente amables, aunque gran parte de ellos aspiraban a la redención. Esa dualidad, creó una percepción sobre el temor, la belleza y lo espiritual que reflexionó sobre la condición del ser en una época, en que aun se discutía la capacidad intelectual de la mujer. Radcliffe imaginó no sólo parajes misteriosos sino que también, reconstruyó el lenguaje para definir un espacio y un tiempo novedoso que le permitió profundizar acerca de lo enigmático. Sin hijos, con un esposo que le animaba a escribir, la necesidad creativa de la autora tenía mucho del impulso moderno de la escritura como oficio. Y más allá de eso, de un recorrido en constante expansión a través de ideas complejas sobre la naturaleza.
En especial, luego del éxito de The Romance of the Forest, Radcliffe logró reconstruir su percepción sobre el contexto, el espacio cultural y lo histórico como parte de los rudimentos de lo que deseaba narrar. De pronto, sus obras eran poderosos — y gigantescos — mecanismos que se interconectaban entre sí, para analizar y cuestionar la concepción acerca de la realidad. Un esfuerzo semejante, hizo que sus obras se convirtieran en reflexiones sobre la literatura como espacio elemental y que además, se enlazaran con la percepción de la escritura como un acto de liberación total. Radcliffe, que escribía para causar miedo y lo lograba, era también una autora capaz de concentrar su intención por la evolución del tiempo y la forma en sus historias, antes de sostener algo más suntuoso.
Cada uno de sus libros (que se dividían en volúmenes y siempre se estratificaban en varias historias a la vez), no eran sólo relatos. Eran colosales recorridos a través de su época, de la Londres que admiraba y de la Inglaterra que reconocía como un lugar que le llevaba esfuerzos entender más allá de sus límites más reconocibles. Tal vez por eso se insiste en que Radcliffe escribía para viajar y no sólo a través de tierras desconocidas, sino también de mentes y espíritus — que para ella eran la misma cosa — que podía sostener como una elucubración primordial sobre el hombre y su entorno.
Por supuesto, la ficción gótica basada en el trabajo de Radcliffe era algo que formaba parte de la noción sobre la escritura de su época. La escritora luchó y se esforzó no sólo para hacerse un nombre, sino para analizar antes o después, su condición como autora por derecho propio. Mientras un grupo de críticos consideraban sus libros como rarezas en medio de conflictos sobre la narrativa y la estéticas, otros tantos analizaban el hecho que por primera en la historia literaria del país, la mujer era el centro de lo narrativo. Y lo era, tanto como para elucubrar y profundizar sobre la idea sobre la mujer como protagonista, más allá de su cualidad simbólica. Radcliffe escribió sobre mujeres en situaciones que atormentaban a las mujeres de su época.
Pero además de eso, la escritora deconstruyó a las habituales doncellas en peligro, virginales damas en desgracia y las aterrorizadas adolescentes frágiles que huían de monstruos y villanos, para crear criaturas tridimensionales que podían enfrentar y doblegar el peligro. Hay una condición imperfecta y funesta en la forma en que Radcliffe condensó todos los códigos del gótico para analizar algo más amplio y en especial, para recorrer espacios intimidantes de la oscuridad de la violencia y el miedo. Entabló un dialogo entre ideas que por entonces, parecían irreconciliables. La mujer como centro motor de lo narrativo, a la vez de un recorrido esencial a través de la naturaleza de la oscuridad de los hombres. Entre ambas cosas, la obra de Radcliffe creó algo más que una narración amplia sobre la literatura como vehículo del miedo. También creó monstruos novedosos que sorprendieron por su cualidad para emocionar y desconcertar. Todo un tránsito brillante a través de regiones lóbregas de la imaginación.
Los viejos dolores escondidos
La mera mención a lo gótico, suele traer aparejada una serie de estereotipos más o menos reconocible sobre el género: desde castillos monumentales, bosques tenebrosos, sótanos de aire macabro, damiselas en desgracia y villanos de mirada penetrante. Y como si todo lo anterior no fuera suficiente, también escenario exóticos de ciudades europeas, a ser posible en medio de crudos inviernos o en dorados otoños interminables. De modo que la novela Mexican Gothic de la escritora Silvia Moreno García, no sólo se toma el atrevimiento de subvertir la forma en que la literatura actual aun interpreta en cierta medida lo gótico, sino que lo lleva a un nuevo nivel y a un insólito escenario. Para bien o para mal, la novela Moreno García, tiene una intención transgresora desde su primer párrafo y su primera gran incorrección, es tomar la sabia decisión de reescribir una forma de contar historias desde lo esencial.
Claro está, en esta novela estimulante, inteligente, con una prosa clara y precisa, hay una casa muy antigua y tenebrosa, una dama en peligro y muchas ideas macabras sobre el bien y el mal. Pero también, hay una notoria concepción del lugar, los personajes y el núcleo de la historia como una burla hacia un género mayor, que reinventa con mano limpia y una brillante concepción sobre lo que desea contar, a través de la simbología y toda la parafernalia gótica. Moreno García desea contar una historia misteriosa, pero también, las representaciones inevitables de los excesos, terrores y espacios laberínticos de la novela gótica: la desconstrucción es un ingenioso juego de espejos, que atraviesa una perspectiva más profunda sobre el conocimiento obvio de la escritora sobre las grandes obras de la novela gótica: hay evidente influencia de la tradición tradición folclórica medievalista y en parte del discurso crítico de la razón ilustrada, combinada con un colorismo inusitado y una visión extraordinaria sobre sus personajes, todos con evidentes raíces grotescas y macabras, pero con un toque de vitalidad que resultante desconcertante.
¿Puede funcionar algo semejante? Para Moreno García, todo parece obra de una connotación casi obsesiva por reproducir la atmósfera del gótico: en Mexican Gothic, hay excesos, terrores y lugares laberínticos. También hay criaturas — o pareciera haberlas — ocultas entre las sombras, un secreto a descubrir y el miedo convertido en parte del discurso general de la novela. Pero también hay guacamole — bien preparado -, mujeres de enorme fortaleza con trenzas entrecanas que caen a la mitad de la espalda, un extenso conocimiento sobre la geografía mexicana, una mirada costumbrista y amena a la cultura del país y en esencia, una conexión esencial entre la identidad y la narración. Y de hecho, es ese vínculo, el que permite que Mexican Gothic tenga un trasfondo profundo y brillante, en que la mezcla de la noción entre lo siniestro que se desliza al fondo de la narración y los colores brillantes que le envuelven, son en realidad, una concepción única sobre la forma en que Moreno García concibe su universo literario. Eso, sin contar las dosis de buen humor, de risas y brillante sentido del absurdo, que la escritora incluye con una sabia comprensión sobre la forma de contar una historia dentro de algo mucho más amplio y crepuscular.
Eso, a pesar que la historia parece ser sencilla, aunque no lo es en absoluto: Catalina, prima de Noémi y personaje principal de Moreno García, escribe una larga misiva pidiendo ayuda. Por supuesto, se trata de una carta misteriosa, un poco confusa y llena de palabras ambiguas. No obstante, deja algo claro: Catalina está convencida que su esposo, con quien acaba de contraer un ventajoso matrimonio, la está envenenando. Claro está, la traza de Romance gótico que la escritora incorpora a la obra, hace que la velada insinuación esté cargada de una serie de ideas más o menos imprecisas sobre Virgil Doyle, aparente villano de la partida. Guapo, con un confuso historial financiero y una fortuna sin origen claro, es el hombre siniestro que cautivó a la incauta Catalina, con una sonrisa amable y sinuosa, enormes ojos expresivos y algunos otros detalles que la prima pudorosa y notoriamente desconcertada de Catalina no incluye en la misiva, pero están implícitos a lo largo de la narración. Por supuesto, además de todo lo anterior, Doyle es un amante posesivo y cruel, erótico y seductor — todo a la vez — y su esposa víctima no puede escapar de él, aunque lo intenté. “
Por supuesto, Noémi decide ayudar a Catalina, aunque no está muy segura si lo que su prima le cuenta es un desvarío, la consecuencia del amor recién descubierto — embriagador y trágico — o el hecho de haber abandonado la elegante ciudad de México de los años ’50, para mudarse al campo. Después de todo, Noémi sospecha que su prima está padeciendo una lenta crisis de angustia y temor, que no tiene otro sentido que una desconexión con lo que le rodea. O eso es lo que a su vez escribe en su diario privado, en el que apunta con disciplinada paciencia, cada cosa de lo que le ocurre. Pocos días antes de viajar, Catalina le envía una fotografía del nuevo lugar en que vive, como esposa recién casada y mujer en desgracia: una finca gigantesca, tétrica, de extraña belleza victoriana y apartada de todo lo que conoció hasta entonces.
Pero claro está, la situación es mucho más complicada de la que podría suponerse y lo es, porque Catalina envía una segunda carta en la que ahora habla directamente de los “horrores que le acechan”. Como no podía ser de otra forma, a la casa del matrimonio Doyle le rodea un bosque frondoso, peligroso y temible, un risco y también, una extraña propiedad en ruinas, a la que Catalina acude en plena desesperación. “Escucho las almas en pena gemir” dice Catalina, en lo que a todas luces, parece un desvarío “Las escucho advertirme sobre la muerte, sobre lo que viene por mí, sobre el terror que me espera una vez que muera. Aguardan, aguardan y puedo escucharlas”.
Para Noémi, se trata del tañido de una campana siniestra y de hecho, así lo describe mientras finalmente, viaja hacia un México rural, mágico y misterioso, al rescate de Catalina o al menos, para lograr dilucidar si su prima está en verdadero peligro. “Tengo la más extraña sensación de urgencia” escribe en su diario, mientras el taxi que alquiló avanza por la oscuridad “¿Realmente esto será algo más de lo que Catalina deja entrever?” Para Noémi, ya no se trata del hecho de un marido estafador, una crisis de angustia temeraria o incluso, la pérdida de la razón de su prima, sino de una “sensación” — o eso escribe — que algo se esconde en medio de las carreteras agrestes, temibles y apenas en pie que le conducen a la residencia de los Doyle. “Me espera el peligro”.
Moreno García toma entonces una serie de decisiones extraordinarias: como si se de La Caída de la Casa Usher se tratara, a la mañana siguiente Noémi descubre que los Doyle no son los únicos en habitar la casa. También han llegado — “con este tiempo, no sabría decir cuánto” — los padres de Virgil: rubios, altos y tan silenciosos, que Noémi de inmediato tiene una sensación de acecho, que no mejora el hecho que Catalina apenas le dirija la palabra o se aparte de su marido. Mexican Gothic usa entonces sus mejores estrategias para que la atmósfera gótica de la casa no sólo sea una premisa destinada a diluirse en algo más elaborado.
Moreno García sigue en apariencia el esquema habitual de toda novela gótica: la historia no carece de elementos rutinarios y de los tópicos habituales, pero concebidos de una forma tan desconcertante, que la novela misma parece asumirse desde ese punto de vista desconocido. Lo sobrenatural, el miedo, la vulnerabilidad humana, los espacios asfixiantes y lóbregos, son concebidos por la escritora no sólo como elaboradas precisiones del Universo gótico, sino pequeñas concepciones sobre el terror. Símbolo de la angustia existencial, de los terrores discretos y la fragilidad humana que sostienen una narración cada vez más intricada, dura y aterradora.
Nada es sencillo, este paisaje desigual y oscuro que Moreno García dibuja con un envidiable pulso narrativo: la estructura de la novela crea una superposición de escenas y personajes en un equilibrio casi perfecto, que brinda a la historia una solidez asombrosa, a pesar que en ocasiones la obsesión por la autora por los detalles — dedica largos y extensos capítulos a minuciosas descripciones aparentemente sin otro valor que el estético sobre la casa, el rostro de Doyle, la tristeza de Catalina — pudiera jugar en contra de su solidez. Pero la escritora logra encontrar una manera de construir una imagen global sobre lo que cuenta que se enriquece justamente por esa concepción del detalle inherente, de la precisión de la capacidad para contar y narrar historias como elemento esencial del sentido narrativo.
Quizás por ese motivo, Moreno García logra lo que a otros autores les resultó por años casi imposible: crear una novela que no sólo mantuviera y acentuara los elementos esenciales de un género, sino que a la que resultara virtualmente parodiar o incluso satirizar, pero que a la vez, guarda un trasfondo burlón que hace de su lectura una brillante puesta en escena. Mexican Gothic no sólo es una formidable concepción sobre el terror y lo enigmático, sino que además, elabora una hipótesis novedosa sobre lo que puede ser como elaboración eficaz narrativa. Moreno García encuentra el punto de equilibrio con respecto a las ideas sobrenaturales que maneja y además, elabora incluso concepciones de matices nuevos, llenos de una vitalidad asombrosa. Mientras la casa de los Doyle se viene abajo, los fieros colores de un amanecer “tipicamente mexicano”, hacen que Noémi sonría y sienta de nuevo, la insistente necesidad de tratar de encontrar un sentido a lo que ocurre.
La autora jamás dice en qué lugar de México se encuentran, ni tampoco, hace otra mención al año en que transcurre la historia, una vez que abandona Ciudad de México. Tal pareciera que para Moreno García, la necesidad de crear un México tenebroso y espléndido, es mucho más necesaria que sustentar el contexto como una idea paradigma. Con su sentido del absurdo, la notoria capacidad para utilizar la estética como un recorrido esencial hacia algo más profundo y su creación profunda sobre el bien y el mal, Moreno García encuentra un espacio para sostener una trama que brilla por sus buen uso de la narrativa para contar algo más complicado de lo que parece.
A medida que la novela se acerca a su final — y los misterios se descubren con lentitud de pesadilla — lo terrorífico se convierte en algo mucho más potente de lo que la novela parece sugerir por necesidad: el renacimiento del gótico en estado puro. Moreno Garcia convierte la ciencia, el mito y la obsesión en una historia efectiva de horror y de pérdida, en una mirada a lo romántico y también, en un tránsito hacia un tipo de enigma, envuelto y sostenido por algo más profundo. Al final, cuando la última página sorprende tanto como cualquiera de sus capítulos, es evidente que Mexican Gothic es un mecanismo perfecto, elaborado y preciso que construye una narración de singular precisión.