Crónicas de las hijas de Eurifaesa:
El misterio de la luz y la sombra en el lenguaje emocional (parte I)
A menudo la fotografía es una forma de expresión que resulta un reflejo fidedigno sobre las motivaciones y esperanzas de su autor. Quizás por su carácter inmediato o solamente por el hecho de brindar las condiciones propicias para la expresión, la imagen es capaz de sostener un tipo de lenguaje que lleva a cuestas la historia del fotógrafo. Algo semejante debió ocurrirle a Eve Cohen (futura Eve Arnold) que nació en 1912 en las peores condiciones imaginables. Mujer y con graves problemas de salud en el seno de una familia ultraortodoxa judía, su destino parecía decidido desde la cuna. El padre, un rabino ucraniano convencido de la santidad del hogar y el papel secundario de la mujer, le insistió desde la infancia que su lugar y futuro estaba “junto al fogón”, según cuenta Liz Jobey en el prólogo del libro All About Eve , publicado en el 2012.
La idea la atormentó durante buena parte de la niñez. “Soñaba con ser escritora, bombero, fotógrafa. Las palabras de su padre le aterrorizaron” contó su buena amiga Susan Meiselas a Vogue propósito de la exposición Unretouched Women del 2019. Quizás para alguien con menos fuerza de voluntad, esas condiciones habrían supuesto una condena a la tradición, una puerta cerrada hacia cualquier aspiración más allá de la que imponía la época y la cultura. No obstante, Arnold se convirtió en fotógrafa tal y como lo soñó. Además, en una de las mujeres más importantes en la historia de la fotografía. En un inmediato referente a un tipo de imagen sensitiva, emocional y pulcra que asombró a sus contemporáneos y que continúa haciéndolo décadas después de su muerte.
Fue sin duda esa larga historia de batallas personales y pequeños sinsabores, lo que hizo que Arnold construyera un lenguaje visual basado en la empatía, la comprensión y sobre todo, un inusual respeto hacia quien retrataba. Arnold estaba obsesionada con la circunstancia humana y lo demostraba en cada oportunidad posible: Sus imágenes cautivan por su mirada profunda y elegante, una persistente intención de expresar ideas complejas a través de cierto acercamiento emocional. Tomaba fotografías sin juzgar al personaje. También, tenía la delicadeza intelectual suficiente como para asumir el riesgo de narrar su historia a través del documento registro. “Fotografiar es un poco analizar la psiquis y la circunstancia de quien fotografías” comentó para la BBC “una conversación sin palabras en la que la cámara es el vehículo ideal para confesiones inesperadas”.
De hecho, su trabajo se recuerda por la cercanía y estrecha relación que lograba sostener con quienes fotografiaba. Se trataba de un vínculo casi inmediato, uno tan sincero y a la vez, intelectualmente provechoso, que brindaba a sus imágenes una inusitada cualidad de registro. Arnold supo captar la individualidad y la historia personalísima de todo el que posó frente a su lente y el resultado, es una colección de historias con un claro propósito intimista. Asumió la capacidad de la fotografía como documento emocional y lo llevó a una nueva dimensión de análisis intelectual. No es extraño que aún en la actualidad sus retratos de estrellas de Hollywood como Marilyn Monroe y Joan Crawford, todavía sorprenden por su delicadeza y el aire íntimo que convierte las imágenes en testimonio, más que un mero documento.
Asombra también, su capacidad para transmitir percepciones complejas que acentúan su discurso intimista. En su proyecto Tras el velo, Arnold mostró la cultura musulmana a la audiencia norteamericana como ningún fotógrafo lo había hecho hasta entonces. Se trató de un recorrido existencialista y anecdótico a través de las costumbres religiosas y también, a través de las invisibles relaciones de poder, amor y familiaridad entre los creyentes. El resultado fue un acercamiento desconocido al núcleo mismo de la creencia y la comunidad a su alrededor. Una inédita percepción sobre la humanidad y la belleza emocional que sorprendió al público de su época.
Un sueño fragmentado en luces y sombras
En 1958, Arnold confesó en una corta entrevista a Magnum que fotografiar era el medio más exacto del que disponía para comprender las vicisitudes espirituales de quienes le rodeaban. La fotógrafa consideraba a la cámara capaz de captar un recorrido por la belleza invisible, la noción sobre la identidad y algo mucho duro que solía llamar el rostro oculto. Rara vez, dejaba de fotografiar antes de encontrar esa otra perspectiva del personaje, esa vulnerabilidad amable y humana que convertía su manera de fotografiar en un discurso sobre la fragilidad del hombre y su entorno. Esa insistencia suya en mirar más allá de lo obvio, sería un elemento persistente en la obra que la haría famosa. Cuando fotografió durante casi un año a Malcolm X, el propio líder político confesaría que le asombró la delicadeza y respeto de la fotógrafa al construir un mensaje fotográfico sobre su vida y obra. “Miro lo esencial y descartó cualquier otra cosa” comentó en una entrevista que recoge también la agencia Magnum.
Arnold concibió la fotografía como una combinación de medios y conceptos. Desde sus famosas imágenes de rodajes (fue pionera de la llamada foto fija y también, del documento registro detrás de cámara del Hollywood de casi dos décadas) hasta su trayectoria como reportera, encontró el equilibrio entre el discurso, el mensaje y la referencia, en medio de un contexto íntimo y poderoso que dotó a su obra de una indudable personalidad propia. Su trabajo tenía tantas aristas como intereses la apasionaban. Arnold fue la primera fotógrafa en seguir el rastro de los inmigrantes africanos al norte de Estados Unidos y lo hizo con un respecto étnico que le permitió obtener un documento de profundo valor sociológico.
También fotografió las audiencias del Macartismo y lo hizo con tanta seguridad y pulso firme, que le permitió captar la humanidad incluso en los enconados acusadores, convertidos en villanos sociales. Una y otra vez, demostró su pericia para analizar lo social y lo cultural a través del prisma de emotividad sobria. Una comprensión sobre los alcances de lo subjetivo en el hecho fáctico y en especial, un análisis directo sobre sus implicaciones. “Todo lo que ocurre es emocional y tiene un alto contenido humano. La labor del fotógrafo, es descubrirlo” comentó a The Guardian en el 2014.
De la mirada amable a la profundidad conceptual: Eve Arnold y la fotografía como recurso expresivo
Cuando Eve Arnold fotografió a Marilyn Monroe, la actriz atravesaba una etapa especialmente dura de su vida. Tenía problemas de dependencia a todo tipo de medicamentos, su trabajo era menospreciado en favor de su turbulenta vida privada y sobre todo, sufría las críticas y sinsabores de un entorno hostil. Arnold se encontró con una mujer que no deseaba ser fotografiada y que se sentía incómoda frente al lente de la cámara. “Solo mostraré lo que tú deseas se muestre” contó Arnold a Magnum. La actriz no respondió de inmediato y la fotógrafa mantuvo el lente cubierto mientras Monroe tomaba una decisión. Por fin, aceptó continuar con la sesión.
Las fotografías de Monroe se convirtieron en íconos de la belleza, pero también de un sensible acercamiento a la soledad y cierto desarraigo personal. La actriz se muestra en el cenit de su atractivo físico y personal, pero también desde una vulnerabilidad casi conmovedora. Arnold no solamente captó la combinación entre ambas cosas. También, un rasgo misterioso sobre Monroe que aún asombra y se celebra. Su infalible instinto para comprenderse. Monroe no era una mujer simple a pesar de la insistencia en lo contrario y fue la fotografía de Arnold la que reveló al mundo esa brillante complejidad.
Historias semejantes se multiplicaron durante la larga carrera de la fotógrafa. Arnold era una mujer ejemplar o esa la opinión mayoritaria de quienes la conocieron. Y no lo era por un comportamiento impecable — al contrario, era obstinada, ruidosa, impulsiva y con un explosivo carácter, lo que le llevó a sostener numerosos enfrentamientos públicos — sino por su asombrosa sensibilidad en una época en la que la fotografía se distinguía por su pulcritud directa. Arnold era conocida por su nobleza y humildad, rasgos que forman parte del mito a su alrededor.
James A. Fox, editor y archivista de la agencia Magnum, recuerda a Arnold como una mujer formidable, divertida, pero sobre todo “nada pretenciosa”, obsesionada con la perfección y convencida de que la creación fotográfica era un motivo para la celebración. “Eve Arnold sabía que la fotografía era un medio para mostrar emociones, a pesar de la insistencia en la pulcritud del documento en estado puro. Pero ella era rebelde y no obedecía la noción la imagen solo como registro. Insistía en encontrar lecturas, dobles miradas. Mundos enteros escondidos en el rostro de quien fotografiaba” contó en una entrevista en el 2010. Una opinión que comparte Zelda Cheatle, socia del Tosca Fund y antigua responsable de ventas de la Photographer’s Gallery londinense “Arnold tenía una enorme voluntad para conectar con las personas y su sentido común, ya se tratara de retratar la pobreza, la excentricidad o la fama”, detalló en el libro The Photograph That Changed My Life, publicado en 2020.
Más de una vez, se le preguntó a la fotógrafa cuál era su secreto para encontrar el punto exacto de vulnerabilidad y belleza en todas sus imágenes. Para una entrevista para Times en el 2015, Arnold respondió: “Provengo de un hogar humilde, con un padre que consideraba que debía cocinar en lugar de educarme. Me casé muy joven y perdí un bebé. Sé todas las tristezas y dolores que puede ocultarse detrás de una expresión impasible. Busco lo que hay detrás de nuestras máscaras. De nuestras puertas cerradas. Saber contar bien una historia implica comprender sus orígenes”.
De la mirada y el silencio: la búsqueda de la fotografía como registro de lo humano.
Eve Arnold siempre fue una mujer con cientos de contrastes: sus colegas de la Agencia Magnum la recuerdan como ama de casa suburbana, que reía en voz alta, contaba chismes sobre sus vecinos, pero también, tenía un infalible olfato para las buenas historias. Arnold, que soñó con ser médico, bailarina, escritora, encontró en la fotografía una forma de expresión tan personal como significativa. Se trató de un largo trayecto desde su Filadelfia adoptiva hasta llegar a Nueva York, en donde encontró una manera de expresar toda su enorme potencia creativa. De pronto, la fotografía estaba en todas partes, era imprescindible para comprender la época en que vivía. Para Arnold, fue un diálogo novedoso. “Fotografiar se convirtió en lo único que podía procurarme paz y despertar mi curiosidad” dijo a The Independent en 1997.
También en Nueva York encontró su primer trabajo como fotógrafa: vio un anuncio en The New York Times en el que se solicitaba un “fotógrafo amateur” para una fábrica de negativos. Fue el empleo perfecto para su recién nacida vocación como artista visual: Durante el día, aprende todo sobre la cámara y el proceso de revelado y en su tiempo libre, retrata las calles de Nueva York con una cámara Rolleicord. Entre ambas cosas, Arnold encontró su definitiva vocación.
No obstante, le llevaría casi década y media tener el suficiente conocimiento, material y confianza para presentarse con su portafolio en la Sede Neoyorquina de la legendaria Cooperativa de fotógrafas y solicitar su admisión. Se trataba de años de transición en el lenguaje fotográfico: Robert Capa ya había que se necesitaba una renovación en el grupo de fotógrafos. Y además, había insistido en que se necesitaban mujeres. “El ojo fotográfico femenino es mucho más sagaz que el masculino” insistió en público, sin duda debido al recuerdo de Gerda Taro. El trabajo de Arnold representó un momento de transición entre el documento registro y un tipo de fotografía más sensitiva que tenía por foco lo humano.
En su libro Eve Arnold, The Unretouched Woman (1976) la fotógrafa analiza lo que significó comenzar a formar parte de una agencia en la que encontró inspiración y una nueva dimensión de su percepción sobre la imagen. “En Magnum descubrí mi capacidad para adaptar la fotografía a una búsqueda del elemento discreto y poderoso en cada ser humano” explicó, pero además, encontró el sentido de sus temas recurrentes “Fui pobre y quise documentar la pobreza; perdí un niño y me obsesioné con el nacimiento; me interesaba la política y quise saber cómo afectaba a nuestras vidas; soy una mujer y quise saber más sobre las mujeres”. Con una valentía y entrega absoluta, Arnold encontró en la fotografía una forma de catarsis pero sobre todo de construir un discurso basado en su necesidad de explorar las emociones humanas como un todo.
Desde sus icónicos retratos a celebridades hasta sus reportajes sobre hechos históricos, su lente captó la trascendencia y el dolor del espíritu humano, en cientos de facetas distintas. Su versatilidad tiene como punto central específico: humanidad. Para Arnold, era de enorme importancia encontrar lo que había bajo el ícono, el glamour de los grandes estrellas, lo inalcanzable de las tragedias imposibles de comprender, hasta convertirlo todo en algo humano y . Y con su sincera percepción sobre lo que hacía a sus retratados vulnerables, lo logró.