Crónicas de las hijas de Atenea

Cambiar el mundo al escribir y escribir para cambiar al mundo (Parte II)

Aglaia Berlutti
8 min readJul 19, 2022

(Puedes leer la parte I aquí)

Las hermanas Brontë escribían juntas. Lo hacían en un pequeño salón al fondo de su casa de Yorkshire. Se trataba de casi un ritual diario. Luego de terminar la faena diaria, cerraban las ventanas, encendían el fuego, cerraban las puertas. Emily contaría después, que era un ejercicio de “fe”. Una forma de sentir que el esfuerzo diario — el dolor constante, las pequeñas frustraciones — “podían ser exorcizadas”. No se trataba sólo de escribir, se trataba de crear espacios a un mundo por completo nuevo. Uno que pertenecía a cada una de las hermanas por separado y después, se unía en un único universo en la que personajes, espacios y paisajes coexistían en una especie de armonía inquietante.

Las Brontë escribían además, en medio de una fiebre entusiasta, un entusiasmo a veces rayano en algo más oscuro, más desesperado. Escribían no sólo por la satisfacción intelectual de narrar, de adentrarse en la necesidad de contar una historia, de intercambiar vivencias imaginarias, también en la necesidad de crear para hacer retroceder el caos. Escribían a fuerza de furia, de una energía que tenía una estrecha relación con el temor de la fugacidad y la muerte. De los terrores que se escondían en el tiempo cada vez más escaso para construir un territorio imposible, espléndido y radiante que les pertenecía mucho más que el mundo real, gris y hostil. En las noches ventosas y tenebrosas de Haworth (Yorkshire), con el viento que golpeaba las ventanas y empujaba las puertas, las Brontë podían imaginar con claridad los reinos en su espíritu, los extraños lugares en que nacieron Heathcliff, Catherine Earnshaw, Jane Eyre. Los países de la oscuridad que se extendían en silencio, levantándose como un parajes que tomaban la forma de la lucha de un hombre sin nombre por el amor de una mujer enfurecida por la necesidad. Por la lucha de una huérfana que enfrentó la muerte.

Cada personaje de las Brontë era un fragmento de su propia historia, sublimada, creada a la medida de algo más potente y persistente. La noción sobre la cualidad de la existencia. Charlotte diría unas semanas antes de su muerte que escribir le había permitido sobrevivir “más de lo que la naturaleza podía anticipar”. Emily insistiría que la pluma y la batalla por ser “leída”, por “existir en la página”, le habían brindado aliento en los peores momentos, en lo más críticos y angustiosos. Incluso Anne, cuya aspiración moral y emocional era de tenor más práctico y mundano, insistiría que las primeras veladas de narración junto a sus hermanas, le habían brindado un lugar desconocido en “un lugar que no tenía nombre”. Juntas, las Brontë abrieron un espacio nuevo para sus propias vidas que después heredarían, intacto y poderoso, a la literatura.

Eso a pesar que sus esfuerzos por escribir, casi siempre debió tropezarse con el mundo hostil que les rodeaba. El primer libro que se atrevieron a publicar apenas vendió dos copia. Que después, se hicieran no sólo famosas, sino reconocidas. Un símbolo de un secreto dentro de un secreto. Que todavía causaba asombros que tres mujeres solteras y pobres escribieran. Y que lo hicieran además, con un poder tan asombroso como para deslumbrar a sus escasos pero fervientes lectores.

La belleza secreta y el el reloj enigmático

Las Brontë eran inexplicables por el mismo hecho de tener la capacidad de reinventarse a sí mismas, de tomar las condiciones paupérrimas de vida que soportaban para sostener un tipo de talento enigmático. De hecho, en el primer libro dedicado a la prodigiosa e inexplicable vida de las hermanas Vida de Charlotte Brontë de Elizabeth Gaskell, publicado en 1857, la autora parece consciente de la cualidad inexplicable del objeto de su investigación.

Gaskell analiza desde una perspectiva de casi desconcertada admiración e incluso temor, las decisiones “dolorosas” que las Brontë tomaron para asegurar la permanencia de su obra. Desde reflexionar de modo preocupado por la supuesta tosquedad y cualidad “poco femenina” de Jane Eyre y Cumbres Borrascosas, hasta maquillar y disimular los rigores de pobreza y enfermedad que sufrieron las hermanas, Gaskell intentó explicar de una manera u otra, el hecho que las Brontë pudieran escribir. Como si se tratara de un hecho trágico y además, extravagante, la escritora y semi biografía dedicó buena parte de su investigación a resaltar el hecho de la brutalidad y el entorno doloroso que había provocado ese “dolor de la escritura” en las escritoras. Se trata de una visión de peculiar dureza: Gaskell también era escritora, luchó contra las trabas de publicación que impedían a las mujeres llegar a las editoriales. Lo hacía desde la juventud y era respetada en círculos académicos.

Aun así, estaba tan preocupada por la rareza de las Brontë como lo había estado por la suya durante toda su vida. “La necesidad de las hermanas por evadir la realidad, por huir, por sentir miedo, por buscar un lugar en la historia era como una herida que llevaban a cuestas de manera admirable” dice Gaskell, en un párrafo que bien pudo describir su propia batalla. Pero para biografa, el hecho parecía enfocado en la posibilidad que la escritura fuera una anomalía, un espacio doloroso, un lugar negado a las mujeres en las que algunas no tenían más remedio que entrar. Una angustia existencial imposible de describir con sencillez y destinada a ser satisfecha de manera profundamente dolorosa.

Las mismas Brontë se enfrentaban como podían a la insistencia de la sociedad y la cultura en la que nacieron por señalar a su talento como una excepción e incluso, un defecto. La cuestión parecía hacerse incluso más dolorosa, a medida que un discreto reconocimiento llegó y pareció recompensar las largas horas de trabajo. Pero aún así, la crítica y los lectores parecían más fascinados por el secreto que envolvía a los libros (se publicaron bajo seudónimo) y después, por el hecho que dos mujeres pobres y solteras escribieran historias de semejante potencia. Descorazonada, Charlotte Brontë escribió una carta a uno de sus editores y plasmó en ella, la frase que resumiría todos sus temores, dolores e incomodidades. “Desearía que los críticos me juzgaran como autora, no como mujer” dijo “pero todavía más, desearía que mis libros no necesitaran de la compasión para ser comprendidos”.

Para las Brontë escribir era un reto, una forma de enfrentarse al sufrimiento. No una rareza afortunada ni una curiosidad histórica. Pero a pesar de su insistencia en escapar del estigma y “la verguenza” de la mujer que escribía, la noción sobre la cualidad de sus relatos era una discusión constante en un ámbito literario en el que una mujer, también debía cumplir un papel. Tanto Charlotte como Emily se enfrentaron a la necesidad de catalogar a su obra bajo un tipo de narración, en las que ambas se negaron a encajar. “No puedo decir que mi escritura sea masculina” escribió a una amiga cercana a principios de 1847. “Tampoco femenina. Solo escribo. Lo hago porque lo necesito, lo hago porque soy buena en lo que hago y quisiera ser aún mejor”. Eran confesiones que no se permitía en ninguna otra parte, tampoco en el seno familiar.

Las hermanas Brontë sabían que su extraordinaria cualidad como “escritores” en medio de una época que negaba la educación, el conocimiento y el aprendizaje a la mujer, debía someterse al rigor del prodigio inexplicable. “Nadie sospecha en realidad todo el tiempo que he dedicado a imaginar, escribir, quemas páginas y volver a comenzar” insistiría a su editor. Nadie imaginaba la forma como las Brontë batallan a diario con las limitaciones de la vida corriente, sólo para lograr encontrar un sentido a toda la vocación desesperada y ferviente por la escritura. “Cuando no escribo, estoy pensando en hacerlo” confesó Emily en una oportunidad. “Quisiera solo soltar los bordados, olvidar todo lo demás y dedicar cada hora del día a escribir, pero desde luego, no puedo hacerlo? ¿Cómo explicar algo semejante?”.

Porque sin duda, debían hacerlo. Para cuando las hermanas Brontë se volvieron una rareza en el ámbito literario de Inglaterra, escribir era un mundo de hombres, dominados por hombres y bajo los límites de lo masculino. Y las hermanas, en un ejercicio de poder desconocido, frágil y en precario equilibrio, decidieron no sólo incursionar en él, sino con historias inclasificables, poderosas y al final, con la capacidad para reformular la idea sobre la escritura que hasta entonces había sido inflexible. “No importa lo que deba hacer, las veces que me deba abrir (la piel) de los dedos” escribiría Charlotte. “Escribir es lo que soy, lo que creo. La única cosa en que puedo confiar, en medio del sonido del viento contra la ventana y el miedo de tratar de contar lo que vive en mi mente”.

La belleza de las alas rotas.

Para las hermanas Brontë, escribir en una forma de liberación. No sólo padecían de muchos y gravísimos problemas de salud, sino además, debían enfrentarse a un tipo de pobreza que evitó que cualquier aspiración académica acabara incluso antes de empezar. De modo que las tres hermanas enfrentaron su aislamiento en Haworth (Inglaterra), desde la creatividad y el oficio de la escritura como la única forma de independencia intelectual que conocerían antes o después.

En especial Charlotte, encontró en la ficción una evasión profunda a las complicadas condiciones de vida que enfrentó. De la escritora, se insiste que carecía de educación formal — la tenía, aunque incompleta y sin duda, no especializada — y que Jane Eyre, su obra más famosa, está inspirada en las obras góticas más populares del siglo XVIII, a las que además incorporó un elemento de romance amargo que sostenía una cierta vitalidad interior. Charlotte escribía desde muy niña en compañía de sus hermanos, junto a los que creó los reinos imaginarios de Angria y Gondal. Cada hermano — incluyendo a Branwell, quien moriría joven y destrozado por un temprano alcoholismo — escribía sobre un reino literario con sus propias reglas, historias y mitología.

Emily y Anne, escribía sobre las Tierras de Gondal, agrestes y violentas, en las que un líder oscuro — muy semejante al futuro Heathcliff de Cumbres Borrascosas — capaz de los mayores actos de vileza y rencor. Por su lado, Branwell y Charlotte contaban las aventuras de las tierras de Angria, mucho menos agresivas y en las que una mujer sin nombre, luchaba por vencer a la oscuridad que se aproximaba desde Gondal. Este universo literario (extraordinario y minucioso, escrito con una narrativa que fue el génesis de las obras posteriores de las hermanas Brontë) fue el primer indicio de la forma en que Charlotte analizó la figura femenina en medio del gótico, para luego transformarlo en algo muy más elaborado, consistente y poderoso de lo que había sido hasta entonces.

Las mujeres de Charlotte a menudo se debatían en medio de la locura y también, la concepción inmediata del poder de la desintegración de la personalidad -elemento tras elemento — como algo más elaborado y a menudo, de un colosal poder expresivo. Mientras sus héroes solían encontrarse en mitad de situaciones que les superaban y les vencían, las mujeres que imaginaba Charlotte se enfrentaban a los dramas claustrofóbicos que inventaba para ellas, con un arrojo y un poder emocional que fue quizás su mayor aporte al género, que por décadas había disminuido lo femenino al papel de la víctima propiciatoria o al vehículo a través del cual, se podía manifestar el caos, el dolor y el sufrimiento emocional.

La contribución de Brontë al romance gótico permitió que la mujer convertida en heroína fuera algo más que un reclamo emocional: creó un tipo de formidable personaje capaz de soportar las inclemencias de situaciones devastadoras — como la que la misma Charlotte había vivido — y además, construir toda una nueva visión sobre la fortaleza femenina, mucho más profunda que la habitual idealización de la damisela en desgracia que se volvió parte de la imaginaria literaria del género gótico. Al contrario, las mujeres de la autora eran mujeres que se enfrentaban a sus temores y limitaciones, en busca un lugar para sí mismas en un mundo que les es hostil, lo que permitía que las historias en medio de las cuales se desenvolvían tuvieran un fuerte acento de drama social y cultural.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine