Crónicas de la Oscuridad:

El poder, la belleza y la muerte en el Reinado de Isabel I de Inglaterra.

Una Reina tenebrosa.

A pesar de la moderna imagen que la muestra como una mujer impecable y fría, la hija de Enrique VIII, era una mujer sensible y lo suficientemente sagaz como para sobrevivir los primeros años de su reinado, asediado desde los flancos por todo tipo de amenazas. Sus adversarios políticos le consideraban bastarda (como hija de la decapitada Ana Bolena que era) y sus aliados, en exceso débil y sin apoyos nacionales como para mantenerse en el poder. Pero Isabel I, no sólo encontró la forma de vencer la resistencia en su contra, sino además convertir su corte en un brillante ejemplo de pulso político y una impecable capacidad estratégica. Para cuando cumplió 29 años y en pleno enfrentamiento por mantener a los enemigos de su Corona y de Inglaterra más allá de las fronteras, la mayoría del país le reconocía como símbolo de fortaleza, nobleza y sobre todo, un tipo de crueldad refinada que un país habituado a complicadas intrigas palaciegas, aprecia especialmente.

Una misteriosa fortaleza:

Según cuenta la autora Anna Whitelock en su libro The Queen’s Bed: Una historia íntima de la corte de Elizabeth, en los momentos más complicados de la enfermedad, la Reina desechó al médico Italiano e hizo venir al Doctor Burchard Kranich, una personalidad del mundo de las ciencias alemanas, reconocida por buena parte de las casas Europa. La Reina escuchó con preocupación el pesimista diagnóstico: Sufría viruela y no sólo un caso leve, sino uno que con toda seguridad dejaría secuelas físicas de considerable importancia. Kranich explicó que las pústulas en la piel sólo eran los síntomas más visibles de la enfermedad y que con toda probabilidad, la Reina llevaría cicatrices en la piel y no podría alumbrar al futuro heredero inglés.

Una nueva Reina.

Las preocupaciones de Isabel no eran gratuitas ni tampoco, únicamente radicaban en su vanidad, aunque por años, su atractivo físico había sido una de las cualidades que sostenían el mito de su poder. En realidad, la palidez y las marcas sobre la piel de su rostro eran la prueba no sólo que había sufrido una enfermedad que podría debilitar su mente, sino además poner aun más en entredicho, su derecho de sucesión al trono, que de nuevo podría encontrarse en medio de discusiones por su incapacidad para concebir. Se trataba de una disyuntiva complicada: Isabel I no deseaba contraer matrimonio — mucho menos ser la madre de príncipes de sangre extranjera — pero dejar claro que no podía concebir, era convertir el dilema de su sucesión en una idea que gravitaría como una amenaza sobre su gobierno. Dos meses después de haber sufrido la viruela, Isabel seguía recluida, en un intento de encontrar una solución que pudiera no sólo reforzar su imagen poderosa sino además, cortar de raíz las habladurías sobre su salud.

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Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @NotasSinPauta

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @NotasSinPauta