Crónicas de la oscuridad:

Come Along with me o el manifiesto secreto de Shirley Jackson sobre su vida secreta.

Aglaia Berlutti
16 min readDec 3, 2019

¿En qué consiste la trascendencia de la obra de un escritor? ¿Cual es el legado real que deja luego de su muerte? La idea de los proyectos inacabados, incompletos o que simplemente, no llegaron a publicarse durante la vida de un escritor es una de las ideas más sugerentes del mundo de la literatura. Tal vez por ese motivo, haya un sin fin de rumores atractivos sobre obras póstumas que en realidad, parecieran formar parte de la mitología alrededor de un nombre célebre o su herencia inmediata, antes que ser obras reales. Como el supuesto libro de J. D. Salinger, escondido entre las cajas cerradas de su biblioteca en el cual resume, los secretos inconfesables sobre una vida misteriosa.O la brillante novela de David Foster Wallace que culminó el día de su suicidio y escondió a buen resguardo, luego de insinuar su existencia a editores y amigos cercanos. O la posibilidad que Juan Rulfo dejara a sus herederos una colección de apuntes, en las que narraba de forma precisa, las líneas generales de un nueva novela que jamás llegó a comenzar.

¿Se trata de la esperanza de millones de lectores alrededor del mundo en realidad, hay tesoros semejantes aguardando en cajones, cajas cerradas, en medio de un intrincado juego de disposiciones legales? Se trata de una idea estimulante, aunque la mayoría de los proyectos póstumos de grandes escritores, suelen ser poco menos que una colección de notas que carecen de verdadero valor a no ser por la mente brillante que podría unirlas en una estructura coherente. ¿Qué pueden esconder los cuadernos, apuntes y recursos de un escritor fallecido? ¿Obras inéditas que no sólo puedan homenajear su memoria sino satisfacer la curiosidad general? ¿O sólo el recuerdo de un intrigante y sin duda asombroso método de escritura, perdido para siempre? Cualquiera sea la respuesta, la noción sobre la obra póstuma abre la puerta no sólo a la investigación sobre la posibilidad del legado de un escritor que sustente la obra que le hizo famoso en vida, sino su valor como parte de una percepción más amplia sobre su trabajo. Entre ambas cosas, el legado de un escritor fallecido es un peso frágil que hay que manejar con enorme delicadeza espiritual e intelectual.

Lo anterior, podría aplicar a cualquier escritor, pero sin duda, es aún más intrigante cuando el autor fallecido es una mujer que en vida, se llamó a sí misma bruja. Una escritora que llenó a su vecindario de pequeños tesoros escondidos, enterrados en la tierra y que siguen sin ser descubiertos. Una mujer que además, estaba convencida que las palabras tenían un poder trascendental que sobrepasaba la vida y la muerte. Alguien capaz de asumir el extraño coste de llamar “brujería” al oficio de escribir y sobre todo, de crear a partir del misterio. ¿Cual podría ser la herencia de un escritor semejante? ¿El valor y la percepción sobre su obra que sostiene una versión sobre su manera de ver el mundo?

En marzo del año 1965, Shirley Jackson decidió llevar a cabo una gira de conferencias Universitarias que la llevaría alrededor de EEUU. Lo decidió como solía hacerlo por entonces: Luego de consultar sus cartas del tarot — tenía más de seis juegos — y de tomar notas de lo que llamaba “su instinto” sobre el tema. Jackson llevaba a todas partes una pequeña libreta en la que anotaba todo lo que ocurría en su vida cotidiana, incluyendo “el comportamiento de los otros”. La escritora era una feroz observadora de la conducta humana y cuando su cuento La Loteria la convirtió en una controvertida celebridad, las anotaciones se hicieron agudos comentarios sobre las críticas e insultos que recibía a diario. “Hoy alguien me ha llamado bruja y por algún motivo, espera que eso sea un insulto” escribió en diciembre de 1964. Más tarde y por el día de año nuevo, acotó “Hay poder en el miedo. En el que otros sienten hacía mí”.

De modo que cuando Jackson se embarcó en la que llamó “la gran gira”,no sólo llevó su libreta de anotaciones sino también, un complejo anecdotario sobre los “otros”, las figuras temibles que durante años, le habían acusado de cientos de cosas distintas, debido a su atrevimiento de escribir una obra de terror después de dedicar buena parte de su vida a narrar la apacible vida doméstica norteamericana. Para buena parte de sus lectores, se trató de un giro inexplicable y para quienes le leían por primera vez, una grosería que jamás perdonaron del todo. “Conduciré hacia las fauces de la bestia” escribió Jackson, cuando tomó su sedán MG y se lanzó a la carretera. Conduciría a solas — “a pesar de los terrores de mi marido” — y en un coche de lujo, gracias a los honorarios que ganaría por hablar en cinco conferencias distintas. De hecho, la travesía sería una forma “de encontrar algo perdido, que en casa parece conectado con cierta oscuridad entre puertas abiertas”. Para Jackson se trataba de un viaje de expiación, además de una aventura.

Luego de convertirse en una de las escritoras más respetadas de la década de los sesenta, Shirley Jackson comenzó a enfrentarse a lo que llamó “los horrores de ventanas cerradas”. El triple éxito de La Loteria, The Haunting of Hill House y We Have Always Lived in the Castle habían llevado al trabajo de Jackson a un lugar atípico en el mundo literario norteamericano: no sólo se trataba de una escritora de terror, sino de una que además, elaboraba una versión de la Norteamérica profunda y sus temores a través de sus horrores. Los personajes de Jackson eran inquietantes, imperfectos, torpes, aterrorizados con la cualidad del mal, pero también dignos de redención. La combinación hizo de sus libros éxitos de venta y también, un hilo conductor hacia cierta evolución de la ficción estadounidense necesaria y sorprendente. Pero también, sumió a la escritora en una complicado cuatro depresivo “No sé si se trata de lo que me exijo, me exigen o creo necesito satisfacer” escribió a finales de 1963.

El recorrido universitario fue entonces, también una forma de lidiar con la presión interna, con el terror sobre su talento que le acompaña a todas partes y lo que al final, resultó un peso invisible del que casi nadie sabia y del que la escritora habló poco. “Estoy sola en un mundo que he construido. Pero olvidé las puertas” bromeó en la Universidad de Princetton, en la que habló sobre el género de terror y cómo, siempre había estado profundamente obsesionada con la enigmática oscuridad de quienes le rodeaban. “Escribir de terror no sólo es un exorcismo, es una invocación violenta y dura a viejos espectros anónimos” escribió en su diario. Tal vez se refería a la profunda ansiedad que le causaba las exigencias editoriales, el estado del país — el asesinato del presidente John F. Kennedy le había dejado profundamente traumatizada — o el hecho, que en su interior, el miedo era algo más que una metáfora sobre el absurdo de la existencia humana. Para Jackson, que se llamaba a sí misma bruja y de hecho, creía firmemente en lo sobrenatural, el miedo era algo más profundo, doloroso, extraño y sobre todo incontrolable.

Tal vez por ese motivo, comenzó a escribir el libro Come Along With Me, que la misma Jackson describe en sus diarios como “una historia feliz”. Después de casi quince años de relatar casi de forma obsesiva sobre monstruos de rostro humano, la escritora comenzó a reflexionar sobre sus textos desde cierto cinismo agotado. “¿Escribo para huir a un bosque profundo, impenetrable y peligroso? Lo hago porque es más sencillo que seguir la ruta visible, la que lleva al fuego en el que se llevan a cabo las grandes conversaciones” anotó de forma un tanto críptica en su diario. Después agregó “Necesito escribir sobre la felicidad, recordar que puedo hacerlo”. En varias de sus últimas entradas en el cuaderno, insistió sobre el tema “un libro divertido. Un libro feliz”. Por entonces, Jackson creía que la felicidad era una idea utópica: atrapada entre la fama — y el reconocimiento inmediato — , el agotamiento de la ansiedad que le atenazaba a todas horas e incluso las sospechas que su marido, el crítico Stanley Hyman, estaba involucrado de una manera u otra en la muerte de Kennedy, necesitaba un escape, una puerta abierta hacia otra región de su mente. Una más amable, menos furiosa, más clara y menos obsesionada con la oscuridad. El cuaderno termina con varias frases en las que insiste en que “ser feliz es necesario” y también que “la risa es posible la risa es posible la risa es posible”.

Pero Jackson no pudo completar ese recorrido hacia un lugar más luminoso de su vida y con toda seguridad, de su oficio como escritora. En agosto de 1965, la escritora falleció de lo que se diagnosticó como una “oclusión coronaria debido a arteriosclerosis, con una enfermedad cardiovascular hipertensiva, como factor contribuyente a la muerte”. Fue una muerte apacible: no despertó de una larga siesta vespertina. No obstante, durante semanas, Jackson aseguró a su esposo que “estaba segura moriría”. Que “podía escuchar la muerte a su alrededor y que eso, la inquietaba”. No era la primera vez que la escritora apelaba a lo sobrenatural para traducir sus temores, pero sí, una de las que lo hizo con más insistencia. Y mientras lo hacía, escribía el libro que “la haría reír”. El libro sobre “la felicidad perdida que debía traducir el mundo de una manera nueva”.

La muerte de Jackson — que aun era una mujer joven y una escritora muy querida — fue recibida con estupor y dolor por lectores y editores. Sus libros seguían vendiéndose bien y el New Yorker publicó una versión ilustrada de La Lotería, el cuento que la llevaría a formar parte de la historia literaria estadounidense. Hubo una breve conmoción por el hecho de su muerte prematura, pero mucho más, cuando su esposo declaró en una entrevista un mes después, que había “un nuevo libro de Shirley, esperando ser publicado”. Se trataba por supuesto de Come Along With Me, que en realidad no era otra cosa que 75 páginas sin corrección y una serie de episodios breves, en las que Jackson había unido pequeñas historias cotidianas. En realidad, no era una novela, ni siquiera el borrador de una pero Hyman, obsesionado con el recuerdo de su mujer y sobre todo, su trascendencia, permitió su publicación. Tres años después de la muerte de la escritora, Come Along With Me se publicó junto con una colección de los ensayos e historias que Jackson había publicado durante su vida, en la que incluyó el relato Janice, que según Hyman había sido el motivo por el cual se enamoró de su esposa en primer lugar. El libro fue acogido con respeto y frialdad por la crítica, que lo consideró “correcto” y no se vendió demasiado. Pero aún así, hubo mucho de curiosidad por un libro que no parecía escrito por la misma mujer que había soñado con una casa sintiente que se enfurecía en las noches frías y un pueblo capaz de asesinar a pedradas a sus habitantes para celebrar ciclos de cosechas. En lugar de eso Come Along With Me, era una mirada amable sobre la vida en pareja, las relaciones humanas e incluso, la singular manera en que la escritora comprendía el transcurrir del tiempo. “Somos ancianos antes de saberlo” dice en el libro, cuando uno de sus personajes descubre en su frondosa mata de cabello negro, su primera cana.

Pero para Hyman, la novela era la conclusión de un largo recorrido hacia la forma en que su esposa comprendía el mundo o así lo dijo, en el corto prefacio que incluyó para Come Along With Me. Para el crítico, la calidad de la novela no era tan importante como la intención de Jackson al escribirla y era evidente que el amor que sentía por su esposa, era también una extraña relación de poder con su legado literario. “La novela inacabada en la que Shirley Jackson, mi difunta esposa, estaba trabajando en el momento de su muerte en 1965 era un homenaje a todo lo bueno en lo que creía. Ella reescribió las tres primeras secciones; las tres secciones restantes están en el primer borrador. De modo que es suya” insistió. Se trató de una extraña forma de describir un texto que carecía del brillante y extraño sentido del humor de Jackson y también, de su capacidad para profundizar en la naturaleza humana desde el cinismo. Afirmar, que “a pesar de todo” era un texto de la escritora, era una forma de Hyman de reivindicar la relación entre ambos.

“En una ocasión, creí estar por completo sola, hasta que él tosió y le descubrí de pie, junto a la biblioteca. Siempre había estado allí, pero yo no lo sabía. No hay una mejor manera de describir mi matrimonio que esa” escribió Jackson en su cuaderno de apuntes. Y quizás esa pequeña metáfora, sea la forma más directa de entender el motivo por el cual, el reciente viudo se esforzó en que la memoria de Jackson estuviera relacionada de manera directa y casi dolorosa, a su último libro. Una memoria póstuma sobre la que tenía control absoluto.

La bruja sin nombre.

Para comprender la relación entre Hyman y Jackson, quizás es necesario volver a 1938 y analizar la forma en que ambos se comprendían uno al otro. No era una pareja tradicional pero tampoco, una especialmente singular. Entre ambas cosas, el crítico y la escritora analizaban la convivencia desde cierta distancia incidental que les convirtió primero en cómplices y después, en parte de una noción peligrosamente cercana al tedio de lo que ambos compartían. Para bien o para mal, a la bruja escritora y el hombre que la admiraban, les unía un vínculo emocional, pero no basado en el amor sino en cierta codicia intelectual que ninguno de los dos podía explicar lo suficiente.

Cuando Shirley Jackson llegó a la Universidad de Syracuse desde Rochester, no tenía real idea (no una muy clara, al menos) de lo que deseaba hacer en el campus Universitario. Según la biografía de Ruth Franklin, Shirley Jackson: A Rather Haunted Life, la aspirante a escritora sólo sabía que deseaba “escribir hasta caer extenuada” y fue lo que hizo durante los primeros años, en los que dedicó una considerable cantidad de energía y tiempo a escribir cuentos, poemas y ensayos que publicaba en The Threshold, la revista editada por su profesor, el poeta AE Johnson.

El primer cuento que Jackson publicó en el semanario fue Janice, un corto relato de apenas 250 palabras, en que el narrador describe una llamada telefónica informal entre dos amigas, en que una le cuenta a la otra que por problemas económicos, podría no volver a la universidad. Pero lo más curioso, es que en mitad de la charla, Janice confiesa que estuvo a punto de suicidarse sentada en su coche y que no lo hizo porque “el hombre que cortaba el césped en los alrededores, me sacó”. La anécdota entera — sórdida, dolora y angustiosa — se narra en un estilo casual que termina por convertirse en un chiste cruel que no queda demasiado claro. La historia, seguramente se inspiró en los tiempos en que era una estudiante pobre en Rochester y más de un crítico se preguntó si en realidad, se trataba de una crónica sobre algún evento inquietante del pasado de Jackson que una obra de ficción.

Cualquiera fuera la respuesta, Janice desconcertó a un buen número de los compañeros de clase de Jackson, incluyendo a Stanley Hyman, quien en el prefacio de la colección Come Along with Me, admitió que “su amor por Shirley tenía mucho que ver con esa pequeña historia”, En realidad, hablar de amor es una simplicación: al parecer a Hyman el relato le despertó una obsesión profunda y apasionada. Siempre según Franklin, Hyman se presentó en el periódico estudiantil, exigiendo saber el nombre de Jackson para además, dejar claro que “se casaría con la escritora”.

Unos días después Jackson y Hyman se conocieron y tal como él había predicho, terminaron “enamorándose de inmediato”. Fue Hyman quien alentó a Shirley a seguir escribiendo y de hecho, fue él quien asumió que debía alentar a su futura esposa a continuar su carrera literaria, algo que él mismo, no podía hacer. Para Hyman, escribir resultaba doloroso y de una fatiga intelectual apenas soportable. Para Jackson, un pausado y entusiasta recurrido intelectual que le permitió descubrirse a sí misma. De modo que la complicidad — apoyo, sustento, ánimo, aliento — que recibió Jackson de Hyman fue total y también, una admiración devota que en ocasiones le parecía “Exagerada y hasta un poco dolorosa, ¿podré satisfacer semejante expectativa del asombro?” se preguntó en una ocasión, en uno de sus cuadernos, agobiada y quizás desconcertada por el amor de Hyman.

Una vez casados, la devoción del marido por su brillante esposa no hizo más que aumentar. Pero no obstante, pareció elaborar una idea concluyente sobre la forma en que Hyman asumía el peso el ego herido por el talento de su esposa. El amor entre ambos, no era del todo desinteresado y de hecho, era un recorrido un tanto escabroso por una búsqueda insistente de individualidad. Mientras Jackson escribía y se hacía cada vez más reconocida en el ámbito literario estadounidense, Hyman comenzó a sentir atracción por otras mujeres, que no se molestó en ocultar a su esposa. Con un detalle espeluznante, el marido enamorado y ferviente admirador de su mujer, comenzó a explicar en largas y detalladas cartas, su fascinación por mujeres “menos brillantes, pero sí, muchos carnales”. Para Hyman, que se consideraba comunista y que de hecho, pasó buena parte de su etapa universitaria luchando por el ideal socialista, el matrimonio abierto era algo tan natural “como necesario, si es que deseamos sobrevivir”, escribió en una oportunidad. “¿La supervivencia de quién esperas?” respondió Jackson, que jamás se dejó seducir por la tentación de vengarse con otros hombros o de demostrar su independencia intelectual de la misma manera de su marido. “Nunca comprenderé lo que intenta decir entre líneas y quizás, no es tan importante que lo haga”.

Jackson, que durante toda su etapa universitaria había luchado con la ansiedad y la depresión, comenzó a experimentar ataques de pánico que la llevaron a creer que estaba loca o a punto de caer en algún tipo de trance psicópata. “Que tu mente se vuelva incontrolable es quizás lo más temible que nadie puede imaginar” escribió y al final, resolvió que el problema era mucho más grave — si era posible imaginar tal cosa — la probabilidad de la locura. Su esposo era abusivo, manipulador, estaba obsesionado con su talento, pero de una forma inquietante, intentaba también atacarla a través una vida doméstica plagada de violencia silenciosa e incluso, abuso. Jackson nunca admitió que Hyman le hubiera golpeado o incluso ofendido, pero en sus diarios, es obvio que la tensión aumentó hasta dejar claro que la pareja no estaba unida por el amor sino por una compleja red de dolor, decepción y co dependencia que a la distancia, ninguno de los dos podía explicar lo suficiente.

“Berrinches, odio y asco, qué vida de casada” escribió para describir el matrimonio. Cuando finalmente se embarazó, tuvo la esperanza que la maternidad hiciera las cosas más sencillas “Quizás cuando tenga a mi bebé […] pueda hablar con él y me amará y todo mejorará, de una forma u otra”.

El matrimonio no mejoró aunque Jackson terminó siendo la madre de cuatro niños, a la vez que la esposa de un hombre que intentaba opacarla en el ámbito académico y que la acusaba, en cada oportunidad posible, de descuidar a su familia en la búsqueda “de reconocimiento”. Hyman se había convertido en un profesor reconocido, un hombre locuaz y en apariencia agradable que los vecinos adoraban y quien tenía por esposa “una mujer silenciosa, atareada con demasiados niños” confesó un amigo de la pareja que por años, ignoró que Jackson hubiera tenido un fructífero pasado como escritora universitaria y que siguiera publicando una columna sobre la vida doméstica.

Entonces, Jackson publicó el cuento La Lotería y todo cambió. Como si se tratara de la última piedra de un largo ritual pagano, fue el cuento y no otra cosa, la que le permitió retomar el control de su vida y de alguna u otra forma, encontrar el equilibrio entre su necesidad de escribir y la vida doméstica. “La bruja regresó” escribió en su cuaderno, cuando empezó a recibir cartas de lectores enfurecidos por la temática espeluznante del cuento, un relato de horror folclórico que desconcertó a buena parte de Norteamérica. Pero para Jackson fue en realidad, una puerta abierta a la libertad. “Vuelvo a escribir, vuelto a ser libre y en esta ocasión, no habrá nada que pueda detener al poder que invoco” escribió un mes después de publicarse — y con excelentes críticas — The Haunting of Hill House.

De pronto, la “esposa de Hyman” se convirtió en una celebridad pública y más allá de eso, en el símbolo de una revolución literaria que abarcaría más de lo que Jackson podía imaginar. La Lotería, abrió la puerta al horror gótico en medio del contexto norteamericano pero también, le permitió retomar el control de su vida emocional e intelectual. En 1959, la novela The Haunting of Hill House fue nominada para National Book Award y alabada por The New York Times como “una nueva forma de crear lo misterioso a través de un elegante estilo, que asume lo escalofriante desde una forma de belleza. También encumbró a Jackson “la mejor exponente del cuento críptico y embrujado”. Para entonces, la escritora era una mujer con el poder suficiente como para escribir como único oficio. Hyman tuvo que hacerse a un lado y de pronto, el apoyo que siempre había prodigado a su mujer, comenzaba a resultarle casi hipócrita. Despedido del mundo académico, confinado al hogar y al cuidado de los hijos, fue de pronto una especie de recorrido a la inversa de una relación rota que terminó por ser en exceso dolorosa para ambos “Creo que recuerda el tiempo en que sólo era su esposa y lo hace, con una enorme y ponzoñosa añoranza” escribió Jackson.

De hecho, antes del ciclo de conferencias que marcaría el final abrupto de su vida pública, Jackson había decidido abandonar a Hymes y la separación, era más que obvia, incluso para buena parte de sus amigos. “De pronto, todo es más sencillo, directo. Puedo destruir los puentes que nos unen y esperar que nada renazca en el suelo árido en los que se levantaron” anotó en lo que parece un apunte para un futuro cuento, pero en realidad, es una descripción de su matrimonio. “Al final, la palabra me liberó”.

Nunca sabremos si realmente Jackson hubiera dado el paso definitivo de un divorcio legal o una separación. Tampoco si la novela Come Along with me, era tal y como la imaginó. Lo que sí es bastante claro, es que Jackson había encontrado razones para reír y su obra póstuma lo demuestra. “Quiero reír mientras escribo y desde luego, no puedo hacerlo en casa” apuntó en su último cuaderno de apuntes, que Franklin repasa con cierta frialdad. “El temor sigue allí, tal vez nunca se van, pero de regreso a escribir es lo más cerca a una huida que he conocido” concluye mientras conducía hacia su última conferencia y quizás, la vida como la conocía.

Jackson muere y Come Along with me, se publica. Quizás entre ambas cosas, haya un hilo conductor invisible que nos permita conocer a la escritora — a la mujer detrás de su obra — con más claridad de lo que podemos suponer. Una mirada inquietante, una versión de la realidad en la que Stanley Hymes, admirador cruel y marido inconstante, intentó legar al futuro. Una herencia engañosa incapaz de sostenerse más allá de su mera posibilidad.

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Aglaia Berlutti
Aglaia Berlutti

Written by Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine

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