Crónicas de la Nerd entusiasta:

Lo bueno, lo malo y lo feo de The Watchmen de Damon Lindelof.

Aglaia Berlutti
8 min readOct 21, 2019

Toda adaptación corre el riesgo de tener que lidiar con las implicaciones del material de origen, algo que el showrunner Damon Lindelof parece tener muy en cuenta desde las primeras escenas de su adaptación televisiva de la mítica novela gráfica Watchmen de Alan Moore. Con el mismo aire levemente siniestro y duro del cómic, la serie comienza por recordar que en el Universo imaginado por Moore y que Lindelof intenta profundizar, llevar una máscara de superhéroe es un riesgo considerable. O lo es lo suficiente como para que quienes lo hacen, deban hacerlo a la periferia y desde la percepción inquietante de encontrarse en un frontera entre lo ilegal y algo más peligroso que la serie por ahora, no decide del todo.

Por supuesto, se trata de The Watchmen, la historia fundacional del cómic tal y como lo conocemos en la actualidad, por lo que la versión de HBO intenta rendir homenaje a sus elementos seminales, a la vez que analiza el contexto de una obra que marcó un considerable hito en la cultura pop. Lindelof lo sabe y la primera decisión notoria en el argumento es respetar de manera rigurosa el origen: han transcurrido tres décadas desde los acontecimientos narrados en la Novela Gráfica y el mundo ha cambiado lo suficiente como para el concepto de lo heroico se encuentre a mitad de lo temible y lo amargo. Una zona blanca que la serie no se precipita en analizar, sino que en la que reflexiona a través de retazos de información sueltos. Watchmen se toma en serio lo suficiente como para analizar la formidable red de referencias que la sostienen y además, la incorpora a la versión de algo más extraño y complicado de asimilar.

Porque la serie no es sólo una versión o una adaptación del original, sino algo más ingenioso, extravagante y quizás, allí está su triunfo. Se trata de una meditada continuación que intuye que necesita recorrer las líneas argumentales de la historia de la que proviene sin imitarla. Y lo hace, con una formidable capacidad para reflexionar sobre el Universo alterno en que transcurre la acción desde el cínismo — es Watchmen, después de todo, por lo que hay una cierta lírica irónica en toda la historia que se narra — y también, la desesperanza. Este mundo gris, deslucido, violento y maltrecho, es el escenario de pequeños prodigios de la desazón: el recuerdo de los antiguos superhéroes es lo suficientemente incómodo y extraño como para permanecer oculto por demasiado tiempo y los más jóvenes, toman el testigo con una conciencia de la importancia de los errores cometidos. Entre una y otra cosa, la serie es una audaz colección de símbolos, temores y dolores que se manifiestan y se enlazan entre sí para crear algo más poderoso y oscuro. No se trata de una historia sencilla y de hecho, el guión no deja que lo olvides en ningún momento.

Además, es notorio que Lindelof intenta responder preguntas que la novela gráfica se formuló en voz alta y que no llegaron a responderse: hay mucho de esa conciencia del metalenguaje que Moore trabajó con mimo en el cómic y que en la serie, se manifiesta sobre la idea del poder, la moral, el bien y el mal. ¿Por qué existen los superhéroes? ¿Qué hace que alguien quiera serlo? No se trata de mera retórica: los personajes retorcidos, angustiados y aplastados por la culpa de la serie se cuestionan en voz alta la posibilidad del anonimato para ejercer una forma de control cultural que rara vez, obtiene una verdadera concepción sobre la identidad. Hay un malestar colectivo que se extiende en invisibles ramificaciones, mientras los héroes de capa (o en esta ocasión, con el rostro cubierto por máscaras blancas o franjas de pintura) intentan encontrar sentido a su propia existencia.

La historia es también una distopia y la crueldad como Watchmen presenta el futuro, se equipara en cierta forma a la concepción funesta sobre los errores del presente y lo que podrían provocar a no tardar. El racismo, el enfrentamiento entre clases, el agobio del desarraigo y la soledad se manifiestan en una especie de ecología enrevesada de figuras inquietantes que detentan el poder político desde el odio y la desazón. Las calles están encendidas de odio, hay grupos anárquicos que se enfrentan a la ley como pueden — y bajo la noción de la razón — y también, la consideración creciente y violenta que la sociedad, tal y como la conocemos, está destinada a desaparecer. Por supuesto, las analogías con la Norteamérica de Trump son evidentes, inquietantes y preocupantes, aunque no lo suficientemente provocadoras — no todavía — para que el paralelismo sea tan evidente como en The Boys de Amazon Prime Video. En un intento de desmarcarse de cualquier paralelo político inmediato, Watchmen parece más interesado en recorrer una visión de la realidad que se entremezcla con la virtud del origen de todos los conflictos, las percusiones de la cultura corrupta y una elemental mirada a la desazón de un país bajo la amenaza del prejuicio y el enfrentamiento social.

¿Es suficiente lo anterior para que Watchmen funcione como historia única? Sí y no. A medida que el argumento avanza, es evidente que aunque intenta desmarcarse en cierta medida de la historia de origen, también toma algunos de sus mejores símbolos para reflexionar sobre temas puntuales: Un batallón de hombres que llevan la máscara de Rorschach (el único personaje que en la novela gráfica se negó a trabajar para el gobierno), tiene toda la intención de ubicar históricamente no sólo a la línea narrativo, sino también, rendir tributo al poder como hecho único e individual. En la obra de Moore, el Gobierno prohibió a los vigilantes enmascarados en el año 1977 y en la serie, el hecho parece coexistir con una noción salvaje y rebelde, enlazada con la posibilidad del caos. En medio de todo lo anterior, la concepción de lo extraño y lo temible, se vincula a algo potencialmente peligroso: la condición de lo extraordinario como una idea temible en lugar de esperanzadora.

En Watchmen, la heroicidad no tiene relación con capacidades sobrehumanas, o al menos, no en la forma en que el argumento maneja los extremos sobre el terror, el tiempo y la posibilidad de la transgresión. En la trama, llevar el rostro enmascarado tiene un especial peso metafórico y lo demuestra, a través de la insistencia en mostrar los enfrentamientos entre bandos antagónicos cuyos símbolos son distorsiones de la noción común entre el bien y el mal, el miedo y la conjunción del valor individual. No hay héroes ni villanos, en este superpoblado universo que se extiende como una una línea difusa entre batallas campales con policías armados con armas sofisticadas y los defensores de la ley en una paradójica marginación. La noción sobre el temor se entrecruza con algo más básico, una versión de la mitología de la bondad y la maldad contaminado por la angustia existencial de una cultura en la que el heroísmo se masifica como expresión del horror.

De modo que en Watchmen, el héroe puede también ser el villano y serlo, el mismo día, con unas pocas de diferencias. La fórmula que Moore patentó en su obra (y que analizó de manera cuidadosa en los profundos arcos argumentales de sus personajes), llega a la televisión como la sensación que se difumina y se mimetiza en la comprensión de la cultura como algo más inquietante que una mera perspectiva sobre un tipo de evolución invisible. Como la novela gráfica, la versión Watchmen televisiva medita sobre las tendencias fascistas latentes en un país en el que la libertad tiene un precio. Y uno alto: la moral se convierte en una frontera inquietante entre el deber — en varias oportunidades el argumento insiste en lo que es inevitable — y entre lo que puede ocurrir, en un amplio rango de posibilidades que se conectan para elaborar un sistema de valores difusos.

Por extraño que parezca, Watchmen es una historia de origen que se entrecruza y se sustenta en la transformación de una idea única. Mientras que otros superhéroes sufren mutaciones, transformaciones dolorosas, son mordidos por criaturas inversímiles o descubren su ascendencia extraordinaria, en Watchmen la toma de conciencia del superpoder es una crítica violenta y poderosa contra la cultura. Cada hombre y mujer que se cubre el rostro con una máscara, lo hace al descubrir la pesadilla social que le rodea: Pueblos acosados por la policía, el orden mismo legal subvertido sobre la noción del miedo. La necesidad del vigilante sin nombre y la perversión del poder, son los elementos que descubren a la capacidad del superhéroe o esa figura inquietante, que el universo de Watchmen considera como tal.

Claro está, Watchmen de HBO también es hija de su tiempo y hay líneas argumentales directamente relacionadas con temas que ahora mismo, se vinculan a profundas preocupaciones sociales. Para la serie, el elemento anómalo y siniestro que empuja las acciones tiene una relación directa con el legado de violencia social un país convulso, pero también, con la capacidad de la serie para convertir a la historia real en un telón escindido e incompleto de lo temible. Para Damon Lindelof, la reinterpretación del universo Moore busca convertir a la norteamérica alternativa de la novela gráfica, en una versión resquebrajada de un posible futuro a partir del presente. Entre ambas cosas, el miedo y la posibilidad de la destrucción del valor moral seminal — la Tierra Prometida que ya no lo es tanto — elabora una concepción del tiempo y de la realidad compleja y por momentos, confusa.

Pero Lindelof debe decidir qué desea comprender sobre este país que crea a partir de metáforas y fragmentos de historias, de modo que sustituye a Ronald Reagan (y su política en la Guerra Fría), por Robert Redford, ambientalista y que durante casi tres décadas, ha sido presidente desde una hegemonía del poder político que comienza a parecer amoral. En medio de este caldo de cultivo de un mundo paralelo, el argumento decide tomar la alternativa menos compleja y reconstruye la connotación de la ley, lo bueno y lo malo, a partir de un fatalismo colectivo que se relaciona con una mirada triste y angustiada sobre las conexiones sobre la personalidad del hombre actual, pero sobre todo su pesarosa ingenuidad.

De modo que Watchmen se construye sobre sus referencias y lo hace, con una inteligente conversación acerca de la realidad, el tiempo y la reinvención. Pero también es una construcción intuitiva de lo que la novela gráfica aportó al discurso pop sobre bases filosóficas y algo más barato, absurdo y conmovedor. Tal vez, por ese motivo el show no tiene otro remedio que narrar las historias de los personajes en los que se basa desde el amarillismo, una farsa, de simbologia cruzada que lleva por apropiado título American Hero Story. Entre bambalinas y en mitad de la barroca versión de la realidad — grotesca, escindida en dos partes, revelada a medias — la serie encuentra el sentido esencial que la sostiene como versión de un producto legendario. Su propia personalidad.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine