Crónicas de la Nerd entusiasta:
La sigilosa provocación de Black Christmas de Sophia Takal.
El género slasher admite cientos de reinvenciones, pero pocas veces un discurso político que evada el foco de interés sobre la sangre que se derrama y la víctima que huye. Pero la película Black Christmas de la directora Sophia Takal, logra condensar un durísimo trasfondo de crítica política y además, construir un escenario de asesinatos con buen pulso y una cierta elegancia argumental. Esta reinvención del clásico de 1974 no será perfecta, pero si es lo suficientemente densa, extraña e incómoda, como para provocar un efecto propio que la separa del film original y le brinda una personalidad propia.
Porque Black Christmas sorprende y quizás, de maneras tan inesperadas que convierten a la película en un debate a la trastienda. Desde esa primera gran escena, en la que una mujer solitaria se echa a la mano un juego de llaves para defenderse de un intruso — ese consejo tan repetido para evitar la violencia de género — hasta su extrañísima escena final, el film combina los elementos tradicionales de un slasher cualquier con un curioso subtexto femeninista, que en realidad, es más realista que impostado y mucho menos reivindicativo que directo. Y es la combinación de extremos lo que hacen del film, una mezcla afortunada de varias ideas que superpuestas, producen un efectivo recorrido por todo tipo de reflexiones inusuales en películas semejantes.
Por supuesto, hay una víctima y un asesino. O varios. Pero también, hay una densa capa de dimensiones y significados que convierten a ambos en un debate entre líneas de algo más elaborado y sofisticado que un hombre que persigue chicas indefensas sosteniendo un cuchillo. El guión de April Wolfe avanza con buen ritmo en una historia sencilla pero no simple, que comienza con una desaparición pero que en realidad, también abarca algunos extremos. El contexto comienza mucho antes y también, el miedo que envuelve a Ridley (Imogen Poots) tiene motivos más oscuros, realistas e incómodos que la del mero hecho de la amenaza de la gran Universidad vacía en la que comienzan a suceder todo tipo de sucesos extraños. Poots crea un personaje con un aire frágil, una final girl a toda regla, pero también es algo más: el guión decide dotar a Ridley de la ferocidad de la superviviente y lo hace a través de un recurso ambiguo que pudo resultar un riesgo, de no ser por las buenas decisiones de Wolfe y Takal, crean y mezclan un lenguaje profundo acerca de la culpa, el dolor, los remordimientos y sobre todo, el peso de la sexualidad y la violencia, una combinación que rara vez se toca en el género del slasher.
Por supuesto, ya incluso es un cliché común: el asesino designado asesina en primer lugar a los sexualmente activos, a los atractivos y también, a los que trasgreden una cierta moralidad implícita en el guión. Pero en Black Christmasel planteamiento no es tan sencillo y se concentra en el hecho que Ridley ya fue una víctima y se recupera de las heridas que sufrió. La película comienza cuando el trauma ya es un hecho — y un peso intelectual y moral ya hace mella sobre su comportamiento — lo que añade al personaje una oscuridad y una densidad extra. Una y otra vez, la película brinda simbología a giros en apariencia inofensivos y el ambiente alrededor de varios de los hilos narrativos secundarios se enredan entre sí para sostener una idea más profunda, más singular y más poderosa. El asesino de capucha y guantes matará a no tardar, pero no se enfrentará a las víctimas tradicionales. Y el enfrentamiento entre ambos tampoco será por los motivos habituales.
Con una premisa semejante, la película podría volverse innecesariamente densa, política o incluso sermoneadora, a no ser porque escoge el discurso correcto y la forma de construirlo como una discusión que rodea la narración. Ridley recibe mensajes amenazantes y varias de sus compañeras de fraternidad también, mientras las desapariciones se suceden unas a otras en medio de un ambiente festivo hostil, nostálgico e incómodo. Uno de los logros de la película es dedicar un tiempo considerable a mostrar las obsesiones y dolores de sus personajes y hacerlo, para dejar en claro que tienen motivos para luchar y sobrevivir. De modo que el supuesto subtexto femeninista — que existe — es también, una forma de otorgar sustancia al centro argumental de la película. Una decisión audaz que Takan toma y conduce al film hacia terrenos inexplorados en el género.
Por supuesto, Black Christmas también es una película de terror y como tal, asume su identidad de inmediato: las tomas largas y oscuras, transforman el campus universitarios en un lugar peligroso y lleno de amenazas, mientras las casas de las diferentes fraternidades — sobre todo, las ocupadas por las protagonistas — en una colección de sombras, esquinas tenebrosas y una cierta lasitud inquietante que domina la escena durante la primera hora. El asesino — ataviado por un manto y una máscara que tiene mucho más de metáfora de lo que podría suponerse — recorre los espacios con una libertad desconcertante y aunque el guión usa todos los clichés habituales del género, también juega con las expectativas del público para crear una doble visión singular sobre el mal y sus motivaciones. Es entonces, cuando el doble discurso político se entremezcla con algo más singular y crea la combinación justa para que Black Christmas sea algo más que un remake y mucho más, que un simple provocación gratuita que aprovecha el momento político mundial para sacar provecho.
En realidad, Black Christmas tiene la intención de incomodar y en más de una forma. Mientras Ridley se debate entre sus traumas y la evidencia innegable que un peligro letal acecha a sus hermanas de fraternidad y a ella misma, la película tiene la ambición suficiente para deleitarse en avivar la guerra de los sexos y el discurso de género actual con frases bien escogidas. En medio de una pequeña coreografía navideña, Ridley y el resto de las protagonistas levantan los brazos para cantar “Y estaba dormida y no pude decidir, la culpa es tuya”, en una especie de eco de casi sorprendente sincronía con “El violador eres tú”, que ahora mismo recorre las calles de varios países en el mundo. Antes, el Professor Gelson (Cary Elwes) sostiene una incómoda discusión sobre autores femeninos y masculinos que ha escogido para ser debatidos durante el semestre, el hecho que le llamaran misóginos y a él mismo, machista. El nombre de Camille Plagia flota en medio de la discusión y la tentación por del debate es obvia, pero el guión de Wolfe no se detiene en el rostro retorcido por la furia del personaje de Elwes y avanza más allá “Pero debemos leer esos clásicos” esgrime una de las chicas de la fraternidad de Ridley. “Son sus clásicos, no los míos” responde otra de sus compañeras, en tono desafiante.
De modo que el argumento deja claro, que los asesinatos no son casuales ni tampoco ocurren sólo porque un asesino — o varios — sedientos de sangre, van de un lado a otro de la Universidad con ansias de venganza. Pronto, Ridley descubre un ritual de fraternidad frente al busto del fundador de la Universidad — degradado a una de las habitaciones de una de las casas dormitorios — y es obvio, que la violencia nace de un lugar mucho más peculiar, denso y angustioso que el mero asesinato fortuito. Wolfe se esfuerza y en ocasiones lo logra con brillante pulso, que el guión juegue con las conclusiones del público, mientras Takal brinda al conjunto completo un aire contenido, abrumador y extrañamente claustrofóbico. A diferencia de la película del 2006 (que tomó la extraña decisión de convertir el contexto de asesinato en un drama incestuoso que al final no se resolvía con efectividad) Takan construye una serie de pequeñas insinuaciones sobre lo que se mueve al fondo de la película, sobre la tensión real que lleva al asesinato — simbólico y real — y sus consecuencias.
El film entero tiene las aspiraciones de ser una metáfora y de hecho, no disimula que su argumento está emparentado de manera directa con los postulados del movimiento #MeToo y las discusiones que suscitó. Los diálogos y discusiones entre personajes están cargados de intención — la provocación entre hombres y mujeres es casi en exceso obvia para resultar intrigante — y al final, es notorio que toda la atmósfera enrarecida tiene un motivo más que evidente. Pero en lugar de resolverlo de la manera obvia — que habría resultado decepcionante — el film dobla la apuesta y deja entrever que el mal que habita en el campus de una Universidad llena de secretos, se abre como círculos concéntricos de una discusión más antigua y tenebrosa.
“Black Christmas” juega con los terrores habituales que sufren las mujeres: se convierte en un catalizador de pequeños ideas sobre la seguridad y la vulnerabilidad de la víctima. Las chicas de la fraternidad se envían mensajes entre sí para asegurarse llegaron “a salvo”, pero aún así, desaparecen en medio de un ambiente aprensivo que el argumento hace cada vez más irrespirable. Cuando finalmente comienzan los asesinatos — y lo hacen pronto — ya el guión dejó claro que el asesino es el menor de los problemas de las chicas en el campus y que todas se enfrentan a riesgos cotidianos que les hacen vivir al borde de algo más doloroso y aterrador. Y mientras el clima se enrarece y las víctimas desaparecen una a una, Takal crea a un grupo de asesinos con un motivo, un método y lo que es peor, una cierta anuencia colectiva que se contrapone al riesgo de la mujer vulnerada y víctima. La combinación resulta explosiva y por momentos, irritantes. Las pequeñas escenas de agresiones se suceden: Ridley aparece en la habitación de una de sus compañeras cuando está a punto de tener sexo no del todo consentido con un chico del campus, tan parecido a otros tantos acusados por delitos semejantes que es inevitable analizar la comparación. Ridley logra evitar una situación de potencial agresión sexual y después, hay una corta conversación incómoda “creí que era agradable” dice la joven, antes de vomitar, entre temblores y llanto.
¿Es Black Christmas una película feminista? En realidad podría haberlo sido — y perder su efectividad — si Takal no dedicara una especial atención a los asesinatos y cómo se cometen. Desde el primero — astuto y extrañamente cruel — hasta la forma en que la cámara sigue al asesino a través de habitaciones y pequeños rincones, la película combina su considerable carga de discurso con el hecho que se asume directamente como un film de género y lo hace, desde la inusual noción para un slasher con todos los elementos tradicionales, de insistir que el motivo para asesinar se sustenta sobre una idea. Pero al final, los asesinos son el foco del argumento y es intrigante, la forma como la directora logra brindar un sentido del propósito a figuras sin rostro. De la misma forma en que Carpenter lo hizo con Michael Myers y Sean S. Cunningham con Pamela Voorhees, la figura que se esconde detrás de la máscara crea una tensión sin necesidad de otra cosa que su inmovilidad. Y en medio de las casas en tinieblas, repletas de adornos navideños de aire añejo, decadente y caótico, la pulcritud de las togas negras y las máscaras de metal envían un mensaje directo: estamos aquí para restablecer el orden perdido.
Hacia el tercer tramo, la película encuentra sus mejores momentos y también, el punto más alto de la tensión que elabora paso a paso para sostener lo que podría haber sido una conclusión provocadora y casi violentamente polémica, en esencia por inesperada y contradictoria. Takal no abandona el tema de trasfondo pero el guión de Wolfe flaquea en la última provocación: al final, el motivo de los asesinatos se resuelve con decepcionante rapidez y con un giro facilón que desmonta buena parte de los esfuerzos de la directora por crear un discurso novedoso sobre un clásico que ya forma parte del imaginario de terror de los fanáticos de terror. También, se echa de menos los asesinatos que jamás se muestran — al final, las quejas de la prensa especializada sobre la clasificación P — 13 pesa lo suyo — aunque Takal muestra los cadáveres y heridas con una habilidad elegante. Pero sin duda, se echa en falta algo más que una insinuación tímida de lo que pudo ser un espectáculo salvaje, extraño y chocante.
No obstante y a pesar de la pérdida de ritmo de las últimas escenas, Black Christmas continúa siendo un experimento exitoso que se sostiene sobre la posibilidad de ahondar en lo político en medio de algo más singular, potente y bien construido. Las capas de significado están allí y recuerdan en su inteligente conexión con lo mundano y lo político, a los recientes éxitos del terror como Get Out (2017) de Jordan Peele, Midsommar (2019) de Ari Aster y otras tantas propuestas recientes que toman el riesgo de ser más complicados de lo esperado. Con su contexto político, extraña versión de un slasher que por momentos parece luchar con su esencia para mostrar algo más sustancioso que salpicones de sangre rojo brillante, Black Christmas cumple con la intención de sobresaltar y confrontar. O al menos, lo hace a medias. Vale la pena preguntarse que habría ocurrid de dar el salto final a la polémica en estado puro. Quizás el golpe de efecto más inesperados de todos.