Crónicas de la “Nerd” entusiasta:

La franquicia muerta o por qué Terminator Dark Fate de Tim Miller es la despedida simbólica a una saga exhausta.

Aglaia Berlutti
17 min readJan 13, 2020

La interminables, frecuente e innecesaria insistencia en homenajear grandes películas clásicas, es un arma de doble filo en el mundo cinematográfico. La nostalgia, el traer de vuelta personajes entrañables o en el mejor de los casos, historias que forman parte de la manera en que evolucionó el cine, tiene el efecto inmediato de complacer y hasta conmover al espectador, pero también, un obligatorio análisis sobre la incapacidad del cine para crear y producir argumentos novedosos sin la necesidad imperiosa e inmediata, de encontrar en sus clásicos un referente ineludible. Durante las últimas décadas, Hollywood parece obsesionado con su origen y un reducido ámbito de expresión, lo cual por supuesto, puede provocar que al final, la repetición incesante termine por consumir no sólo el lenguaje, sino sin duda, la forma de narrar historias en la gran pantalla.

Eso es lo que ocurre con la película Terminator Dark Fate de Tim Miller. El primer pensamiento que despierta la primera gran secuencia de acción es que la franquicia creada por James Cameron, está muerta. A pesar de su buena calidad y la forma en que vincula el argumento a la ya clásica Terminator 2: Judgment Day, es evidente el film no es otra cosa que una insistente repetición de un único patrón que finalmente, perdió todo atractivo. De otra forma no podría explicarse que el metraje avance y resulte tan predecible como para que de inmediato, pierda todo tipo de tensión, deje de despertar interés y lo que resulta, más desconcertante, no tenga la menor capacidad para asombrar. Hablamos de Terminator, una de las tres o cuatro franquicias que cambiaron con su propuesta el cine de Ciencia Ficción. ¿Cómo llegamos a una situación semejante?

Es difícil determinar que está mal en una película que en teoría, tiene los todos los elementos para funcionar como un sólido argumento dentro del género de la ciencia ficción. La historia está allí, una impecable batería de efectos especiales y también, el regreso del elenco original, que añade la inevitable nota de nostalgia a la fórmula. Pero Dark Fate no sólo no termina de construir un diálogo creíble entre su punto de referencia inicial y la nueva propuesta sino que además, desperdicia con enorme torpeza los pocos momentos en que podría justificarse a sí misma como película independiente. Para bien o para mal, Dark Fate es hija de los fracasos anteriores de la franquicia y es esa cualidad la más notoria en medio de una narración argumental, que en pantalla no es otra cosa que una colección de clichés, recuerdos y momentos que la saga atravesó en más de una ocasión. De la misma forma que la historia del líder del futuro que intenta preservar su propia vida enviando a alguien de enorme valor emocional al pasado, el film de Tim Miller da vueltas en círculo sin que el guion pueda avanzar más allá de la notoria línea de lo que Terminator fue y en lo que se convirtió. Una criatura mestiza, incompleta y disecada en el ámbar de malas decisiones creativas.

En tiempos de Apocalipsis.

Cuando Terminator 2: Judgment Day llegó a las pantallas de cine en el año 1991, fue un inmediato éxito de crítica, público y taquilla. No solo se trató de uno de los escasos veces en la que una secuela cinematográfica supera al material original, sino que su elevadísimo coste — en su momento se le consideró la más cara de la historia — se invirtió de forma integral en construir un ejemplo de entretenimiento puro que sorprendió, además, por su calidad argumental y buen hacer cinematográfico. En conjunto, la obra de James Cameron fue la frontera entre un tipo de cine que hoy consideramos normal y una vuelta de tuerca definitiva a la ciencia ficción en la gran pantalla, un logro que a la distancia todavía resulta sorprendente.

Estrenada en 1984, la historia original imaginada por Cameron asombró por su capacidad para unir los mejores elementos de una película de acción con un hilo conductor emocional, que brindó sustancia a una historia extravagante. El director tenía la idea de filmar lo que después llamaría “la película definitiva sobre Robots” y hubo rumores que el guión fue obra de la envidia de Cameron por el éxito y la complejidad del argumento de la saga Star Wars de Lucas, algo que rodeó el mito del film como parte de un fenómeno mucho más grande incluso antes de su estreno.

De hecho, uno de los grandes logros de Cameron y su equipo, fue que un proyecto modesto despertara el interés de medios y críticos: para el momento de estreno, los comentarios sobre arriesgadas tomas, asombrosos efectos especiales y sobre todo, un nuevo enfoque sobre la obsesión nuclear, llevaron a Terminator a recaudar la suma de 78 millones de dólares, una fortuna apreciable en mitad de la década de los ochenta.

Un intrigante secreto:

Casi diez años después, Cameron se encontró con la privilegiada oportunidad de utilizar las expectativas para superar la película original. Podría hacer cualquier cosa con el concepto del argumento de Terminator, además de contar con mayor presupuesto y efectos especiales para despertar un considerable interés sobre la película. Se trató de un golpe de efecto, que aseguró la curiosidad del público y buena parte de la industria. La cual no comprendió demasiado las decisiones de Cameron alrededor de la producción, pero que terminó por aceptar que se trataba de una estrategia por completo nueva. Desde las primeras noticias sobre la filmación — y a pesar que se trataba apenas de algunas decisiones de guión, locaciones y casting — todo lo que ocurría alrededor de Terminator 2: Judgment Day se debatía con interés en círculos especializados y después, en medio de una creciente expectativa del público.

El proyecto para una secuela inmediata de Terminator pasó una buena cantidad tiempo en el nada deseable limbo de los procesos inconclusos. Sería en el año 1990, cuando finalmente el productor Andrew Vajna se comunicaría con James Cameron para explicar que su compañía no solo tenía los derechos de la franquicia, sino que además estaba muy interesada en una posible secuela, a estrenarse el año siguiente. El director aceptó de inmediato, a pesar de tener el tiempo en contra para un proyecto de la envergadura que imaginaba.

Cameron de inmediato se puso en contacto con guionista William Wisher, quien ya le había ayudado a escribir la primera película y tenía algunas ideas para una posible secuela. “Hay buenas noticias y malas noticias”, cuenta Whisher. Por supuesto, las malas eran el tiempo muy corto para escribir, producir y llevar a la pantalla una historia que aún no se había escrita y que además requería de una serie de efectos especiales “que aún no existían” contaría después Wisher.

No obstante, el equipo no se amilanó y por semanas, se dedicaron en exclusiva a escribir la historia, que desde el comienzo se enfrentaba a un gigantesco obstáculo: el villano principal, interpretado por Arnold Schwarzenegger y base angular de la popularidad del film original estaba muerto. Se trató de un reto que los guionistas solventaron desde lo obvio: narrar la historia a partir de la perspectiva de los sobrevivientes. “Nos dimos cuenta, que ella (el personaje de Sarah Connor) probablemente corrió a decir a todos que el fin del mundo estaba muy cerca y que se prepararía para eso, sabiendo que su hijo tendría que convertirse en el líder de la resistencia humana. Todo lo anterior, seguramente le habría llevado a una institución mental “, explicó Wisher.

A partir de allí, la historia fluyó con facilidad y sobre todo, la decisión que en esta ocasión, el jovencísimo John Connor, tendría que tener un protector. ¿Y quién mejor que Arnold Schwarzenegger? La decisión para ambos guionistas fue obvia, aunque no del todo sencilla. El actor se había convertido en uno de los malvados preferidos de la cultura pop y además, que se encontraba tan vinculado a su papel en Terminator del ’84, que cualquier cambio podría acarrear el fracaso de la película.

“Al principio estábamos un poco nerviosos por tomar a Arnold, quien había sido el mayor villano del mundo, según algunas listas en ese momento, y romper eso”, contó Wisher. “Entonces hablamos con Arnold, le dijimos lo que queríamos hacer, y él aceptó”. Tenía buenas ideas para el personaje”. Terminator 2: Judgment Day y el mayor giro de guión del género de acción, acababa de ocurrir.

Lo demás, fue relativamente sencillo. O todo lo que puedo serlo en los planes de una película imposible de filmar que debía completarse en menos de un año. Para el nuevo rostro de las máquinas asesinas viajeras del tiempo, el equipo decidió que tomaría el mismo concepto de la película original, pero llevándolo al otro extremo. El T — 1000 se convirtió en una versión muy avanzada del modelo de androide encarnado por Schwarzenegger. Por supuesto, ya era obvio que se necesitaría algún tipo de efecto especial aún por probar para encarnar lo que Cameron tenía en mente. Pero aún así, el director siguió adelante.

El guión — que se sigue considerando una muestra de ingenio y que utiliza el manido argumento de los viajes en el tiempo con enorme propiedad — logró sorprender a la productora, que aceptó financiar el proyecto por la cifra récord de 100$ millones de dólares. La para entonces descomunal suma asombró a críticos, expertos y público aumentó hasta convertir a Terminator 2: Judgment Day en el estreno más esperado de las últimas décadas. Y aunque la prensa criticó y también cuestionó lo que podría significar una cantidad de dinero semejante para el futuro de las películas de acción, Cameron estaba dispuesto a demostrar que la inversión valía la pena.

Y lo hizo. La película se convirtió no sólo en un resonante éxito de taquilla sino que además, creó toda una nueva perspectiva sobre el cine de género de ciencia ficción, apoyado por tecnología de punta y además, por una historia con un considerable contenido humano con el que la audiencia pudo identificarse. Todo un triunfo que se reflejó en el cine en toda una nueva generación de películas de las que Terminator Judgment Day fue el precedente inmediato.

El monstruo del Deus ex Machina:

Desde el comienzo de la promoción de Dark Fate, el ahora productor James Cameron pidió a la audiencia “olvidar” la serie de películas que siguieron a la célebre Judgment Day, dejando claro que la nueva película a estrenarse no sólo las ignoraría por completo, sino que estaba conectada únicamente con el último gran éxito real de la franquicia. Se trató de toda una declaración de intenciones: dejó claro que toda el material — desordenado y caótico — añadido al canon original se desechaba y además, que la nueva película vendría a ser un vínculo directo con ese gran núcleo argumental en el que creó toda una nueva forma de comprender la ciencia ficción. Con su habitual grandilocuencia, James Cameron recordó a la futura audiencia que Terminator era su criatura y en más de una forma.

Pero el público no olvida con tanta facilidad como el director y el productor desearía y desde la difusión del primer trailer, fue evidente que el interés por el renacimiento de la franquicia, era lo bastante insuficiente como para despertar preocupación en el estudio, que había hecho la asombrosa inversión de 185 millones de dolares de presupuesto a pesar de los irregulares resultados del resto de la franquicia. Para resultar el éxito que revitalizara la saga, Dark Fate al menos debería comenzar el fin de semana rebasando la línea de los 100 millones de dólares. James Cameron insistió en que era posible e incluso su ex, Linda Hamilton — con quien protagonizó un tumultuoso divorcio a principios de los ochenta — sólo tuvo palabras de encomio para “la nueva visión” que el productor había brindado a la película. Por otra parte, Tim Miller — convertido en ícono del cine gamberro y ultraviolento gracias a la exitosa Deadpool — se dedicó a lidiar con la publicidad negativa en torno al aire en exceso “feminista” de la película y a plantar la cara a los trolls de internet, que intentaron llamar a un boicot contra el film antes de su estreno. Sin embargo, las proyecciones tempranas y las primeras críticas demostraron que el problema no residía ni en la historia — que recibió críticas tibias — ni en su elenco. Se trataba del poco interés que despertaba la historia en sí misma, algo inevitable cuando se analiza Dark Fate como heredera de las virtudes y sin duda, los problemas de sus predecesoras.

Resulta inevitable recordar la repercusión de las primeras películas de la franquicia, con la escasa profundidad del argumento de Dark Fate. A pesar de intentar cerrar las líneas argumentales del film del ’97 y hacerlo con relativa habilidad, es notorio que se trata de un experimento fallido, que cuenta más con el hecho de incluir a un envejecido Arnold Schwarzenegger — encarnando, como no, a su personaje de la película original — y a una formidable Linda Hamilton, que con el hecho de tomar decisiones concretas para revitalizar la historia imaginada por Cameron. Resulta desconcertante comprobar que el centro de la saga está allí, pero en realidad, no es otra cosa que piezas sueltas que no se sostienen de otra cosa que una colección de baches argumentales sin la menor profundidad. De nuevo, asistimos a la llegada de visitantes de un futuro distante (uno en mejores condiciones que el otro) y otra vez, el argumento se toma el trabajo de explicar punto a punto el motivo por el cual un soldado que atravesó algún tipo de proceso tecnológico que potenció sus habilidades, está dispuesto a todo para proteger a un personaje anónimo, mientras el mundo a su alrededor avanza con rapidez hacia un cataclismo a décadas distancia.

¿La diferencia? El contexto y el hecho, que las exigencias de nuestra época pesan más de la cuenta en la narración hasta convertirla en una rara combinación de ideas políticamente correctas o al menos, más acorde con la sensibilidad actual. Y lo hacen hasta transformar a la película en un cúmulo de buenas intenciones con un mensaje veladamente político. En esta ocasión, el mártir soldado y viajero del tiempo es una mujer, un híbrido entre máquina y ser humano llamada Grace (Mackenzie Davis​) que llega a nuestra época en una escena virtualmente idéntica a la que mostraba a Kyle Reese (Michael Biehn) durante sus primeras horas en el siglo XX. Con el cabello corto y rubio, Grace incluso se parece a Kyle, un tributo poco discreto y bastante torpe que deja de inmediato muy clara las intenciones de la película como homenaje. Grace tiene todas las habilidades que ya conocíamos de las grandes amenazas del futuro, pero también es una mujer con conciencia, que con una mirada dura y decidida, comienza su “misteriosa” misión luego de la habitual secuencia que muestra sus habilidades, fuerza y lo muy decidida que está a enfrentar cualquier obstáculo para llevar a cabo su objetivo.

Al otro lado del espectro, se encuentra Daniella (Natalia Reyes), que trabaja y vive en México en lo que el guión muestra a grandes rasgos como una normalidad rutinaria. De nuevo, el arquetipo de la mujer poderosa que comienza un recorrido simbólico hacia el poder, se repite en Terminator, pero con mucho menos brillo e ingenio que en otras ocasiones. Como Sarah, “Dani” es una mujer trabajadora, una hija y hermana modélica que no parece llamar la atención y que se pierde en medio de una ciudad anónima que la cámara mira desde cierta distancia cínica. Lo urbano en Dark Fate es destartalado y levemente rural, lo que hace inevitable preguntarse si se trata de un guiño a ese futuro inquietante que no quedó del todo conjurado luego del sacrificio de los Connor. Pero a pesar de las buenas intenciones, la historia carece de frescura, no obstante la oportunidad de jugar con las líneas que se entrecruzan con una propuesta que el público conoce y ha visto repetido en más de una ocasión.

La línea temporal alternativa — el guion reitera hasta la saciedad que se trata del futuro que el sacrificio de Sarah y John Connor lograron salvaguardar, al menos en apariencia — no tiene más atractivo que ser distinto, lo que hace que la cámara de Miller se obsesione con las calles polvorientas, el ambiente caluroso y la multitud de transeúntes que van de un lado a otro en un inmenso rebaño anónimo, en el que Dani no resalta por ningún motivo. Y mientras la Sarah Connor de los ochenta era una mujer aterrorizada, frágil pero que rápidamente ganaba en carácter y solidez, la Daniella de la nueva generación es desde sus primeras palabras, una mujer fuerte o así intenta mostrarla el guión escrito a cuatro manos por Billy Ray, David S. Goyer, Justin Rhodes y Josh Friedman, que la sitúa como obrera en algún tipo de compañía en que la que los Robots están sustituyendo con rapidez a los seres humanos. ¿Se trata de un guiño? ¿Una forma de avanzar sobre la psicología del futuro líder de la rebelión contra las maquinas? Cual sea la intención del argumento, Dani no resulta creíble y no sólo porque la actriz parece desbordada por el compromiso de construir un personaje análogo a la Sarah Connor que le precede sino debido a que el guión, no logra brindar sustancia suficiente a su personalidad. Mientras Dani reclama sus derechos laborales a gritos, el monstruo llegado del futuro para asesinarla aparece con el rostro de su padre. Y sin embargo, no hay tensión o empatía posible. Se trata sólo de piezas que en conjunto, están unidas de manera torpe por una nostalgia añeja sin el menor aliciente.

En realidad, podría decirse lo mismo de toda la película, que copia las mejores escenas de Judgment Day de manera desvergonzada pero sin la misma brillante mirada colosal y monstruosa de Cameron. La primera gran persecución automovilística — que es un reflejo de inferior calidad de la protagonizada por Arnold Schwarzenegger y Edward Furlong — muestra a grandes rasgos lo que podemos esperar en adelante: Mackenzie Davis​ se esfuerza por mostrar su apreciable plenitud física, mientras que el Terminator Rev-9 (Gabriel Luna) avanza impertérrito haciendo un aparatoso despliegue de sus nuevas habilidades, en las que destaca poder desdoblarse en una criatura metálica y antropomórfica tan letal como él mismo. De modo que la decisión de Grace es huir, arrastrando a una aterrorizada Daniella, que acepta sin más la versión sobre el viajero del futuro y el mundo que debe salvar sin hacer demasiadas preguntas: de inmediato, acepta la custodia y obsesiva decisión de Grace por protegerla. Todo parece en exceso sencillo, mal armado, sin suficientes explicaciones o profundidad emocional. Y aunque Terminator jamás ha tenido ninguna de esas cosas, los escasos diálogos y escenas que Cameron dedicó a que Sarah Connor comprendiera su situación, hicieron de la película original un argumento creíble o al menos, lo suficientemente sustancioso como para sostener todo lo demás.

Pero Tim Miller tiene prisa: No pasa demasiado tiempo sin que el tercer pilar de la historia haga su entrada. La imponente Sarah Connor (asombra la fortaleza física de Linda Hamilton) aparece en el momento adecuado para dejar claro dos cosas: que sigue siendo uno de los personajes femeninos más interesantes de la pantalla y que sólo Hamilton puede interpretarla. Con el cabello rubio convertido en una gloriosa melena canosa y llevando entre los brazos armamento pesado, la mujer que luchó por salvar el futuro y lo logró, aun a costa del suyo, aparece para deslumbrar en una de las mejores secuencias de la película. Y de hecho, es Hamilton la más cercana a la frialdad de la maquina, a la dureza de la obsesión. Mientras el personaje de Grace enferma, muestra sus debilidades y su desesperación, Sarah avanza con paso firme para recordar a la audiencia que fue Sarah Connor una de las primeras grandes heroinas de acción.

A partir de allí, la película sigue el rumbo habitual: el trío lucha por escapar mientras el avanzado Rev-9 les caza con fría eficacia. Por supuesto, en esta época de pequeñas reivindicaciones políticas, Terminator no podía hacer otra cosa que revelar un país hostil y cargado de una nota política tensa. Daniella está en México y junto con sus protectoras, debe cruzar a Texas. Pero las decisiones de Miller son tan ineptas y tan poco efectivas, que todo lo que podría haber significado el trayecto de un futuro líder militar que tiene la misión de salvar el mundo como un inmigrante bajo el puño de hierro de la ley, pasa desapercibido. Una y otra vez, la película cae en el error de lo obvio, lo insustancial, la simplicidad de resolver escenas y situaciones complejas gracias a grandes casualidades o a meros accidentes, sin otro propósito que el de hacer avanzar la trama hacia lo que sin duda, es su otra fuente de interés.

Hasta la vida, Baby.

Como no podía ser de otra forma, la película incluye por enésima vez a su personaje central, en una vuelta de tuerca que resulta incómoda por la forma forzada y brusca en que interactúa con el resto de las líneas narrativas. Por enésima vez, Arnold Schwarzenegger reaparece en la franquicia, sólo que en esta ocasión, deja claro — y más de una vez — que es su despedida. Vale la pena preguntarse si lo dice para tranquilizar a la audiencia o como un chiste privado, porque en realidad, la mitología alrededor del Terminator más antiguo de todos parece hacerse cada vez más amplia e incluso, convertirse en lo más interesante de una película predecible a niveles dolorosos. En esta ocasión, descubrimos que su “modelo” no sólo envejece — aunque no pierde su corpulencia y fuerza — y puede cambiar de “propósito” — intención — al parecer con un mero esfuerzo de voluntad. De la criatura despiadada que hace casi dos décadas atacó a Sarah Connor, el nuevo Terminator es un hombre de familia que vive una apacible vida en un rincón de Texas.

Por singular que parezca, semejante despropósito argumental brinda a la película justo el elemento de frescura y energía que evita sea un completo desastre. Arnold Schwarzenegger satiriza su propio papel y mientras recita sus líneas en el conocido tono monocorde y neutral que pasó a la historia del cine como parte de su identidad, también recuerda el motivo por el cual, las dos primeras películas de la franquicia se recuerdan con cariño. Sarah Connor se convierte en la mujer extraordinaria que fue y que es, mientras el Terminator, su inevitable enemigo, acepta sus insultos — y sus disparos — casi con cariñoso estoicismo. En medio de la maraña de hilos temporales, los futuros alternativos y las estrambóticas escenas de acción, Hamilton y Schwarzenegger, se toman un momento para analizar con cuidado la estructura de su antagonismo, que podría extenderse al de la raza humana y a las maquinas a las que se enfrentan. Hay algo minucioso e inteligente, en los diálogos de este Terminator humanizado por el inevitable paso del tiempo y aunque el protagonismo sigue sobre los hombros del trío femenino, la presencia de Schwarzenegger, tiene algo de reconfortante. Un recuerdo del hecho que en medio de esta película de viajes en el tiempo, soldados alterados por la bio ingenieria y una inteligencia artificial asesina, el verdadero protagonista es el pequeño desgaste de los símbolos, la pérdida de la identidad y la redención en diminuta escala.

Pero no hay tiempo para algo tan meditado y Tim Miller — que parece tener un especial desprecio por las reglas de la física en sus escenas de acción — de nuevo apresura el argumento para que sigan ocurriendo cosas. Porque en realidad, la película podría describirse como un cúmulo de escenas que se entrecruzan entre sí para demostrar el valor de Grace, el estoicismo de Dani y el poder de Sarah. Hay una curiosa reinversión de los valores y nociones que sustentaron las películas anteriores y mientras Sarah Connor era una mujer destinada a parir a un salvador — el arquetipo de la doncella entregada en sacrificio por una causa mayor — en esta ocasión, es una matrona poderosa, sabía y el centro de un tipo de fortaleza extraordinaria que literalmente, sostiene a la película de sus hombros. Es ella y no la frágil Grace o la decepcionante Dani, la que recuerda el motivo por el cual Terminator como saga logró sobrevivir, por qué el personaje aparece de manera más o menos recurrente en todas sus reinvenciones y el motivo por el cual, es el eslabón que une al pasado con el futuro.

Pero no resulta suficiente y no lo es, porque en realidad, este panegírico que nadie pidió a una saga exhausta, simple y devastada por malas decisiones, agoniza con poca dignidad durante el tercer tramo de la película, cuando las intenciones se revelan, la batalla final se lleva a cabo y queda claro, que ya no hay mucho que decir. El nuevo enemigo resulta vencido por el Terminator redimido (esta vez no hay pulgar en alto, lo cual al menos es un alivio) y cuando al final, Sarah y Dani deciden comenzar a recorrer el camino hacia el futuro, el tono de despedida es mucho más claro que las buenas intenciones de Tim Miller. Hasta la vista, Sarah y todo el Universo del futuro posible. Finalmente, el armagedón — cinematográfico — llegó para la saga.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine