Crónicas de la “Nerd” entusiasta:

La franquicia muerta o por qué Terminator Dark Fate de Tim Miller es la despedida simbólica a una saga exhausta.

En tiempos de Apocalipsis.

Cuando Terminator 2: Judgment Day llegó a las pantallas de cine en el año 1991, fue un inmediato éxito de crítica, público y taquilla. No solo se trató de uno de los escasos veces en la que una secuela cinematográfica supera al material original, sino que su elevadísimo coste — en su momento se le consideró la más cara de la historia — se invirtió de forma integral en construir un ejemplo de entretenimiento puro que sorprendió, además, por su calidad argumental y buen hacer cinematográfico. En conjunto, la obra de James Cameron fue la frontera entre un tipo de cine que hoy consideramos normal y una vuelta de tuerca definitiva a la ciencia ficción en la gran pantalla, un logro que a la distancia todavía resulta sorprendente.

Un intrigante secreto:

Casi diez años después, Cameron se encontró con la privilegiada oportunidad de utilizar las expectativas para superar la película original. Podría hacer cualquier cosa con el concepto del argumento de Terminator, además de contar con mayor presupuesto y efectos especiales para despertar un considerable interés sobre la película. Se trató de un golpe de efecto, que aseguró la curiosidad del público y buena parte de la industria. La cual no comprendió demasiado las decisiones de Cameron alrededor de la producción, pero que terminó por aceptar que se trataba de una estrategia por completo nueva. Desde las primeras noticias sobre la filmación — y a pesar que se trataba apenas de algunas decisiones de guión, locaciones y casting — todo lo que ocurría alrededor de Terminator 2: Judgment Day se debatía con interés en círculos especializados y después, en medio de una creciente expectativa del público.

El monstruo del Deus ex Machina:

Desde el comienzo de la promoción de Dark Fate, el ahora productor James Cameron pidió a la audiencia “olvidar” la serie de películas que siguieron a la célebre Judgment Day, dejando claro que la nueva película a estrenarse no sólo las ignoraría por completo, sino que estaba conectada únicamente con el último gran éxito real de la franquicia. Se trató de toda una declaración de intenciones: dejó claro que toda el material — desordenado y caótico — añadido al canon original se desechaba y además, que la nueva película vendría a ser un vínculo directo con ese gran núcleo argumental en el que creó toda una nueva forma de comprender la ciencia ficción. Con su habitual grandilocuencia, James Cameron recordó a la futura audiencia que Terminator era su criatura y en más de una forma.

Hasta la vida, Baby.

Como no podía ser de otra forma, la película incluye por enésima vez a su personaje central, en una vuelta de tuerca que resulta incómoda por la forma forzada y brusca en que interactúa con el resto de las líneas narrativas. Por enésima vez, Arnold Schwarzenegger reaparece en la franquicia, sólo que en esta ocasión, deja claro — y más de una vez — que es su despedida. Vale la pena preguntarse si lo dice para tranquilizar a la audiencia o como un chiste privado, porque en realidad, la mitología alrededor del Terminator más antiguo de todos parece hacerse cada vez más amplia e incluso, convertirse en lo más interesante de una película predecible a niveles dolorosos. En esta ocasión, descubrimos que su “modelo” no sólo envejece — aunque no pierde su corpulencia y fuerza — y puede cambiar de “propósito” — intención — al parecer con un mero esfuerzo de voluntad. De la criatura despiadada que hace casi dos décadas atacó a Sarah Connor, el nuevo Terminator es un hombre de familia que vive una apacible vida en un rincón de Texas.

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Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @NotasSinPauta

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @NotasSinPauta