Crónicas de la Nerd entusiasta:
¿Por qué Terminator de James Cameron es un clásico que cambió el cine para siempre?
Un hombre corpulento parece flotar sobre una calle sucia de Los Angeles de los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado. Lo hace dentro de una burbuja de ¿electricidad? azul pálido que por un momento, pende ingrávida sobre el silencio nocturno. Está encorvado en una flexible postura que deja entrever no sólo sus músculos, sino también, el poder que emana de cada uno de sus movimientos rígidos. Antes que la burbuja estalle y lo deje caer al concreto, la cámara mostrara su rostro en apariencia apacible y terso. Un desconocido en una situación extraordinaria e inexplicable.
En otra parte de la ciudad, una figura delgada y largirucha cae al suelo con un gemido de dolor. Tiembla de frío y cuando muestra su rostro delgado y sudoroso, es evidente que le consume el miedo y la impaciencia. También ha caído de una burbuja de energía azul pálido y también, se encuentra en mitad de la oscuridad nocturna. Su aspecto es frágil y no admite comparación con el hombre musculoso que parece vivir una situación espejo de la suya. Sin mostrar otra cosa, ya ambas secuencias dejan claro que habrá una confrontación de envergadura. Que tanto uno como el otro, tienen un propósito y lo más probable es que colisionen entre sí.
Según el historiador de arte y crítico de cine Jürgen E. Müller, las primeras escenas de la película Terminator (1984) de James Cameron, son una reflexión moderna e inesperada sobre el bien y el mal. Una reinvención del clásico mito de dos arquetipos que encarnan dos perspectivas sobre la psiquis y la personalidad humana. Pero en especial, en la película de Cameron, hay una expectativa contenida sobre el hecho que esa cualidad moral, deberá simbolizar algo más profundo que una mera idea subversiva sobre la perversión y la bondad convertida en metáfora de aspiraciones espirituales. Sin que el director muestre algo más que un breve contexto de los personajes, es más que evidente que miran en direcciones contrarias y también, elaboran una concepción directa sobre una posible confrontación imprevisible. Para Muller, se trata de una de las secuencias más astutas del cine. Una que además, resume con elegancia el tono y el ritmo del argumento: esa interminable persecución del cazador y su presa en un mundo lóbrego.
Años después, James Cameron admitiría en que la escena, es en realidad, un prodigio en economía de recursos visuales y narrativos. A propósito de los treinta años de la película, explicó para Variety que tenía el presupuesto justo para crear el mundo que había imaginado y que extenderse en el origen de sus protagonistas, era un gasto que no podía permitirse. De modo que jugó lo que llamó “la carta Kafka”, lo que equivale a decir que apeló a la credulidad de los espectadores desde la primera visión sobre este relato de un mundo pre apocalíptico en el que se jugaría el futuro a largo plazo de la especie humana. “Kafka no explica cómo Gregorio Samsa se transformó en un insecto, sólo dice que ocurrió” explicó en la entrevista “y al hacerlo, establece las reglas para que el espectador pueda seguirlas con facilidad. En mi caso, quería dejar claro que esta era una historia complicada que no necesitaba mayores detalles, sino que aceptaras lo poco que pudiera decirte sobre ella”. Y el truco resultó tan bien como para convertirse en una poderosa visión sobre el mundo del cine.
Por supuesto, esta saga de viajes temporales, pequeñas argucias argumentales y al final, una mirada osada sobre la forma de contar historias, es mucho más que una serie de accidentes afortunados. Es la travesía de un director ambicioso. Uno además, obsesionado con la posibilidad de llevar la técnica, la capacidad argumental del cine y su intrínseco poder para reconstruir la realidad a una nueva dimensión. O lo que es lo mismo, esta es la historia de cómo James Cameron convirtió un guion de serie B en un clásico del cine de ciencia ficción y además, hizo historia en el mundo del cine. Todo a través de una rara combinación de talento, audacia, ambición y alguno que otros trucos tramposos. Es la historia de cómo Terminator es quizás el film que abrió la puerta a una nueva era de la experimentación tecnológica, para marcar un antes y un después en el cine.
Por supuesto, para entender un fenómeno semejante, es conveniente entrar un poco en contexto. La película Terminator (tal y como la conocemos en la actualidad), comenzó casi un lustro antes de filmarse su primera toma. De hecho todo el proceso creativo que acompañó a Cameron hasta el set de filmación en Hollywood en 1983, comenzó una tarde de la primavera de 1982, cuando el por entonces desconocido director atravesaba quizás uno de los momentos más bajos de su vida. Se encontraba en Roma, ocupando una habitación que no podía pagar y además, enfermo a tal extremo que la fiebre no le permitía levantarse de la cama en la que había dormido por casi cinco días sin apenas moverse. Acababa de ser despedido de la filmación de la película Piranha II: The Spawning — su aparente debut en la dirección — y Ovidio Assonitis, que consideró que las ideas de Cameron sobre el film no sólo eran “ridículas” sino que terminarían por transformar al film de bajo presupuesto, en un “melodramón que ninguna distribuidora querría comprar”.
Todo lo anterior lo incluyó Assonitis en su carta de despedido para Cameron, en el incluyó además un cheque por una suma irrisoria, muy por debajo de lo prometido en contrato. Pero el jovencísimo aspirante a director no tenía las influencias ni tampoco el poder para enfrentarse de forma legal al poderoso ejecutivo, por lo que aceptó el despido y el cheque, mientras se preparaba para pasar una temporada en Europa, durante la cual esperaba reunir algunos dolares para volver a su país. Fue entonces que Cameron tuvo la pesadilla que cambiaría su vida para siempre. Una que además, le permitió no sólo entrar en los anales de la historia de la ciencia ficción y el terror, sino alcanzar un tipo de libertad creativa que hasta entonces sólo había soñado poseer.
En medio de la altísima fiebre, Cameron soñó que una criatura de metal se abría paso en medio de una enorme explosión de fuego carmesí para asesinarle. La visión fue tan vívida, que el enfermo despertó a gritos y convencido que estaba a punto de morir. Y eso fue justo lo que demostró que lo que acababa de ver tenía la posibilidad de ser algo más complejo y perturbador que una pesadilla. “Vi con completa claridad a la criatura pero también, tuve la inequívoca sensación que procedía de algún lugar y tenía una historia que merecía ser contada” diría Cameron al contar la experiencia para EW. “Ese mismo día comencé a escribir algunas notas, nada claro. Pero sabía que esa idea podía conducirme a algún lugar interesante”.
No está del todo claro si realmente, esa fue la semilla que dio origen a una saga cuya importancia e influencia, continúa siendo notoria treinta años después. Pero lo que si es evidente, que Cameron estaba claramente inspirado. Utilizó el dinero de su despido para comprar una máquina de escribir “y muchos cigarrillos”, comenzó a trabajar como asistente en algunas productoras italianas para ganar dinero y no paró de trabajar sobre la historia que había imaginado hasta que tuvo un primer borrador, muy parecido a lo que después llevaría a la pantalla grande. Para el verano de 1982, el guion estaba listo y Cameron estaba en un avión de vuelta a Los Ángeles. “Sabía que llevaba mi futuro en un viejo maletín de cuero de segunda mano” explicó para la serie recopilatoria del mundo del cine de la editorial Taschen “No sabía cómo llevaría a filmar algo semejante. Pero sabía que insistiría hasta hacerlo”.
Entre asesinos de metal y ojos color escarlata.
Por supuesto, más allá del mito que Cameron ha creado alrededor de su proceso creativo, es evidente que su guion bebe directamente de la influencia del cine B de finales de los setenta y sobre el género slasher, popularizado por célebres clásicos como Halloween y Friday The 13th. De hecho, buena parte del argumento de Terminator está basado en la tensión y los elementos clásicos del asesino con el único objetivo de matar. Desde la percepción de lo inevitable hasta la concepción de la violencia como una maquinaria imparable — al estilo de Jason Verhoeven y Michael Myers — , la historia imaginada por Cameron es también un recorrido por la idea de lo terrorífico como parte de un escenario común, subvertido por el miedo.
“Mis contemporáneos estaban haciendo películas de terror slasher”, dijo Cameron una vez a The New York Times“John Carpenter fue el tipo que más idolatraba. Hizo Halloween por $ 30,000 o algo así. Ese fue el sueño de todos, hacer una elegante película de terror. Un guion capaz de asustar pero también, de meditar sobre ideas profundas relacionadas con la naturaleza humana”.
Pero en realidad, Cameron estaba más interesado en lograr una historia que rompiera los límites establecidos sobre la narración del terror de la época. De modo que en lugar de imaginar un asesino serial imparable o una criatura sobrenatural inquietante, enlazó su versión sobre el monstruo que había imaginado en Roma con la Ciencia Ficción. Además, añadió algunas ideas que le obsesionaban sobre lo inevitable, el libre albedrío y los viajes temporales, inspirado en Ray Bradbury, Asimov y Phillip K. Dick. El resultado tiene la estructura general de un slasher, pero a la que además se agrega la connotación del héroe y en especial, el arquetipo del heroismo, reinventado desde dos perspectivas posibles. Por un lado, Kyle Reese (Michael Biehn), un soldado del futuro embarcado en una misión suicida que guarda evidentes paralismos con otras figuras trágicas que llevan a cabo grandes sacrificios de valor como Prometeo y Ulises. Pero además, Cameron incluyó un elemento de considerable interés: una mujer, objetivo principal del asesino llegado del futuro pero que con el transcurrir del tiempo, terminaría por convertirse en el héroe de la futura resistencia en medio de un mundo apocalíptico. La combinación resultó seductora pero sobre todo, sorprendente.
Por supuesto, Sarah Connor marcó un hito desde su aparición en la primera película de la franquicia estrenada en 1984. Su personaje no estaba destinado al cine de Ciencia Ficción sino al de terror (que era la primera intención de James Cameron para el argumento), de modo que la chica frágil que debe enfrentarse a lo imposible apenas sin otro recurso que su voluntad, tiene mucho de una final girl al uso. Pero Sarah Connor, no es sólo una sobreviviente, sino también, el elemento central de la película: es la madre del futuro líder destinado a enfrentarse a un apocalipsis inimaginable. Rodada en plena guerra fría y en medio de todo tipo de tensiones entre las grandes potencias, la posibilidad de una hecatombe de la magnitud que describía la película, parecía cercana. O al menos lo suficientemente creíble como para que el argumento contuviera cierta angustia colectiva que los personajes expresaban en medio de su torpe, desesperada y profundamente humana lucha por sobrevivir. Y Sarah Connor, una mujer cualquiera que debía enfrentar a una amenaza poco menos que inexplicable, encarnó a la incertidumbre de la muerte, la noción sobre la finitud y también, un tipo de poder que rara vez encarnan los personajes femeninos en pantalla: la de luchar a brazo partido contra la violencia a pesar del miedo.
Porque Sarah Connor no tenía grandes poderes, conocimientos sobre táctica militar ni mucho menos, sobre la posibilidad de criar y educar a un líder que encarnaría la rebelión de la raza humana contra su última gran amenaza. El guión le muestra como una mujer anónima, tanto como para que su nombre aparezca repetido al menos una docena de veces en el listín telefónico que el monstruo mecánico encarnado por Arnold Schwarzenegger consulta para encontrarle. El detalle, no sólo celebra la percepción sobre el anonimato del personaje y la forma en que debe atravesar el miedo para convertirse en un icono. Un recorrido del héroe tan inaudito como curioso que Hamilton logró llevar adelante con una sensible capacidad para mostrar que la fortaleza y el miedo, son extremos de una misma mirada hacia el futuro que se construye paso a paso.
De pie soldado, dijo la virgen sacrificada.
Para 1984, Linda Hamilton era una modelo y actriz relativamente desconocida: su primer gran éxito fue Los niños del Maiz (1984) de Fritz Kiersch, en el que curiosamente, también encarnó a una mujer en peligro que debe luchar contra la incertidumbre y lo desconocido. Basada en la obra del mismo nombre de Stephen King, la película cuenta una historia emparentada de manera directa con el horror Folk, en la que el personaje de Hamilton debe huir para salvar la vida de una amenaza inclasificable: un pueblo en el que los niños se han convertido en una secta fanatizada al servicio de una presencia tenebrosa que habita en los extensos maizales que rodean al lugar. Hamilton transformó la habitual scream queen en una mujer aterrorizada que aún así, lucha contra la amenaza invisible y el peligro latente que le rodea. La película, convertida en un clásico del terror, se convirtió en el primer gran éxito cinematográfico de la actriz.
En más de una ocasión, se ha dicho que Cameron a Hamilton para interpretar a Sarah Connor justo por la cualidad entre frágil e invencible que mostraba su personaje. Sin duda, hay algo de ese poder invisible y a la sombra, sostenido bajo la connotación de la capacidad moral para enfrentarse al peligro que ya mostró en el género del terror, en esta otra versión de lo monstruoso. Sólo que en esta ocasión, Hamilton no debía luchar sólo por su vida: de alguna u otra forma, las enmarañadas líneas temporales de la película, convergían en Sarah para convertirla en un víctima propiciatoria de un crimen a gran escala que empezaba en su útero. De morir, no sólo sería asesinada, sino también el posible hijo que engendraría y que llevaría adelante una improbable rebelión en mitad del apocalipsis, desaparecería. La combinación entre cierto aire ritual — el destino y la predestinación — y el hecho que el personaje encarnaba la esperanza aun incumplida del futuro, convertían a Sarah Connor en un personaje difícil de encarnar. La misma Hamilton insistiría después, que había una cualidad casi de fantasía colectiva, sobre los hombros de su personaje, a mitad de camino en tributo ritual al futuro y una heroína en plena formación “Se trató de interpretar a una heroína que aún no sabía que lo era”.
Para Cameron, además, el papel de Sarah revestía un interés concreto: a pesar que durante buena parte del argumento huye del Terminator enviado para asesinarla en compañía de Kyle Reese (Michael Biehn), Sarah no era una víctima y de hecho, es ella quien termina arrastrando al soldado que pretendía salvarla luego que resulta herido. “De pie, soldado” grita Sarah, mientras arrastra al semi inconsciente Kyle. La frase — la escena entera — de pronto cambia el equilibrio del poder del personaje y lo lleva a otro extremo: uno tan poderoso, tan consistente y sobre todo, desconcertante que Sarah, la víctima propiciatoria, de pronto se convierte en la mujer que sin duda, dará a luz y cuidará del hombre que liderará el futuro contra las máquinas. Es Sarah la que lucha contra el Terminator una vez que Kyle termina siendo asesinado y es Sarah la que finalmente, logra vencerle. Entre temblores, aturdida y desconcertada, la mujer que estaba destinada a ser salvada, logra batallar por su vida y mantener a salvo el posible futuro que debe sostener sobre sus hombros. Un nuevo tipo de heroína de acción acababa de nacer.
Un monstruo inexplicable.
Cinco años antes que Terminator llegara a la pantalla, Ridley Scott ya había creado el primer escenario de un clásico slasher en un escenario por completo nuevo. “Alien: el Octavo pasajero” es mucho más que una refundación de la Ciencia Ficción basada en la incertidumbre. Es también una reinvención para la pantalla grande del aire amenazante y siniestro del terror crítico y angustioso de la víctima acosada. Para Scott lo que se esconde en la negrura del infinito es mucho más temible que cualquier enemigo visible y comprensible. Es esa mirada hacia lo que tememos y no podemos explicar — y sobre todo, que somos incapaces de definir — lo que hace mucho más complejo a la historia de Scott. La historia que cuenta el guión de Dan O’Bannon transita terrenos filosóficos que rozan la hipótesis sobre terrores fundamentales de la mente humana. Es entonces cuando la película adquiere paralelismos inevitables con otro Universo en el que el terror a lo desconocido se mezcla con profundas preguntas existenciales: los cuentos de horror cósmico escritos por H. P. Lovecraft.
El parecido no es casual o al menos, no parece serlo: “Alien: el Octavo pasajero” deja muy claro de inmediato que la historia que cuenta está más interesada en lo terrorífico que en la violencia directa. La travesía por el espacio tiene un aspecto sucio y destartalado, muy distinto a la presunción de pulcra tecnología de otras obras semejantes. Como si se trata de una mirada a la caída en desgracia de las esperanzas de nuestra Era, el viaje espacial de la película de Scott tiene un sesgo pesimista. La nave y sus tripulantes son un grupo sin mayores recursos, obreros de alta categoría y efectivos militares sin otra línea en común que una travesía corriente. No hay ningún heroísmo en este grupo borroso y anónimo. Y quizás por eso, lo que vendrá después — el terror que tendrán que enfrentar — sea tan imprevisible y letal. Una alegoría directa a lo impensable que tantas veces H.P Lovecraft utilizó como recurso para describir — y mostrar — el miedo como una forma de aseveración sobre lo desconocido.
Pero sobre todo, “Alien: el Octavo pasajero” es una película de atmósfera: una geografía tenebrosa que abarca desde los perfiles destartalados y levemente ruinosos del Nostromo hasta la espléndida criatura, fruto de la imaginación del dibujante sueco H. R. Giger. Oscura y desoladora, el tono de la película deja muy claro que el miedo es una percepción que gravita sobre la percepción de la identidad desintegrada en medio de un peligro indescriptible. La amenaza en Alien — de la misma manera que en los cuentos de H.P Lovecraft — tiene un claro aire de irrealidad y fantasía. Con sus espacios cerrados y claustrofóbicos, la visión de Scott para su película construye un escenario opresivo que evidentemente, se basa en los enrevesados universos de Lovecraft. No hay nada simple en los laberínticos pasillos iluminados por luz parpadeante o e los rápidos planos secuencias que apenas muestran al monstruo escondido entre las sombras. El miedo se convierte en un enemigo creado a partir de lo ignoramos y no podemos definir. Una pléyade de horrores que superan la comprensión humana.
Cameron aprendió la lección y creo a un némesis para el humano Kyle Reese tan temible y ambiguo como la criatura que habita el mundo de Scott. Arnold Schwarzenegger — por entonces una celebridad en el mundo del fisiculturismo y apenas conocido en el del cine — encarnó a un monstruo con rostro humano, que en realidad, era la síntesis arquetipal de la muerte. Indetenible, impacable y tan poderoso como para que los protagonistas no tuvieran otro remedio que huir, el T-800 no sólo es un robot, sino es la conciencia definitiva de la cualidad irremediable del miedo en estado puro. Sarah morirá, antes o después, lo que el guion establece desde las primeras escenas. El asesino enviado desde el futuro no se detendrá, incluso luego de ser herido, mutilado y quemado. Aun envestido de la rara belleza de su esqueleto de metal pulido y en el renqueo que por una vez, le hace frágil. Camera supo manejar la tensión con la suficiente inteligencia como para elaborar una versión alterna sobre la línea narrativa tradicional del slasher: la final girl en esta ocasión deberá enfrentarse no a la posibilidad de ser asesinada, sino al hecho concreto que lo será, no importa lo que haga. ¿Qué alternativas tiene ante algo semejante? la disyuntiva cambia el tono y la percepción de la película hacia una noción fatalista e irredimible, lo que al final, brinda completo sentido a su giro argumental esencial: para sobrevivir — y salvar el futuro — debe enfrentarse a una imposibilidad esencial.
Una pesadilla dentro de una pesadilla:
Para cuando es obvio que el T -800 no puede ser reducido a balazos, golpes o cualquier otro medio humano, el guion vuelva su atención al contexto y esta decisión, es uno de los grandes éxitos de la visión de Cameron sobre la atmósfera y el terror que quiere crear a través de sus decisiones visuales. Mientras Kyle narra un futuro aterrador y Sarah intenta comprender que de su integridad física depende la supervivencia de la especie humana, la cámara del director observa con acritud a la ciudad de Los Angeles, para la ocasión en su peor perspectiva. Sucia, destartalada y peligrosa, tiene algo de la Nueva York de Mamet y también, de la de Scorsese, con todos sus espacios oscuros y siniestros rebosantes de amenaza. Es esa percepción sobre la antesala misma del apocalipsis — que Cameron conceptualiza a través del temor de una confrontación nuclear, el gran terror colectivo durante la guerra fría — la que brinda profundidad y belleza a estos espacios teñidos de un azul helado, con su paisaje de edificios estilizados en contraposición de sus callejones oscuros y temibles.
Para Kyle resulta casi toda una revelación: superviviente de un mundo reducido a cenizas, esta urbe repleta de pobreza, fealdad y violencia, es una contraposición desconcertante del ideal que le hizo atravesar el tiempo para asegurarse proteger a la madre del líder del futuro. El personaje es golpeado, maltratado y al final, asesinado, por una realidad alternativa (que podría cambiar si el temible T-800 logra asesinar a Sarah), que no comprende y a la que no pertenece, por lo que el desarraigo y la soledad que sufre es también, una forma de mostrar el valor que requiere luchar por mundo sombrío y vulgar que no parece llenar las expectativas del soldado del futuro. Hay un curioso juego de espejos sobre la forma en que el guion analiza las promesas incumplidas de nuestra cultura y la mezquindad añadida, en medio de una misión sin retorno que de alguna manera, tiene su origen en medio de horrores corrientes imposibles de describir con facilidad.
¨Pero al final Cameron reivindica a su héroe, a través del recurso sencillo y absoluto, del amor como redención. Kyle no llegó a nuestro mundo para salvar a lo peor de una cultura que creará a no tardar a su propio villano imparable, sino para ser el padre de la única esperanza que el futuro le permitirá sobrevivir. La paradoja temporal permite a Cameron crear una extrañísima vuelta de tuerca al mito de Tristán e Isolda, en la que los amantes sólo pueden amarse en medio de la derrota para asumir la posibilidad del futuro y el enorme valor de sus actos. Para el último tramo de la película, resulta predecible quien es Kyle y cual es su papel en medio de la historia. Y aun así, la figura del héroe redimido es de enorme poder y de un simbolismo que abarca esa gran escena final, de Sarah conduciendo hacia la tormenta inevitable que se avecina. Una y otra vez, Cameron sostiene a sus héroes sobre la esperanza mínima y lo hace gracias a la capacidad del guion para desdoblarse en una mirada profunda e inteligente sobre la naturaleza humana.
Para cuando la película funde a negro, es notorio que el futuro — sea cual sea — está en buenas manos. Y lo está por el hecho de sostenerse sobre la capacidad de Sarah para ser héroe a la vez, que el rostro de la humanidad posible. Quizás la mejor forma de entender la inspirada colección de imágenes y visiones sobre el bien y el mal, que Cameron imaginó a través de una pesadilla.