Crónicas de la Nerd Entusiasta:

¿Por qué Scary Stories to Tell in the Dark de André Øvredal puede convertirse en un nuevo clásico del cine de género?

Aglaia Berlutti
10 min readAug 26, 2019

En la actualidad, el terror rinde tributo a un tipo de oscuridad cada vez más compleja, extraña y dura de asimilar, lo cual convierte a las nuevas propuestas en una mezcla de miradas alternativas y un punto más complejo sobre lo que puede — o no — provocar miedo. En la primera escena de Scary Stories to Tell in the Dark del director André Øvredal, hay una referencia evidente al icónico film del ’73 American Graffiti de George Lucas. Uno de los personajes tiene un más que sospechoso parecido con el DJ interpretado por Wolfman Jack en el clásico de la década de los setenta y hecho, el breve diálogo que se sucede a continuación de su primera aparición, tiene toda la aparente intención de brindar contexto a las historias del guion antológico escrito por el oscarizado Guillermo del Toro. La secuencia completa es brillante, inteligente y bien planteada, con la clásica canción Season of the Witch de Donovan Leitch. En conjunto, el puñado de rápidas referencias crean una atmósfera muy precisa que la película utilizará después para recorrer un rápido tránsito por la nostalgia. Pero al contrario de lo que se ha hecho común en los últimos años, no se trata de una mirada amable al pasado, sino una extrañísima — y compleja reflexión — sobre la época, los límites del cine de terror y su influencia del conjunto de escenas que Scary Stories to Tell in the Dark se dispone a contar.

Se trata de un buen golpe de efecto que recorre un camino por completo diferente al de productos recientes, que también utilizan la revisión del pasado como pilar fundamental para la conexión emocional de lo que ocurre en pantalla con el público, pero que no logran profundizar demasiado en sus implicaciones. Por supuesto, perdida la novedad, el vehículo de la nostalgia no hace más que repetirse: para el momento de su estreno, el éxito de la serie Stranger Things de Netflix, el ejemplo más reciente de esta especie de subgénero resultó sorprendente. Después de todo, se trataba de una combinación de elementos más o menos habituales en la televisión de la llamada Era Dorada de las serie. La nostalgia tenía un toque agridulce — después de todo, se trataba de una historia de terror — pero aún así, un aire entrañable que terminó por convertir al show en un fenómeno instantáneo. Se trató de un brillante concepción sobre la Ciencia Ficción, la fantasía y el terror envuelta en la inofensiva pátina de un clásico inesperado. Con un pulso que asombra por su precisión, los hermanos Duffer logran en Stranger Things el perfecto equilibrio entre la referencia básica — esa asombrosa decisión de retrotraer la forma y el fondo con una batería interminable de detalles visuales que convierten a la serie en una colección de imágenes melancólicas — y también, esa concepción del producto que se sustenta sobre su capacidad para innovar. Porque Stranger Things — como elemento novísimo de la cultura pop — fue algo más que una serie construída para evocar una época y homenajear a una década: en realidad se trata de una celebración a los hijos de una generación nacida entre las bicicletas, walkie Talkies, televisores de tubo, radios, miedos y terrores casi inofensivos. Una generación anterior a la hiper contextualización y comunicación. A la inocencia en estado puro que los Duffer logran recrear con un maravilloso sentido de la oportunidad y el buen gusto.

Pero en Scary Stories to Tell in the Dark, la trama antológica y teatral tiene una oscuridad latente que Øvredal utiliza como punto de inicio para reflexionar sobre lo terrorífico con sutileza. También usa referencias a todo tipo de películas de género y el llamado suspense juvenil. Al mismo, tiempo hace hincapié en el hecho que el guion está basado en menor o en mayor medida en una historia que depende de su contexto. No obstante, el film abandona de inmediato la región de la nostalgia gratuita para crear un contexto poderoso, extraño y duro que le separa por completo de productos similares como “It” de Andrés Muschietti (con la que conserva algunos paralelismos) y analizar lo terrorífico desde una óptica insólita y fresca. Por supuesto, Øvredal (director de la magnífica Trollhunter (2010) y ese clásico discreto del 2017 La Autopsia de Jane Doe) conoce los límites entre lo que atemoriza y lo cotidiano. Y es justamente el equilibrio entre ambas cosas, lo que permite que Scary Stories to Tell in the Dark tenga una robusta personalidad que la separa por completo de cualquier producto parecido.

El director toma el riesgo de reflexionar sobre la oscuridad interior, la belleza de lo tenebroso y sobre todo, la búsqueda de una versión estilizada acerca de la cualidad monstruosa, temas que los guionistas Dan y Kevin Hageman elaboran desde un punto de vista mordaz e incluso cínico. La película evade los clichés sobre la mirada al pasado reciente y se enfoca en la posibilidad de usar las referencias como parte de algo más complejo, más relacionado con la intención de reflexionar sobre la naturaleza espiritual y moral de los personajes y a la líneas argumentales que los une, que con la de meditar la connotación de la época como imprescindible. El resultado es una combinación sagaz de cine género (Øvredal es un director de terror y no lo disimula) y también, un recorrido experimental por una singular serie de mitos de la cultura pop que enlaza entre sí hasta lograr una narración única.

Øvredal modula con cuidado la forma en que la película apunta hacia el origen del material original y lo hace, con una elegancia que sorprende por su eficacia. La película es una adaptación libre de la colección para niños de Alvin Schwartz del mismo nombre y aunque es evidente que tanto Øvredal como Del Toro usan con mimo el material en que se basa, Scary Stories to Tell in the Dark tiene una intrigante personalidad propia que el director logra a través de una cuidadosa puesta en escena y una mirada al absurdo curiosamente cruel. Mientras que las historias de Schwartz tienen un aire ligero, tierno y el terror se basa en la presunción del sufrimiento — la soledad y el desarraigo juvenil son elementos recurrentes en las clásicas historias — Øvredal crea un recorrido desgarrador por lo sobrenatural, basado en esencia en la concepción del mal, la muerte y lo desconocido desde cierto anuncio incierto. Hay un hilo conductor entre las historias en pantallas — y las escenas brillan con una inteligencia visual ingeniosa — y lo que ocurre detrás de ella, como si el verdadero contexto es lo que acaece más allá de la cámara. Los personajes se enfrentan a monstruos terroríficos, la conciencia de la oscuridad como elemento invisible e intuitivo y además, a su propia idea sobre el miedo. La mezcla crea un clima malsano, inteligente y mordaz que convierte a la película en un inesperado recorrido por una versión del miedo mucho más profunda que el mero sobresalto.

La presencia de Guillermo Del Toro como productor es notoria: la puesta en escena — preciosista, apoyada en juegos de luces y una conciencia de lo visual como hilo conductor de lo que se narra en pantalla — es muy parecida a su infravalorada Crimson Peak (2015), con la que comparte la atención al detalle y la percepción de los espacios como amenazas sugeridas en medio de una oscuridad latente y sofisticada. Øvredal economiza los movimientos de cámara en virtud de largos planos de rostros, esquinas tenebrosas y objetos inquietantes, que se combinan en una serie de pequeñas estratificaciones de lo inquietante. Para el director — que logró construir en La Autopsia de Jane Doe una tensión terrorífica sin mostrar otra cosa que un cadáver inmóvil — la noción de lo inquietante nace de lo que se insinúa, por lo que utiliza la cámara como el largo recorrido de un tiburón en perpetuo recorrido que sólo se detiene para contemplar con interés a sus personajes. Øvredal demuestra que no necesita grandes efectos especiales ni tampoco escenas frontales para contar una historia de terror y el guion hace especial hincapié en esa versión de la realidad alternativa. Las puertas se cierran, las ventanas quedan entreabiertas. La lluvia golpea cristales, mientras que el grupo de jovencísimos antihéroes, aterrorizados y fascinados por la evidencia de lo sobrenatural, luchan contra la incredulidad y el desarraigo con las pocas armas a su disposición.

El terror y los pequeños secretos.

It de Andrés Muschietti, es una alegoría poderosa sobre el poder del bien y el mal enfrentados en una batalla peculiar y misteriosa, una línea que le une al argumento poderoso de Øvredal. Pero mientras Muschietti escoge una directa alusión a lo maligno — encarnado además, por ese símbolo de la oscuridad interior, Pennywise — el director noruego opta por incluir alegorías sobre otras manifestaciones del terror monstruosas, como una manera de establecer lazos argumentales y visuales con la propuesta literaria del escritor en que se basa el material original. De la misma manera que en los libros de Schwartz , en la película de Øvredal el miedo está en todas partes: se aseguró de llenar a la película de todo tipo de alegorías sobre a lo tenebroso a través de elegantes metáforas que convierten a la película en un refinado mecanismo en lo que temible forma una red invisible. Y aunque no lo incluye de manera expresa en el guión, hay toda una serie de pequeños guiños al universo literario con la clara intención de recordar que los relatos en que se basa Scary Stories to Tell in the Dark es un extraño carnaval de horrores: desde la omnipresente de la oscuridad y la lluvia, hasta todos los pequeñas alegorías a los pueblos en apariencia inofensivos pero peligroso que se transforman en escenarios perfectos para secretos inconfesables y tenebrosos.

De alguna forma, la película de Øvredal resumen esa nueva sensibilidad sobre el terror que poco a poco está transformando al género en una mirada más profunda a lo humano a través de sus monstruos, lo cual hace de toda película de terror un reflejo del terreno movedizo de los horrores sociales y culturales que se deslizan debajo de los monstruos que gruñen y los asesinos que sostienen el hacha. El fenómeno, incluso se ha convertido en algo más sutil: en el caso de Get Out” (2017) de Jordan Peele, el miedo no es otra cosa que una reinvención del mito de la cotidianidad subvertida en algo más temible. Varias de sus escenas remiten no a clásicos de terror con sus reglas y códigos establecidos, sino a reflexiones sobre el miedo mucho más sofisticadas. A la película — que se convirtió en todo un éxito de taquilla y de crítica — se le comparó de inmediato con el clásico cuento de horror de Shirley Jackson La Lotería por los obvios paralelismos entre el cuento insigne de la literatura norteamericana y la visión de Peele sobre el miedo y lo trágico. En Scary Stories to Tell in the Dark, los sobresaltos y escalofríos también quedan relegados a un segundo plano, mientras el miedo se retrotrae a símbolos más elementales y profundos. La obra de Øvredal medita sobre las reglas ambiguas y crueles de nuestra sociedad, pero también acerca de lo cotidiano convertido en algo más temible. De la misma forma que los de Peele — que son quizás la más dura crítica a la cultura norteamericana hecha en años — el escenario campestre de Øvredal termina por cerrar todos los espacios y de pronto, el argumento se hace claustrofóbico y temible por el mero hecho de conjurar lo que yace en los lugares más oscuros de la identidad de nuestra época. Todo un logro intelectual que dota el film de un peso simbólico específico pero también, de un sentido nuevo sobre lo que nuestra época considera terrorífico.

Para Scary Stories to the Tell in the Dark es de especial importancia transitar además, espacios privados en que temas como la reconciliación, el perdón, el miedo, el luto forman parte del argumento, a la vez que lo sostenerlo como un argumento sutil que sostiene a la mera ideal del miedo. La película de Øvredal habla sobre monstruos, pero no a la manera tradicional ni tampoco con la intención evidente de sostener la percepción de la identidad de los personajes en medio de lo tenebroso y lo terrorífico. Poco a poco, resulta evidente que el director medita sobre la naturaleza humana, los hilos y vínculos que nos unen a quienes amamos pero en específico, la soledad y la angustia existencial que en ocasiones, llena y marchita los lugares espirituales más preciados. Pero Øvredal — experto en lo grotesco — no toma decisiones sencillas, por lo que el diálogo interior se establece a través de imágenes tan inquietantes como retorcidas: mientras uno de los personajes recuerda el abandono de sus padres, una criatura deforme con las formas aparentes de una mujer embarazada le persigue. ¿Se trata de casualidad? Podría serlo en una película menos simbólica, potente e inteligente, pero en el caso de Scary Stories to the Tell in the Dark es casi imposible que este paisaje de lo aterrador basado en lo terrorífico sea casual o mucho menos, fruto del azar.

Además, Øvredal especula sobre el terror desde un escenario que por sí mismo, resulta inquietante: la película transcurre en el año 1968 y el contexto pesimista resulta casi doloroso. A la manera de The Paper girls de Brian K. Vaughan y Cliff Chiang, el pasado no es una forma de maravilla e inocencia, sino una excursión por los peores errores y dolores de las décadas que sirven de escenario a la historia. La guerra de Vietnam está allí y también el trauma añadido del país aterrado por sus inclinaciones. En Scary Stories to the Tell in the Dark, la referencia histórica se desvirtúa y se convierte en una búsqueda angustiosa de significado. Y mientras que el éxito del verano Once Upon a Time in Hollywood de Quentin Tarantino, la metaficción histórica es un guiño cruel a la inocencia rota, los terrores marginales y la caída en desgracia de los ídolos convertidos en tótems culturales, en Scary Stories to the Tell in the Dark la percepción del tiempo es de una crueldad dolorosa. Los personajes principales — muertos o vivos — están atrapados dentro de una red de horrores y temores sin forma, pero no sólo los relaciones con el aspecto sobrenatural de las historias, sino con el hilo conductor de la cultura que se desploma alrededor de lo que ocurre en pantalla.

Al final, Scary Stories to the Tell in the Dark es mucho más que una colección de historias de miedo y gracias a Øvredal — y seguramente a Del Toro — , una percepción mucho más profunda de lo que podría provocar. Entre ambas cosas, la película es un tributo, un homenaje pero también, un recorrido hacia la oscuridad que usa las más extrañas metáforas para contar lo tenebroso desde una perspectiva novedosa. Quizás su mayor triunfo.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine