Crónicas de la lectora devota:

South to America de Imani Perry

Aglaia Berlutti
12 min readFeb 4, 2022

Hace unos días, la actriz Whoopi Goldberg desató una dura polémica, cuando insistió que el Holocausto Nazi no fue un “hecho de racismo”, sino “blancos que se mataron entre sí”. Más tarde, en medio de un escándalo mediático de considerable dureza, la actriz se retractó de sus palabras y prometió “investigar y profundizar” sobre el dolor que había causado a los sobrevivientes del genocidio y sus familias. No obstante, la discusión acerca de las heridas abiertas en norteamérica, volvió al centro del debate público. No sólo se trató de la forma en que Goldberg analizó el hecho de la violencia estructurada en base a la raza y a la etnia, sino el hecho que la noción sobre su connotación, es aún un debate pendiente para buena parte de la población afroamericana.

Por supuesto, el racismo es una cicatriz visible en la cultura del país. Tanto como para que su percepción siempre se encuentre en medio de cualquier debate social, sobre todo luego que Donald Trump llegara al poder y en medio de su campaña presidencial, despertara viejos resquemores y enfrentamientos internos. Luego de casi cincuenta años de debates, evoluciones y progresos significativos (hasta la elección de Barack Obama), la sociedad norteamericana volvió a mirar a sus viejos monstruos, quizás sorprendida por su vitalidad y antigüedad. El libro South to America de Imani Perry, resume ese extraño tránsito histórico pero además, elabora un cuidado recorrido por la esencia del racismo norteamericano y sus consecuencias.

Y lo hace, de la manera más venial: la forma en que los estadounidenses debaten el tema sobre la desigualdad racial, el prejuicio y la discriminación. Para hacerlo, Perry echa mano a todo tipo de recursos culturales, pero también, elabora una concepción acerca del miedo y la exclusión, que resulta dolorosa en su peso y percepción acerca del bien y del mal. De hecho, el libro comienza con una frase engañosa de su autora: “Por favor, recuerde, aunque este libro no es una historia, es una historia real”. Pero se trata de algo más de hasta que punto la ficción y la realidad histórica se entrecruzan en su versión sobre un país dividido y fragmentado por prejuicios cada vez más complicado.

El narrador del libro — que podría ser o no Perry — lleva una plácida vida, en la que el racismo no es un tema esencial. Sostiene largas conversaciones de pura comprensión intelectual con sus amigos y vecinos, pero la idea sobre el colorismo y la discriminación no es parte de ellas. Eso, a pesar de su preocupación, el peso que le atormenta por la idea de la exclusión y la sensación cada vez más angustiosa, que la discriminación no es una idea que pueda ignorar por demasiado tiempo. Sin embargo, dedica una buena cantidad de tiempo a mirarse al espejo, a preocuparse por la textura de su cabello, por “parecer en lo posible, una persona corriente, una que debo debate sobre política ni se obsesiona con el tema”.

En las primeros capítulos, la preocupación del narrador por su aspecto físico, parece una obsesión estética trivial, mucho más que una búsqueda de comprensión sobre los límites del peso cultural que lleva a cuestas. Perry, utiliza todo tipo de recursos para recordar que el racismo en norteamérica, está fuera de cierta versión sobre la conversación colectiva. De hecho, hace énfasis en la sensación que la mirada sobre el tema, impacta de manera lateral en el hecho real cultural que le aterroriza. “¿Es una buena época para hablar de raza?” se pregunta el narrador, sin género o edad. La escritora, apenas deja entrever que es un intelecto inquieto, pero también, alguien que desea huir del estigma. “Desearía no tener que hablar sobre el color de mi piel. Pero pienso en eso más de lo conveniente. Me obsesiona, me horroriza, me sacude, me abruma” dice a medida que se hace más notorio que el personaje intenta como puede y de la manera más sencilla a su alcance, evitar que la raza pueda definir su vida e incluso, su forma de comprender el mundo que le rodea. “No soy otra cosa, que una persona que desea vivir. Que tiene miedo de hacerlo y tropezar con todos los pequeños obstáculos culturales que le rodean. ¿Qué tan malo o bueno es eso?”.

Por supuesto, el personaje de Perry — que podría ser su consciencia o incluso, una percepción más amplia de sus temores — tiene un largo y complicado trecho que atravesar. A medida que la novela avanza, deja claro que se trata de una mente privilegiada, obsesionada con la historia de su raza y etnia. Y que además, ha tenido el privilegio de recibir una educación costosa, lo que le brinda todo tipo de herramientas para comprender el racismo como sistema y también, como la concepción elemental sobre la conciencia de la persona que es y que de alguna forma, moldeó la época y la cultura en la que nació y al final, asume como un telón de fondo de su vida. Después de todo, el personaje vive en el Sur de norteamérica y comprende lo que eso significa.

Para el narrador, el hecho del racismo es mucho más que la interpretación del color de la piel. Es la consecuencia directa de la forma de asumir que hay de hecho, una concepción sobre la identidad que se sustrae de una herencia emocional cada vez más dura de asimilar. “Hay una mirada sobre lo colectivo que ignora al individuo. La vanidad de nuestra época, deja puntos sueltos al explicar la concepción sobre quienes somos y cuál es el lugar que ocupamos en el mundo. Se trata de una mirada a la creación de la esclavitud racial en las colonias. Una puerta de entrada a hábitos y disposiciones que finalmente se convirtieron en las formas comunes de hacer las cosas en este país”. Para el narrador, hay una dolorosa versión de EEUU, convertido en un mapa de ruta a través de sus dolores y la destrucción de lo que sostiene a la sociedad. “Todos somos parte de un sistema de prejuicios. Creemos que el color de piel puede resumir el odio racial, cuando es mucho más que eso”.

Para Perry, el asunto del racismo evade explicaciones sencillas. En una entrevista al New York Tim, la escritora admitió que la principal inspiración de South to America fue el libro de memorias de Albert Murray tituladas South to a Very Old Place, publicado en 1971. El libro, que en su momento sorprendió a la audiencia, es un recorrido de asombro a través del sur norteamericano, como una línea de confrontación entre los afroamericanos y los blancos. De hecho, las memorias del escritor se extienden más allá del viaje físico, para entablar un diálogo con el viaje interior hacia la idea de la raza como definición cultural. En South to America, Perry hace lo mismo lo mismo y su personaje se convierte en un observador que atestigua como el viejo mapa de controversias y dolores continúa siendo una versión esencial de su país. Con la obsesión del narrador por su color de piel, hay un elemento dramático y machacón que el lector no llega a explicarse de inmediato, pero que después, comprende en su peso de sufrimiento colectivo: la piel y su color conceptualizan el prejuicio. “No sólo se trata del tono de la piel, sino también un estigma” insiste pesaroso y afligido “Cualquiera que haya temido ser juzgado por el color de su piel, sabe que la herencia no ocupa un lugar sencillo en la historia”. El narrador no solamente siente una genuina angustia por su herencia nacimiento. Se trata de una mirada sobre un contexto mucho más preocupante que abarca el lugar en el que vive y su época. La Norteamérica que se hace preguntas incómodas, la mayoría de ellas sin respuestas y que atraviesan la concepción de la raza como algo ajeno, peligroso y sin duda, peligroso.

South to America no es una historia sencilla y Perry no pretende que lo sea. Con una audacia que sorprende, el escritor recorre caminos siniestros y muy oscuros, que pocas veces se tocan a través de la conciencia sobre la identidad étnica y sobre todo, la percepción inusitada sobre el bien y el mal moral, que el autor reconstruye en un discurso siniestro sobre el otro rostro de una sociedad medida por el rechazo a la diferencia. A partir de ese punto, la escritura desmenuza todo el argumento sobre el racismo en base a la concepción del miedo como una forma de rechazo inmediato. Cada ciudadano norteamericano, es una víctima de un sistema destructor y silencioso que rodea la vida de su familia y la ciudad en la que vive como una burbuja siniestra. Lo sepa o no, el racismo no sólo golpea y deconstruye a quien lo sufre. También lo hace con el que analiza la idea de la raza como una herramienta para el odio. A medida que la historia avanza y el angustiado narrador describe el mundo en que vive, se hace más evidente que Perry desmenuza en sus esquemas básicos una sociedad basada en el prejuicio y la discriminación como orden institucionalizado.

La ciudad sin nombre en que vive el narrador es una de las tantas de una norteamericana devastada por el extremo del conflicto racial. El odio se ha convertido en parte del entramado legal y también, del modo de vida estadounidense. Con algunas paralelismos con la ya icónica novela El Cuento de la Criada de Margaret Atwood, la sociedad que Perry imagina tiene rasgos claustrofóbicos, militaristas y dictatoriales. Por supuesto, insiste en cada oportunidad posible, se trata “de un tipo de ficción. Pero ¿se ha detenido a pensar que hay temores y terrores convertidos en algo más elaborado a medida que no podemos detenerlo?”. Cada calle es un ghetto que se expande en círculos concéntricos hasta convertir la ciudad en una cárcel hipertecnificada y temible, en la que los camiones de vigilancia recorren los barrios en los que se encuentra confinada la población afroamericana entre consignas humillantes. “Su color de piel es su mayor valor. Aprenda a sobrellevar sus consecuencias” repite una voz femenina, lenta y afable en la mente del narrador. Poco a poco, lo que comienza como un ejercicio casi trivial de imaginación que muestra los lugares hacia los que puede llevar el racismo, se convierte en el ojo de la cerradura hacia un mundo en tinieblas. “Puedes sentir el peso de tu historia y tu raza, en cada risa de un blanco que empuña un arma” medita el narrador, entre aterrorizado e incapaz de controlar el odio que le agobia y en ocasiones, resulta la única idea clara en sus pensamientos y decisiones.

Por supuesto, norteamérica “sigue siendo un país hipócrita” puntualiza el narrador, mientras cuenta su vida a la sombra. Porque esta voz discreta, desconfiada y temerosa tiene la piel negra pero se aseguró que su vida y la de su familia, estuviera todo lo lejos posible del estigma. De modo que es el único empleado — ¿o quizás, empleada? Perry jamás deja de analizar la neutralidad en su discurso — afroamericano de un lugar no especificado — “Eres nuestro gesto de buena voluntad con la pobreza” le dice uno de sus compañeros al narrador, aunque está por debajo de su escalafón empresarial y en teoría ganas menos dinero — y también, vive en un barrio residencial con ciertos lujos. Pero por supuesto, no es suficiente. “El color de piel es la historia de tus antepasados convertida peso de verguenza” piensa el narrador, mientras camina por las calles siendo observado por transeúntes que se apartan. “Soy un rehén del odio” dice el hombre sin nombre, sentado en el transporte público. Ocupa un lugar al final, dedicado a los “menos favorecidos”. Y es ese paralelismo con el gesto de Rosa Parks — génesis de la lucha por los derechos civiles estadounidenses — lo que hace más doloroso el trayecto. Con la cabeza baja, el narrador debe soportar el peso de las miradas de desconfianza, las risitas burlonas y directamente, los insultos de quienes le rodean. “Ser invisible, es una opción mental” dice cuando al final, decide bajar del transporte público y caminar por la calle oscura, a pesar del riesgo de ser detenido y desaparecer.

La novela de Perry resulta aterradora porque justamente, retrotrae a cada paso de la lucha por los derechos civiles de EEUU pero también, a la perenne conciencia que estos logros resultan frágiles bajo el peso del racismo como parte de una idea social perversa y profundamente normalizada. Perry toma todo tipo de referencias de iconos literarios que tocaron temas parecidos — no es casual que su personaje central sea abogado, de la misma forma que el Atticus Finch de Harper Lee, pero en situaciones opuestas — y lo hace, con una delicadeza de motivos y de precisión argumental que conmueve y sorprende. La historia avanza y es cada vez más notorio que el ambiente agresivo, violento y brutal que rodea al narrador, amenaza con hacerse más enrarecido, angustioso y quizás, peligroso. Porque la amenaza está allí, se hace real, se sostiene sobre la posibilidad y sostén de esa búsqueda desesperada por una grieta en el entramado de esa red de contención legal y cultural, que le permita escapar del prejuicio.

Pero no sólo no lo logra, sino que además, encuentra que las capas y dimensiones del racismo de una época de pura amenaza son mucho más complejas de lo que jamás espero. Mientras batalla por evitar que el miedo le haga tomar decisiones “insensatas” como huir o sentir que en realidad, la discriminación puede ser algo más que un temor, el escenario que narra se hace más complicado. Tanto, como para dejar claro que el terreno de la ficción — de ese escenario temible sin rostro ni forma — es más real de lo que el narrador ha dejado entrever durante buena parte de la narración. Lo piensa, mientras imagina que el ser negro es también, un atributo del temor, una idea resquebrajada y lenta que lleva a cuestas sin saber su verdadero alcance. “No es un gasto que el gobierno quiera permitirse, iluminar las calles de los negros” narra con tenebroso pesimismo sobre la mayoría de las calles del Sur estadounidense “y eso convierte cada calle y avenida en un riesgo en estado puro”. Camina con mayor rapidez, a medida que una mujer le señala y luego hace una llamada telefónica en su teléfono móvil. Un toque de queda de facto les impide a los afroamericanos salir de casa luego del anochecer y cualquiera puede denunciar al infractor. “¿Cuántas veces un hombre blanco no tiene miedo de uno negro sin saber por qué?” piensa una y otra vez. “No deseo vivir en un estado policiaco que persigue a los criminales por un delito que cometió antes de nacer”.

South to America se hace buenas preguntas y también, es una mirada turbadora sobre los males y debilidades de una cultura con una moralidad muy frágil. La novela de Perry, es también un recorrido por los terrores subyacentes que se convierten en amenaza: aunque el narrador jamás indica el año en que transcurre la historia, si habla sobre un pasado vergonzoso que comenzó con un candidato presidencial controversial. “Nadie creyó jamás que sus amenazas fueran otra cosa que lemas de campaña” se lamenta en una de sus largas noches de insomnio. La prosa de Perry — rápida, divertida, moderna y precisa — le permite contar una historia abrumadora con una agilidad sin tropiezos. Pero sin duda, lo más asombroso es la capacidad de la escritora para deconstruir los mayores temores de la norteamérica moderna en una historia que se desliza por el imaginario colectivo sobre la discriminación y el racismo. Con un país dispuesto a entregarse a sus peores inclinaciones y roto todo sentido de la moralidad, lo único a salvo son los poderosos vínculos de quienes sobreviven a la presión. El amor del narrador por su familia, es no sólo el motor de cada una de sus acciones — incluso las más violentas e incompresibles — sino también, las que las hace más cercanas y conmovedoras.

A pesar de su negrísimo humor esporádico, las breves referencias pop y los juegos de palabras, se trata de una historia siniestra que no deja de demostrar su oscuridad en pequeños giros argumentales dolorosos. South to America se aleja voluntariamente de la sátira para analizar de modo contundente el núcleo de una norteamérica desconocida o mejor dicho, que pocas veces se muestra. No lo hace en forma obvia: a medida que el narrador cuenta sobre sus experimentos con cremas blanqueadoras sobre la piel de su hijo e insiste en que no tome sol “para no oscurecer su estigma”, la novela se hace más macabra, mucho más retorcida y más cercana a una angustiosa descripción de una angustia existencial morbosa. La novela describe un trauma colectivo que aún no ha ocurrido pero podría ocurrir. “Es ficción” insiste Perry sobre sus imágenes mentales. Pero en cierto punto, hay una gran pregunta sobre si en realidad es una mirada a una posibilidad sobre el racismo institucionalizado o algo más. Las descripciones de Perry son tan pulcras, que cada palabra no sólo muestra lo que el narrador vive, sino que tiene una cualidad de anécdota, encapsulada al dolor y al miedo como una forma de supervivencia.

Perry, descarnada y encantadora, crea una versión memorable de la realidad pero también, de los terrores que se esconden al margen. Como si se tratara de una frontera entre lo que aterroriza y lo que puede brindar esperanza — una combinación contradictoria que el escritor logra con inusual facilidad — South to America” es una combinación de terror, belleza y lírica reflexión sobre los lugares más oscuros de la psiquis colectiva. “¿Cómo el racismo da forma a nuestra capacidad de amar?” se pregunta el narrador “¿Cómo sobrevive en mitad del miedo?” Perry no ofrece respuestas y quizá ese es su mayor acierto. Al final, es el lector el que debe encontrarlas — una ruta espinosa hacia sus propios dolores — y analizar la manera de sostenerse sobre su concepción de lo moral. Un raro logro que el escritor logra con una profunda y bienintencionada sinceridad.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine