Crónicas de la lectora devota.

Fake Accounts de Lauren Oyler.

Aglaia Berlutti
10 min readOct 21, 2022

Hace unos años, se debatió la responsabilidad de la red social Twitter, sobre los mensajes que se emiten a través de su plataforma. El cuestionamiento ocurrió, luego que la compañía cerrara de forma indefinida la cuenta del ahora ex presidente Donald Trump. Volvió a ocurrir, cuando el empresario Elon Musk decidió comprar la plataforma. En uno de sus primeros anuncios al respecto, dejó claro que el anonimato “era inadmisible” en medio de un debate amplio. También, por supuesto, volvió a mencionar lo ocurrido con Trump como prueba de los problemas “sobre los límites de la libertad de expresión”.

La decisión fue una de las tantas que Silicon Valley tomó luego del llamado “asalto al Capitolio”, ocurrido el 6 de enero durante la revisión de los votos presidenciales. Se trató de un hecho violento sin precedentes, que provocó que de inmediato, la mayoría de las principales plataformas y red sociales, se tomaran muy en serio el peso del mensaje que se transmite a través de sus recursos y la responsabilidad — individual o empresarial — que pudiera tener su difusión. Donald Trump fue aislado y silenciado de manera progresiva. Y la reacción inmediata de un considerable número de usuarios fue hacerse la pregunta si las redes sociales y las compañías a las que pertenecen, tenían el poder suficiente, como para influir en la capacidad de un presidente en funciones para divulgar la información de su preferencia. Al mismo tiempo, se debatió el hecho de la responsabilidad del mensaje que se transmite y la forma en que afecta el entorno y el contexto. Todo, mientras un tenso ambiente político contaminaba el debate.

Por supuesto, un hecho semejante marca un antes y un después en las relaciones entre las redes y los usuarios. Pero no se trata de una discusión reciente: la circunstancia que envolvió los últimos días de la presidencia del Donald Trump, quizás fue el detonante de un debate cada vez más urgente. El peso de las formas y herramientas de comunicación en la actualidad, es un reflejo de la evolución del discurso y de lo simbólico a nivel colectivo. Resulta curioso e inquietante, la manera como las redes sociales y otras cientos de plataformas de intercambio de información, han creado un espacio privilegiado que no solo promueve todo tipo de actividades sociales, sino también ilícitos, violencia y directamente, agresiones. Una atmósfera en que los debates han dado paso a linchamientos virtuales y la comunicación, a un tipo de escalada de situaciones incontrolables que aun hoy, carece de nombre. ¿Cual es el límite entre la libertad de expresión y la responsabilidad del mensaje que se difunde? ¿Que tanto pude influir la capacidad masiva de las redes sociales en crear eventos y situaciones por completo incontrolables?

El libro Fake Accounts de Lauren Oyler es una mirada extraña, dura y estimulante sobre la obsesión actual por las redes sociales. Pero en realidad, se centra en el ámbito de influencia de las diversas plataformas o su poder, sino en el impacto de su influencia en nuestro comportamiento, relaciones y lo que es aun más inquietante, en cómo ha cambiado la forma en que lo colectivo comprende a lo individual. Oyler profundiza en el hecho de las plataformas como enormes espejos de refracción, que muestran con fidedigno detalles comportamientos no tendrían cabida en la vida más allá de lo virtual. La novela es un recorrido angustioso sobre la forma en que el poder de la personalidad que se crea online tiene influencia el mundo real y como esa duplicidad, puede sacudir la forma en que comprendemos la forma en que pensamos, analizamos nuestra personalidad, apariencia e incluso, los límites de lo que consideramos exitoso. Hay algo profundamente singular y tétrico en la forma como la escritora vincula con cuidado, el hecho de construir un espacio nuevo, en el que no existe reglas ni normas conductas. ¿Puede ser la libertad un hecho pernicioso en medio de un espacio impreciso sin regulaciones ni tampoco, ningún tipo de límite real? Para Oyler es de considerable importancia la cuestión sobre el individuo en esencia malo o bueno. ¿Quienes somos cuando no debemos atenernos a ningún tipo de regulación, frontera o límite?

Oyler plantea la cuestión desde lo insidioso, como si las redes sociales y otras plataformas de comunicación, fueran un vinculo nocivo que tergiversa y distorsiona nuestra percepción del mundo, hasta crear una imagen estática a la altura de un ideal corrosivo. La escritora dedica una buena cantidad de tiempo a narrar situaciones que cualquier usuario en linea reconoce, pero también teme. Desde romances fugaces, encuentros sexuales, intercambios de información sensible, desfalcos, la capacidad de las redes para desvirtuar el uso del tiempo efectivo hasta un tipo de comunicación directa con aspectos de su personalidad desconocidos, la novela avanza con cuidado en un mundo repleto de pequeños secretos ocultos detrás de puertas cerradas. Para los personajes de Oyler, el tiempo, la necesidad insatisfecha y en especial, la forma en que narran sus propias vidas, se enlazan de manera directa con su capacidad para comunicarse. Ninguno de los hombres y mujeres que la historia imagina, se atreve a dar un paso sin hacerlo público, sin revelar sus intenciones, debatir en medio de grupos de desconocidos. Las notas de voz se convierten en imprecisas conversaciones sin final, en pequeños eslabones de algo desordenado y ambiguo. Los post, publicaciones, fotografías, archivos compartidos, crean un universo que se sostiene de la fragilidad de lo ambiguo. La escritora hace énfasis en el hecho que podría existir — o no — el rostro, la personalidad o incluso, el día a día que se muestra en el reducido espacio de las redes sociales. “Es como mirar a través de un ojo retorcido” dice uno de los personajes, al crear una cuenta falsa en Instagram “Puedes mover el ojo y no verás lo que necesitas, verás lo que quieres”.

Por supuesto, Oyler tiene en cuenta una idea concreta: la sistemática pretensión sobre la conformación ideal de la personalidad moderna. Para bien o para mal, el individuo actual está conectado — vinculado, mezclado — con la concepción de un tipo de vanidad colectiva imprecisa creada por el entorno. De modo que Oyler empieza su novela, con un recorrido veloz a través de todos los elementos que sostienen la idealización que las plataformas brindan como un espejo. Desde las llamativas figuras y celebridades de Instagram, las voces que sostienen el discurso en Twitter hasta las redes de opinión en Facebook, la gran conversación virtual se desarrolla y se sostiene, a través de una comprensión violenta sobre la naturaleza de la información. Todos los personajes creador por Oyler, tiene una instantánea conexión con la irrealidad de las redes sociales y de hecho, no les comprendemos del todo sin sus respectivos versiones en el mundo online. Visto desde esa perspectiva, la novela es un anuncio sobre el yo narciso y la realidad duplicada, reconstruida y modificada en beneficio de la virtualidad. “No me imagino mostrando el rostro sin un filtro embellecedor, que supongo es lo que ocurría con las mujeres que jamás se atrevían a salir sin maquillaje” reflexiona una de las cientos de voces anónimas que pueblan Fake Accounts. “No soy un avatar, soy mi mejor versión”.

Esta percepción artificial sobre la realidad, es también un hilo conductor que avanza a través de la historia con una agilidad desconcertante. La novela comienza en una grieta histórica complicada: las semanas que transcurrieron entre la victoria electoral de Donald Trump en el 2016 y su toma de posesión. De hecho, la primera imagen que describe la escritora, es la de una fotografía del personal que formaba parte del equipo de la administración Obama, mientras el grupo de enlace de transición de Trump atraviesa los pasillos. La cámara del fotógrafo captó las lágrimas y el miedo notorio del grupo, lo que convirtió la imagen en una mirada angustiada sobre el futuro. “Les vi y supe que todo iría mal” escribe Félix, un veinteañero que tiene una cuenta falsa en Instagram en la que publica todo tipo de teorías conspiratorias. Para él, la preocupación de los ex trabajadores de la Casa Blanca, no sólo es una emoción, también es un aviso y a la vez, una oportunidad de empujar su número de seguidores hacia un nuevo nivel. De modo que incluye la imagen y elabora una versión en la que expresa todo tipo de preocupaciones sobre lo que ocurre “detrás de las paredes del poder”. Incluso, va más allá: describe con un lujo de detalles desconcertante, todo tipo de “posibles peligros” de lo “que está a punto de suceder”. El impacto de la información se vuelve viral en cuestión de horas y dos días después, la cuenta se ha hecho viral.

Entonces ocurre lo impensable: Félix muere en un accidente de bicicleta que tiene un aire sospechoso. O al menos, es lo que cree su novia y narradora anónima de la novela, que descubre el mismo día de la muerte del joven, la información que comparte, su obsesión por las redes sociales y en esencia, que el hombre que creyó conocer, tenía una doble personalidad desconocida. En redes sociales, Félix se llamaba a sí mismo un “vengador de la verdad”, un hombre que “descubría y se enfrentaba a los poderosos”. En el mundo más allá de la pantalla, era un muchacho callado, amable e incluso risueño. Un “camarero sin muchas aspiraciones pero sí, buen corazón” explica la narradora. Para ella, descubrir al doble secreto, al hombre que no existe, a la sombra virtual del hombre con quien casi contrae matrimonio — “el mismo con quien tuve sexo, viaje, comí, dormí, compartí camisetas” — sólo era un espejismo. Porque en realidad, el Félix de las redes sociales es mucho más real que el que servía mesas de 2pm a 7pm en un bar de Nueva York. Félix tenía adoradores, una devota tribu de seguidores y también, un grupo de misterioso de “aliados” que le esperaban en Berlin. “La ciudad en que le conocí, casi por casualidad. Un chico norteamericano en viaje de aventuras, que tropezó con una turista perdida”. Pero ahora las cosas no parecen ser tan simples. ¿O sí lo son?

A medida que la narradora avanza a través de la enrevesada historia detrás de la fachada de Félix, el mundo de las redes sociales se muestra como un lugar confuso, tenebroso y desconcertante que termina por ser una intricada versión de la realidad. En busca de respuestas a las interminables preguntas sobre la vida oculta de su prometido, la narradora viaja a Berlin, luego de encontrar que la mayoría de los correos, mensajes y fotografías de los aliados del fallecido, residían en la ciudad. Al llegar a Alemania, Poco a poco, la joven descubre que en realidad Félix y quienes creían en sus teorías, son en realidad un grupo de nombres y fotografías falsas. “Jamás mostró su rostro. Jamás mostraron el suyo”. Para su consternación, el Félix que conocían (y esperaban en Europa) era la fotografía de un hombre desconocido, creado “en alguna página de las que era tan aficionado”. A medida que la trama se hace más intrincada y las descripciones sobre el submundo de las dobles identidad y las versiones sobre la realidad se hace más confusa, es evidente que para la narradora, la connotación sobre la realidad comienza a transformarse en algo más. “Nadie es quien dice ser, lo cual no sería tan malo, preocupante o temible, de no ser porque nadie sospecha del otro”. Fake Accounts se hace entonces un juego tramposo de insinuaciones, concepciones sobre el tiempo y al final, un fino hilo de contradicciones en que todo el poder de las redes sociales se hace evidente. Cada una de las personas que Félix conoció, con las que planeó complicados juegos de identidad, con las que habló por meses, eran falsas. Voces modificadas por app gratuitas, imágenes tergiversadas para hacerles ver más jóvenes o viejos. Incluso, una aplicación para vídeo que transforma el rostro. “Al final, no existes, no estás, no eres parte de nada, no estás en ninguna parte” cuenta la novia de Félix, sorprendida y aterrorizada por los hallazgos, cada vez más abundantes, más duros de aceptar.

La referencia y la verosimilitud en Fake Accounts son imposibles de comprender en toda su extensión, a menos que se analicen y se sostengan sobre un lenguaje estructurado y desconectado de la realidad. Desde la importancia de los blogger — la misma narradora es una — hasta el ámbito insistente y provocador de la posibilidad que nadie sea quien dice ser, la novela es un juego bien construido sobre la paranoia, el poder y el uso de la información. Poco a poco, las redes sociales no son sólo plataformas, también son espacios extraordinarios que se extienden en todas direcciones y crean sus propias reglas y fronteras. “En realidad, siempre lo han sido. Únicamente que jamás entiendes su verdadero poder hasta que debes ir en contracorriente para descubrir su extensión”. Para la narradora, desmontar la gran falsa misteriosa de Félix, encontrar el motivo por el cual mintió y todas las veces que lo hizo, pierde sentido en cuanto entiende que en realidad, nadie dice la verdad, Que las redes sociales son el caldo de cultivo ideal para lo falso. De hecho, la misma narradora se convierte en una incógnita. Escribe un libro, que a la vez, podría ser el que leemos, pero también ser una mera invención que incluye al libro. Las plataformas y la información se convierte en todo. En un momento especialmente desconcertante, el personaje descubre que escribe a frase de 280 caracteres y que de hecho, todo su libro pareciera — o es — una colección de sentencias cortas que podrían utilizarse en la plataforma “¿Por qué querría hacer mi libro como Twitter? Si quisiera un libro que se pareciera a Twitter, no escribiría un libro; Simplemente pasaría más tiempo en Twitter” se burla de sí misma. Pero la travesura real, la más extraña, es cuando se hace evidente que no es sólo Félix el que ha mentido -creando cuentas, fotografías, vídeos distorsionados y al final, incluso una cuenta en bitcoin en la DeepWeeb — solo que además, es probable que la propia narradora también mienta. O que no exista en absoluto. Que solo sea un ritual de paso para un escritor, que la muerte de Félix no sea cierta. Que al final, todos los hilos se confundan para crear y construir algo más elaborado, controvertido y extraño.

Es entonces, cuando la narradora va de un lado a otro entre lo que llama “en la frontera entre lo agradable y lo repugnante”. Después, admite que podría ser únicamente un testigo, que Félix podría ser producto de su imaginación y el viaje a Europa, también. Pero el libro juega de forma ingeniosa con la premisa y no brinda sus secretos muy pronto. “No hay nadie a quien decir la verdad, porque al fin y al cabo, nadie quiere escucharla” dice la narradora, mientras Trump toma juramento, mientras el primer día del mandato del presidente más mediático y controversial de los últimos años comienza. “¿Piensas que entiendes todo lo que ocurre? piensa en que lo que ocurre solo es un anuncio de lo que podría habitar al otro lado de la pantalla”. La narradora continúa, la novela avanza y para el tercer tramo, descubiertos sus misterios, la historia pierde interés aunque en absoluto fuerza. “Somos un espectáculo enigmático” dice la narradora “La pregunta, es quien lo ve”.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine