Crónicas de la lectora devota:

China Dream de Ma Jian

Aglaia Berlutti
8 min readOct 7, 2022

Escribir acerca — en contra — de un régimen totalitario es no sólo un acto de rebeldía, sino además de valor. Una afirmación de derechos invisibles que la literatura tiene la capacidad de convertir en un discurso específico. Las novelas del escritor Ma Jian siempre han cumplido esa versión de la palabra como forma de libertad: sus meticulosas historias son un recorrido por la China actual y también, un frío recordatorio de la forma como el poder intenta aniquilar la identidad del ciudadano. Para Ma Jian, se trata de una perspectiva incierta: en más de una ocasión ha dejado claro que no se trata únicamente de un enfrentamiento ideológico contra el régimen Chino. También, es una búsqueda de lo esencial que anima la resistencia y la voluntad de la mayoría de los artistas del país por enfrentar la colectivización del pensamiento. Pero entre una y otra cosa, hay una concepción sobre la verdad levemente confusa. ¿Escribimos para oponernos o la escritura es por antonomasia una forma de rebeldía? Los límites no están claros y Ma Jian tampoco desea aclararlos. Su punto de vista trasciende la necesidad de explicar — y explicarse — al país de origen y alcanza algo más complicado. Una ambivalente perspectiva sobre la individualidad.

Por supuesto, no ha sido una labor sencilla. Ma Jian lleva escribiendo desde hace más de treinta años y todas han sido prohibidas en su país. Especialista en un tipo de distopía retorcida que lleva al poder al debate sobre la mera necesidad de su existencia — y el inevitable cuestionamiento sobre su objetivo — Ma Jian medita sobre los límites del absurdo de una sociedad educada para obedecer. Lo hace además con un deje de leve disgusto que hace de sus novelas un recorrido satírico y en ocasiones cruel, sobre los síntomas del caos perenne bajo sociedades profundamente controladas por las armas, la ideología o la presión social. El escritor cuenta la vida en China como pudiera ser, como teme será pero a la vez, encuentra la grieta en el argumento para asumir el peso de lo desconocido. Los países y mundos homogéneos del escritos son grandes extensiones anónimas en los que los personajes deambulan de un lugar a otro entre el cansancio y el miedo. Aturdidos por la incapacidad para escapar de la mirada tenaz del Estado pero a la vez, parte de un organismo social interminable del que no saben — o no pueden — escapar. Para bien o para mal, esa combinación entre lo terrorífico y la crítica política, convierte a las novelas de Ma Jian en una búsqueda de objetivo perenne y ese es su mayor triunfo: esa renuncia a resultar sencilla, accesible, de mostrar el mapa de ruta a través de la historia — y su propósito — con facilidad.

Para su libro más reciente China Dream (2019), Ma Jian toma el testigo de la distopía relacionada con hechos de envergadura orgánica o física, que Margaret Atwood llevó a una dimensión totalmente nueva con The Handmaid’s Tale (1985) y le brinda un retorcido sentido del humor, que convierte al lavado de cerebro en una especie de chiste malintencionado del que ninguno de sus personajes sale bien parado. ¿Algo muy singular y extravagante para imaginarlo? Quizás lo es, pero Ma Jian logra encontrar un equilibrio entre la sugerencia de la sátira y el profundo horror que oculta. China Dream elabora una percepción sobre el control basado en las relaciones de poder — algo que su escritor ya había analizado con éxito en “Pekín en coma” (2008) y El Camino oscuro (2013) — y crea además, una intrigante colección de personajes que habitan bajo la red del dominio ideológico, que se sostienen con precariedad sobre el humor. Un ejercicio de estilo arriesgado que pudiera haber resultado en una combinación caótica de extremos, pero que en manos de Ma Jian es una es una mirada interesada y casi cruda sobre la forma en que el régimen chino presiona y estructura los estamentos de presión, persecución y violencia como una forma de mantener su integridad.

Para la ocasión, el escritor hurgó en una de las cientos de inexplicables actuaciones del sistema ideológico chino para crear el China Dream Bureau, una especie de ministerio encargado del subconsciente y de la capacidad para soñar del ciudadano común. Por extraño que parezca, el delirante organismo literario tiene un origen real: en el 2012, el presidente chino Xi Jinping lo creó para “promover los ideales del país a todo nivel” y encargó a más de cien funcionarios trabajar para “lograr que los chinos pudieran soñar con un mejor porvenir para China”. En la novela China Dream, la oficina tiene la misma función pero de manera literal: su director Ma Daode, tiene por única función estandarizar los sueños de sus compatriotas y crear un ejército de ciudadanos que puedan soñar “con el progreso, incluso al ir a la cama. La Revolución está en todas partes”, cuenta Ma Daode con un entusiasmo enfermizo y extravagante. De hecho, Ma Daode trabaja en desarrollar un implante neural para que lograr “que la revolución llegue a ese lugar inaccesible de la mente de los chinos”, un argumento que Ma Jian relata desde el acartonado tono de la propaganda pero que resulta ser escalofriante por sus implicaciones perversas. El dispositivo es el elemento primordial en esta nueva visión del orden y una supuesta justicia social: está programado para borrar los recuerdos y sueños que El Partido considere “sediciosos, contrarrevolucionarios o directamente sospechosos”. Incluso, el aditamento permitirá el acceso a la mente de cada ciudadano hasta encontrar “cualquier resistencia a la obediencia”. Para Ma Daode se trata de la panacea para lograr la felicidad absoluta. “¿Lo imaginas? No habrá desesperanza, ni terror ni tampoco asombro. Seremos tal y como la revolución lo requiere” dice a su silenciosa secretaria mientras observa el prodigio técnico bajo el microscopio.

Pero por supuesto, la novela no se detiene allí y recorre el tortuoso camino del absoluto control sobre la identidad que el poder quiere ejercer. Ma Jian ya ha debatido hasta el cansancio que en China, la mayoría de las personas están bien alimentadas, tienen una educación impecable pero tienen tanto miedo, que se convierten en autómatas paralizados por la paranoia. En “China Dream”, la noción es mucho más amarga y retorcida: el nacionalismo es tan peligroso como un padecimiento endémico y se sufre a medida que se reconstruye en la noción elemental de un país lobotomizado. Eso, sin que la feliz, radiante y siempre sonriente figura de Ma Daode pueda notarlo. Este funcionario chino — que da los buenos días, se ocupa de cada deber con el partido y que luce una oronda panza de sedentario feliz — es también, aterrador en su petulancia. No sólo se considera un hombre con poder — aunque tiene prohibido mirar a la cara a sus superiores — sino además, muy atractivo, aunque agasaja a sus amantes con pequeños objetos de oficina que roba de la suya (“es un gran riesgo el que corro” explica a una de las prostitutas por las que apenas puede pagar) y teme que alguien pueda notar, se excita al mirar a mujeres detenidas que llevan sogas al cuello y las manos atadas a la espalda. “¿No es retorcido eso?”escribe para sí y luego lo borra, consciente que el recuerdo quedará, que alguien podrá verlo, utilizarlo en su contra. “La Revolución está en todas partes” apostilla y dibuja un gran ojo sn pestaña que todo lo mira.

Podría compararse a Ma Jian con Mo Yan, ese polémico ganador del premio Nobel de Literatura en el 2012 que dedica buena parte de su literatura a contar la China profunda, extraña y dura a través de poderosas historias semi simbólicas. Pero mientras Mo Yan (que continúa en China), tiene un indudable aire pesimista y batalla contra el dolor escindido de la Revolución cultural, Ma Jian vive en Londres, lo que le permite escribir a China desde la periferia, el reborde escondido y además, logra evadir los tentáculos de la censura. El resultado es una obra de un gran observador satírico pero además, envuelta en la durísima percepción de la la miseria que hay más allá de la imagen industrializada y comercial de China en la actualidad. Ma Jian escribe sobre un país irreal, roto y destruido por el peso del sectarismo, el odio a la diferencia y el peso del poder convertido en una herramienta de control. Lo hace desde una versión afilada de la realidad pero también, de una ficción que evade explicaciones sencillas y elabora una noción turbia sobre el país real que yace bajo la propagada. “No existimos en realidad, somos lo que cuentan de nosotros” dice el alegre Ma Daone mientras da los últimos toques al aterrador dispositivo que extenderá el poder de la Revolución a límites insospechados. “Estaremos en todas partes” se recuerda a sí mismo, sudando de miedo, preguntándose que recuerdos comprometedores habrá de borrar — o serán borrados — al mirarse al espejo.

Además de director del China Dream Bureau, Ma Daode es también vicepresidente de la asociación local de escritores, lo que hace la paradoja de su trabajo — que comienza a implementar con cierta torpeza cuando la historia de la novela comienza — mucho más grave y aterradora. A medida que transcurre el tiempo y Ma Daode comprende los límites del poder que ahora detenta, el personaje risueño, parlanchín y juguetón, empieza a mirar con otros ojos al grupo de escritores marchitos y sin mucho que decir que lidera. “¿Qué escribirá el viejo cuando nadie puede leerle?” se pregunta cuando un poeta local estrofa un desabrido verso. “¿Qué esconde cada cosa que escribe, lo que no dice?” La obsesión por el poder está allí y también el terror por sus consecuencias, pero Ma Daode está muy lejos de ambas cosas o lamentablemente ciego a sus consecuencias, que al cabo es lo mismo. Mientras la curiosidad malsana por la mente del otro aumenta, el funcionario comprende lo que en realidad mueve los engranajes del poder. No es la ideología, la prosperidad o el bien común. Es la codicia. Una tan venenosa, agresiva y despiadada que convierte al ingenuo Ma Daode en una criatura de crueldad insospechada.

Pero aún así, Ma Daode continúa siendo humano, tanto como para atesorar sus recuerdos, sueños y esperanzas en un lugar de su mente en que espera, estén a salvo del chip del China Dream Bureau. Pero no lo están y esa salvedad — La Revolución devorando a sus hijos como un Cronos torpe — lo que hace de la novela China Dream un experimento inquietante por su brillante propuesta pero sobre todo, lo incisivo de su recorrido a la oscuridad. Al final, Ma Daode descubrirá que nadie está a salvo de las fauces del horror y el poder. Y que la mente, dejó de ser el último lugar seguro. Quizás la más vieja aspiración del totalitarismo moderno.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine