Crónicas de la lectora devota:

Self Care de Leigh Stein

Aglaia Berlutti
10 min readJul 10, 2020

La novela Psicópata Americano de Bret Easton Ellis, comienza con una descripción detallada y muy compleja sobre el estilo de vida de Patrick Bateman. El autor toma la arriesgada decisión de sobrecargar al lector con todo tipo de datos sobre marcas, productos, hábitos de consumo y el comportamiento general de este joven ejecutivo neoyorquino a finales de los años ochenta. Pero pronto, entre el interminable desfile de información caótica, comienza a entreverse algo más: una brecha visible hacia algo más tenebroso e inquietante. Al final, cuando Bateman se revela en toda su fuerza siniestra, el escritor logra crear una sensación angustiosa que la verdad siempre estuvo allí, muy cerca de la superficie, en mitad de la profusión de botes de gel, tarjetas de presentación y trajes costosos.

Leigh Stein utiliza un método similar en su extraordinario libro SelfCare, que comienza por una detallada crónica de todo lo que ocurría en febrero del 2017. No era un mes ni mucho menos un año sencillo: los titulares de las noticias estaban repletos de informaciones cruzadas sobre el nuevo inquilino de la Casa Blanca y sus decisiones inmediatas, lo que repercutió en un aumento inmediato de noticias, Tweets y prolijas descripciones sobre el ambiente social y cultural de la Norteamérica que despertó para encontrar que Donald Trump era el presidente. Leigh se lo toma con con gracia y en lugar de ir por el transcurrir a cuenta gotas de un tapiz de datos confusos, comienza a enumerar las pequeñas tragedias cotidianas de un país multidimensional desde cierto cansancio. Las deportaciones aumentan, comenta el narrador por ahora invisible, lo que quiere decir que al menos Trump cumple sus promesas de campaña. El asesor de Seguridad nacional Michael Flynn renuncia, lo que hace que el clima en el país se haga más enrarecido. Hay un comentario suelto — “esto puede ser peligroso” dice un personaje sin nombre que Stein no describe demasiado — y pasa a la siguiente información. Ahora es Ivanka Trump la que está en el centro del candelero: La lujosa red tiendas Nordstrom, anuncia que no incluirá de nuevo la línea de ropa de la hija presidencial. Hay un pequeño sacudón entre bambalinas y de nuevo, un personaje anónimo habla sobre peligro. “Nunca se sabe qué puede pasar, mientras las tormentas públicas arrecian” dice, mientras pasa al ataque público de Trump para defender a Ivanka y de nuevo, a las deportaciones, violentas y crueles. Pero queda claro que algo está ocurriendo al fondo de la narración. Una mirada inquieta, dolorosa y extraña sobre la vida estadounidense.

Stein se toma con calma: las informaciones crean una especie de segunda dimensión narrativa, en la que comienza a sobresalir una historia de interés general. Mientras Trump pelea a micrófono abierto con sus detractores y la hija presidencial ejerce presión en la sombra, las protestas contra el discurso violento de Washington se multiplican y la política internacional del país se tambalea, una nueva “plataforma comunitaria inclusiva” comienza a hacerse un espacio en medio de los comentarios y reseñas sobre lo público en el país. Al principio, son sólo comentarios anónimos que se deslizan en medio del afluente principal de datos. “Richual” comenta alguien “es el lugar que necesitábamos”. El nombre musical de pronto salta de un lado a otro en las redes sociales y la conversación virtual. “¿Qué es?” pregunta alguien, en medio de la sensación que progresivamente, las buenas noticias sobre la recién nacida plataforma son más numerosas y específicas. “Una pionera en el espacio del bienestar, que utiliza la tecnología social para conectar, curar y catalizar a las mujeres para que generen cambios a través del simple acto de autocuidado”. Ahora hay curiosidad: de pronto Trump, las acciones en bolsa o lo que ocurre en la frontera mexicana no es tan importante como el anuncio de un lugar de “autocuidado”. Porque Richual es algo más que una marca o un lugar, es un concepto global que invita a las mujeres a estandarizar su forma de ayudar a otras y a sí misma. “¿Así de genérico?” pregunta otra voz en medio del monumental caos de las noticias. “Así de amplio” le corrige alguien que se identifica como parte de la iniciativa.

Poco a poco, Richual se convierte en centro de atención. Tal y como indicó el vocero en medio de la multitud de noticias diarias, la plataforma es algo más que una empresa, un startup o incluso, una mezcla de varios conceptos sobre empoderamiento o sororidad. Es en realidad la mezcla de todas esas cosas, comercializadas bajo una sola promesa: hacer a las mujeres más fuertes, ambiciosas y en especial, independientes. Poco a poco Richual se hace motivo de conversación, las preguntas van y viene, hay pocas explicaciones. Todavía Stein no ha explicado qué ocurre u ocurrirá en su novela, pero es evidente que bajo la radiante pátina de una promesa de poder camuflajeada bajo la concepción de algo mucho más extraño, se esconde una pequeña, contenida y por ahora, no muy clara amenaza.

“¿Cuanto dinero querrías invertir en tu cuidado?” dice la mujer que sonríe desde la cámara. “¿Dinero?¿tiempo? ¿tu esfuerzo?” la mujer camina de un lado a otro y de pronto, otros tantos comerciales espejo aparecen en todas las pantallas del país. Richual es una aplicación, que también proviene de una página web, que a su vez en un servicio automatizado que incluye desde el cuidado de la belleza a cursos online para mejor desempeño financiero, conocimientos sobre programación y oratoria. Richual lo es todo, está en todas partes. “Inevitablemente, llegarás hasta nosotros” promete la sonriente mujer, que en realidad son más de diez, con el mismo traje blanco y el cabello suelto, los ojos grandes y atentos. Mujeres de todas las razas y grupos étnicos, mujeres profundamente interesadas en “la prosperidad de las usuarias, las que desean serlo, todas las mujeres del mundo”. Al final, la marca se hace no sólo una tendencia, sino también algo más extraordinario. Un tema de conversación, un estilo de vida.

Pero, por ahora, todo permanece en el terreno de la posibilidad. Todavía no hay el primer testimonio sobre la efectividad de la plataforma ni tampoco sis alcances, aunque obviamente, hay una multitud de usuarias listas para hacerlo. Los anuncios de Richual están por doquier: las redes se llenan de interés, la televisión se hace preguntas sobre esta extraña posibilidad para organizar un nuevo tipo de feminismo. Porque de hecho, Richual está por encima de varias de las noticias más importantes: la marca es una tendencia estable que de pronto, sabe que tiene todo el interés de una considerable parte de los usuarios de un multitud de plataformas. Al mismo tiempo, los desconfiados, los cínicos y los que conocen demasiado bien los juegos de mercado, critican lo “superficial” de la propuesta. “Sólo es una gran oferta con demanda banal” escribe un periodista, abrumado por los banners, tweets y post que trae aparejado la agresiva campaña de Richual. “Sólo es un buen concepto, que pronto decepcionará a alguien” insiste en una larga columna en un diario de circulación nacional.

Es entonces, cuando Stein toma la inteligente y extravagante decisión de crear una versión sobre el impacto en la cultura pop y lo siniestro de su envergadura: Richual está en boca de todos, pero parece inofensivo, tanto como para provocar ahora algunas risas y en especial, una percepción sobre lo inofensivo que resulta su concepción sobre la mujer. “¿Nos va a permitir cuidarnos? ¿También nos acompañará en la conquista de grandes logros?” escribe con sorna una activista feminista que no entiende demasiado lo que ocurre en el interior y alrededor de Richual. “Esperaré a los clientes descontentos, son los que siempre dicen la verdad” se burla. La tensión alrededor de la marca parece cada vez más obsesiva y sofocante. “O abre sus puertas o será el negocio virtual que más rápido pasó al olvido” dice un analista financiero, de una reputada web. “No hay nada realmente interesante en algo que no pueda provocar ningún enfrentamiento”.

Richual hace su jugada: una de sus ejecutivas critica de manera frontal e hiriente a nada más y nada menos, que la hija presidencial. De pronto, las líneas de comunicación se detienen, se sacuden y la conmoción es inevitable. Porque la crítica es tan dura como para provocar la sensación que todo lo que rodea a la marca no es tan simple como parece. “Todos tus números están sucios y lo vamos a demostrar” dice el Tweet. Se publica además mientras las discusiones alrededor de la marca son cada vez más virulentas y las exigencias — aunque todavía no hay el primer cliente ni tampoco, las misteriosas oficinas de Richual ofrecen su ubicación — más urgentes. La polémica crece como la espuma, las discusiones alrededor del Tweet se hacen cada vez violentas. Incluso el presidente aparece para señalar y acusar de “crueldad y violencia” a los invisibles ejecutivos de Richual. Por un día, todas las noticias desaparecen y no se habla de otra. Por un día, Richual es el centro de toda la atención virtual.

“Ha llegado la hora de mostrar el poder” dice entonces la mujer del anuncio y muestra un espejo. Y la marca descarga todo su potencial: los confundadores Devin Avery y Maren Gelb — genios siniestros que apenas aparecen en el segundo tramo de la novela — envían a su ejército de bien entrenadas mujeres con el logo de la rosa Richual en su camiseta implecable, a todo tipo de refugios para mujeres, a parques, empresas y también escuelas y universidades. Y ocurre lo inevitable: de ser un escándalo, la marca se transforma en algo tan poderoso que para el final de esa semana, no hay una sola mujer en EEUU que no desee formar parte de sus filas. Incluso las desconfiadas, las amas de casa que no sienten afinidad por su mensaje transgresor, las seguidoras de Trump, reciben un mensaje y un gesto de amistad: una rosa blanca que les invita a “utilizar por una vez sus servicios”. Richual está en todas partes, es el centro de todo el interés y ahora, luchará por conservar su peso. “Somos oro puro con una sonrisa hipócrita” dice Khadijah Walker, empleada estrella de Richual y la que concibió todo el plan que ahora, ha hecho famoso y millonarios al pequeño grupo de seis, escondido en una habitación pequeña. Porque Richual, claro está, es mucho más que sus anuncios y su discurso formidable. Es también el gran ensayo para el engaño del siglo.

Stein tiene especial cuidado en no explicar lo suficiente qué esta ocurriendo al otro lado de la pantalla de Richual: y no lo hace, porque la novela depende de su misterio, de su capacidad para asombrar y en especial, de la complicada combinación de elementos que la escritura usa para crear un ambiente pernicioso, en mitad de la sátira y un negrísimo sentido del humor. “Self Care” es una novela con tantas aristas como dimensiones, de modo que Stein toma el riesgo de revelar sólo lo imprescindible para que el juego de espejos en su centro sea un enigma ponzoñoso. Devin y Maren son de los pocos personajes con nombre propio en medio de los cientos de Tweets, posts y pequeños fragmentos de información. Pero incluso ambos — él, un obsesivo por la publicidad y ella, una feminista radical — podrían ser cualquier personaje de la fauna de medios e influencers de las redes sociales. Él es hermoso, va siempre vestido de manera impecable y apenas conoce otra cosa que los lujos que su familia acomodada le ha procurado toda su vida. Ella, es universitaria, tiene respuestas automáticas para todo y en realidad, no tiene demasiado que decir más allá de eso. A los dos, les une el dinero. La inversión en publicidad — primero un experimento, luego algo más — alrededor de Richual, se ha convertido en una bomba de tiempo entre sus manos. “Explotará y nos hará millonarios. O explotará y terminaremos muertos”.

Por ahora, la considerable inversión de Devin — “Unos cuantos millones, abuela no los necesita” dice entre risas — es redituable: al primer estallido en redes, siguió el siguiente, con mujeres sonriendo frente a las cámaras, cientos de moles de comentarios alrededor de redes sociales. Devin y Maren juegan con las posibilidades, aumentan la presión de la marca. Ahora la publicidad está en todas partes a niveles colosales. Las acciones de la marca se venden, las suscriptoras traen a otras más y de pronto, el misterio de quien es el genio detrás Richual, comienza a ser cada vez más urgente. Es especial, ahora que el fenómeno se traslada fuera de EEUU, que admiradores y también, imitadores llevan el concepto a varios países en simultáneo. Que marcas “semejantes” hacen espejo y reflejo. “No hay un lugar en el que no esté una mujer deseando ser parte de esto, aunque no sepa lo que es” escribe Maren, con una profunda satisfacción “¿Qué demuestra eso? Quizás nada, pero el impacto es algo que es más poderoso de lo que nadie podía suponer”.

Por supuesto, mantener una intriga semejante gasta los últimos capítulos, en medio de disertaciones sobre la cultura pop, el feminismo superficial, el marketing agresivo y los dolores de la ignorancia moderna no es sencillo y Stein no lo logra del todo. Su centro controversial y transgresor sigue allí incluso en el tercer tramo de la novela — más corto, menos interesante y al final, previsible en cierto modo que los anteriores — y quizás, Stein necesita mucho más pulso y más ambición, para culminar una historias que a su modo, sacude las grandes discusiones de los últimos años. El feminismo, la violencia del discurso cultural, el patíbulo de las redes sociales: todo está en medio de una novela trepidante, angustiosa por momentos y siempre levemente humorística, que es mucho más ambiciosa de lo que llega a crear pero que aun así, es todo un recorrido asombroso por el mundo contemporáneo, sus dolores y miedos. “Esta es una obra de ficción” dice Stein al comenzar, pero la línea entre la realidad y la ficción es tan borrosa, que la frase desconcierta por su simplicidad para describir una narración poderosa.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine