Crónicas de la lectora devota:

‘No One Is Talking About This’ de Patricia Lockwood

Aglaia Berlutti
12 min readMar 19, 2021

Escribir es un oficio de práctica, disciplina, al que además se suele añadir un cuidadoso espectro académico. Todo, envuelto en el lustre de la imaginación, la capacidad para sorprender y en especial, la forma en que puede analizarse el entorno como contexto conceptual. Pero además, el escritor tiene la singular posibilidad de traducir cuanto le rodea en un ámbito nuevo, la mayoría de las veces sorprendente por su cualidad para reinventar la realidad. La literatura, realza, ennoblece, profundiza, elucubra sobre la naturaleza humana, al mismo tiempo que la lleva a lugares desconocidos por el mero ejercicio de reflexionar sobre su trascendencia. Entre ambas cosas, escribir es un fenómeno emocional que emparenta con espacios intelectuales desconocidos y a su vez, refleja lo que somos — y cómo nos comprendemos — desde una perspectiva por completo nueva.

Tal vez por ese motivo, el libro No One Is Talking About This de Patricia Lockwood, sea tan pertinente en un momento como el actual, en que la narración de la realidad atraviesa la necesidad de adjudicar un valor renovado a ideas específicas acerca del ser humano y su forma de asumir su individualidad. ¿De qué escribe el escritor moderno? ¿qué le obsesiona? ¿hacia dónde se dirige su versión del tiempo y de las cosas? ¿qué hace sea más elaborado su percepción de la cualidad de lo fugaz, del tiempo que crea una concepción de lo moral, de sí mismo? No hay respuestas sencillas para una serie de cuestionamientos que aluden al existencialismo más profundo, pero en realidad, quizás Patricia Lockwood no busca responderlos. Su libro es una reflexión profunda, desprejuiciada y potente sobre el hecho de escribir el fenómeno de la vida tal y como lo conocemos y además, a través de la convicción que la necesidad de escribir — la concepción del oficio como un hecho orgánico — es un medio de comunicación y expresión de ideas fundamental para lo que consideramos humano. La versión sobre el mundo que incorporamos a la idea de la literatura, es tan compleja como la percepción de un universo mayor que convive con nuestra apreciación acerca de lo que nos rodea. ¿Qué es el mundo sino un conjunto de conceptos a los que conferimos importancia? ¿quienes somos más allá de la identidad que se enlaza y se condiciona a algo más profundo, extraño, persistente y en ocasiones incomprensible?

Ya Lockwood había meditado sobre el tema en el ensayo del 2018 ¿Cómo escribimos ahora?, en el que analizó el tema de la escritura convertida en un hilo conductor de algo más amplio sobre la condición del hombre como creador fidedigno de su universo particular. Para hacerlo, usó la cuestión de las redes sociales — su influencia y poder — y además, lo relacionó de forma directa con la noción básica de un tipo de ejercicio creativo basado en la inmediatez. ¿Cuanto nos afecta el peso de internet en el acto creativo? ¿cómo se involucra la percepción de la vastedad de todos sus recursos y enorme variedad de alicientes con lo que escribimos? Después de todo, el escritor por oficio debe enfrentar el hecho que un mundo hipercomunicado ofrece recursos múltiples e incontables, pero también, una capacidad de digresión desconocida. Lockwood analizó en su ensayo los efectos que esa sobre exposición a todo tipo de estímulos puede tener una mente creativa. La escritora se preguntó de manera muy directa hasta que punto la gran variedad de medios y métodos de investigación y acceso a todo tipo de versiones sobre la realidad que ofrece internet, afecta el oficio de internet.

Después de todo, un escritor se sostiene sobre el hecho de su curiosidad, sobre el hecho consistente de utilizar su mente como un espacio de ilimitadas permutaciones sobre la realidad basada en datos e información. ¿Qué ocurre cuando los recursos son ilimitados? ¿Qué sucede cuando esa gran cantidad de concepciones sobre el mundo y lo que le rodea, se enlaza hacia algo más complicado de entender a primera vista? La escritura se basa en la cualidad del escritor para compilar, seleccionar y convertir datos sueltos en una historia con la suficiente capacidad para elucubrar sobre sí misma. ¿Qué pasa cuando el núcleo de esa disertación constante y poderosa es mucho más amplia de lo que nunca ha sido antes? ¿Cómo es ese espacio interior reconstruido a partir de una concepción elemental sobre la escritura y el acto creativo a partir de la información? Hay una concepción de creciente dispersión en la forma en que la autora responde ese punto y otros tantos.

Según Lockwood, a la mente fértil, sensible e inquieta de un escritor le lleva esfuerzos abarcar todos los espacios y pormenores de lo que la creación puede ser con recursos ilimitados. De hecho, el ensayo de la escritora tiene un notorio tono de asombro con respecto al hecho de cómo la mente en busca de contexto, tiene dificultades para abarcar un universo infinito de datos, interconectados entre sí por necesidad, pero no siempre correlativos. “¿Qué ocurre si tratas de estructurar una historia pero te topas, sin poder evitarlo con un relato estrafalario en una red social? ¿puedes evitar que la simple curiosidad que sostiene un texto pierda el sentido y el peso por esa cualidad casi magnética de las plataformas virtuales para la distracción? Si miro la pantalla del teléfono al despertar será lo primero que recuerde durante el día y estará ahí, mientras trato de imaginar escenas, secuencias, estructuras, percepciones más amplias. Todo escritor moderno está condenado a la confusión de los datos, a la interminable cantidad de imágenes, escenas y narraciones que le empujan fuera del oficio, de la disciplina, de la búsqueda de la peculiaridad necesaria para la narración”.

Por supuesto, el ensayo causó cierta controversia, en especial en una época en que se reflexiona acerca de las redes sociales como parte de un sistema creativo por derecho propio. Se acusó a Lockwood de “minimizar” la utilidad de las plataformas virtuales fuente de información e incluso demonizar su uso. Pero la escritora insistió en que para bien o para mal, el hecho de la sobre exposición a la información tiene un efecto concreto. “Le llamo el efecto de la sabiduría incompleta” contó en una adenda al ensayo original. “Esa convicción que tenemos el conocimiento necesario sobre todo lo posible, a través de fuentes más o menos inexactas”. El resultado, según Lockwood, es un tránsito a través del conocimiento convertido en una idea sin sostén y que recorre espacios limitados. “Las redes y el espacio online en general, sustituye a la investigación. O en todo caso la simplifica. El resultado es la escritura reducida a un efecto miope sobre el verdadero alcance de la búsqueda de sentido a lo que escribimos. ¿Es la infinidad de datos a nuestra disposición una especie de nueva pared? ¿cómo se reflexiona acerca de escenas, estructuras y tramas cuando la realidad es una esfera cacofónica de ideas a medio completar?” En medio de un debate cada vez más incómodo sobre el hecho de las redes sociales como imprescindibles para comprender el mundo actual, se tachó a la escritora de reduccionista e incluso, de simplificar las relaciones de la mente de un autor con su historia. “No todo depende del contexto, pero si de la información. Y si esa es ilimitada ¿cómo responde una mente sobre excitada a un interminable flujo de detalles?” culminaba el texto.

La respuesta a esa disyuntiva se encuentra, de una u otra manera, en la primera novela de ficción de la autora. No One Is Talking About This reflexiona desde la ficción acerca de la potencia del caudal interminable de información y recursos a los que un escritor tiene acceso y lo que eso puede significar. Lo hace desde la clave del absurdo y lo caótico, por lo que quizás, la sensación es que la autora trató de brindar un sentido real a su larga exploración sobre la consciencia del escritor en contraposición a la cualidad del mundo moderno como una miríada de condiciones incontrolables. Lo más extraño del libro, es su cualidad casi paródica. La narradora sin nombre de la novela, es una celebridad en las redes sociales. Es una mujer que es reconocida por sus aportes “a la gran cultura de masas”, por sus tweets, constantes publicaciones en Facebook y extensos razonamientos en Instagram, que incluye con una colección de fotografías de su propia cosecha.

Pero hay un problema real en ese gran ingenio de la escritora sin nombre: no tiene un reflejo en el mundo literario. En realidad, la gran autora es una invención de sí misma, un “reflejo” en el que la verdadera narradora puede verse reflejada. ¿Es un experimento? ¿una provocación? ¿una prueba concreta acerca de lo que somos en redes sociales? La narración no lo aclara, sino que detalla la experiencia de la autora del personaje que lleva su nombre con un júbilo desconcertante. La recreación de un autor de éxito incluye una gran cantidad de pequeños detalles, que para el mundo de las redes sociales son imprescindibles. Una fotografía agradable para el perfil de las diferentes plataformas, frases ingeniosas, una presencia apoteósica y notoria en el mundo virtual. “Seguramente, has escuchado mi nombre. Si te lo dijera lo reconocerías de inmediato. No sabrías por qué, ni tampoco el motivo por el cual lo relacionas con el mundo de la literatura. Pero al final, concluirías que sin duda, soy una escritura, una de renombre y que vale la pena escuchar lo que tengo que decir”.

Se trata de un tramposo juego narrativo que sostiene no sólo el hecho de la versión de la realidad que consumimos, sino la forma en la cualidad del dato define nuestra personalidad virtual. La falsa escritora habla sobre su obra, la medita, muestra sus avances, pero en realidad no hay ninguna otra cosa que un proyecto estático que jamás llega a mostrarse. “Y a nadie le importa, todo ocurre tan rápido y de manera tan borrosa, que sólo queda mi nombre, en medio de la transición rápida de todos los datos incompletos que ofrezco sobre ella. Que no soy yo”. La voz detrás de la autora de moda es una mujer que nunca brinda un dato cierto sobre su vida o por qué lleva a cabo un juego de duplicidad semejante. “En realidad, todo se trata de una prueba de fuego. Quiero demostrar la fractura entre lo que creemos puede ocurrir y lo que la escritura enfrenta, al no existir en realidad más allá de la forma en que las redes sociales y espacios virtuales ponderan sobre el talento”.

El personaje tiene tanto de Lockwood (que del 2013 al 2017 fue popular y muy activa en redes sociales), que es inevitable preguntarse si se trata de una parodia sobre su propia vida. Una idea por otro lado injusta. En 2013, su escalofriante poema The Rape Joke se volvió un fenómeno de internet y se analizó como una pieza fundamental para comprender los terrores del anonimato en espacios virtuales. Más tarde en 2017, su libro de memorias Priestdaddy, causó sensación por ser una mezcla brillante entre la comedia, lo tenebroso y la búsqueda de cierta convicción sobre el arte de narrar la propia vida como “un gran chiste malo”. Lockwood disfruta sin duda de la provocación. Agradece además, la posibilidad de llevar toda concepción sobre el escándalo y la incomodidad a una nueva dimensión. Lo hace además a través de una mirada temible sobre las fisuras en esa interminable colección de datos como lo es la proyección del bien y del mal en lo virtual. ¿Hay algo semejante en medio de un mundo intangible, sin reglas o límites?. “Internet te ofrece la oportunidad de lo mutable. Lo hace para empujarte hacia la idea de lo que espera por ti en un lugar en que nadie sabrá tu historia, a menos que la narres. Y vamos ¿quién no querría contar su mejor historia? ¿quién no querría elaborar una concepción sobre la persona que somos que sea una proyección sustancial y retorcida?”.

Por supuesto, Lockwood parece dirigirse a los millones de usuarios del mundo virtual que cada día, mienten. Lo hacen además, sin la sensación que sea un hecho relevante. Más allá, lo reivindica como un derecho creativo. “Si en la web nada es real ¿qué es la voluntad de creer en lo que leemos o vemos en cualquier red social? En realidad, no existimos, somos una serie de datos. Y esos datos, son también una historia que se cuenta, tan prodigiosa como la que puedes encontrar en la página de un libro”.

Para la voz detrás de la escritora reconocida, lo más asombroso es la forma en que todo se relaciona y se supedita a la “fe en lo verídico”. Un concepto que la escritora elabora desde lo insultante. “En todos los portales y redes sociales, construimos una cuidadosa red de datos falsos. Solo que en mi caso, les otorgo una dirección”. La escritora ficticia y ahora celebridad en el mundo virtual, es también una mirada muy cuidadosa de la forma como la información sostiene un lenguaje en constante cambio sobre el individuo. Para la narradora de Lockwood, su personaje puede desaparecer “y seguramente lo hará” explica. “Seguramente dejará de existir, de formar parte de las grandes conversaciones. Podré crear otro. O incluso, hacer madurar esa crítica consistencia de la realidad que no lleva a ninguna parte”. El experimento se hace cada vez más complicado, más doloroso, más extraño, más temible a medida que la reconocida escritora alcanza un nuevo tipo de popularidad. “Todos quieren una de mis respuestas rápidas. O intercambiar un “me gusta” en una fotografía. Les complazco a todos. Pero tampoco soy sencilla de comprender”. Sus apariciones públicas se hacen cada vez más habituales. “Soy joven y bonita, una mujer que incluso puede ser deseable. No puedo competir con una actriz de cine pero sí, quizás, con una estrella menor”. La narradora dedica una buena cantidad de tiempo al maquillaje, el uso de pelucas e incluso, ropas que le hacen irreconocible. “Soy virtual, ahí estoy. Ahí tengo un lugar, un espacio, un mundo al cual deslumbrar”. Para la narradora, todo es tan sencillo que resulta en algunos puntos, descorazonador. “¿Soy la única que ve el mundo desde esta perspectiva? ¿soy la única que estoy jugando este juego? probablemente no, pero en mi caso, lo hago excepcionalmente bien”.

Con una atención crítica a la prosa, la novela avanza en situaciones cada vez más disparatadas que muestran las grietas del mundo online y cómo puede ser utilizado para una forma de engaño concreto. La concepción sobre la identidad desaparece. “Lo ideal es seducir a la masa. Todos los días su atención debe volverse hacia alguna parte”, escribe, “como el brillo de un banco de peces, de una vez, hacia una nueva persona a la que amar u odiar. A veces el sujeto era un criminal de guerra, pero otras veces era alguien que prepara mal el guacamole. ¡Pero amar es mucho más sencillo! Amar al que escribe frases que te hacen reír, que no recuerdas después. Dar tu aprobación, creer que eso hace alguna diferencia. Pero ah, el odio. ¡El odio es la especialidad en este lugar sin nombres! No era tanto el odio que le interesa como la rápida efervescencia, como si la sangre colectiva hubiera tomado una decisión”.

La novela está dividida en dos partes. La primera narra la vida de la escritora ficticia y la segunda, los intentos de la voz narradora por demostrar que incluso, el engaño más simple, puede ser una forma de popularidad. El abismo de internet se abre en todo su esplendor y en especial, el torbellino de datos que la narradora utiliza a su favor. “¡Vamos! Tengo nombre, tengo seguro social. ¡Existo! ¿quién es más real que yo?” Una y otra vez la escritora ficticia y la narradora que le da vida se confunden en una única voz. Y para la segundo tramo de la novela, es evidente que ambas terminarán siendo un único fenómeno o desapareciendo, en un “único acto asombroso”. Mientras tanto, la virtualidad ofrece a la escritora nuevos espacios — “lugares que nadie ha explorado” — y se hace más osada. Realiza campañas de apoyo a personales públicas y después, las abandona y las ataca. Al final, toda la atención proviene de su necesidad de ser observada, quizás descubierta. De su empeño por resultar creíble, pero a la vez, sólo una figura entre millones que se destacaba por su habilidad para la usar la información disponible a su disposición de manera creativa. Es un tránsito hacia algo más elaborado y sin duda, un recorrido hacia una concepción sobre el ser y el yo contemporáneo que resulta inquietante. La novela sin duda, intenta ser un gran chiste, pero la gran pregunta que con toda seguridad se hará el lector es a costa de qué. “Quizás, de ti” dice con todo desparpajo la voz narradora, a medida que su engaño se encamina directamente a la catástrofe. ¿Será descubierta? ¿se volverá un nuevo tipo de celebridad? No lo sabe “y tampoco necesito saberlo”, dice el personaje en tono humorístico. “Pero en realidad, en las redes sociales, somos una gran broma para mucha gente, sólo que muy pocas veces lo sabemos”.

Con una conciencia paródica deslumbrante pero a la vez, profundamente dura, la novela llega a su conclusión con un final sorprendente y que quizás, demuestre el indiscutible talento de Lockwood para analizar el mundo actual desde una óptica desconocida. “Somos extraños, en un universo sin nombre. Y ese anonimato, está lleno de pequeñas criaturas impenitentes” declara. De la misma forma que en su famoso ensayo, Lockwood analiza la percepción del bien y del mal, del tiempo y la búsqueda de un lugar en medio de un espacio silencioso. “¿Quienes somos, reflejados en millones de rostros que no nos recuerdan?” se pregunta. “¿Quienes somos en un mundo sin espacios, nombres o la condición de lo real. La ficción abandonó las páginas del libro y se hizo algo más poderoso. Y soy parte de eso”. Quizás el mensaje más escalofriante que esta novela sorprendente pueda brindar.

--

--

Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine