Crónicas de la lectora devota:

“Women Talking” de Miriam Toews.

Aglaia Berlutti
10 min readApr 5, 2019

Cuando ocurrió el caso, la noticia pasó desapercibida en buena parte de Bolivia y el resto del mundo: Las llamadas “violaciones fantasmas” que sufrieron un grupo de mujeres de una comunidad menonita del país, no sólo parecía una fantasía escabrosa, sino además, otro ataque al grupo religioso conservador. No obstante, la insistencia de las víctimas — quienes se enfrentaron a la comunidad e incluso a sus familias, para declarar a policias y otros funcionarios públicos — logró demostrar lo impensable: un grupo de ocho hombres, drogó a familias enteras y por casi diez años, violó a mujeres de todas las edades. Con casi trescientas víctimas, el caso tomó repercusiones mundiales y de pronto, la discusión sobre la religión, la voz de las mujeres y su credibilidad estaba en todas partes. Pero el caso además, demostró los alcances de los límites arbitrarios y violentos que se imponen a las mujeres en determinados grupos religiosos y sociales: En el juicio que se llevó a cabo en el 2011, ninguna de las víctimas — desde niños menores de edad hasta ancianas de avanzada edad — pudo declarar sobre su caso. La comunidad Menonita no sólo lo prohibió, sino que envió a los padres y esposos para hacerlo en su lugar. Al final, el juicio se convirtió en una controvertida muestra de la violencia contra las mujeres y también, en el reflejo de una aberrante concepción sobre la violencia sexual bajo la noción de lo religioso y lo arcaico.

La novelista Miriam Toews reconstruye el caso en su libro “Women Talking” y lo hace desde una perspectiva privilegiada: la propia Toews fue parte de una comunidad Menonita canadiense y conoce de cerca las rígidas normas con las que se rige la vida de las mujeres y niños en cada una de ellas. De modo que escribir el libro, fue una forma de otorgar rostro y voz a las víctimas, que incluso siete años después del suceso — y que varios de los agresores fueran condenados a penas leves y otros casos exculpados — continúan siendo anónimas. Por supuesto, no se trata sólo de una novela crónica sobre lo que ocurrió en uno de los casos más desconcertantes sobre abuso sexual ocurrido en la historia reciente de Bolivia, sino que además, es una reconstrucción de un sistema de valores y nociones religiosas que convierten al abuso en algo mucho más duro de asimilar. Toews insiste en que “sintió la obligación de escribir sobre estas mujeres” y lo hace, con la convicción esencial que se trata de un testimonio que sólo se escuchará a través de una historia que recoge los detalles de una circunstancia abominable y el violento contexto que le rodea. Toews desciende del mismo grupo Menonita de Bolivia en que ocurrieron los hechos y conoce los pormenores de su vida rural y dura. Pero también, vivió en carne propia la presión hipócrita del fundamentalismo convertido en un tipo de agresión. “Pude haber sido una de ellas” dice Toews en “Women Talking”.

Ya Toews había escrito antes sobre la religión convertida en excusa para el control mental y físico, pero “Women Talking” es mucho más punzante, directa y cruel sobre los motivos de un grupo religioso para utilizar el dogma para el maltrato físico y mental de la mujer. Pero sobre todo, en esta ocasión la escritora hace especial énfasis en la hipocresía de los grupos religiosos que elaboran un complicado discurso sobre la fe y la creencia, para mantener un completo aislamiento mental y físico sobre sus miembros. Las mujeres de las Comunidades Menonitas no tienen acceso a la educación, tampoco la libertad de aprender, por lo que son analfabetas atrapadas en un mundo de restricciones inimaginables que rigen cada hecho de sus vidas. Además, el hecho de la violación y el abuso sexual se contempla desde la culpabilidad femenina — su capacidad para tentar — por lo que las víctimas de Bolivia debieron enfrentarse al hecho de perdonar y aceptar de nuevo en su comunidad a los hombres que le había agredido. “¿Qué ocurre cuando el miedo y la religión se confunden en una misma idea?” escribe Toews “¿Cuando la vida como la conoces tiene una relación inmediata con el hecho de la fe reglada bajo todo tipo de disposiciones intrincadas para comprenderse?” Toews es implacable con la secta Menonita pero también, con quienes asumen sus límites incluso cuando contravienen a la ley “Es suficiente que gobiernos y países vuelvan la cara a situaciones insostenibles por el mero hecho de la religión” insiste y esa frase parece sostener la concepción sobre el absurdo que las mujeres de Bolivia debieron enfrentar y sin duda, continúan enfrentando.

Porque no se trató de un caso sencillo: Las violaciones comenzaron en el año 2000 pero sólo un lustro después, la primera mujer se atrevió a hablar a su marido sobre “los extraño sucesos” que padecía. Al menos una vez a la semana, despertaba sangrando, con la ropa llena de marcas de barro y las muñecas con marcas de ataduras. El marido le obligó a callar y la envió a rezar, aunque no fue el primer testimonio que escuchaba y con idénticas características. Para el año 2003, ya el fenómeno era del conocimiento general de la reserva y se llevaron a cabo servicios religiosos y lecturas de la biblia, para “conjurar a los demonios” que atacaban a las mujeres. Sólo recién el año 2009, cuando finalmente dos de los atacantes fueron descubiertos, la envergadura de lo que ocurría en la comunidad se hizo pública. Para entonces, más de 300 mujeres habían sido atacadas en cientos de ocasiones distintas y la mayoría, no podía demostrarlo.

“Se trató de un crimen de silencio” dice Toews “Se ignoró porque se trataba del testimonio de mujeres. Se les consideró dementes, se les insistió debían rezar, pero nadie se tomó verdaderamente en serio lo que ocurría”. Resulta un pensamiento aterrador, cuando se analiza lo ocurrido en la comunidad año tras año: una de las primeras mujeres en atreverse a confesar lo que ocurría, insiste en que “llegó a perder la cuenta” de todas la ocasiones en que despertó manchada de sangre, cubierta de moretones y con las muñecas rasguñadas por ataduras invisibles. En la Comunidad Menonita, los esposos duermen en camas separadas y a pesar del testimonio de las mujeres, siguieron haciéndolo por recomendación del consejo de Ministros de la Iglesia — un grupo formado exclusivamente por hombres que gobierna la Colonia — que dictaminó que los testimonios eran “histeria de las hembras”. Finalmente, en Junio del 2009, dos hombres fueron detenidos mientras intentaban entrar en la casa de uno de sus vecinos. En la Comunidad no se permite la luz eléctrica, por lo que las noches transcurren en completa oscuridad y la vigilancia se considera parte “del orden divino”. El hecho inédito que dos miembros de la secta infringieran la ley, despertó el terror en la reserva entera y de inmediato, los culpables fueron interrogados por los Ministros de la Iglesia. No obstante, lo que parecía algo de mediana gravedad e incluso una travesura venial, se transformó en algo mucho peor: los dos hombres terminaron admitiendo bajo juramento que eran parte del grupo que se dedicaba a violar a las mujeres del pueblo, usando un spray anestésico que rociaban a través de las arcaicas rejillas de ventilación de las casas de un piso del pueblo. Lo demás, es una narración con tintes macabros que incluyen víctimas de todas las edades. Para cuando el caso llegó al juicio en 2011, se contabilizaban por encima de cien y aunque jamás se habló de ello en el grupo, incluía también a hombres destacados de la Comunidad.

Toews asume lo ocurrido desde el dolor de las mujeres y la comunidad, un tema que no le resulta ajeno, pero que en esta ocasión, construye como una idea que abarca no sólo un insólito estilo de vida de la secta menonita, sino una versión del bien y del mal, transido por la concepción violenta sobre la religión como límite. En su libro “Swing Low”, Toews toca un tema parecido, aunque por medio de la ficción y bajo la reflexión existencialista. Su relato de la última hora de vida de un suicida engloba las contradicciones y dolores que abarca la mirada del dogma religioso desde la crudeza de la imposición de ideas y percepciones de la realidad. En 1998, Toews volvió sobre el tema del dolor y las mujeres en su novela “All My Pony Sorrows”, también la historia de una mujer que debe batallar contra restricciones y la angustia persistente de una vida reglada por una versión de la religión casi violenta. Toews usa el absurdo y un cierto aire surrealista para narrar sus historias, porque quizás, es la única forma en que la tensión interna del sufrimiento y el temor pueden enlazarse entre sí. Ese sentido obsesivo sobre el dilema no resulto y que parece subsistir a base de un caos interior, tiene relación directa con las obras de Philip Larkin, con las que cada uno de sus libros conserva un evidente paralelismo.

En “Women Talking” también hay mucho de esa búsqueda de sentido de la existencia y el dolor, a través del absurdo. La novela comienza justo después de los crímenes: los violadores han sido descubiertos y los que se han retractado (y aún no reciben sentencia legal) vuelven al pueblo para reunirse con sus hermanos. Ocho de las mujeres agredidas están reunidas en un granero para decidir si deben perdonar a sus agresores: en caso de no hacerlo serán expulsadas. ¿A dónde ir? ¿Qué hacer? entre el grupo de víctimas está una niña de tres años que sufre de una enfermedad venérea que le contagió uno de los agresores, una anciana que sufre de dolores luego de una violación grupal y una mujer que no deja de vomitar en un cubo de metal, aturdida y sin entender todavía lo que eso puede significar. La discusión sobre el dolor, el perdón, el sufrimiento y lo sexual se transforma en una alegoría de algo mucho más violento. ¿Qué es el perdón cuando se debe asimilar que la agresión forma parte de lo que crees y te sostiene en lo espiritual? Las mujeres se recuerdan unas a otras, que ser expulsadas es el equivalente al infierno: ninguna sabe leer o escribir en el idioma local, tiene mapas o dinero. ¿A dónde ir? se preguntan otra vez las víctimas, aterrorizadas por la posibilidad del perdón (que les condenaría a convivir con sus agresores en cuanto abandonen la cárcel) o de la condena, que sufrirían en carne propia. Una y otra vez, la disyuntiva se hace enorme, abarca la cordura e incluso la vida entera.

Lo más insólito es que Toews no recurre al drama para contar su historia: sus diálogos rápidos, prácticos y elocuentes son casi hilarantes, en medio de su crueldad añadida. Es un truco que la escritora conoce bien: en “All My Pony Sorrows” describe la muerte de su padre en una única frase que además abarca el suicidio pero también, la vida que continúa “ (Mi padre) tenía 77 dólares en el bolsillo al morir y usamos el dinero para comprar la comida tailandesa que comimos después de llevarle al cementerio” cuenta “después de todo y como diría mi amiga Julie, todavía hay que comer, a pesar de la rama del árbol torcida y el cadáver que cuelga de ella”. En “Women Talking” ocurre de la misma manera: los momentos más duros se enlazan con un crítico sentido del humor casi involuntario y Toews lo usa como un dardo envenenado. Después de todo, la historia no la cuentan las mujeres — aunque son las protagonistas — sino el hombre que las vigila, quizás el narrador más torpe de la historia de la literatura, con sus frases cortas, inquietas y llenas de una angustia existencialista casi primitiva. El August Epp de Toews, es un hombre irrelevante en todos los aspectos, pero que tiene el deber de contar una historia fatídica, para sí mismo y para los Ministros de la Iglesia, que esperan la decisión de las mujeres. De modo que escucha, toma apuntes y avanza en la historia, entre la verguenza y el miedo. Sabe quienes son los agresores, les conoce de nombre y de trato. Uno es su buen amigos. También conoce a las víctimas. Una de ellas es su hermana, otro la chica con la que contraerá matrimonio. En medio del sufrimiento y la angustia, August se aferra a la religión, se aferra a la fe. Pero por momentos, no resulta suficiente. Y es ese juego de sombras, esa colección de matices lo que hace que el libro sea tan ambivalente como preciso, en una contradicción interna que sostiene el argumento a pulso y con una extraordinaria inteligencia.

Por supuesto, August es un hombre y tiene el privilegio de la libertad para hacerse preguntas, algo negado para las mujeres. De manera que mientras escucha, aterrado y conmovido las confesiones de las mujeres que custodia, se cuestiona a sí mismo. ¿Es el perdón forzado y obligatorio válido para Dios? ¿Por qué las mujeres deben perdonar si nadie pudo protegerlas? Una y otra vez August se hace las las preguntas concretas que el lector también puede estar haciéndose, a medida que la narración avanza. La sensibilidad de Toews le permite no sólo comprender la extraña situación de August sino la angustia de las mujeres y al final, crear un eco angustioso sobre los pensamiento nunca expresados de toda una comunidad.

Además, August se atreve a lo impensable: escuchar a las mujeres. En la comunidad Menonita, los hombres tienen el poder absoluto sobre la vida de sus hijas, hermanas, madres y esposas. Deciden cada aspecto de lo que hacen y esa influencia, resulta atroz en un crimen violento como el que han sufrido. En medio de ese silencio, esa sujeción a la moral colectiva, el torpe August es un faro de pura bondad inexpresada. Sus preguntas, comentarios, su manera inquieta de observar a las víctimas y traducir su dolor en un planteamiento enorme y general, brinda al libro una dimensión nueva sobre el miedo y la devoción, ambas mezcladas en un único sentimiento sin nombre. Y también hay risas, hay algo irónico y humorístico que la autora logra concebir desde la periferia y que sostiene al libro en sus momentos más sombríos.

Al final “Women Talking” es una búsqueda de significado. Una vuelta de tuerca al sufrimiento y a la necesidad de respuestas en medio de posibilidades muy limitadas. Toews mira el sufrimiento, pero no sólo lo dramático, sino que encuentra una manera de contar una historia en la que todos los personajes están llenos de una furiosa y ambigua humanidad. Toda una proeza en medio de lo que podía ser una narración sobre un crimen impensable y resulta siendo algo más duro, profundo y real.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine